17

En ese punto, esposada a los postes de la cama en la casa de verano de la orilla norte del lago Kashwakamak, que no tenía diez años, sino treinta y nueve y que llevaba casi doce horas de viudedad, comprendió repentinamente dos cosas: que estaba dormida y que revivir el día del eclipse no era estar soñando. Durante un rato había llegado a pensar que se trataba de un sueño, sólo un sueño, como el sueño de la fiesta de cumpleaños de Will, en el que la mayoría de los invitados o estaban muertos ya o hacía años que no los veía. Esta nueva película mental poseía la cualidad surrealista casi sensible de la anterior, pero resultaba poco fiable porque la norma de todo aquel día era el surrealismo y la ensoñación. Primero, el eclipse, y después su padre…

«Se acabó», decidió Jessie. «Fuera, abandono».

Hizo un intento convulsivo para salir del sueño, del recuerdo o de lo que fuese. Su esfuerzo mental se tradujo en una contorsión de todo el cuerpo y la cadena de las esposas tintinearon sordamente a impulso de las violentas contracciones de Jessie, al moverse de un lado a otro. Casi lo consiguió; por un instante, pareció encontrarse casi libre. Y pudo haberlo logrado, hubiera alcanzado su objetivo, de no haber cambiado de idea en el últimos segundo. Lo que la detuvo fue el pánico inarticulado pero abrumador que le produjo una figura, una figura expectante capaz de convertir, por comparación, en algo baladí lo que sucedió aquel día en el porche… bueno, si tuviese que afrontarlo…

«Pero quizá no tenga que afrontarlo. Todavía no».

Y tal vez el apremiante impulso de ocultarse en el sueño… también podía haber sido otra cosa. Como si una parte de ella pretendiera tirar de la manta y descubrir el pastel de una vez por todas, sin importar lo que costase.

Se dejó caer sobre la almohada, cerrados los ojos, levantados los brazos y separadas las piernas en postura de sacrificio, pálido y rígido el rostro a causa de la tensión.

—Especialmente vosotras, las chicas —murmuró en la oscuridad—. Especialmente todas vosotras, chicas.

Se hundió en la almohada, y el día del eclipse la reclamó de nuevo.