ué coño haces?

Henry detuvo el BMW.

—Me estoy parando, el disco está en ámbar.

—¿Por qué?

—Detective, al contrario de lo que se cree normalmente, un semáforo en ámbar no significa acelerar, sino que se va a poner en rojo.

—¿Sí? Bueno, pues, al contrario de lo que tú pareces creer, no tenemos toda la noche. Rachel dijo que esto sería a las doce, y ya son las once treinta.

—Y si nos paran por una infracción de tráfico con un criminal buscado dentro del coche, eso nos obstaculizaría más que seguir las normas de circulación.

—¿Por qué no conduzco yo?

Vicki se inclinó hacia delante.

—¿Por qué no nos comprometemos? Mike, cállate. Y Henry, acelera. Ninguno de los dos estáis demostrando nada, joder.

sep

Dejaron el coche en Front Street y subieron apresuradamente las escaleras hasta llegar al corredor que iba desde las vías de tren hasta la base de la torre CN. Aunque Henry podría haber adelantado rápidamente a los dos mortales, ajustó su velocidad a la de Vicki. Por si acaso.

Sin las multitudes que abarrotaban la zona durante el día, la superficie de cemento tenía un aspecto irreal, desierto y con ecos de suelas de goma. Los carteles de neón lanzaban sus mensajes a un lugar vacío en el camino hasta la torre: el del restaurante, la discoteca, la torre del universo.

—Realmente te lleva hasta Júpiter —jadeó Vicki al pasar al lado del último cartel—. Medio sistema solar. Parte del universo. —Corría con una mano en la pared para guiarse y apoyarse, y ni se molestaba en preocuparse por no poder verse los pies. El sendero era suave y evidente, y después de lo que había pasado, no iba a dejar que la detuviera un poco de falta de luz.

—Si está aquí arriba —gritó Celluci al lanzarse escaleras abajo en la otra punta del corredor y rodear la esquina hasta la entrada principal—, seguro que ha bloqueado los ascensores en la cima.

—No creo. —Vicki se lanzó contra una manilla de cristal con el mismo efecto que si le hubiese dado el viento—. No, no si el muy hijoputa ha bloqueado las puertas abajo.

Henry puso las manos debajo de las de Vicki y tiró. La manilla se pardo con un chasquido que resonó en toda la torre y la cúpula.

—¡Joder! —Vicki miró la puerta de cristal tintado y luego a Henry—. ¿Puedes atravesarla?

Él sacudió la cabeza.

—No sin algún tipo de arma. Eso es cristal macizo de dos centímetros de grosor. Incluso yo me rompería los huesos primero.

Casi parecía que los diseñadores de la torre hubiesen pensado en aquello. No había nada en las proximidades que pudiese usarse para romper la puerta. Incluso los distintos niveles estaban unidos por masas macizas de cemento, no por barandas de metal ni guías de seguridad metálicas.

—No te preocupes —dijo Vicki al sentarse Henry intentando forzar una baldosa del empedrado—. Estamos perdiendo el tiempo intentando entrar ahí cuando Celluci seguro que tiene razón con lo de los ascensores.

Henry se enderezó.

—Tenemos que cogerlo esta noche. Ahora. Antes de que esa gente jure lealtad. Tenemos que evitar que su dios obtenga suficiente poder para crear más como él.

—Lo sé. Subimos por la escalera.

Celluci sacudió la cabeza.

—Vicki, esa puerta también va a estar cerrada.

—Pero es una puerta de metal con una manilla de metal. No creo que Henry se quede con el picaporte en la mano. —Antes de terminar de hablar ya estaba en marcha, dando zancadas alrededor del estanque y subiendo por la parte de atrás de la torre—. No pienso —gruñía al llegar a la entrada de la escalera—, dejar que este sitio se convierta en el puto templo egipcio más alto del mundo. ¡Henry!

La pesada puerta de metal se dobló al primer tirón, haciendo resquebrajarse y caer capas de pintura, una avalancha gris de escamas plásticas. Al segundo tirón, se salió de las bisagras y se llevó con ella el carísimo sistema de seguridad, unido al marco casi intacto.

