legaste a encontrar esos papeles que perdiste?

—¿Qué papeles? —preguntó Celluci, sosteniendo la puerta del restaurante.

—Los papeles que vino a recoger tu prima al museo. —La Dra. Shane sacudió la cabeza al ver su expresión atónita—. ¿No la llamaste ayer y le pediste que fuese a por ellos al museo después de trabajar…?

De repente, Celluci lo comprendió.

—Ah, esa prima. Esos papeles. —Se preguntaba si Vicki le habría dejado a oscuras a propósito o si no se le había ocurrido informarle de su nueva relación—. Aparecieron esta mañana en la oficina. Supongo que debería haberte llamado para decírtelo. —Intentó mostrar una sonrisa encantadora y anotó mentalmente ocuparse de Vicki más tarde—. Pero te he llamado para invitarte a cenar.

—Sí.

Ella no parecía especialmente hechizada, pero tampoco inmune del todo.

Celluci tenía ciertos problemas para decidir cómo plantearse aquella noche. La Dra. Rachel Shane podría tener información que ayudaría a encontrar y capturar a la momia, lo que significaría que tendría que interrogarla y, para complicar las cosas, no podría hacerlo directamente, o ella querría saber por qué. No podía decirle por qué.

Mira, así es como están las cosas: la momia que mató al Dr. Rax ahora merodea por la ciudad y necesitamos lo que sabes para atraparla.

¿Y de dónde ha salido esa momia?

Del sarcófago de vuestro taller.

Pero te dije que estaba vacío.

La momia te ha manipulado la mente.

Perdone, camarero, ¿podría llamar a un número de urgencia? Estoy cenando con un loco.

No. Si se lo dijese no conseguiría más que eliminar la única fuente de información que tenía. Una científica entrenada para extraer conocimientos de trozos de huesos viejos y cerámica no se creería que esos huesos fueran a levantarse y a cometer un asesinato porque lo dijesen un policía de homicidios, una investigadora privada listilla y un… escritor de novelas rosa. Necesitaría pruebas, y sencillamente no las tenía.

Si se lo dijese también sería seguro que nunca la volvería a ver, pero, con cuatro muertos, lo que ella pensase sobre él personalmente era bastante menos importante.

La verdad es que necesitaba la información, y tendría que usar el interés de ella en él para obtenerla. Una vez había visto a Vicki sonsacar a un hombre con solo parpadear e intercalar un «¿De verdad?» sin aliento en cada pausa de la conversación. Él no tendría que rebajarse a tanto, pero aún así, Rachel Shane se merecía algo mejor. Con un poco de suerte, tendría ocasión de compensarla en otro momento.

A medida que transcurría la cena, no tuvo problemas para hacer que ella hablase sobre sí misma y su trabajo. En la policía había aprendido hacía mucho tiempo a explotar el gusto de las personas por hablar de sí mismas, y cada año se resolvía un sorprendente número de crímenes sólo porque el culpable no era capaz de estar callado y lo contaba todo. Tampoco fue difícil llevar la conversación al terreno del antiguo Egipto.

—Tengo la sensación —dijo ella al dejar el camarero en la mesa el postre y el café—, de que sólo debería haberte dado mi nombre, rango y número de serie. No me han interrogado de una forma tan meticulosa desde que defendí mi tesis.

Celluci se recogió el rizo de la frente y buscó algo que decir. Tal vez había estado investigando con demasiada profundidad. Tal vez no había sido tan sutil como podía. El deseo de ser sincero no dejaba de enfrentarse al de ser taimado.

—Es que es un alivio no tener que hablar de mi trabajo —dijo finalmente.

Ella arqueó una ceja de color tostado.

—¿Y cómo es que no me lo creo? —musitó, echándose crema en el café—. Estás intentando averiguar algo, algo importante para ti. —Elevando la barbilla, lo miró directamente a los ojos—. Lo averiguarías mucho más deprisa si te decidieras y me lo preguntaras. Entonces no tendrías que desperdiciar una noche.

—No creo que haya desperdiciado la noche —protestó él.

—Ah. Entonces has averiguado lo que necesitabas saber.

—¡Por Dios, Vicki, no trastoques lo que digo!

