De unos ochocientos metros de longitud en su eje oeste-este y de trescientos de ancho en el eje norte-sur, el gran templo de Atón era el joyel y el centro espiritual de la nueva capital de Egipto. Su gran eje era perpendicular al del palacio, orientado de norte a sur.
El edificio, que ostentaba el nombre de «Morada de la alegría de encontrar a Atón», estaba incluido en un recinto, el per-heb, o «Morada de fiesta», haciendo así eco a un templo solar del Antiguo Imperio. La noción de «fiesta», capital para el antiguo Egipto, sigue siendo esencial en el culto de Atón, cuyas apariciones provocan una alegría que se extiende a toda la naturaleza.
Desgraciadamente, el visitante actual no puede ya descubrir el gran templo de Atón tal y como el rey lo había concebido. Después de la muerte de Akenatón, el edificio fue víctima de una destrucción total y no queda de él más que un terreno arrasado. Sin embargo, gracias a una técnica de construcción muy particular, tenemos la suerte de poder imaginar con bastante aproximación la obra de Akenatón.
«Se empezaba —explica Jacques Vandier— por excavar zanjas de cimentación en el suelo virgen, en el lugar en que se alzarían los futuros muros. Dichas zanjas se rellenaban después con yeso calcáreo, sobre el cual se trazaban, mediante cuerdas tensas untadas previamente de negro, los límites exactos de esas paredes. El suelo de toda la superficie del templo se cubría igualmente de yeso y se marcaban sobre él todos los elementos arquitectónicos previstos.» Protegido por los cascotes procedentes de la destrucción del templo, el suelo marcado de este modo se ha mantenido prácticamente intacto. Así, por una especie de milagro, al contar con un plano dibujado sobre el yeso, se logró reconstruir el edificio sin correr demasiado riesgo de error.
El templo de Atón se diferenciaba mucho de los demás edificios destinados al culto por la XVIII Dinastía. De ordinario, se pasaba progresivamente de las grandes salas descubiertas a una pequeña sala oscura, el naos, donde procedía cada mañana a una especie de reanimación de la divinidad, a fin de que el mundo de los hombres continuase existiendo.
Por consiguiente, el templo tradicional del antiguo Egipto no era accesible a los fieles. Algunos de ellos podían entrar en las primeras salas descubiertas, pero sólo a los sacerdotes les estaba permitido penetrar en las piezas cubiertas. El faraón es el único interlocutor del dios, con el que se encuentra en la parte más secreta del templo.
El templo de Atón responde a otras reglas. Cierto que se conserva la idea de progresión hacia Dios y que se continúa observando una sucesión de las salas. Pero ya no hay recintos oscuros. Ninguna de las salas tiene techo. El verdadero templo de Atón es la totalidad del cielo. Y en la tierra, debe traducirse por un edificio abierto a ese cielo inmenso, en que la luz brilla sin límites.
El gran templo presenta al fiel un itinerario que se inicia en una puerta monumental y continúa por una avenida bordeada de esfinges, filas de árboles, una serie de pequeños pilonos, provistos de mástiles para banderolas, y varios grandes patios, terminando por el espacio más sagrado, el lugar en que se alzan numerosos altares.
Akenatón permanece siempre visible, lo mismo que el sol. El dios y su representante se mantienen en comunicación permanente, en todos los lugares del templo. Ninguna pantalla se interpone entre ellos.
No obstante, la estructura fundamental del edificio sagrado sigue siendo idéntica a lo que ha sido siempre: una ruta desde el exterior hacia el interior, desde una portada de acceso hasta un sanctasanctórum. Hay que franquear una serie de salas, que corresponden a otras tantas etapas hacia el lugar de la ofrenda suprema, presentada por el faraón.
Hemos de subrayar dos particularidades notables: en primer lugar, la existencia de trescientos sesenta pedestales de ladrillo, destinados a recibir las ofrendas de alimentos. Se trata probablemente de un número simbólico, que evoca la sacralización del tiempo y del espacio, de los que Atón es el único dueño. En efecto, el año egipcio constaba de trescientos sesenta días de culto, más cinco jornadas de transición entre el año viejo y el nuevo.
En segundo lugar, la gran estela en que están representados Akenatón y su familia en acto de adoración al sol. La estela sustituye a la piedra piramidal del templo de Heliópolis. Akenatón reemplazó el antiguo símbolo por la figuración de su propia persona, su mujer y sus hijas.
