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Viena, 13 de marzo de 1785

Dada la reputación de Mozart, el músico de moda, el abad Lorenzo da Ponte, libretista oficial de la corte, había aceptado escribir con urgencia un breve poema, destinado al oratorio Davide penitente[29] que el compositor dirigía aquella noche en el Burgtheater.

Seiscientos sesenta espectadores asistían a la representación que se daba en beneficio de la Sociedad de Músicos, que no respondía a la demanda de admisión de Mozart. Retomando fragmentos de una antigua misa[30] y añadiéndole algunos elementos nuevos, había despachado rápidamente aquel encargo que evocaba el arrepentimiento del rey David, culpable de haberse convertido en amante de Betsabé.

Dos días más tarde, el 15, durante la segunda academia de la Sociedad de Músicos, sólo hubo doscientos veinticinco espectadores. Los palcos de la nobleza permanecieron vacíos.

Pese a aquel fracaso, Wolfgang renovó su petición. ¿Qué más hacer para obtener, por fin, aquel reconocimiento? Su pequeña familia lo deseaba y su padre estaría orgulloso de él. Prometió a la honorable institución que seguiría prestándole sus servicios.

Viena, 19 de marzo de 1785

La víspera, Wolfgang había dado su sexto y último concierto de abono en la Harinera, todo un éxito musical y financiero.

«Si no tiene deudas que pagar —le escribió Leopold a Nannerl—, creo que mi hijo ya puede ingresar dos mil florines en el banco. El dinero está ahí, estoy seguro. El presupuesto doméstico, por lo que se refiere a comidas y bebidas, es extremadamente bajo.»

Unas risas interrumpieron su relato.

Aloysia, de regreso de una gira por Salzburgo y Munich, estaba encantada de encontrarse con su hermana Constance y manifestaba ruidosamente su alegría. Wolfgang la presentó a su padre, tan hostil antaño a una eventual boda de aquella Weber con su hijo.

En el fondo, Leopold tenía razón. Exuberante y coqueta, Aloysia carecía de las cualidades de Constance, indispensables para el equilibrio de Wolfgang.

—Todo el mundo alaba vuestro talento como cantante —declaró Leopold—. Me gustaría apreciarlo.

—¡Pues vamos allá! Wolfgang, ponte al piano y toca alguna melodía compuesta para mí. Hoy tengo buena voz.

Aloysia tenía un verdadero don. Su auditorio la aplaudió, y ella se marchó encantada.

—Debo dejaros —dijo Wolfgang a su padre y a su esposa.

—¿Una Tenida? —preguntó Leopold.

—En el grado de Compañero. Estudiamos el Arte del Trazo, la geometría sagrada que permite percibir las leyes del universo.

Viena, 21 de marzo de 1785

A pesar de una buena participación en la academia que la cantante Nancy Storace había dado la víspera en el Burgtheater, Wolfgang se mostraba huraño. Al recibir Rodolfo de Habsburgo, el libreto de Anton Kreil, un poeta de Mannheim, el músico esperaba encontrar por fin el tema de una gran ópera en lengua alemana que, después de El rapto del serrallo, le sirviera de soporte para la transmisión de la iniciación. Así, durante sus breves momentos de reposo, seguía leyendo todos los textos que podía, sin encontrar nada interesante.

¡Y la mediocre obra de Kreil no colmaba sus expectativas! Martilleó su decepción al concluir su carta de rechazo: «Se intenta arruinar por completo la ópera alemana. Sería realmente una ardua tarea para Alemania que los alemanes nos pusiéramos seriamente a pensar en alemán, a actuar en alemán, a hablar en alemán e, incluso, a cantar en alemán.»

Viena, 25 de marzo de 1785

Aquel Viernes Santo, Leopold estaba feliz. Aloysia y Joseph Lange, hermano de Mozart, lo recibieron de un modo extraordinario. Al finalizar la copiosa comida, Lange dibujó a lápiz un retrato del salzburgués, muy honrado por semejante atención.

Wolfgang, por su parte, sólo pensaba en la primera obra destinada a su logia, con vistas a un paso al segundo grado, un canto para solista acompañado por el órgano instalado en el local de La Verdadera Unión donde se reunían los hermanos de La Beneficencia. Joseph Franz Ratschky le había proporcionado un hermoso texto, El viaje del compañero[31]:

Vos, que os acercáis ahora a un nuevo grado de conocimiento, marchad con firmeza por vuestro sendero, sabed que es el de la Sabiduría. Sólo el hombre perseverante podrá aproximarse a la fuente de Luz. ¡Peregrinos, tomad como viático la bendición de vuestros hermanos! Que la prudencia os acompañe siempre, que la sed de aprender guíe vuestros pasos. Ejerced vuestro juicio y nunca os dejéis esclavizar por la ilusión de una pasiva ceguera. Rudo es el viaje de la vida, es cierto, pero dulce es el precio que aguarda al viajero que sabiamente sabe obtener provecho de su andadura. Feliz quien pueda decir un día: la Luz ilumina mi camino.

Wolfgang se lo dejó leer a su padre, cuya reacción fue inmediata.

—«Sólo el hombre perseverante podrá acercarse a la fuente de Luz… Que la sed de aprender guíe vuestros pasos.» Yo no carezco de perseverancia ni de esa sed.

—¿Queréis decir que…?

—Redactaré mi solicitud de adhesión a la francmasonería.

Viena, 28 de marzo de 1785

Schwanckhardt, secretario de la logia La Beneficencia, recibió con alegría la carta de candidatura de Leopold Mozart que le entregó su hijo.

—Informaré de inmediato a los talleres de Viena.

—¿No podría reducirse el plazo de dos semanas reglamentario? Mi padre debe regresar muy pronto a Salzburgo y me gustaría que el proceso se acelerara.

—Pediré una dispensa a la administración de la logia provincial —prometió Schwanckhardt.

—¿Tenemos alguna posibilidad de conseguirlo?

—Eso espero.

Los almuerzos se encadenaban: el 22 en casa del cantante Adamberger, hermano de logia de Wolfgang, donde se habló mucho de francmasonería; el 30, en casa de Aloysia, donde se habló de ópera; el 31, en casa de los Ployer, donde se prepararon los futuros conciertos.

Viena, 1 de abril de 1785

Schwanckhardt lucía una amplia sonrisa.

—¡La demanda de dispensa ha sido aceptada! —le dijo a Wolfgang, que acababa de componer un andante para violín y orquesta[32] destinado a Heinrich Marchand, el alumno preferido de Leopold.

Por su parte, el Venerable Otto von Gemmingen anunció la fecha de iniciación de Leopold: el 6 de abril.

El barón llevó a Wolfgang aparte.

—La logia Olímpica de París ha encargado seis sinfonías a nuestro hermano Joseph Haydn[33].

—¿No es una excelente noticia?

—Es cierto, es cierto, pero varios hermanos de La Verdadera Unión se extrañan de no haber vuelto a ver a Haydn en la logia. Sólo es Aprendiz, aún, y, dada su notoriedad, merecería pasar rápidamente al grado superior.

—Debe de estar muy ocupado. Venir a Viena le supone muchos problemas.

—Lo comprendemos, hermano Wolfgang. Cuando vuelvas a verlo, dile que le echamos en falta y que nos sentiríamos muy honrados de tenerlo con nosotros.