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Viena, 24 de abril de 1785

La logia La Esperanza Coronada estaba orgullosa de organizar una 1 hermosa ceremonia en honor del Venerable Ignaz von Born, al que José II concedía el título de Caballero del Imperio.

Le regalaron un retrato que lo representaba en el interior de una serpiente que se mordía la cola formando un círculo, símbolo de la eterna renovación de los ciclos. Encima, una estrella de ocho puntas, evocación de las potencias creadoras que asocian las cuatro parejas de potencia masculinas y femeninas, reveladas en Hermópolis, la ciudad del dios Thot Añadiendo la palma y la rama de acacia, características de los Grandes Misterios, una esfinge y un león[37], emblema de la indispensable vigilancia.

Al igual que los demás hermanos, dos religiosos[38], un franciscano y un canónigo, aguardaban con impaciencia la cantata para tenor, coro y orquesta[39] de Mozart, que dirigía personalmente.

Para obtener una atmósfera de recogimiento y gravedad, no desprovista de serena alegría, los instrumentos de viento predominaban sobre los de cuerda: dos oboes, una flauta, un clarinete, un clarinete bajo y dos cors de basset tocaban con dos violines, una viola y un violoncelo.

Afortunadamente, la logia contaba con buenos músicos capaces de apoyar al tenor, el hermano Adamberger, que había asumido el papel del héroe Belmonte en El rapto del serrallo. Noble y convincente, cantó una soberbia primera melodía: «Ved cómo, ante el atento ojo del investigador, la naturaleza desvela poco a poco su rostro, cómo le llena el espíritu de alta sabiduría y el corazón de virtud. He aquí la felicidad que contemplan los ojos del masón, he aquí su verdadera y ferviente alegría.»

Seguía un corte recitativo a la gloria de Ignaz von Born y del emperador: «Ved cómo la sabiduría y la virtud se dirigen graciosamente al masón, su discípulo, diciéndole: amado, toma esta corona de manos de nuestro hijo mayor, de manos de José II. Es el jubileo de los masones y la fiesta de su triunfo.»

Venía entonces un andante, en la solemne totalidad de sol menor, donde el simbolismo del Número Tres era omnipresente, gracias a los tresillos y a los tríos. El tenor arrastraba al coro de los iniciados a celebrar al Venerable Von Born, cuyas cualidades reconocía el emperador: «Hermanos, cantad y exultad. Haced resonar hasta lo más profundo del atrio los acentos de júbilo de vuestros himnos, hacedlos resonar hasta las nubes. Cantad, José el Sabio ha tejido los laureles y ha coronado las sienes del Sabio entre los masones.»

Texto perfecto, elogio del soberano, protector de la francmasonería, y de un gran Venerable: todo iba del mejor modo en el mejor de los mundos, y la música de Mozart hacía inolvidable aquella hermosa velada.

Al finalizar el banquete, Leopold se reunió con Wolfgang.

—He recibido noticias de Salzburgo.

—Buenas, espero.

—Si no regreso de inmediato, el gran muftí Colloredo no seguirá pagándome el salario. Luego, atribuirá mi puesto a otro y me quedaré en la calle.

—Padre, yo…

—Es inútil que insistas. Para mí no hay porvenir alguno en Viena. Soy demasiado viejo y no siento el menor deseo de lanzarme a lo desconocido.

—Nuestros trabajos masónicos…

—También soy demasiado viejo para eso. Es un universo que debería explorarse con detenimiento, y yo no tengo esa posibilidad. Me bastará con ser miembro honorario de mi logia. Mi verdadero lugar se encuentra en Salzburgo. Saldré de Viena mañana.

Viena, 25 de abril de 1785

A las diez y media, el equipaje de Leopold y de su alumno violinista Heinrich Marchand estaba listo. Ya sólo quedaba cargarlo en un espacioso coche.

—Padre —declaró Wolfgang con gravedad—, Constance y yo os acompañaremos hasta vuestra casa.

—¿Y vuestro hijo?

—Una nodriza se encargará de él.

—No me parece buena idea. La última vez, esta iniciativa terminó mal. Ahora eres vienés y ya no tienes nada que hacer en Salzburgo. Aquí sigues tu carrera y tu vida masónica.

Wolfgang no discutió. Su último intento de retrasar la separación acababa en fracaso.

—Permitidnos, al menos, almorzar con vos en Purkersdorf, a cuatro leguas de Viena.

—De acuerdo.

El joven Marchand alegró a la concurrencia hablando de sus excelentes recuerdos de concertista, con la esperanza de regresar a Viena y brillar allí como solista. Constance le preguntó a Leopold cómo organizaba su vida doméstica. Pautada como papel de música, no le planteaba problema alguno. Y nunca volvería a casarse, de tanto como había amado a su esposa.

No se habló en absoluto de iniciación y de francmasonería. Wolfgang tuvo la atroz sensación de encontrarse ante un hermano que abandonaba su logia y rompía así su juramento. Había abierto su corazón a Leopold, éste cerraba la puerta de su apartamento salzburgués. Al ofrecerle el inmenso mensaje de los tres grados, su hijo estaba convencido de que la Luz de los Grandes Misterios trastornaría su existencia y los convertiría en hermanos inseparables.

Se había equivocado por completo.

Y aquella separación tenía un sabor mucho más amargo que las precedentes. Cuando se besaron, por un instante Wolfgang pensó que no volvería a ver nunca a su padre.

Viena, 26 de abril de 1785

—Leopold Mozart ha abandonado Viena y ha regresado a Salzburgo —le dijo Geytrand a Joseph Anton.

—¿Habrá recibido la misión de implantar la francmasonería en el feudo de Colloredo?

—Según mis informaciones, no hay riesgo alguno. No le gustaba demasiado esto y no manifestaba demasiada afición a los ritos masónicos.

—¡Un Mozart menos! —se alegró Joseph Anton—. Desgraciadamente, nos queda el hijo.

—Tal vez esté involucrado en actividades ocultas cuya existencia sospecho.

Joseph Anton frunció el ceño.

—¿De qué se trata?

—Ni Hoffmann ni Solimán pueden precisarme nada, pero al parecer Ignaz von Born reúne secretamente a algunos Maestros masones, a quienes concede su confianza.

—Una logia de investigación desconocida por la administración masónica… Eso no me gusta en absoluto y quiero saber algo más.

—No será fácil, señor conde, pues mis informadores no están entre los afortunados elegidos.

—¡Qué se las arreglen! Les pagamos suficiente.