Sorprendentemente, hizo muy poco ruido, teniendo en cuenta todos los factores.

—¿Cómo es que no suena la alarma? —preguntó Celluci receloso, frunciendo el ceño al ver la maraña de cables partidos.

—¿Cómo voy a saberlo? —con los músculos protestando tras probar los límites de su fuerza, Henry apoyó la puerta contra la torre.

—Igual Tawfik está ofreciendo sacrificios quemados y no quiere poner en marcha el sistema antiincendios.

—O es una alarma silenciosa y hay una flota de coches patrulla viniendo para acá.

—También es posible —admitió Henry.

—Entonces a lo mejor preferiríais dejar de perder el tiempo hablando sobre ello.

Aunque la luz ambiental no ayudaba a Vicki, proporcionaba un contraste entre el gigante de cemento y el agujero negro que era la única entrada. Se lanzó a través de él, pero la detuvo rápidamente un apretón de Celluci en el brazo.

—Vicki, espera un momento.

—Suelta. —Por su tono, amenazaba con arrancarle el brazo si no lo hacía.

Él se arriesgó.

—Mira, no podemos subir ahí corriendo sin hacer un plan. Estás dejándote llevar por las emociones. Joder, estamos dejándonos llevar por tus emociones. Párate a pensar un momento. ¿Qué pasa cuando lleguemos a la cúspide?

Lo miró y se soltó.

—Que cogemos a Tawfik, eso es lo que pasa.

—Vicki… —Henry avanzó hasta ponerse en su campo visual—. Probablemente no podamos acercarnos a él. Tiene protecciones.

Ella entornó los ojos.

—Si todavía tienes miedo de él, Henry, puedes esperar aquí abajo.

Henry avanzó un paso más, con un silencio casi ensordecedor.

—Lo siento. —Ella se acercó y le tocó ligeramente el pecho—. Mira, ¿tan difícil puede ser? Mike le disparará desde la entrada. No creo que tenga protección contra eso. Tienes tu pistola, ¿no?

—Sí, pero…

—La verdad es que es tan sencillo que parece interesante —admitió Henry—. Pero dudo que nos deje acercarnos tanto. Habrá puesto vigilantes en la zona del templo, y en el momento en que nos crucemos con ellos… —su voz se desvaneció.

—Entonces, tú le distraes y Mike le dispara —dijo Vicki entre dientes—. Como has dicho, es sencillo. Y el factor sorpresa es esencial, ¡y estamos perdiendo tiempo! —Comenzó a correr de nuevo hacia la torre y Celluci volvió a detenerla.

—Tú esperas aquí abajo —dijo. Casi la había perdido una vez aquella semana. No iba a pasar otra vez por aquel infierno.

—¿Yo qué?

—No estás en forma para enfrentarte a alguien normal, conque menos aún con un ser sobrenatural. Dudo que puedas ni llegar a la cima, se te están acabando las fuerzas, ya estás cojeando, estas…

—Tú-déjame-preocuparme-de-mí-misma. —Cada palabra surgió como una explosión separada y apenas controlada.

Henry le puso la mano sobre el hombro.

—Sabes que tiene razón. Yo distraigo a Tawfik y él le dispara. No le has incluido en tu sencillo plan.

Yo voy a subir a verlo morir.

te estás exponiendo a un peligro innecesario —gruñó Celluci—. ¿Y que pasa si fallamos? ¿Quién queda para probar un segundo disparo?

Vicki se soltó el brazo de un tirón y acercó la cara a la suya.

—¿Qué? ¿Se me ha olvidado mencionar el plan B? Si vosotros dos la cagáis, yo estoy ahí para recoger los pedazos. Ahora dame la pistola y le dispararé yo misma, o tira por esa puta escalera.

—Tiene derecho a estar allí —dijo Henry tras un segundo que duró varias vidas, y era evidente por su tono que no le gustaba más que a Celluci.

Vicki se giró hacia él.