Ambas cejas se elevaron, haciendo trizas el silencio.

—¿Vicki?

Realmente había dicho Vicki. Ah, mierda.

—Es una antigua compañera. Discutimos mucho. Es algo natural que una respuesta así lleve su nombre.

Las cejas seguían alzadas.

Celluci suspiró y alargó las manos en señal de rendición.

—Rachel, perdona. Tenías razón, necesitaba información, pero no puedo decirte por qué.

—¿Por qué no? —Las cejas habían bajado, pero el tono era decididamente frío.

—Sería demasiado peligroso para ti. —Esperó a que ella replicase, y al no hacerlo se dio cuenta de que estaba esperando una respuesta de Vicki.

—¿Tiene esto algo que ver con la muerte del Dr. Rax?

—Sólo indirectamente.

—Creía que te habían retirado del caso.

Él se encogió de hombros. Cualquier cosa que dijese llegados a ese punto le daría ideas a Rachel, y si le hablase de contratar a Vicki (por no mencionar a su acompañante sobrenatural), sólo complicaría más las cosas.

—Ya sabes que ayudaré en todo lo que pueda.

La mayoría de la gente que Celluci conocía dividía al hombre y al policía en dos paquetes ordenados y bien separados. Algunas diferencias sutiles en el tono y la compostura le indicaron que Rachel Shane acababa de cerrar el primer paquete y de abrir el segundo.

Lo tuvo en función de oficial de policía durante el resto de la noche y, cuando la dejó en su apartamento, Celluci tuvo que admitir que, aunque se sentía como si hubiese terminado el curso 101 de arqueología, en lo que respectaba a citas no había sido exactamente un éxito. Era evidente que ella no tenía intención de invitarle a pasar.

—Gracias por la cena, Mike.

—De nada. ¿Puedo llamarte otra vez?

—Bueno, vamos a hacer una cosa —lo miró detenidamente, con expresión pensativa—. Si decides que quieres verme a mí y no a la directora suplente del departamento de Egiptología del Royal Ontario Museum y te deshaces de los planes secretos, me lo pensaré. —Dejando entrever una media sonrisa por encima del hombro, se dirigió al edificio.

Celluci sacudió la cabeza y volvió al coche. Rachel le recordaba a Vicki en varias cosas. Si no fuese tan… tan…

—Tan Vicki —decidió finalmente, saliendo de la autopista y dirigiéndose a Hurón Street sin pensarlo. No fue hasta que empezó a buscar un sitio para aparcar, que, como de costumbre, eran difíciles de encontrar cerca de la casa de Vicki, que se empezó a preguntar qué demonios estaba haciendo.

Rodeó dos veces más el bloque antes de encontrar un sitio y decidió que no necesitaba ninguna excusa para estar allí. Ni siquiera necesitaba particularmente una razón.

sep

Cuando Vicki oyó la llave en el cerrojo supo que tenía que ser Celluci, y por un breve instante consideró dos reacciones completamente opuestas. Para cuando él abrió la puerta, ella ya había logrado poner orden en el caos mental y estaba preparada para él.

Si cree que va a obtener simpatía después de que la Dra. Shane le haya dado calabazas, va listo.

—¿Qué coño haces aquí?

—¿Por qué? —Celluci arrojó la chaqueta sobre el gancho de cobre del salón—. ¿Esperabas a Fitzroy?

—¿Qué pasa contigo? —Ella se levantó las gafas y se frotó los ojos—. De hecho no, no lo esperaba. Esta noche está escribiendo.

—Me alegro por él. ¿Cuánto tiempo lleva aquí este café?

—Como una hora. —Colocándose las gafas de nuevo sobre la nariz, lo vio servirse una taza y revolver dentro de la nevera en busca de crema. Parecía, bueno, si tenía que ponerle nombre, diría que la melancolía era lo más cercano. Dios, a lo mejor la Dra. Shane le ha roto el corazón. Su propio corazón sufrió un curioso sobresalto. Lo ignoró—. Entonces, ¿cómo ha ido la cita?

Él tomó un sorbo de café y en dos pasos atravesó la pequeña cocina de Vicki y se colocó detrás de la silla de esta.

