6. DEL AÑO 1 AL AÑO 3:
ATÓN SE INSTALA EN KARNAK

El año 1 del reinado de Akenatón comienza, lógicamente, con su coronación ritual. Esta última, hecho fuera de lo común, no tiene lugar en el templo de Karnak, sino en Hermonthis, en la región tebana, una elección que, claro está, no se debe a la casualidad. Hermonthis es «la Heliópolis del sur», la ciudad correspondiente, en el sur, a la gran ciudad solar del norte. Se trata, pues, del primer homenaje rendido al antiguo culto solar y a su clero.

Es probable que quien dirigió la ceremonia de coronación no fuese otro que Aanen, el hermano de Tiyi, que desempeñaba cargos religiosos tanto en Karnak como en Hermonthis. Así se afirmaba el lazo entre los diversos cultos.

En este comienzo de reinado, no se da una ruptura con las tradiciones. En el templo de Sesebi, en el Sudán, existían criptas que formaban parte de un culto solar. Akenatón aparece representado en ellas en compañía de varios dioses, de acuerdo con las reglas del arte clásico. Otras representaciones nos ofrecen la imagen de un Akenatón adoptando las actitudes habituales en los reyes de Egipto.

Como afirma un texto de la bella tumba tebana de Keruef, Akenatón es todavía «El elegido de Amón-Ra». Las representaciones muestran al rey haciendo una ofrenda a Atum, señor de Heliópolis, y a otras divinidades, como Hator, señora del cielo. Señalaré de pasada que Akenatón no hizo destruir las escenas en que aparece como un faraón de lo más «clásico», junto a su padre, el rey Amenofis III, y su madre, la reina Tiyi, e insistiré más particularmente en los ritos realizados ante Atum. En efecto, este gran dios creador de los orígenes está vinculado a la teología de Heliópolis, cuya presencia en la filosofía religiosa de Akenatón comprobaremos con frecuencia.

Dos grandes centros religiosos, Menfis y Heliópolis, continuaban nutriendo la espiritualidad egipcia, a pesar de la preeminencia de Tebas. Los faraones del Imperio Nuevo visitaban con frecuencia Menfis, gran centro económico y ciudad del dios Ptah, patrono de los artesanos. En cuanto al prestigio de Heliópolis, seguía siendo inmenso. Los faraones que prepararon la vía para el «atonismo» tendieron cada vez más a apoyarse en el clero de Heliópolis, a fin de frenar las ambiciones tebanas.

Las relaciones políticas y religiosas entre Akenatón y Heliópolis fueron privilegiadas. Dado que desconfiaba de los tebanos, el rey tenía necesidad de una corporación religiosa ejemplar. Por su parte, los heliopolitanos estaban probablemente muy interesados por el ideal solar del rey, cercano al culto al que se consagraban.

En la montaña situada al este de Al-Amarna, se excavó una tumba para Mnevis, el toro sagrado de Heliópolis. Además, el gran sacerdote del culto de Atón ostentaba el título de «El mayor de los videntes», es decir, el título exacto del gran sacerdote de Heliópolis.

¿Estos datos precisos permiten afirmar que la religión de Atón se concibió en Heliópolis, el On de la Biblia, donde «Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios»? El estado actual de la documentación no permite dar una respuesta definitiva, pero es seguro que el pensamiento de Heliópolis influyó en Akenatón de manera determinante. Al menos en parte, el culto de Atón se presenta como una «reactualización» de las antiguas prácticas religiosas de Heliópolis.

Tenemos la prueba en la posición privilegiada que Akenatón atribuyó al dios halcón Horajti, «el Horus de la Doble Región de Luz», símbolo del aspecto creador de la luz solar. El rey concederá también la mayor atención al dios Chu, el que da la vida. Ambas divinidades pertenecen al fondo más antiguo de la religión egipcia y se hallan presentes en los Textos de las pirámides, consagrados a la resurrección del rey en el más allá. En Heliópolis se invoca a Atón bajo su nombre de Chu. Como ha señalado Van de Walle, la reina y las princesas adoptaron el tocado de plumas de Chu, aludiendo así a una mitología muy antigua. El disco solar, encarnación del dios Atón, es figuración de la vida en su función de luz. Sus rayos terminan en manos que sostienen el signo ankh, «vida», una simbología que insiste sobre el acto esencial del don y de la ofrenda. Así se prolongaba la filosofía tradicional de Heliópolis, que definía a Atum, el creador, como «Aquél que es y Aquél que no es» y que trae a la existencia lo que debe ser creado.