Muchas gracias. ¡ podrías estar en la cima de la puñetera torre ya! —Puso el pie fuertemente en la escalera y subió el primer escalón. Luego el segundo. Las luces de emergencia eran una distracción, así que cerró los ojos. Dos menos, faltan mil setecientos ochenta y ocho.

—¿Vicki?

No había oído llegar a Henry, pero sintió su presencia justo detrás de su hombro izquierdo. No quería escuchar disculpas ni explicaciones ni lo que fuese que tuviera que decir.

—Venga, sube.

—Pero vas a necesitar ayuda para llegar hasta arriba. Podría llevarte…

—Podrías preocuparte por Tawfik y no por mí. Muévete. —A través de los dientes apretados, añadió—: Por favor.

La presencia la adelantó, le tocó ligeramente en la muñeca, justo en la parte donde la vena estaba más cerca de la superficie, y desapareció.

—Tiene razón. Apenas acabas de sacarte del sistema esa droga, por no mencionar los abusos físicos excesivos. No vas a llegar a la cúspide sin ayuda.

Ella contempló la sombra con forma vaga de hombre en la oscuridad.

—Que te den por culo a ti también, y dejad de preocuparos por .

Celluci sabía que no era buena idea decir nada más, aunque ella le oyó gruñir algo bajo su respiración al adelantarla.

Intentó correr a la velocidad de él, y de hecho lo consiguió durante un rato, pero la distancia entre ellos fue creciendo poco a poco. Finalmente, el sonido de cada paso se convirtió en un staccato de fondo al latido de su corazón.

Diez peldaños y un rellano. Diez peldaños y un descansillo. Iba a tardar algo más de nueve minutos y cincuenta y cuatro segundos, esta vez. Su falta de vista no importaba: después de establecer el ritmo, sus pies podían encontrar perfectamente el camino. Sin embargo, con cada movimiento, lo dos últimos días se sentían en el cuerpo. Le dolía todo.

Diez peldaños y un rellano.

Le empezaron a arder los pulmones. Cada aliento requería mayores dolores.

Diez peldaños y un rellano.

Sentía como si en la rodilla izquierda le hubiesen clavado una aguja bajo el hueso.

Diez peldaños y un rellano.

Levanta la pierna izquierda, estira la pierna derecha. Levanta la pierna derecha, estira la pierna izquierda.

Se quitó la chaqueta y la dejó caer.

Diez peldaños y un rellano.

Es un riesgo innecesario, lo de jugarme el culo.

Diez peldaños y un rellano.

Por supuesto, esto no estaba en el plan. ¿De verdad pensaban que no era consciente de cómo estaría al llegar a la cima de esta cosa? Tendré suerte si aguanto de pie.

Diez peldaños y un rellano.

«Tiene derecho a estar allí». Por Dios.

Diez peldaños y un rellano.

Nos ha jodido si voy a estar allí. Y voy a escupir en el cadáver de Tawfik.

Diez peldaños y un rellano.

Había leído una vez un artículo sobre el ganador de una medalla americana de honor, que había sufrido veintitrés impactos del fuego enemigo y todavía consiguió, a pesar de sus heridas, recorrer un puente para salvar a otro miembro de su unidad. Se preguntó entonces en qué pensaría cuando lo hizo. Ahora sospechaba que se lo imaginaba con bastante claridad.

Puedes caerte cuando hayas terminado, antes no.

Diez peldaños y un rellano.

Los músculos de las piernas empezaron a temblar, luego a saltar. Cada paso se convirtió en una batalla individual contra el dolor y el cansancio. Tropezó, perdió el ritmo y se dio con la espinilla en una superficie de metal.

Ocho, nueve, diez peldaños y un rellano.

Al mover su peso tanto con las manos como con los brazos, la gasa enrollada en su nudillo partido se movió, mojada de sudor o de sangre, ni lo sabía ni le importaba. Cuando se convirtió más en un estorbo que en una ayuda, la dejó caer.

Diez peldaños y un rellano.

Los odios menores se consumieron hasta que sólo quedó el odio por Tawfik. Él la había drogado y encarcelado, pero lo peor de todo es que había pervertido todo aquello en lo que ella creía. Eso se extendía entre ellos como la cuerda con la que lo colgaría; se arrastró por ella.