—Ha ido. ¿Y todos esos libros?

—Investigación. Te lo creas o no, una licenciatura en historia cubre muy poco sobre el antiguo Egipto.

A sus espaldas, Celluci resopló.

—No vas a conseguir demasiada ayuda por parte de los historiadores.

Vicki reclinó la cabeza hacia atrás y le sonrió con complacencia.

—Por eso es por lo que estoy investigando mitos y leyendas. Entonces, eh, ¿la Dra. Shane no respondió al célebre encanto Celluci? «¿Confesión garantizada en cincuenta pasos?».

Él empujó la cabeza de Vicki hacia delante, dejó la taza de café y le masajeó los hombros con los dedos.

—No lo utilicé.

Ella inspiró, respirando bruscamente; parte dolor, parte placer.

—¿Por qué no? —Esto es como arrancarse una costra, decidió. Una vez que empiezas ya no quiere parar; no preguntes—. Te gustaba.

—No seas gilipollas, Vicki. No la hubiese invitado a cenar si no me gustase. Podría haberla interrogado en su oficina con muchísima más comodidad. Creo que es atractiva, inteligente, segura…

Por supuesto, el problema que tiene arrancarse costras es cuando llegas tan profundo que empiezan a sangrar.

—… y, como resultado, me di cuenta de que había pasado la mayor parte de la noche pensando en ti. —Terminó de masajearle los hombros, cogió su café y se dirigió al cuarto de estar.

Vicki abrió la boca, la cerró e intentó dar con algún tipo de respuesta. Desde el principio, nunca habían hablado de su relación; la aceptaban; la dejaban estar. Cuando volvieron a estar juntos aquella primavera fue con los mismos parámetros. Este hijoputa está cambiando las reglas… Pero por debajo de la protesta reconoció cierto alivio. Ha pasado la mayor parte de la noche pensando en mí. Y bajo el alivio, cierto pánico. Y ahora, ¿qué? Él estaba esperando que dijese algo, pero no sabía qué decir. ¡Dios, por favor, manda algo que lo distraiga!

El golpe en la puerta la hizo girarse tan deprisa que se le cayeron las gafas.

—Adelante.

He pedido una distracción, no un desastre, murmuró segundos más tarde.

Celluci echó hacia delante el asiento reclinable.

—Creía que esta noche estabas escribiendo —gruñó, situado de pie y mirando al pasillo con una mueca agria.

Henry sonrió con deliberada provocación. Sabía que Celluci estaba en el apartamento antes de llamar; oía su voz, sus movimientos, su corazón. Pero el mortal tenía los días; no se quedaría también con la oscuridad.

Estaba escribiendo. Ya he terminado.

—¿Otro libro? —La palabra libro sonó como si fuese algo que apareciera en las suelas de los zapatos tras un enérgico paseo por un corral.

—No. —Colgó la gabardina al lado de la chaqueta de Celluci—. Pero he terminado el trabajo que pensaba hacer esta noche.

—Debe de ser agradable, porque no es ni medianoche. Aún así, no es como si fuera un trabajo de verdad.

—Bueno, seguro que no es tan agotador como sacar a alguien a cenar y después mantener la ilusión de que te gusta cuando en realidad sólo te interesa lo que sabe.

Celluci dirigió una mirada furibunda a Vicki, que dio un respingo.

—Golpe bajo, Henry. Mike tuvo que hacerlo. No quería.

Henry se dirigió a la cocina, con lo que los dos hombres, aunque en habitaciones distintas, quedaron separados por menos de treinta metros, con Vicki sentada en el medio, directamente entre ellos. El primero inclinó la cabeza con garbo.

—Tienes razón. Ha sido un golpe bajo. Pido disculpas.

—Una mierda.

—¿Me estás llamando mentiroso? —La voz de Henry se había tornado engañosamente suave; era la voz de un hombre que se había visto elevado al mando, la voz de un hombre con siglos de experiencia a sus espaldas.

Celluci no podía sino responder. Su rabia no tenía más oportunidades que un copo de nieve en el infierno para dejar huella en el otro, y lo sabía.

—No —dijo forzando las palabras a través de los dientes apretados—. No te estoy llamando mentiroso.

