Capítulo 24

El vendaval que había barrido el interior del Selene parecía haberse llevado consigo algo más que el aire viciado. Al evocar los primeros días de su encierro, el comodoro Hansteen comprendió hasta qué punto había reinado allí una atmósfera tensa e incluso histérica, una vez pasada la primera impresión. Todos habían tratado de poner al mal tiempo buena cara, pero quizá se había excedido un poco en sus manifestaciones de falsa alegría y humor infantil.

Ahora que todo había pasado, era fácil comprender la causa de ello. El hecho que un equipo de socorro estuviese trabajando a pocos metros de distancia explicaba en parte este cambio, pero sólo en parte. La sensación de calma que todos experimentaban en aquel instante, procedía también de su encuentro con la muerte. Después de haber mirado a la muerte cara a cara, las cosas ya no eran igual. Las pequeñas manifestaciones de heroísmo y cobardía ya no volverían a producirse.

Nadie lo sabía mejor que Hansteen. Había visto producirse este mismo fenómeno otras muchas veces, cuando la dotación de una astronave afrontaba un momento de peligro en los confines del Sistema Solar. Aunque no se sintiese inclinado a hacer deducciones filosóficas, había tenido mucho tiempo para meditar cuando se hallaba en el espacio. Se preguntó a veces si los verdaderos motivos que impulsaban al hombre a buscar el peligro no serían la consideración del hecho que éste era el único medio de encontrar el compañerismo y la solidaridad que anhelaba de manera inconsciente.

Lamentaría tener que despedirse de todas aquellas personas…; sí, hasta de la señorita Morley, que entonces se mostraba todo lo amable y considerada que le permitía su temperamento. El hecho que pudiera pensar en el futuro de aquella manera, demostraba la confianza que ya lo dominaba. Nunca se podía estar seguro de nada, desde luego, pero la situación ya parecía completamente dominada. Aún no sabía nadie con exactitud cómo el ingeniero jefe Lawrence se proponía sacarlos de allí, pero el problema sólo consistía en elegir entre distintos procedimientos. Su encierro había pasado a ser de un tremendo peligro a una simple molestia.

Ni siquiera podían quejarse ya de escasez: por los tubos les llegaban sin interrupción agua y alimentos dentro de prácticos cilindros. Aunque nunca estuvieron en peligro de morir de hambre, se vieron sometidos a una dieta extremadamente monótona y el agua llegó a estar racionada por algún tiempo. Pero acababan de enviarles varios cientos de litros por las tuberías para que llenasen los depósitos casi vacíos.

Era extraño que el comodoro Hansteen, que solía pensar en todo, no se hubiese hecho esta pregunta tan sencilla: «¿Qué ha sido de toda el agua que teníamos al principio?»

Aunque tenía problemas más urgentes en la cabeza, la entrada de aquella masa suplementaria de agua a bordo debiera haberle preocupado. Pero la verdad es que no le preocupó…, hasta que ya era demasiado tarde.

La culpa por esta negligencia se podía achacarla igualmente a Pat Harris y al ingeniero jefe Lawrence. Fue el único defecto de aquel plan impecable y magníficamente ejecutado.

Pero bastaba con un defecto, con una omisión, para echarlo todo a rodar…

La Sección de Ingeniería de la cara visible de la Luna continuaba trabajando intensa, pero no desesperadamente y era una carrera contra reloj. Tenían incluso tiempo de construir maquetas de la nave, para hundirlas en el mar de polvo frente a Puerto Roris e intentar diversos medios de acceso para llegar a su interior. Los consejos y las ideas de todo género continuaban afluyendo, pero ya nadie les hacía caso. El método de trabajo estaba decidido y nada lo modificaría, a menos que se tropezase con obstáculos e imprevistos.

Veinticuatro horas después de inflar la tienda de caucho, todo el equipo especial había sido fabricado y despachado al lugar del siniestro. Lawrence, que deseaba con toda su alma no tener que mejorar nunca aquella marca, estaba muy orgulloso de su personal.

Pocas veces se reconocía a la Sección de Ingeniería el mérito de la labor que desarrollaba en la Luna; todos la consideraban algo muy natural, igual que el aire que respiraban…, olvidando que hasta aquel mismo aire era suministrado precisamente por los ingenieros.