Diez peldaños y un rellano.

sep

Henry sintió las protecciones al pasar a su lado, con un débil chisporroteo por la superficie de su piel que le puso de punta todos los pelos del cuerpo. No tenía ni idea de qué información le llevarían a Tawfik, general o específica, pero fuese como fuese, el tiempo se había convertido en un factor crítico. Se apresuró por los dos últimos tramos de escaleras. Más abajo oía a Celluci esforzarse, y por debajo de eso, el avance incapacitado de Vicki. Sus pulsos resonaban en la escalera, su respiración tan fuerte como si todo el edificio inhalara y exhalara con ellos. Parecía que iba a estar solo durante un cierto tiempo.

Sólo uno de cada cuatro fluorescentes estaba encendido en el vestíbulo que rodeaba al pilar central de la torre, y Henry, abandonando los confines en penumbra de la escalera, dio gracias por ello. A menudo, el nivel de luz preferido de los mortales le resultaba un inconveniente, y aquella noche necesitaba todas las ventajas posibles.

Silenciosamente, rodeó la enorme curva, oyendo el zumbido de los cánticos. El murmullo de fondo de por lo menos una docena de voces no consistía más que en el nombre de Akhekh repetido una y otra vez, con una especie de tono muy bajo que conseguía atravesar la superficie y palpitar en el hueso y la sangre. Con los sentidos extendidos, a Henry no le sorprendía oír un solo pulso que los incluía a todos, donde debería haber una multitud de ellos.

Elevándose por encima del cántico, una sola voz hablaba en un idioma que Henry no conocía, usando cadencias que sonaban extrañas incluso a unos oídos que habían experimentado cuatro siglos y medio de cambios. Fuera lo que fuera lo que decían, y Henry no dudaba que eran capas de significado enrolladas sobre cada sílaba, sobre cada tono, las palabras eran una llamada. Sólo los bordes exteriores le llegaban, y se sentía impelido a acercarse.

Atravesó violentamente la entrada principal de la discoteca, al lado de un arco de mesas vacías. El cántico de fondo resonó con más fuerza.

Tawfik estaba de pie sobre la plataforma elevada, dentro de una barra curva acolchada donde solían sentarse los pinchadiscos, con los brazos elevados en la clásica pose de sumo sacerdote. Llevaba unos pantalones color caqui y una camisa de lino con el cuello abierto. No era exactamente el estilo del antiguo Egipto, pero no necesitaba un disfraz para declarar lo que era. El poder chisporroteaba a su alrededor en un aura casi visible.

Al otro lado de la pista de baile, con la mirada clavada en Tawfik, se agolpaban los oficiales de alto rango de la policía metropolitana y provincial de Ontario, dos jueces y el editor de los tres periódicos más poderosos de Toronto. Henry había pensado que oía una docena de voces, pero, si tenía que guiarse sólo por su oído, hubiese dicho seis, aunque había evidentemente más de veinte personas. Los tonos y timbres individuales se disolvían en el cántico.

La parte más incongruente de toda la escena era, sin duda, la enorme bola plateada de discoteca que colgaba del techo girando lentamente, reflejando puntos de color multicolor sobre Tawfik y sus acólitos.

Henry observó todo esto entre un latido y el siguiente. Sin bajar el ritmo, se encaminó para avanzar hacia la espalda de Tawfik aparentemente desprotegida.

—¡AKHEKH!

En una de las repeticiones del nombre, Tawfik se unió al cántico: los puntos de luz empezaron a combinarse, la bola plateada dejó de girar y Henry apenas se cubrió a tiempo los ojos con el brazo. Avanzó, casi se cayó e intentó borrar parpadeando las imágenes producidas por una pequeña fracción del resplandor que había tenido lugar en realidad.

El volumen del cántico aumentó antes de caer en un murmullo casi subliminal, casi fácil de ignorar; Henry se dio cuenta de que la capa superior del hechizo había terminado.