Vicki pasó la vista de uno a otro y sintió un fuerte deseo de ir a por una pizza. Las corrientes que existían entre los dos eran tan fuertes que, cuando sonó el teléfono, creyó que tendría que luchar contra ellos para contestarlo.

—Hola cariño. Son las once pasadas y es más barato, así que he pensado en llamarte un rato antes de irme a la cama.

Lo que faltaba.

—Mal momento, mamá.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Tengo, eh, compañía.

—Ah. —Aunque no eran directamente desaprobatorias, las dos letras llevaban consigo una cantidad desproporcionada de peso conversacional—. ¿Michael o Henry, cariño?

—Eh… —Vicki sabía en el momento en que se detuvo que era un error. Su madre era una experta en interpretar los silencios.

—¿Los dos?

—Créeme, mamá, no fue idea mía —frunció el ceño—. ¿Te estás riendo?

—Ni se me ocurriría.

que te estás riendo.

—Mañana te llamo, cariño. No me pierdo el desenlace de eso.

—Mamá, no cuelgues… —Se quedó mirando el auricular y lo colgó de golpe—. Bueno, espero que estéis contentos. —Se levantó de golpe de la silla y la apartó hacia atrás de una patada—. Voy a estar oyendo hablar de esto el resto de mi vida. —Pasando la mirada de Celluci a Henry y viceversa, elevó el tono de su voz una octava—. No digas que no te avisé, cariño. Bueno, qué esperas de dos jóvenes… Te voy a decir lo que espero, espero que se comparten como seres humanos inteligentes y no como dos perros peleándose por un hueso. ¡No veo que haya ninguna razón para que no nos podamos llevar bien!

—¿No? —preguntó Henry, con cierta incredulidad.

Vicki, reconociendo el sarcasmo, se volvió a él y le dio una bofetada.

—¡Cállate, Henry!

—Siempre ha sido una mentirosa pésima —murmuró Celluci.

—¡Y cállate tú también! —Respiró profundamente y se colocó las gafas sobre la nariz—. A ver, ya que estamos aquí los tres, creo que deberíamos estar discutiendo el caso. ¿Alguno de vosotros tiene algún problema con eso?

Celluci resopló.

—Ni me atrevería.

Henry alargó las manos, dejando claro lo que pensaba.

Se trasladaron al cuarto de estar, todos ellos conscientes de que se trataba sólo de una prórroga. A Vicki le parecía bien; si tenían que resolver sus asuntos, lo podían hacer sin estar ella en la línea de fuego.

—… Así que no hay ninguna razón aparente por la que asesinasen a Trembley y su compañero, pero sólo lavasen el cerebro a la gente del museo. —Celluci tomó otro sorbo de café, hizo una mueca por el sabor y continuó—. La única diferencia entre los dos casos es que la gente del museo pasó tres días cerca de eso, mientras que Trembley lo vio durante unos tres minutos.

—Así que a lo mejor hace falta estar cerca para poder manipular la mente de alguien. —Vicki mordisqueó pensativa la punta de su lápiz durante un momento, y luego lo escupió y añadió—: Me pregunto por qué mató a aquel limpiador.

Celluci se encogió de hombros.

—¿Porque podía? A lo mejor sólo estaba estirando los músculos después de haber estado encerrado tanto tiempo.

—A lo mejor tenía hambre. —Henry se inclinó hacia delante para hablar—. Resultó que el limpiador era el que estaba más cerca cuando se despertó totalmente.

—Entonces, ¿qué es lo que comió? —preguntó Celluci con sorna—. No había ninguna marca en ese cuerpo, y estaban seguros por huevos de que no faltaba nada.

Henry se volvió a sentar y dejó que las sombras de la esquina del cuarto de estar lo cubriesen otra vez.

—Eso no es del todo acertado. Cuando encontraron al limpiador, le faltaba su vida.

—¿Y crees que la momia se la comió?

—Los mortales siempre tienen leyendas sobre los que alargan sus vidas devorando las de los demás.

—Sí, y eso son leyendas.

Las sombras ni pudieron ocultar la sonrisa afilada de Henry.

