Viena, 14 de enero de 1785
En plena noche, Wolfgang participó en su primera Tenida con el grado de Maestro, bajo la dirección del Venerable Ignaz von Born. Cada uno de los hermanos deseaba profundizar en el simbolismo de aquel fabuloso ritual, y seguir progresando suponía presentar el resultado de sus investigaciones y de sus reflexiones sobre un tema preciso. El Venerable encargaba a uno de ellos que reuniera las contribuciones y elaborara un texto sintético cuyos extractos se publicarían en el Diario de los francmasones.
Los temas de la Viuda, madre de los constructores, y de la tradición hermética fueron los primeros abordados. ¿Acaso, en plena expansión, la mentalidad científica no contemplaba la materia como un solo elemento del universo, incluso como el universo mismo? Muy pronto le darían una fecha de nacimiento, olvidando que la creación se producía a cada instante y no podría ser encerrada en un marco temporal. Según los Antiguos, recordó Thamos, el universo era a la vez el movimiento y el reposo, un aspirar y un expirar, una contracción y una dilatación. Estas dos «columnas» procedían de un tercer término, el soplo de Fuego que engendraba el espíritu y la materia. A través del simbolismo de Cristo, de su Encarnación a su resurrección, pasando por su sepultura, se desarrollaba el proceso alquímico que convertía el simple metal en oro puro.
—Sacar el misterio a plena luz sin traicionarlo: así se presenta uno de los aspectos principales de la transmisión iniciática que deben efectuar los Maestros —precisó el Venerable.
Al terminar aquella Tenida que abría a Wolfgang cien nuevos horizontes, el egipcio acompañó al compositor hasta su casa.
—¿El conocimiento lleva a la serenidad?
—Siempre que se actúe sin tensión y no se sea pasivo ni apasionado —respondió Thamos—. Grados y símbolos te muestran el justo modo en que actúan las fuerzas creadoras, en perpetua mutación. Creer que es posible hacer perfecto al individuo es una peligrosa utopía, pues eternamente será semejante a sí mismo. Practiquemos el Arte real poniéndonos al servicio de la Obra y no de nosotros mismos. Y tú, mi Hermano Maestro, tienes el deber de modelar una de las nuevas expresiones de ese Arte.
Viena 14 de enero de 1785
Aquella misma noche, Wolfgang asistiría a una Tenida de iniciación. La energía de la Maestría era tal que no sentía deseo alguno de dormir. De modo que dio los últimos retoques al sexto y último cuarteto[14] de la serie que pensaba dedicar a Joseph Haydn.
Con increíble audacia, comenzó la obra con un adagio torturado, lleno de disonancias. Wolfgang quería expresar asila tragedia del mito y los desgarrones que acababa de vivir al sufrir la muerte de Maese Hiram.
Tras aquella introducción de rara intensidad, brotaba un alegro liberador, que superaba el dolor y la angustia. No, el Maestro no había muerto. Sí, la iniciación permitía partir en su búsqueda.
Pero ¿por qué el asesinato de Hiram?, se preguntaba un adagio de sombríos colores.
¿Por qué la especie humana se mostraba incapaz de evitar la desgracia?
Vigilancia y Perseverancia, se recomendaba al neófito durante su estancia en la gruta principal. Lúcido, Wolfgang aceptaba la realidad y no se hacía ilusiones. Descendiendo hasta el fondo del abismo y de la desesperación, percibía la presencia de la piedra oculta y recuperaba la esperanza.
El minueto, un alegreto pedregoso, expresaba la difícil salida de la nada a la que el iniciado se había creído condenado, a causa de la desaparición del Maestro de Obras. Puesto que la magia de los ritos y la intervención de la Viuda lo hacían renacer, regresaba al trabajo y proseguía la construcción del templo.
El largo alegro final mostraba la potencia y el dinamismo del nuevo Maestro, cuya determinación borraba todos los obstáculos. Nada ni nadie le impediría proseguir la obra de Hiram y mostrarse digno del inmenso deber que la logia le confiaba. Una alegría límpida lo animaba, una alegría capaz de mover montañas.
Viena, 14 de enero de 1785
Wolfgang apenas tuvo tiempo de besar a su esposa y a su hijo. Luego corrió hasta el local de la logia La Verdadera Unión, donde Ignaz von Born iba a proceder a la iniciación de Georg Spangler, director de los coros de la iglesia de San Miguel, y del barón Anton Tinti, ministro de la corte de Salzburgo que residía en Viena y era, sobre todo, un excelente violinista.
Éste simpatizó con Wolfgang, que lo invitó a ir a tocar, en su casa, música de cámara.
—Que vos seáis francmasón es una inmensa suerte para nuestras logias —estimó Tinti—. ¿Nos haréis el honor de componer obras destinadas a nuestros rituales?
—Plasmé mis impresiones de iniciación en un cuarteto —reveló Wolfgang—, y estoy a la disposición del Venerable Maestro.
Viena, 15 de enero de 1785
—Nuestro amigo Angelo Solimán asistió, anoche, a una hermosísima ceremonia —le reveló Geytrand a Joseph Anton—. La logia La Verdadera Unión prosigue su expansión y cada vez reúne a más representantes de la alta sociedad.
—Von Born traza incansablemente su surco —deploró el jefe del férvido secreto—. ¿Nada contra él, aún?
—Avanzamos, señor conde, pero no quiero alegrarme demasiado pronto.
—¿Alguna pista interesante?
—Tal vez. Lo que es seguro es que se ha producido el ascenso de Wolfgang Mozart al grado de Maestro.
—Un progreso muy rápido —advirtió Joseph Anton.
—De ordinario se reserva a personajes importantes o a celebridades que viven lejos de la logia y no la frecuentan demasiado. Mozart, en cambio, es un asiduo.
—¿Por qué le reserva Von Born un tratamiento de favor?
—Sin duda aprecia la profundidad de su compromiso.
—Un discípulo privilegiado, en cierto modo.
—No os inquietéis demasiado, señor conde. Sin duda no será un músico de moda el que trastorne nuestra sociedad.
—Pero, en cualquier caso, ¿por qué se interesa tanto por él Von Born?
La pregunta turbó a Geytrand. Si Mozart representaba los primeros papeles, pronto le avisarían. Desde que había aumentado el salario de Angelo Solimán, éste le proporcionaba más informaciones sobre los trabajos de las logias.