No se da ninguna ruptura entre Heliópolis y Al-Amarna. Los principios básicos de la civilización egipcia no han variado.

Akenatón no se contenta con elegir la Heliópolis del sur como teatro de su coronación. Adopta un título absolutamente inhabitual, definiéndose como «Primer profeta de Ra-Horajti, que se regocija en la región de luz en su nombre de Chu que es Atón». Ra-Horajti contribuye a la creación permanente de la vida: Chu es la luz solar vivificante; Atón aparece por primera vez como un concepto sintético que engloba todas estas nociones.

Atón, divinidad luminosa, vibra y se regocija en la «región de luz», es decir, el universo entero, en el que se inscribe Egipto. El nombre de esta potencia creadora aparece grabado en un doble cartucho, con objeto de manifestar su realeza celeste y terrestre, su reinado efectivo sobre levante y poniente, sobre la aparición de la vida y su desaparición momentánea en las tinieblas.

Amenofis IV hace construir importantes monumentos en Karnak para honrar a esta divinidad solar, en cuyo gran sacerdote se convierte. Es el primer acto de su reinado, el único del que ha quedado constancia. Según los textos, dichos edificios serán duraderos como el cielo y semejantes al disco solar.

De acuerdo con una inscripción descubierta en las canteras del Gebel Silsileh, el rey ordenó llevar a cabo el trabajo de sur a norte y emplear numerosos obreros para edificar en Karnak el gran benben de Ra-Horajti, en su nombre de «Brillantez que está en el disco».

El benben era la piedra celeste, la primera eminencia de la creación, que constituía el centro del gran templo solar de Heliópolis, lo que significa que Amenofis IV, al construir en Karnak, toma como modelo ese santuario de las primeras edades. ¿Su primera obra arquitectónica fue fiel a Heliópolis hasta el punto de construir un obelisco sobre una base, símbolo del benben? Lo ignoramos, ya que los edificios «atonianos» de Karnak fueron destruidos y sólo subsisten en forma de pequeños bloques recortados e incluidos en el interior de los pilonos. A través de este obelisco, o del piramidión, Egipto celebraba el nacimiento de la luz, la permanencia de un rayo petrificado, manteniendo la presencia divina en la tierra.

Amenofis IV no combate al dios Amón. No entabla ninguna lucha religiosa contra los sacerdotes de Amón. Se limita a convertir Karnak en el templo de Atón.

El acto es «revolucionario» en la medida en que parece cambiar al «propietario» divino de un templo. En realidad, no se expulsa a Amón de su morada. Continúa siendo su dueño, aunque una nueva forma divina ocupe, al comienzo del reinado de Amenofis IV, el primer plano de la escena religiosa.

Los santuarios atonianos se levantan al este de Karnak, allí donde sale el sol. Conocemos sus nombres. Hay cuatro templos, cada uno de los cuales lleva un nombre específico: “El disco solar ha sido encontrado” (gem-pa-Aton); «La morada de la piedra primordial (hut-ben-ben) que está en “el disco solar ha sido encontrado", nombre determinado por un obelisco; «Robustos son los monumentos del disco solar para siempre» (rud-menu-n-Aton-rneheh), donde existen escenas que muestran al rey y su corte dirigiéndose hacia las mesas de ofrendas, cubiertas de pan, vino y aves, mientras que los sirvientes aclaman al rey y al disco solar; por último, el santuario llamado «Exaltados son los monumentos del disco solar para siempre» (teni-menu-n-Aton-r-neheh), donde se veían muchas escenas de la vida cotidiana en palacio. Redford, utilizando un texto que, desdichadamente, no está completo, calcula que había alrededor de seis mil ochocientas personas empleadas en los cuatro templos. Como se ve, no se trataba de implantar una modesta capilla en honor del dios Atón, sino de organizar un nuevo culto en el interior de la inmensa Karnak.

En esos nuevos templos, aparece representado por primera vez el disco solar cuyos rayos terminan en manos. Además, el nombre del dios Atón está situado en un cartucho, es decir, el óvalo que, en las inscripciones jeroglíficos, rodea al nombre de los faraones.