Listo ya para entrar en acción, Lawrence se sentía por fin dispuesto para hablar al público…, y Maurice Spenser se hallaba dispuesto a facilitárselo de mil amores. Por fin había llegado el momento que tanto esperaba.

Según podía recordar, era también la primera vez en la historia de la televisión en que se celebraba una entrevista con la cámara a cinco kilómetros de distancia del entrevistado. Con aquella ampliación tan considerable, desde luego, la imagen era un poco borrosa, y bastaba la menor vibración en la cámara del Auriga para hacerla bailar en la pantalla. Por este motivo, todos los que se hallaban a bordo permanecían en la inmovilidad más absoluta y toda la maquinaria cuyo funcionamiento no fuese esencial había sido parada.

El ingeniero jefe Lawrence, revestido de nuevo con su traje espacial, estaba de pie al borde de la balsa, apoyado en una pequeña grúa de abanico allí colocada y de la cual colgaba un gran cilindro de hormigón abierto por ambos extremos, que era el primer segmento del tubo enorme que iba a hundirse en el polvo.

—Después de pensarlo muy bien —manifestó Lawrence para la cámara y el periodista distantes, pero especialmente para que le oyesen las personas encerradas quince metros más abajo—, hemos decidido que ésta es la mejor manera de resolver el problema. Este segmento de cilindro es un cajón neumático o arcón. Se hundirá fácilmente por su propio peso, y su borde inferior, terminado en una arista, cortará el polvo como un cuchillo corta la mantequilla.

»Disponemos de las secciones suficientes para llegar hasta la nave. Cuando establezcamos contacto con ésta, es decir, cuando la base del tubo se aplique contra el techo, su presión misma bastará para asegurar un cierre hermético, y entonces empezaremos a extraer el polvo con bombas. Una vez realizada esta operación, tendremos un pequeño pozo abierto que descenderá hasta el Selene.

»Eso no será más que la mitad de la batalla. Luego tendremos que conectar el pozo con una de nuestras tiendas a presión a fin que, al cortar la plancha del techo, no haya pérdida de aire. Pero yo creo…, mejor dicho, espero…, que estos problemas tendrán la solución que hemos calculado.

Permaneció callado un momento, preguntándose si debía entrar en otros detalles que pudiesen presentar la operación más complicada de lo que era en realidad. Prefirió no hacerlo. Los enterados ya podrían verlo por sus propios ojos…, y en cuanto a los demás, no se interesarían por aquellos detalles, o los considerarían como una muestra de pedantería. Toda aquella publicidad en torno al accidente (el director de la Comisión del Turismo había dicho que quinientos mil millones de personas lo seguían por la televisión), no le preocupaba mientras todo fuese bien. Pero si algo iba mal…

Alzó el brazo e hizo una señal al operario de la grúa:

—¡Abajo!

El cilindro se sumergió poco a poco en el polvo hasta desaparecer en sus cuatro metros de longitud, salvo un estrecho anillo que apenas sobresalía de la superficie. Se había hundido suave y fácilmente; Lawrence confiaba en que las restantes secciones se hundirían con la misma facilidad.

Uno de los ingenieros medía cuidadosamente la horizontalidad del anillo con un nivel de alcohol, para cerciorarse de si el cilindro se hundía en posición absolutamente vertical.

Cuando terminó, alzó el pulgar derecho y Lawrence contestó con la misma señal. Hubo un tiempo en que, como todos los veteranos del espacio, era capaz de sostener una extensa conversación, incluso bastante técnica, únicamente por señas. El lenguaje por signos era algo que todos los astronautas debían conocer, pues a veces la radio fallaba y había ocasiones en que no era deseable abarrotar el número limitado de frecuencias disponibles.

Lawrence gritó:

—¡Listo el número dos!

La tarea era bastante delicada, pues había que mantener rígida la primera sección mientras la segunda se ajustaba a ella por medio de tuercas, manteniendo la verticalidad del conjunto. En realidad, se habrían necesitado dos grúas para aquel trabajo, pero un bastidor hecho con viguetas en I sostenía el peso a pocos centímetros sobre la superficie del polvo, mientras la única grúa disponible realizaba la otra parte de la labor.

