Este cuarto año del reinado es pródigo en acontecimientos. Durante uno de sus viajes, Amenofis IV se detiene en un lugar desértico del Medio Egipto, la actual Al-Amarna. No hay por qué imaginar que se sintiese cautivado súbitamente por el panorama. Dado que conocía perfectamente su país, ya fuese gracias a sus desplazamientos anteriores o gracias al estudio del catastro, el rey había hecho sin duda su elección algún tiempo atrás.
Karnak se estaba volviendo muy estrecho para Atón. El sol divino se veía obligado a cohabitar con Amón y otras divinidades. Cuando una potencia divina accedía al estatuto de dios del Imperio, había que atribuirle un emplazamiento nuevo, adaptado a su nueva función. Tal era el caso de Atón. Tras haberle construido templos en Karnak, el rey juzgó oportuno ofrecerle un lugar virgen de toda influencia, que le estuviese consagrado enteramente.
Dicho lugar no ha sido designado al azar. La futura ciudad santa de Atón se alzará poco más o menos a medio camino entre Tebas y Menfis. Supondrá un polo de equilibrio entre la capital del sur, encarnación del esplendor del Imperio Nuevo, y la del norte, símbolo de la gloria del antiguo Imperio. La nueva capital de Egipto será un tercer término, una revelación, que superará a las anteriores, englobándolas.
En la orilla este, frente a la ciudad de Atón, se alzaba Hermópolis, la vieja ciudad santa del dios Thot, el señor de los jeroglíficos, o palabras de Dios. Patrono de los escribas, guardián del conocimiento, Thot es también un dios-luna, visir y escriba del sol. Situadas cada una a un lado del río, las ciudades del sol y de la luna reconstruirán la unidad del cosmos, cuya luz se expresa a través de las dos luminarias. Para los egipcios, la luna no era otra cosa que el «sol de la noche».
Sol y luna son también los dos ojos del Creador, cuya mirada vuelve a crear el mundo cada mañana. La elección del faraón se basa en motivos metafísicos y simbólicos.
En el año 4, Amenofis IV hace su primera visita oficial al lugar en que será construida la futura capital. Anuncia que se excavarán allí tumbas para la familia real, y también para el toro sagrado de Heliópolis y los sacerdotes del dios Atón. Mediante esta declaración, el rey vincula de manera directa su reforma a los más antiguos cultos egipcios. A partir de ahora, la veneración de un dios solar constituirá el primer valor religioso del reino.
Lo cual equivale a decir que, al crear una nueva capital, Amenofis IV no lleva a cabo un acto revolucionario brutal e inesperado. Medita su elección, la anuncia, hace probablemente varios viajes al lugar y comienza a organizar los grandes trabajos. No imaginemos ni por un instante a un faraón místico, solo frente a funcionarios hostiles y un pueblo receloso. En primer lugar, la construcción de la ciudad hubiera sido imposible; por otra parte, una situación semejante hubiera sido impensable en el Egipto antiguo.
Amenofis IV es el rey. Los grandes cuerpos del Estado le obedecen. Que un rey construya una nueva capital no tiene nada de extraordinario. El acontecimiento se ha producido ya varias veces en el pasado.
La creación de la ciudad de Atón, que se convierte en la cuestión más importante del reinado, exige una modificación de la política económica. Es posible que Amenofis IV pusiese fin a los trabajos permanentes de restauración de los edificios de Karnak. Arquitectos, escultores, grabadores, dibujantes tendrán que consagrar en adelante sus esfuerzos al nacimiento de una ciudad entera. Lo mismo sucederá con los equipos de obreros especializados.
Una buena parte de las rentas consagradas a Tebas pasará a la nueva capital. La corte, los servicios administrativos, los altos funcionarios, los órganos vitales del reino han de acostumbrarse a la idea de cambiar de residencia.
Los documentos nos informan de que el rey, durante su primera estancia en Al-Amarna, residió bajo una gran tienda. Sin duda quiso vigilar personalmente el comienzo de los grandes trabajos y la actividad de los constructores.
Durante todo el quinto año del reinado, se despliega una intensa animación. Aketatón, «la región de luz de Atón», empieza a nacer. Piedra tras piedra, se alzan los templos, los palacios y las casas.
El rey no deja de ir y venir entre Tebas y Aketatón. El Nilo es una vía de comunicación muy cómoda, que permite desplazarse rápidamente. En Tebas, los consejos suceden sin duda a los consejos. En unos meses, el rey informa a los distintos cuerpos de Estado de sus decisiones. Las transferencias económicas, en el marco extremadamente rígido de la administración egipcia, exigen un esfuerzo considerable.
Probablemente es uno de los motivos por los que Amenofis IV, en este quinto año de su reinado, quiere ser calificado de «Aquél que vive de Maat». El rey insistirá con frecuencia en su vinculación con esta divinidad. Cuando se alimenta, cuando piensa, cuando enseña, el faraón «vive de Maat». En la célebre y magnífica tumba de Ramosis, visir de Tebas, que partirá hacia Al-Amarna al lado del rey, aparece representado Amenofis IV sentado bajo un dosel. Detrás de él, se encuentra la diosa Maat, que le magnetiza y le concede millones de años.
Maat es la soberana de la cofradía de las divinidades. La protección de Maat equivale a la protección de todas ellas. Es hija de Ra, de la luz divina, cuya esencia inmortal transmite. Es también la regla inmutable del universo, el ideal de los sabios, la verdad y la rectitud que ningún error podrá mancillar jamás.
Como todo faraón, Amenofis IV tiene la obligación de respetar Maat en su acción y de hacerla vivir. En caso contrario, la civilización se vería en peligro. Cuando Maat no reina sobre Egipto, el país está condenado a la decadencia y a la desgracia. Maat es el orden eterno.
El epíteto «que vive de Maat» estaba reservado normalmente a los dioses. ¿Akenatón demuestra al adoptarlo una tendencia a la desmesura? Nada menos evidente, puesto que, al afirmar su estatura de rey-dios, se refiere, una vez más, a la tradición del antiguo Imperio, a fin de hacer resaltar mejor el ser intemporal del faraón.
Si Amenofis IV insiste tanto en su lazo privilegiado con Maat, se debe quizá a la amplitud de la reforma que emprende. Quiere manifestar de la manera más clara que dicha reforma se inscribe en el orden de las cosas, en la Regla eterna, y que no procede del desorden.
Se trata de un punto esencial a los ojos de un egipcio. Si el faraón pretende escapar a Maat, si genera el desorden, está abocado a un fracaso seguro. La construcción de la ciudad de] sol tiene que colocarse bajo la protección de Maat, como tiene que colocarse el rey.
Todo está, por lo tanto, preparado para el nuevo acontecimiento. El rey se halla dispuesto a realizar el acto decisivo que le introducirá de manera irreversible en la vía que ha decidido seguir.
El día decimonoveno del tercer mes de la estación peret, el nombre de Amenofis IV aparecerá por última vez sobre un monumento.