Viena, 22 de abril de 1785
Wolfgang esperaba mucho de la iniciación de su padre al sublime grado de Maestro en la logia La Verdadera Unión, desgraciadamente junto a dos Compañeros más. Evidentemente, un ritual de semejante importancia debería haberse celebrado para un solo hermano, pero ¿cuándo se adoptaría tan indispensable reforma?
Leopold vivió la traición de los malos compañeros, la muerte de Hiram y el renacimiento del Maestro de Obras.
En su rostro, Wolfgang advirtió el fracaso de su estrategia. Como afirmaba Thamos, apresurar el paso de los grados era un grave error. El particularísimo caso del propio Wolfgang no podía servir de referencia, dada su larga preparación para la iniciación. En las circunstancias presentes, el hijo no había tenido más opción para intentar retener a su padre.
La velada concluyó con la segunda parte del discurso del hermano Kreil sobre la francmasonería científica. Wolfgang esperaba que profundizara en los jeroglíficos de los tres grados, que contenían lo esencial de la ciencia de los iniciados.
Su decepción fue profunda. Negándose a sí mismo, Kreil afirmó que esos jeroglíficos, esos tres grados y esa ciencia no debían ser, en modo alguno, objeto de la investigación de los francmasones. ¿Objetivos de la orden? Ante todo, la beneficencia, la igualdad entre los hombres, la libertad de los pueblos y de los individuos, y la difusión de la filosofía de las Luces.
¿Y el secreto masónico? ¡Del todo inútil! Además, los buenos masones rechazaban todas las cofradías donde se evocaban los Misterios, especialmente la de los rosacruces y los Hermanos iniciados de Asia.
Cansados por la duración de sus palabras, muchos hermanos escuchaban distraídamente. Dado lo tardío de la hora, el Venerable evitó eventuales debates.
—Extraña ceremonia —dijo Leopold a su hijo—. Cruzar vivo las puertas de la muerte y pasar, consciente, al otro lado del espejo… ¿Realmente es posible?
—El ritual abre el camino. Nosotros debemos recorrerlo.
Viena, 23 de abril de 1785
—Nuestro informador, Angelo Solimán, acaba de asistir al ascenso al grado de Maestro de Leopold Mozart, en presencia de su propio hijo —le comunicó Geytrand a Joseph Anton.
—¿Se mostrará el padre tan activo como su hijo?
—De ningún modo. Sólo ocupa un modesto cargo en Salzburgo y no parece muy peligroso.
—¡El expediente Mozart no deja de aumentar!
—Hay algo más grave, señor conde. La logia La Esperanza Coronada alberga a temibles librepensadores que alardean de sus opiniones subversivas. He aquí las notas de Solimán.
Anton las leyó con atención.
—¡Lamentablemente, eso no está firmado por Von Born! Y José II sigue poniéndole coronas de laurel, como si se convirtiera en el príncipe de los científicos vieneses. Ahora bien, tenemos suficientes indicios para afirmar que aprueba las teorías de los Iluminados, pero ¿de qué sirve exponérselo al emperador? Lo tachará de calumnia y quedaré desprestigiado. La paciencia es la mayor de las virtudes, mi buen amigo, pero ejercerla a veces requiere abnegación.
—Si los francmasones se sienten demasiado libres —predijo Geytrand—, cometerán errores fatales.
Viena, 23 de abril de 1785
En una influyente revista, Magazin der Muzik, Cramer resumió la opinión de la crítica sobre Mozart: «Es el mejor pianista y el más consumado que yo haya oído; qué lástima que en su escritura, artística y realmente muy bella, apunte demasiado alto buscando la novedad de creación, pues el corazón y la sensibilidad no ganan gran cosa con ello.»
El golpe fue duro.
—Sobre todo no te preocupes por este tipo de juicios —le recomendó Constance—. Cuanto más conocido seas, cuantas más obras maravillosas crees, más te atacarán los mediocres y más intentarán destruirte, unos violentamente, otros de manera apagada y silenciosa.
Por la noche, Wolfgang y Leopold asistieron a una Tenida de grado de Compañero donde se estudiaron los Números sagrados, utilizando los Tratados de Niederer sobre el Tres y el Siete. El Tres, símbolo del método de pensamiento iniciático; el Siete, Encarnación de la vida en espíritu.
Wolfgang simpatizó con Emilian Gottfried von Jacquin, hermano de su alumna Franziska e hijo del barón Nikolaus Joseph, célebre botánico y gran amigo de Ignaz von Born. Además de su compromiso masónico, los dos hombres se descubrieron múltiples afinidades. Leopold no pareció muy entusiasmado con los trabajos de la logia de Compañeros. Sin embargo, la relación entre los Números y la música parecía esencial. Pero ¿acaso no estaba en Viena sólo para quedarse tranquilo sobre el comportamiento de su hijo? Wolfgang ganaba dinero, moraba en un apartamento muy hermoso donde vivía feliz en compañía de una buena esposa y de un hijo con un excelente estado de salud, y pertenecía a una francmasonería digna de estima. Allí se codeaba con grandes señores que lo ayudarían a asentar su reputación y a trabajar sin descanso. Su talento de intérprete y de compositor le permitiría brillar a lo largo de toda la temporada musical y tener alumnos nacidos en las mejores familias y dispuestos a pagar un buen precio.
¿Qué más podía soñar? Un caigo oficial en la corte, sin duda, siempre que estuviera bien remunerado. Las medidas de economía adoptadas por José II, admirador de Mozart sin embargo, no iban en ese sentido. Si se presentaba la ocasión, Leopold alentaría a su hijo para que no la dejase escapar.
Aun participando activamente en los trabajos de la logia, Wolfgang sentía cierta tristeza. ¿Su padre se interesaba realmente por la investigación iniciática o sólo deseaba conocer desde el interior la sociedad secreta cuyos méritos alababa su hijo?
Sin duda, el Aprendiz Wolfgang había hecho un exceso de proselitismo no respetando la ley del silencio. Pero ¿cómo guardar para uno mismo semejante riqueza, cómo no confiar a sus íntimos la felicidad de semejante descubrimiento?
Si Leopold percibía la importancia del Arte real, seguiría frecuentando su logia. De lo contrario, se retiraría a Salzburgo y los vínculos con su hijo, convertido en su hermano, se debilitarían.