Se considera, por consiguiente, a Atón como un rey-dios, identificándole con el propio faraón. Señor del cielo y de la tierra, Atón tiene como símbolo un disco solar, en torno al cual se enrosca una serpiente. Del cuello del reptil cuelga la famosa «llave de vida». En Egipto, la serpiente no evoca el mal, sino que está vinculada a la idea de las incesantes metamorfosis de la vida.

Los talatates, los pequeños bloques que formaban esos monumentos, nos han permitido conocer las escenas escogidas por Akenatón para ilustrar su reinado. Se ve especialmente al rey paseándose en carro, portador de la corona azul. El acto es ritual, como explica el texto: Aparición en gloria sobre su carro por Su Majestad, semejante al disco solar en medio del cielo, iluminando las Dos Tierras. Los caballos son magníficos, con penachos de plumas. Llevan un nombre sagrado: «[Tiro] creado por Atón».

En un talatate del segundo piloto, el faraón ofrece plantas al dios solar con cabeza de halcón. El estilo resulta un poco sorprendente, comparado con la estética tradicional. El dios y el rey tienen la misma configuración corporal, con el vientre hinchado.

Pero hay algo más sorprendente todavía, las estatuas colosales del faraón, de cinco metros de alto, que muestran una asombrosa deformación del rostro y de ciertas partes del cuerpo. Las facciones han sido alargadas y agrandadas. Tienen los ojos rasgados, las orejas enormes y con los lóbulos agujereados, la nariz muy larga, la barbilla y los labios gruesos. Esos colosos estaban adosados a los pilares de uno de los templos de Atón, en Karnak. Amenofis IV, que lleva en las muñecas y los bíceps brazaletes adornados con cartuchos conteniendo los nombres de la divinidad, sostiene en la mano derecha el flagellum y, en la izquierda, el cetro heka. Y aunque esos atributos, lo mismo que la doble corona, son absolutamente tradicionales, el cuerpo del rey presenta particularidades insólitas: senos, caderas y pelvis femeninos. Algunas de esas estatuas muestran al soberano desnudo y sin sexo.

Como Osiris, Amenofis IV, que está en la postura del rey muerto y divinizado, ha perdido su sexo, que debe ser recuperado por Isis, encarnada en la reina. Nefertiti actúa teológicamente a semejanza de Isis a fin de recrear el poder genésico del rey. A eso se debe el que la divinidad sólo pueda encarnarse, en su totalidad, en una pareja.[8] ¿Acaso el rey asexuado no es el símbolo perfecto de esta unicidad divina? A la vez hombre y mujer, representa el principio único antes de la separación de los sexos.

Según Yoyotte, los extraños colosos son la expresión de un simbolismo extremo, que muestra al rey a semejanza de Atón, es decir, como «padre y madre» de la creación. No es al individuo Amenofis IV al que exponen a la mirada, sino a un rey-dios.

Creer que los colosos son retratos fieles del monarca sería, en mi opinión, un error. El rey ha pedido a los escultores que creen una estética particular, correspondiente a la nueva formulación de Atón, que ha convertido en el corazón de su reinado.

Existen probablemente dos retratos de Amenofis IV, uno conservado en el Louvre y procedente del taller del escultor Tutmosis, en Al-Amarna; el otro conservado en el Museo de El Cairo. El primero, de sesenta y cuatro centímetros de altura, forma parte de un grupo construido en esteatita, mostrando el rostro magnífico de un rey plenamente sereno. El segundo, esculpido en roca calcárea, representa al monarca tocado con la corona azul. La representación, admirable, es de un clasicismo perfecto. La expresión de recogimiento se refleja con una intensidad poco común. A esas dos obras se les puede añadir sin duda una máscara de yeso, procedente igualmente del taller de Tutmosis.

A excepción de los labios, muy gruesos, ambos retratos no tienen nada en común con los rostros deformados de los colosos de Karnak. Estos últimos tenían por objeto dar cuenta de una nueva formulación teológica. Puesto que Atón recibía por primera vez el homenaje de un culto real, debía también disfrutar de formas artísticas inéditas.

La postura del rey es coherente: un nuevo dios instalado en Karnak, templos nuevos para acogerle, nuevas representaciones esculpidas para dar cuenta de una nueva teología. El conjunto hallaba su modelo en las muy antiguas tradiciones de Heliópolis, al tiempo que las reformulaba. Así se dieron los primeros pasos de la «aventura atoniana».