—También lo soy yo. Y a ese respecto, también lo son las momias andantes. Y los demonios. Y los hombres lobo…

—¡Vale, vale! Capto la idea. —Celluci se pasó una mano por el pelo. Realmente odiaba todas aquellas mierdas sobrenaturales. ¿Por qué él? ¿Por qué no el Detective Henderson? Henderson llevaba un amuleto en una correa de cuero, por el amor de Dios. ¿Y cómo es que antes de que Vicki se involucrase con Fitzroy lo más parecido a un suceso sobrenatural en la ciudad era cuando los Leafs conseguían ganar dos partidos de una ronda? Sólo porque no veas algo no quiere decir que no exista. Vale, sabía cuál era la respuesta a eso. Suspiró y se preguntó cuántos crímenes sin resolver se podrían atribuir a duendecillos y fantasmas y cosa que iban por ahí brincando por la noche. Por mucho que quisiese, no podía echarle la culpa de todo a Fitzroy—. Entonces, ¿por qué mató al Dr. Rax?

—Seguía teniendo hambre y el Dr. Rax entró solo en el taller.

—Pero debería saber que con dos muertos en el mismo sitio provocaría una investigación. ¿Por qué buscarse tantos problemas para esconder su rastro y luego hacer algo tan estúpido?

—El Dr. Rax lo descubrió cuando se iba, y él reaccionó de una forma excesiva.

—Ah, estupendo. —Vicki puso los ojos en blanco—, una momia impulsiva. —Bostezó y se colocó las gafas con la punta del lápiz—. Por lo menos sabemos que puede cometer errores. Desgraciadamente, parece ser que su dios también sobrevivió.

Las cejas de Celluci se elevaron por encima del borde de su pelo.

—¿Y cómo sabes eso?

—Anoche en el museo…

—Un momento. —Celluci levantó la mano—. ¿Fuiste al museo anoche? ¿Después de cerrar? Te has colado en el Royal Ontario Museum… Puede que él no, —Celluci señaló a Henry con el dedo y luego se giró para mirar a Vicki—, pero sabes perfectamente que eso va contra la ley.

Vicki suspiró.

—Mira, no nos hemos colado en ningún sitio, no hemos tocado nada, sólo echamos un vistazo rápido. Es tarde, estoy cansada. Si no vas a detenerme, déjalo. —Se detuvo, sabiendo que Celluci no podía hacer nada más que aceptarlo; sonrió y continuó—. Encontramos un dibujo en la mesa del Dr. Rax, y después una ilustración que se correspondía con un libro de dioses y diosas antiguos, también en la mesa del Dr. Rax.

—¿Y?

—La ilustración me miró. —Tragó y se puso el lápiz detrás de una oreja para poder secarse en los vaqueros las palmas de las manos, humedecidas repentinamente—. Los ojos eran rojos y brillaban, y me estaba mirando.

Celluci soltó un bufido.

—¿Cuánta luz había en la habitación?

—Sé lo que vi, Mike. —Entornó los ojos—. Y la retinitis pigmentosa no produce alucinaciones.

Él examino su rostro durante un momento y asintió.

—¿Tiene nombre ese dios?

—Sí, Akh…

La mano de Henry estaba firmemente colocada sobre la boca de Vicki antes de que ninguno de ellos pudiese verlo moverse.

—Cuando llamas a los dioses por su nombre —dijo suavemente—, atraes su atención. No es una buena idea.

Quitó la mano y Celluci esperó la explosión. Vicki, más que la mayoría de la gente, no se tomaba bien el que la hiciesen callar de aquella forma. Al ver que no había explosión, sólo pudo pensar que la acción de Fitzroy era justificada, y un escalofrío de intranquilidad le recorrió la espalda. Si aquel dios antiguo había asustado a Victoria Nelson, no quería toparse con él.

Vicki, con los dedos todavía alrededor de la muñeca de Henry, se humedeció los labios e intentó no imaginar aquellos ojos ardientes echando un vistazo con más detenimiento. Un momento después, lo soltó.

—Creo que podemos afirmar con seguridad, que… hay una conexión entre ese dios y la momia.

