Viena, 13 de enero de 1785
Fuera, la noche de Oriente era suave y apacible. El edificio en construcción dominaba la ciudad de Salomón y el campamento de los artesanos. Nadie se preocupaba de la seguridad de Maese Hiram, cuya autoridad y prestigio imponían respeto.
¿Quién habría imaginado que se vería amenazado en pleno corazón del santuario?
Sin embargo, Wolfgang vio al primer Compañero avanzando hacia él, armado con un cincel[12].
—Reclamas lo imposible —declaró Hiram con voz firme—. Sólo la Cámara del Medio puede elevarte a la Maestría. Hoy por hoy, ni ella ni yo le consideramos digno. Sigue trabajando según la Regla y serás llamado a otros Misterios.
—Estoy lo bastante instruido —estimó el Compañero—. Revélame inmediatamente la palabra de los Maestros.
—¡Insensato, aléjate! No es así como se transmite el secreto. Desaparece o la justicia del rey te castigará.
¿Bastaría la firmeza de Hiram para alejar al insolente Compañero?, se preguntó Wolfgang.
Al contrario, lo exasperó. Loco de rabia, golpeó al Maestro.
Hiram, herido, comprendió que el agresor estaba decidido a matarlo. Intentó, pues, salir del templo por la segunda puerta.
Armado con un nivel, otro Compañero le cerró el paso.
—Dime la palabra secreta de los Maestros.
—¡Nunca!
El segundo asesino golpeó a su vez.
Gravemente herido, Hiram tuvo fuerzas para dirigirse hacia la tercera puerta.
El tercer Compañero lo aguardaba allí.
—¡No seas obstinado, habla! Si quieres conservar la vida, revélame esa palabra.
—No se obtiene así —repuso Hiram—. Tú y tus aliados sois para siempre indignos de la Maestría. Antes la muerte que traicionar el secreto que me fue confiado.
Rabioso, el tercer Compañero atravesó el corazón del Maestro con la punta del compás.
Precisamente cuando caía en el pavimento de mosaico, restalló el trueno y se desencadenó una violenta tempestad.
El cadáver del Maestro cubría tres losas.
—Hagámoslo desaparecer —recomendó el tercer asesino—. Así, nuestro crimen quedará borrado.
Envolvieron el cuerpo en un delantal de piel blanca y, bajo una lluvia torrencial, salieron de la ciudad, cavaron una fosa, arrojaron allí los despojos y los cubrieron de tierra. Luego huyeron.
—Así pereció el Maestro, el hombre justo, fiel al Deber hasta la muerte —declaró el Venerable—. Sólo él poseía el secreto de la Obra. No perdamos el valor, hermanos míos, y partamos en su búsqueda.
El Venerable, Thamos y otros siete iniciados cruzaron las puertas de la muerte.
Wolfgang advirtió que una rama de acacia acababa de crecer sobre la tumba.
—El conocimiento reposa a la sombra de la acacia —recordó el Venerable.
—La Enéada devolvió a la luz el gran cuerpo del Maestro asesinado.
Ciertamente, la carne abandonaba los huesos y todo se desunía, pero la Cámara del Medio rechazó el óbito.
Thamos se acercó a Wolfgang y le comunicó los puntos perfectos de la Maestría que transformaban lo inerte en vivo.
Y entonces tuvo la experiencia más extraordinaria de toda su vida. Su espíritu recorrió las esferas terrestres y comulgó con el Fuego primordial.
Gracias a este viaje, Wolfgang se convertía en uno de los Hijos de la Viuda, Isis, que había encontrado las partes dispersas del cadáver de su esposo Osiris, asesinado y despedazado por su propio hermano, Set[13]. Reconstituyendo lo que estaba esparcido, había instituido el propio principio de la iniciación y reformado un cuerpo de Maestría, no ya el de un hombre, sino un soporte luminoso que reanimaba el alma de la Viuda.
Así se transmitía el secreto del Verbo y del soplo divino, así la Madre espiritual de los iniciados hacía morir a la muerte.
La Viuda se convertía en el propio templo y en la Cámara del Medio donde oficiaban los Maestros, encargados de modelar el nuevo sol.
Al terminar el ritual, el Venerable hizo una pregunta al Hermano Maestro Wolfgang:
—¿De dónde vienes?
—Del Oriente —respondió—, del lugar donde la Luz nace de sí misma. Fui a buscar allí lo que se había perdido y debía ser encontrado.