—Estás interfiriendo en cosas que no comprendes, caminante nocturno. —La voz era un contrapunto frío y distante al sol dorado que ahora ardía en la mente de Henry, mayor y más brillante que hacía sólo dos días.

Con los dientes apretados, el vampiro ignoró el dolor y cubrió el sol con su furia, atenuando la vida abrumadora del sacerdote hechicero hasta un punto que le permitía funcionar. A través de las formas de luz vio a Tawfik fruncir el ceño, como un mayor perturbado por las acciones de un joven; como si aquellas acciones no fuesen una amenaza, sino un mero fastidio.

—Afortunadamente —continuó Tawfik, aún como un padre a su hijo, como un maestro a su discípulo—, hemos alcanzado un punto en la ceremonia donde una pequeña pausa no afectará al resultado final. Tienes tiempo de explicarme qué haces aquí antes de que decida qué hacer contigo.

Por un instante, Henry se sintió adoptar el papel que le daba el sacerdote hechicero. Gruñendo, lo dejó de lado. Era un vampiro, un caminante nocturno. No podía ser dominado con unas simples palabras. La confusión que Tawfik había usado y trastocado antes se había consumido con su ira por la desaparición de Vicki. Ha hecho daño a uno de los míos, y no voy a tolerarlo.

Casi había llegado al borde de la plataforma, a menos de medio metro de la garganta de Tawfik, cuando vio refulgir líneas rojas que lo lanzaron de espaldas contra la pared de la discoteca.

—Te dije cuando nos conocimos que no podías destruirme. Deberías haberme escuchado —las palabras sonaban en un tono bajo e inflexible contra el rumor de fondo del cántico, al darse cuenta Tawfik de que la juventud relativa del caminante nocturno ya no se podía manipular; abandonó la pose de rechazo aburrido. Después de los desafíos que había ignorado la noche anterior sabía que llegaría el enfrentamiento, pero aquel momento, cuando toda su atención debía concentrarse en Akhekh, no era el adecuado.

Ni siquiera la ceremonia de santificación había bloqueado la gloria cada vez más cercana del ka del caminante nocturno. Él la quería, la quería más de lo que había querido nada en su larga vida, y sabía, desde el momento en que las protecciones se vieron alteradas, que aquella noche, en ese momento, tenía suficiente poder para obtener lo que deseaba tan desesperadamente. Pero el poder que domeñaba no era suyo, y Akhekh, aunque él lo denominase diosecillo menor, tenía formas dolorosas de exigir lo que le pertenecía. Después de siglos, había aprendido a ser precavido. Tras la ceremonia, cuando Akhekh estuviese con ánimo de otorgar favores, habría poder de sobra y no habría riesgo de hacer enfadar a su señor. Y una vez que tuviese el ka del caminante nocturno, no tendría que temer la rabia de su señor nunca jamás.

Si las palabras no bastaban para contener al caminante nocturno, entonces tendría que dar otros pasos. Con un gesto seco, aumentó una fracción el cántico y luego, cuidadosamente, para no perturbar las estructuras mágicas que ya estaban situadas, y utilizando únicamente su propio poder, comenzó a trenzar un hechizo de atadura. Los mortales, que todavía seguían en la escalera, no importaban hasta que llegasen, y entonces su destrucción sería parte de la ceremonia.

Henry, atónito y magullado, luchó por levantarse. No tenía ni idea de lo lejos que estaría Celluci a sus espaldas, ya que el olor y el sonido de los acólitos bloqueaba los del detective que se aproximaba.

Entonces, tú le distraes y Mike le dispara.

No era tan sencillo. Aunque, si un ataque físico no tuviese efecto, tal vez se podría distraer al sacerdote hechicero de otra forma. Le gustaba bastante oír su propia voz. Henry se apartó de la pared. Sólo le interesaba oír una cosa.

—¿Por qué atacaste a Vicki Nelson?

Tawfik sonrió, perfectamente consciente de lo que estaba intentando hacer el caminante nocturno, ya que el poder acumulado le daba acceso a todos los niveles de aquel glorioso ka inmortal, salvo los más profundos. No importaba. En un momento invocaría el hechizo de atadura y en el momento siguiente comenzaría la tercera y última parte de la invocación. Después se alimentaría. Contestar la pregunta del caminante nocturno serviría para ocupar el tiempo.

