Estrasburgo, 21 de enero de 1785
Ciertamente, no se trataba del magnífico templo del barrio de Brotteaux, en Lyon, que se componía de una gran sala con brillantes dorados y tres apartamentos correspondientes a los grados masónicos, pero Giuseppe Balsamo, conde de Cagliostro, estaba orgulloso del pequeño local alsaciano donde esperaba implantar su Rito de la Alta Masonería Egipcia.
—¡Conde de Tebas! Gracias por haber aceptado mi invitación.
—¿Cumpliréis por fin vuestras promesas?
—No lo dudéis, vais a conocer lo esencial de la iniciación. Pero no estáis solo…
—Yo avalo a este joven Maestro Masón.
—Venid a asistir a una Tenida que nunca olvidaréis.
Excluyendo a los depravados, Cagliostro admitía a los francmasones siempre que respetaran el secreto.
Dirigiendo el ritual, purificó la piedra bruta y la transformó en piedra cubica, considerada como el padre y la madre de todos los metales. Al morir, daba a luz la piedra triangular, vía de acceso al grado de Maestro.
En el cuadro de Logia, un fénix en la pira donde se consumía antes de resucitar.
Cagliostro trazó un círculo. En el centro instaló a Colombe, una muchacha pura a la que infundió por tres veces su hálito Posando la mano en su cabeza, le rogó que lo lavara de sus crímenes y sus pecados Luego, un candidato a la Maestría se tumbó boca abajo en el interior del círculo. Cagliostro lo levantó y sopló tres veces en su rostro antes de ofrecerle una rosa.
—Contempla el fénix, hermano mío: he aquí al iniciado que se renueva y rejuvenece a voluntad. Si absorbes tres granos de la materia primordial que yo poseo, gozarás de los mismos poderes.
Estrasburgo, 22 de enero de 1785
Al día siguiente, Thamos y Wolfgang fueron invitados a participar en la Tenida de una logia de adopción donde las hermanas tenían como modelo a la reina de Saba. Encarnando a doce profetisas, las Sibilas, y a siete ángeles, las iniciadas aprendían a tejer los ropajes rituales.
—La parte espiritual que reside en nosotros es masculina —precisó Cagliostro—, y no femenina. Para hablar con más precisión, no tiene sexo en absoluto. Llegará un día, hermanas mías, en el que ya no se os distinguirá por vuestra feminidad, sino por vuestro espíritu.
Coronada de rosas, la Maestra de Logia bebió el líquido de inmortalidad. Cagliostro le reveló un proceso de regeneración física muy complejo, que duraba cuarenta días y debía renovarse cada cincuenta años. Al finalizar la Tenida, un animado Cagliostro se dirigió a Thamos:
—¿Deseáis vivir un largo aislamiento para ser inmortal?
—Demasiado duro.
—¿Acaso semejante beneficio no merece sacrificio?
—Algunas de vuestras iniciativas no carecen de interés —consideró el egipcio—, pero os extraviáis por el peligroso terreno de los poderes. Cagliostro se engalló.
—¡Soy el Gran Copto y sé lo que hago!
—¿Estáis seguro?
—Os lo demostraré muy pronto, pues Francia me reconocerá como su guía espiritual.
—Buena suerte, hermano.
Thamos y Wolfgang tomaron, de nuevo, el camino de Viena.
—Me he sentido muy incómodo —reconoció el músico—. ¿No estábamos muy lejos de una verdadera iniciación?
—Muy lejos, en efecto. Quien busca el poder, ya sea psíquico, mágico o de cualquier otra naturaleza, se pierde en las tinieblas. Quería que lo comprobaras por ti mismo, para que no cedieras nunca a esa tentación. No desprovisto de saber, Cagliostro no es por completo un estafador. Pero su deseo de poder y celebridad lo llevará al desastre.
Viena, 28 de enero de 1785
Puesto que la candidatura de Joseph Haydn había sido aceptada, la logia La Verdadera Unión lo esperaba para iniciarlo en el grado de Aprendiz.
Al día siguiente de su veintinueve aniversario, Wolfgang se alegraba de aquel momento en el que el gran compositor se convertiría en su hermano.
Por la mañana, Leopold había abandonado Salzburgo para dirigirse a Munich. Una vez allí se alojaría en casa de unos amigos, los Marchand, cuyo hijo, Heinrich, su alumno favorito, lo acompañaría a Viena.
Aquella noche, Haydn; muy pronto, su propio padre. Haciéndose francmasones, descubriendo el mundo de los símbolos por el que Wolfgang se movía cada día con mayor facilidad, compartirían el mismo ideal.
Los cincuenta y seis hermanos presentes, miembros unos de La Verdadera Unión, visitantes otros, se felicitaban por acoger a un músico cuya notoriedad superaba ampliamente las fronteras del dominio principesco donde estaba haciendo, hasta el momento, una apacible carrera. Al abrirle nuevos horizontes, ¿le incitaría la francmasonería a emprender el vuelo?
Hacia las siete de la tarde, el Maestro de ceremonias comenzó a preocuparse.
—Todo está listo, pero nos falta el principal interesado. ¿Tiene alguien noticias de Joseph Haydn?
Nadie respondió.
—¿Habrá renunciado sin avisamos? —se extrañó el Hermano Cubridor.
—¡De ningún modo! —se ofuscó Wolfgang—. Haydn es hombre de palabra. Sin duda lo han entretenido.
Pasaron los minutos.
Wolfgang habló de música con los dos hermanos Tinti, el menor de los cuales, Anton, era un jovencísimo Aprendiz.
A las ocho, la mayoría de los hermanos manifestaron su impaciencia.
—Iniciaremos los trabajos y procederemos a la iniciación de Franz von Hallberg, el gemelo de Haydn —decidió el Venerable Ignaz von Born—. Si éste confirma su intención de entrar en la francmasonería y nos explica las razones de esta ausencia, le propondremos otra fecha.
Wolfgang estaba preocupado. ¿Había sido Haydn objeto de presiones oficiales u oficiosas? ¿Le prohibía el poder convertirse en francmasón y avalar, con su adhesión, esa sociedad en exceso secreta?
También Ignaz von Born se hacía preguntas. ¿Se trataba de un simple incidente debido a circunstancias que pronto se aclararían o de un primer ataque significativo contra la orden masónica?
La ceremonia transcurrió sin alegría alguna. Ningún discurso se pronunció durante el banquete final, y todos se separaron con el corazón angustiado.