8

Viena, 15 de enero de 1785

Interesado por las respuestas de Wolfgang a las preguntas que hacía sobre la francmasonería, Leopold le anunció su próxima visita a Viena, para prolongar de viva voz aquella discusión.

A Nannerl, su hija, le daba otra versión. Aceptaba desplazarse porque el viaje no correría a su cargo y podría apreciar el suntuoso modo de vida de su hijo. Dicho de otro modo, verificaría los rumores de celebridad y fortuna en los que sólo creía a medias. Ni una palabra sobre la francmasonería, a la que la rígida y creyente Nannerl detestaba, al igual que la difunta emperatriz María Teresa.

La condesa Thun invitó a Wolfgang a almorzar; él se extrañó de encontrarse a solas con ella.

—¿He llegado demasiado pronto?

—No hay otros invitados, hermano y maestro.

—¿Estáis… al corriente?

—Desde el momento en que nos conocimos, supe que seríais iniciado. ¿Acaso no erais, desde hacía mucho tiempo, un francmasón sin mandil? Varios hermanos velaron por vos a lo largo de toda vuestra andadura hacia el templo, y vos respondisteis a cada una de sus llamadas.

—Vuestra ayuda me fue preciosa, condesa. Sin ella, no habría triunfado en Viena.

—Una hermana debe ayudar a su hermano.

—¿Queréis decir que…?

—Fui iniciada de modo muy mediocre en una logia de «adopción», La gran mayoría de los francmasones consideran a las mujeres incapaces de acceder a la espiritualidad. Para disipar sus reivindicaciones, les conceden una iniciación rebajada, un mínimo de rituales y un máximo de mundanería. Deben limitarse a imitar a los hombres perdiendo su feminidad, sin la menor esperanza de conocer los Grandes Misterios. El 10 de noviembre de 1782, a Ignaz von Born la situación le pareció intolerable. La logia La Verdadera Unión me invitó, junto con otras hermanas, entre ellas la señora Sonnenfels, a un banquete donde proyectamos una verdadera iniciación femenina. Naturalmente, esa Tenida no tuvo una acta oficial, y el Libro de Arquitectura de la logia no dice de ella ni una sola palabra[15]. En toda Europa, las hermanas son consideradas como amables diletantes cuyas pretensiones hacen reír.

—¿Por qué tanto desdén? —se extrañó Wolfgang.

—Porque la transmisión de la espiritualidad femenina se vio interrumpida. Uno de los últimos testimonios conocidos es el conjunto de tapices que describen la iniciación de la Dama del Unicornio. Desde hace varios años, en compañía de algunas hermanas y de Ignaz von Born, rescatamos las bases de la tradición: los Misterios de Isis y las siete artes liberales, emanaciones de la Sabiduría.

—Afectan directamente a los hermanos compañeros —le recordó Wolfgang.

—No estamos separados, pero nuestra andadura hacia el Arte real debe ser específica y diferente, de modo que el rey y la reina, tomando una espiral que corresponda a su propio genio, se reúnan en la cima de la montaña. Plegándose a los imperativos masculinos, las mujeres corren hacia el fracaso. Volver a ser verdaderas iniciadas en los Misterios de Isis implica un inmenso trabajo de investigación.

Impresionado y entusiasmado, Wolfgang sólo tenía una idea en la cabeza: participar en la aventura.

—¿Cómo puedo ayudaros?

—En primer lugar, perteneciendo al pequeño número de hermanos que perciben la necesidad de resucitar la iniciación femenina; luego evocando en vuestras óperas el papel iniciático de la mujer.

Wolfgang ya entreveía varios proyectos.

—¿Llevaremos a cabo juntos esa búsqueda, condesa?

—¡Con mucho gusto, hermano mío! No seguiré avalando mascaradas en las que damas más o menos nobles jueguen a Aprendizas, a Compañeras y a Maestras con el fin de distraer a caballeros más o menos honestos. Recrearemos un ritual inspirándonos en los antiguos Misterios. Pero con una condición: debemos trabajar en secreto, al margen de la francmasonería oficial.

Viena, 15 de enero de 1785

Artaria, editor de Mozart, le compró sus últimos seis cuartetos por la bonita suma de 450 florines[16]. Al anochecer de aquel hermoso día, Wolfgang recibió a Joseph Haydn y tocó con él los tres primeros[17].

—Ya he tomado la decisión, Mozart Me habéis convencido de que pida mi admisión en la francmasonería.

—¡Se sentirá muy honrada de recibir a un hombre de vuestra calidad!

—Por suerte, no pertenecéis a la vil categoría de los aduladores. Tal vez la orden rechace mi candidatura.

—¡No dudéis de lo contrario!

—La existencia nos reserva desagradables sorpresas, amigo mío. Espero no quedar decepcionado, pues vuestras palabras me han dado ganas de conocer esa iniciación que os ha conmovido. ¡Y me seduce convertirme en vuestro hermano!

Fue una velada alegre, marcada por el sello de la música de Mozart que el pájaro Star, su fiel jilguero, salpicó con sus arpegios.

Estrasburgo, 20 de enero de 1785

Puesto que el tiempo no era en exceso riguroso, el confortable vehículo del conde de Tebas avanzaba a buen ritmo. Un excelente abrigo combatía el frío con eficacia.

—¡Qué curioso mundo es una logia! —advirtió Wolfgang—. Racionalistas, humanistas, creyentes, anticlericales, ocultistas y todo lo demás. ¿Cómo pueden entenderse?

—Todo depende de la calidad del Venerable y de la orientación dada a la logia —respondió Thamos—. Si carece de coherencia, se disloca.

—¿Cómo mantenerla?

—Buscando la iniciación y nada más. Es fácil extraviarse por los caminos de la política, de la creencia y de la vanidad, con sus infinitas formas. En vez de profundizar más y más en el significado de los tres grados fundamentales, Aprendiz, Compañero y Maestro, la francmasonería se pierde en sistemas de altos grados donde la iniciación deja paso al folclore y a una enfermedad incurable: la «cordonitis». Cuanto más ascienden por estas jerarquías artificiales, más se adornan con sus suntuosos cordones y costosos ropajes. La Estricta Observancia templaría, los Rosacruces de Oro, los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa y los demás sistemas que he estudiado de cerca no conducen a nada. Sólo Ignaz von Born y la condesa Thun abren verdaderas vías. Pues la iniciación se construye día tras día, y estás destinado a convertirte en uno de sus Maestros de Obras. Sin embargo, ningún sendero debe ser desdeñado. De modo, hermano mío, que voy a hacer que conozcas al Gran Copto, Cagliostro.