—La momia probablemente es el sumo sacerdote del dios —sugirió Celluci. Cuando Vicki y Henry se volvieron a la vez para mirarlo, se encogió de hombros—. Eh, que yo veo películas de terror.

—No es que sea una fuente creíble de investigación —señaló Henry volviendo a su asiento en la penumbra.

—Sí, vale, no todos somos amigos íntimos del Conde Drácula.

—Caballeros, son las dos de la mañana, ¿podemos seguir con esto antes de que me caiga rendida? —Vicki bostezó y se reclinó sobre el respaldo—. Tal y como están las cosas, creo que Celluci tiene razón.

—Vaya, que maravilla —murmuró él.

Lo ignoró.

—Las ruedas del coche de Trembley estaban torcidas, pero el propio coche se movía en línea recta. Eso sólo pasa cuando se aplica una fuerza exterior. No había ninguna fuerza exterior visible. Según los libros que he estado leyendo, los sacerdotes del antiguo Egipto también eran hechiceros.

—¿Estás diciendo que la momia mató a Trembley con magia? —preguntó Celluci, incrédulo.

—Todas las piezas encajan.

En el silencio que siguió a aquello, se pudo oír con claridad el sonido del grifo de la cocina goteando segundo a segundo.

—Que coño —suspiró Celluci—, ya me he creído siete cosas imposibles antes del desayuno, qué más da otra más.

—Entonces, —Vicki señaló los puntos con los dedos a medida que los enumeraba—, lo que estamos intentando encontrar es al hechicero sacerdote reanimado de un dios que puede vivir o no con la fuerza vital de otros, que puede manipular las mentes de los que le rodean y que puede matar mágicamente a distancia.

—Estupendo. —Celluci bostezó tapándose la boca con el puño—. Y en esta esquina, los tres hermanos Marx.

—Mee, mee —contestó Henry.

Vicki se inclinó bruscamente y contempló a Henry horrorizada mientras Celluci asentía como para expresar su aprobación.

—No me lo puedo creer —murmuró. Vicki tenía la teoría de que los hermanos Marx hacían bromas relacionadas con el sexo porque nunca habían conocido a una mujer a la que les hiciese gracia. Eso no hacía más que demostrar su teoría, ya que lo único que Mike y Henry tenían en común eran los cromosomas «Y». ¡Se supone que los vampiros deben tener algo más de buen gusto!—. Si no os importa volver al tema, a lo mejor os gustaría oír el resto.

Celluci, que realmente deseaba probar otra broma para ver la reacción de Vicki, decidió no hacerlo cuando se dio cuenta de con quién tendría que hacerla. Las bromas de los hermanos Marx eran algo que se hacía con tus colegas, no con… escritores de novelas rosa.

—Sigue —gruñó.

Henry se limitó a asentir. No quería tener nada más en común con Celluci de lo que este quería tener en común con él. Salvo, por supuesto, aquello que ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder

—Vale… —Vicki se interrumpió bostezando, y aunque había dormido un rato por la tarde, sabía que si no se acostaba pronto, no habría forma de que estuviese consciente al amanecer. Acabemos con esto deprisa y me voy a dormir—. Vale, dejando el detalle del hechicero un momento, ¿qué es lo que quieren los sacerdotes? Fieles. Porque sus dioses quieren seguidores. Y creo que sé lo que pretende la congregación de este dios. —Mientras la cara de Celluci se oscurecía, ella resumió su conversación con el Inspector Cantree—. Va a por el cuerpo de policía, no sólo en Toronto, sino en toda la provincia. Es su propio ejército privado, y el comienzo perfecto para una base de poder laico.

—¿Por qué se interesaría un dios por obtener una base de poder laico? —preguntó Henry.

Vicki resopló.

—No me lo preguntes a mí, pregúntale a la Iglesia Católica. Mira, el dios quiere a los fieles y el sacerdote quiere la base de poder. Sea como sea, no puedo imaginarme que este tipo sea altruista, y la policía puede proporcionarle las dos cosas.

—Entonces, ¿para qué lo de la provincia? ¿Por qué no empezar con la ciudad?