En una íntima plegaria pidió a Dios que no se produjesen errores en aquel momento.

La segunda sección fue levantada del trineo que la había traído de Puerto Roris y tres de los técnicos la empujaron con sus manos para colocarla verticalmente. En esta clase de trabajos adquiría importancia la distinción entre el peso y la masa. El cilindro que se balanceaba bajo la grúa pesaba relativamente poco…, pero su inercia era la misma que hubiera tenido en la Tierra, y hubiera podido aplastar a un hombre desprevenido, en una de sus lentas oscilaciones. Y había aún algo más, característico exclusivamente de la Luna: los lentos movimientos de aquella masa suspendida. En aquella gravedad, un péndulo tardaba dos veces y media más que en la Tierra en efectuar su recorrido completo. Esto siempre parecía normal, salvo para los que habían nacido en la Luna.

La segunda sección supuesta en el sitio correspondiente y encajada en la primera; luego fueron ajustadas y Lawrence dio orden de bajar el cilindro.

La resistencia del polvo iba en aumento, pero el cajón neumático continuaba hundiéndose suavemente por su propio peso.

—Ocho metros —dijo Lawrence—. Esto quiere decir que hemos hecho más de la mitad del camino. Colocar ahora la sección número tres.

Después del tercer segmento, sólo restaría añadir uno al tubo, aunque el ingeniero jefe había hecho traer otro de repuesto, por si acaso. Sentía un gran respeto por la facultad que poseía el mar de polvo para tragarse el material. Hasta entonces, sólo habían perdido unas cuantas tuercas y pernos; pero si el segmento de hormigón se soltaba del gancho, desaparecería en un santiamén. Y aunque no se hundiese muy de prisa, especialmente si cayese sobre el polvo de lado, bastaría que se hundiese un par de metros para que fuese imposible recuperarlo. No podían perder tiempo salvando su propio material de salvamento.

El cajón número tres se hizo descender sin dificultad. El conjunto se hundió con gran lentitud, pero se hundió. En algunos instantes, si todo iba bien, chocaría con el techo de la nave.

—Hemos alcanzado los doce metros de profundidad —anunció Lawrence a los pasajeros del Selene—. Estamos sólo a tres metros de ustedes. De un momento a otro podrán oírnos.

Así fue, y el golpe que dio contra el casco el fondo del pozo improvisado renovó la tranquilidad del ánimo de todos. Hacía más de diez minutos que Hansteen percibía la vibración del tubo de entrada de oxígeno al rozar con el cajón y hasta podía saber cuándo se detenía y cuándo volvía a moverse.

¡Ya estaba! El ruido se repitió, acompañado esta vez por una fina lluvia de polvo caída desde el techo. Los dos tubos de aire atravesaban todavía el techo, y el cemento rápido, del que estaba provista la caja de herramientas de la nave y que había sido colocada alrededor de los orificios, parecía estar aflojándose. Hansteen creyó oportuno hacérselo notar al capitán.

—Es extraño —respondió Pat—. La vibración no debería afectar al cemento.

Trepó sobre un asiento y examinó el conducto de aire; permaneció en silencio y, bajando con gesto preocupado, se volvió a Hansteen:

—Ese tubo está tirando hacia arriba. Se ha acortado por lo menos un centímetro y poco más desde que coloqué el cemento… —se detuvo presa de repentino pánico, y murmuró—: ¡Dios mío! ¿Y si estuviéramos hundiéndonos todavía?

—Nada malo puede suceder —repuso con calma el comodoro—. Es de esperar que el polvo siga sedimentándose bajo nuestro peso. A juzgar por lo que me dice, sólo nos hemos hundido poco más de un centímetro en veinticuatro horas, y la balsa puede alargar los tubos si los necesitamos.

Pat sonrió algo avergonzado:

—Sí, claro. Lo probable es que hayamos seguido sumergiéndonos muy lentamente todo el tiempo; pero ésta es la primera oportunidad que tenemos de comprobarlo. De todos modos, creo conveniente informar al señor Lawrence porque puede tener que modificar sus cálculos.

Pat se dirigió a la parte delantera, pero no pudo llegar hasta allí.