La referencia a Heliópolis continúa siendo totalmente explícita. El corazón del gran templo de Atón, allí donde la divinidad está alegre, se llama hut benben, «Templo del benben», dicho de otro modo, de la piedra levantada de los orígenes, el centro sagrado de las Dos Tierras, que se encontraba en el sanctasanctórum del gran templo de Heliópolis. Sobre esta piedra misteriosa había salido por primera vez el sol en el origen de los tiempos. En ella se posaba también el fénix, ave de luz que manifestaba la eternidad del espíritu. Akenatón devolvió la actualidad a este simbolismo muy antiguo, que incluía a Atón en la gran tradición solar del Egipto de la edad de oro. El «nuevo» culto era, en realidad, un retorno al alba de la civilización, a la primera formulación de una espiritualidad luminosa, que se traduciría por la construcción de las más gigantescas de las piedras levantadas, las pirámides.
El gran templo de Atón albergaba muchas estatuas del rey y la reina divinizados. Sus paredes estaban cubiertas de relieves, cuyo tema principal consistía en la ofrenda a Atón presentada por la pareja real. No queda de todo esto más que escasos fragmentos, pero ellos nos permiten creer en la existencia de colosos que sin duda recordaban a los de Karnak, en los que, a semejanza de Atón, se evoca al faraón, como padre y madre. La mayoría de las estatuas debían de representar a Akenatón y Nefertiti ante las mesas de las ofrendas, sirviendo para la práctica del culto cotidiano.
Lo mismo que en el pasado, el templo es el centro sagrado de la ciudad, pero también su centro económico. Un muro del edificio, reconstruido en el Museo de Luxor, muestra a los obreros destinados a los almacenes, la vida de los talleres, una fábrica de cerveza, campesinos que traen aves de corral… Todo lo que produce la tierra de Egipto debe venir al templo para ser sacralizado y redistribuido a la población.
El «gran sacerdote» de Atón, Meri-Ra, debía de ser el administrador principal. En efecto, en su tumba, aparece junto al rey durante una gira de inspección, mostrando a Akenatón las diversas partes del templo, los almacenes, los establos, los talleres.
El buen funcionamiento del conjunto es vital para la prosperidad de todo Egipto. Akenatón no practica una mística desencarnada en mayor medida que ningún otro faraón. El culto de Atón, como el de cualquier otra divinidad, exige la edificación de un templo donde, junto a las habitaciones reservadas para el ritual, se construye una especie de ciudad santa para albergar los órganos principales de la vida económica del país.
Los oficios y las distintas clases sociales se integran en la realidad sagrada del templo. Por eso se ven en sus paredes escenas que representan a los soldados del cuerpo de carros dirigiéndose, con vehículos y caballos, hacia el santuario de Atón. Entre ellos, figuran nubios, músicos de la guardia, cantantes, flautistas, tañedores de laúd, que, como todos los seres que han recibido la vida de Atón, se asocian al acto de ofrenda.
Ciertos fragmentos permiten suponer —en el caso de que hayan sido correctamente interpretados— que en el interior del gran templo de Atón se hallaba representada la familia real en la intimidad, tomando el fresco bajo una parra. Se trataría entonces de una innovación, debida a la voluntad de la pareja solar de afirmarse en tanto que entidad divina, encontrando, pues, su lugar justo en el interior del recinto sagrado.
La teoría según la cual Atón no recibió del dios más que una ciudad y un solo templo es errónea. Cierto que era preciso ofrecer a Atón un lugar virgen, puro de toda influencia pasada. Sin embargo, una vez descubierta la sede divina, se levantaron otros santuarios para el dios. Sin hablar de Tebas, donde se conservaron los santuarios de Atón, hay que citar Heliópolis, Menfis, algunas ciudades del Delta y sin duda un emplazamiento en Nubia y otro en Siria, todo lo cual corresponde al desarrollo normal del culto ofrecido al dios principal de un reinado. Los artesanos de Akenatón trabajaron en todo Egipto, de norte a sur, incluso en las provincias sometidas al control egipcio.[24]
Se trata de un comportamiento totalmente habitual, que demuestra, si fuera necesario demostrarlo, que la autoridad del faraón se extendía a la totalidad del territorio. Akenatón no era un monarca encerrado en una ciudad mística, rodeada de enemigos. Una vez creada Aketatón, Atón tenía que estar presente en un máximo de templos, donde le acogían divinidades del lugar.
No obstante, la capital seguía constituyendo el punto central del culto, en la medida en que la pareja real se hallaba presente en ella.
Otro detalle relativo al gran templo de Atón: se inspiró probablemente en el santuario, muy alargado, construido por Tutmés I en Karnak. El templo de Amón se desarrolló después conforme a su genio específico. Ahora bien, ¿no intentó Akenatón, también en este aspecto, volver al origen, a una forma primera y primordial?