—Las ciudades no son lo bastante autónomas, están demasiado controladas por niveles superiores de gobierno. Pero si controlas una provincia, controlas un país dentro del país. Mira Québec…

—Muy flojo, Vicki, muy flojo —gruñó Celluci, usando por fin su voz de ira, sin saber qué le enfurecía más, que la momia se atreviese a hacerse con la policía o que ella pensase que eso era posible—. No tienes pruebas de que el nuevo consejero sea la momia.

—Tengo una corazonada —le dijo Vicki con voz afilada—. Con esto empezaste tú y mira a dónde nos ha llevado. Los mensajes repetidos de Cantree procedentes del jefe parecían escrituras sagradas. Ya sabes que ese no es su estilo. —Intercambiaron miradas. Cuando Celluci apartó la vista, Vicki continuó—. Uno de nosotros tiene que ir a la fiesta del subsecretario de Justicia el Sábado.

—¿Uno de nosotros? —preguntó Henry sutil.

—Vale, tú. —Levantando el respaldo de golpe, Vicki se rodeó las rodillas con los antebrazos—. Más de la mitad de los que van a ir nos conocen a Mike o a mí, así que no podemos hacerlo. Además, es sólo para invitados, y a ti se te da saltarte los…

—Obstáculos sociales —completó él cuando ella se detuvo—. Tienes razón, tendré que hacerlo.

—¿Y si Vicki se equivoca y la momia no está ahí?

Henry se encogió de hombros.

—Entonces me iré temprano y no pasa nada.

—¿Y si tiene razón?

Celluci recordaba un establo oscuro y unos dedos pálidos apretando la garganta de un hombre con unos pocos segundos de vida. Apartó los ojos de la sonrisa.

—¿Crees que puedes vértelas con el sacerdote hechicero?

En realidad no tenía ni idea, pero no iba a dejar que Celluci lo supiera.

—No me faltan recursos.

—Entonces está decidido. —Vicki se levantó y se estiró, enderezando la columna—. Esta pequeña sesión ha sido muy útil. Después de la fiesta, nos reunimos y hablamos otra vez. Gracias a los dos por venir. Idos a casa. —Dejó bastante claro lo que quería decir.

—Estaré allí justo antes del amanecer —le dijo a Henry en la puerta, bajando la voz para que Celluci no la oyese—. No empieces sin mí.

Él levantó la mano de ella y besó suavemente la muñeca.

—Ni por asomo —le dijo suavemente antes de desaparecer.

Celluci salió del cuarto de baño y recogió su chaqueta.

—Tengo una vigilancia para varias noches, así que no me verás, pero cuando acabe tenemos que hablar.

—¿De qué?

Él se aproximó y, con un dedo, le colocó las gafas sobre la nariz.

—¿A ti qué te parece? —Con el mismo dedo, trazó la línea de su mandíbula.

—Mike, ya sabes…

—Lo sé —salió al pasillo—. Pero aun así tenemos que hablar.

La puerta se cerró a sus espaldas y Vicki se dejó caer sobre ella, tanteando en busca del cerrojo. Durante las siguientes horas, lo único que quería era una oportunidad de dormir. Se concentraría en la momia durante los siguientes días. Y después…

—Mierda —fue a trompicones hasta el dormitorio, sacándose la sudadera por la cabeza—. Después de eso, igual sale algo…

sep

Él quería los amaneceres que recordaba, donde un gran disco dorado se elevaba sobre el cielo brillante, apartando las sombras del desierto hasta que todos y cada uno de los granos de arena estaban iluminados. Quería sentir el calor golpeando sus hombros y la piedra fría todavía tras la oscuridad bajo las plantas de sus pies. Aquel amanecer del norte era una pobre imitación, el círculo pálido de un sol que apenas asomaba en un cielo plomizo. Tiritó y abandonó el balcón.

Pronto tendría que ocuparse de la mujer que había elegido su dios. Durante los siguientes días usaría la llave hacia su ka que se le había dado, y eliminaría la desesperación de la superficie de su mente.

Su señor nunca exigía muerte, sino que se alimentaba de las energías menores que se perpetuaban solas, generadas por los aspectos más oscuros de la vida. Por supuesto, con el tiempo, los elegidos solían rezar pidiendo su fin. A veces lo conseguían.