12. ¿EL EJERCITO SE HIZO CARGO DEL PODER?

Si bien hay que rechazar el término inadecuado de «persecución» en lo que se refiere a Amón, ¿no hay que pensar en otra teoría, a la que ha acudido varias veces en estos últimos años la investigación egiptológica, es decir, el lugar preponderante ocupado por el ejército en la ciudad del sol?

Ahmed Kadry ha subrayado especialmente la importancia creciente de la clase militar en el Imperio Nuevo.[17] Los soldados del faraón habían obtenido victorias importantes en Asia y garantizaban la seguridad del territorio. Por ello recibieron un cierto número de favores y disfrutaban de un prestigio nuevo en la sociedad egipcia. Su ascensión social tenía que traducirse inevitablemente por ciertos conflictos entre esos «nuevos ricos» y las clases acomodadas tradicionales, formadas por los escribas y los administradores.

¿No se apoya Akenatón en esta clase militar en pleno desarrollo?

Ciertos grandes signatarios amarnianos, como Ay y Horemheb, son soldados. Figuran entre los allegados del rey, que desdeña a la sociedad tebana para formar su propia casta de fieles.

Durante mucho tiempo, se ha extendido la leyenda de un Akenatón ultrapacifista, que rechazaba incluso la idea de la guerra, ensimismado en su sueño de paz eterna. La realidad es muy diferente. Como todo faraón, Akenatón era el jefe de un ejército poderoso y bien organizado. Por lo demás, los famosos talatates han revelado la presencia de tropas numerosas y muy regocijadas durante las ceremonias presididas por el rey. Este último, cuando sale de palacio, va protegido por su guardia personal. Soldados de élite corren detrás de su carro. Entre ellos, van portadores de espadas y de lanzas. En el ejército de Akenatón, hay sirios, nubios y libios, especializados en el manejo de la estaca arrojadiza.

En la tumba número 3 de Al-Amarna, que pertenece a Ahmes, flabelífero a la derecha del rey, aparecen representados los hombres de la infantería, con sus armas, escudos, lanzas y hachas. En la tumba nº 6, la de Paneshy, el rey, la reina y sus hijas se pasean en sus carros en medio de los soldados.

Sin embargo, esta presencia militar no tiene nada de amenazadora ni de austera. Los soldados juegan y se apostrofan con frecuencia. No lejos de ellos, grupos de músicos dan conciertos. Que en Aketatón hubo soldados en un número importante es un hecho cierto. E igualmente patente resulta el hecho de que estaban a las órdenes del faraón y que se integraban perfectamente en la sociedad atoniana.

Afirmar que Akenatón fue el juguete de militares incultos, a los que ofreció los más altos cargos del Estado, no se basa en nada. Ver al rey como una especie de «jefe de banda», apoyándose sobre la soldadesca para poner de rodillas a los sacerdotes de Tebas es propio de una novela negra y no corresponde a la historia egipcia. La sociedad faraónica no conocía la lucha de clases. El rey no tenía por qué tomar partido en favor de una categoría social y en contra de otra.

El ejército no tomó el poder en la ciudad del sol. Se contentó, como durante los reinados precedentes, con obedecer al rey y a sus oficiales superiores. En sus filas, formaban antiguos dignatarios tebanos, «hombres nuevos» y extranjeros.

Existía también una policía, dirigida por un tal Mahu. Su tumba en Al-Amarna, que lleva el nº 9, es la única terminada de toda la necrópolis. Mahu fue un alto funcionario eficaz. Había hecho construir fortines en el desierto para evitar cualquier ataque sorpresa contra la capital. En efecto, existían bandas de beduinos, más o menos controladas y siempre dispuestas al pillaje. En todo momento, la policía del desierto tuvo que cumplir numerosas misiones para asegurar la salvaguardia de las caravanas. Las escenas de la tumba de Mahu nos informan de que el jefe de policía de Aketatón impidió precisamente una incursión de esos nómadas, que fue cortada de raíz. Mahu interrogó personalmente a los prisioneros, en compañía del visir. Les acusó de estar pagados por una potencia extranjera, en un intento de sembrar la agitación en Egipto.

De aquí se deduce que la policía de Su Majestad se mantenía en guardia y se tomaba en serio el menor incidente. Mahu fue recompensado por sus méritos. Arrodillado delante del rey, la reina y su hija Mery-Atón, bañados por los rayos del sol divino, el jefe de policía recibe collares de oro, la más prestigiosa de las condecoraciones.

Aketatón no era una ciudad abierta a todos los vientos. Había puestos de guardia y de vigilancia. Un tal Tutu estaba encargado de «filtrar» a los extranjeros que deseaban instalarse en la capital. También él fue condecorado por el rey por su brillante hoja de servicios.

La ciudad de Atón no fue un enclave rousseauniano en el territorio egipcio. Akenatón no creía en el «buen salvaje», ni se comportaba como un poeta desencarnado. Jefe del ejército y de la policía, contaba con ellos para mantener en calma su capital y asegurar el orden público.

Militares y policías no forman, sin embargo, una clase dominante, capaz de imponer su voluntad al rey de Egipto. Akenatón no está más influido por los militares de Aketatón de lo que está amenazado por los sacerdotes de Amón en Karnak. Unos y otros son servidores del faraón y no manifiestan ninguna veleidad de rebelión contra él.