—Tu Vicki Nelson fue elegida por mi señor. Para usar una analogía que puedas comprender, a veces pide una comida en especial en vez de lo que hay en la carta. Como los dioses no pueden interferir directamente en la vida de sus siervos, yo preparo la comida para él, situando a la elegida en una posición de desesperación y angustia óptimos. Que resultase ser la mortal que te importa fue una pura coincidencia, te lo aseguro. ¿Tuviste muchos problemas para sacarla de la cárcel?

—En realidad no. —Henry se detuvo al borde de la plataforma, en el punto donde el poder ambiental que rodeaba al sacerdote hechicero le rozaba, pulsando al tiempo que el latido individual del coro—. Casi había salido ella sola cuando llegué.

—Es casi una pena que haya venido contigo esta noche.

El ka del caminante nocturno se iluminó y Tawfik por poco se dejó llevar por el deseo.

—No pensarías que no iba a darme cuenta de que estabas acompañado, ¿no? Tendré que matarla, por supuesto.

—Tendrás que matarme a mí primero.

Tawfik se rio, pero la expresión de Henry no cambió, y su ka ardía con una fuerza grande y constante. Lentamente, se dio cuenta de que la frase, siendo como era increíble, procedía de las regiones interiores, guardadas de su ka, y que el joven inmortal lo decía absolutamente en serio. El asombro y la confusión destruyeron su control del hechizo de atadura. Sus cejas de color ébano se arquearon hacia abajo, trazando una uve dolorosamente tensa.

—¿Sacrificarías tu vida inmortal por ella? ¿Por aquella cuya existencia total no debería importarte más que el aliento de un momento?

—Sí.

—¡Eso es de locos! —Con el hechizo de atadura destrozado, Tawfik veía escapar de sus manos las opciones. Desde el momento en que los dos mortales habían entrado en la torre, sus muertes habían pasado a formar parte de la ceremonia de santificación. La mujer tenía que morir. Había prometido su muerte a Akhekh. Pero para que muriese, debía matar al caminante nocturno, y todo el poder de su glorioso ka se perdería.

¡No! ¡No perderé su ka! ¡Es mío!

Henry no tenía ni idea de qué era lo que hacía fruncir el ceño a Tawfik, pero el sacerdote hechicero sin duda parecía distraído. Avanzó, empujando la barrera de poder. Esta retrocedió.

Podría tomar el ka. Tomarlo ahora. Usar el poder generado por las dos primeras partes del hechizo de santificación. Usar el poder extraído de los acólitos. Pagar el precio…

Pero ¿habría precio? Sin duda, la absorción de una vida inmortal le daría un poder igual al de Akhekh. Tal vez mayor.

El cántico comenzó a subir de volumen. Había llegado el momento de comenzar la tercera y última aparte del hechizo de santificación. No tenía tiempo de crear otro de atadura. No tenía intención de perder el magnífico, glorioso ka del caminante nocturno.

La decisión se tomó entre un latido y otro. Tawfik alimentó su voluntad con todo el poder acumulado y lo canalizó hacia el hechizo de adquisición. Sería una violación, no la seducción que había planeado en principio, pero el resultado final sería el mismo.

El sol llameaba entre blanco y dorado tras los ojos de Henry, que se sintió empezar a arder. Percibía la fuerza que alimentaba las llamas, notaba sus bordes consumidos, sentía… algo familiar.

Hambre. Sentía el Hambre de Tawfik.

Entonces notó cómo las manos de Tawfik le rodean la cara, alzándole la cabeza para cruzar la mirada con la suya. Los ojos de ébano no tenían fondo que parase la caída.

El pulso de los acólitos rugía en sus oídos. No. No eran los acólitos. No era el latido que había oído desde que llegase a la cima de la torre. Era otro latido, algo más rápido que el habitual de los mortales, cuyo sonido se transportaba a través del contacto de la piel con la piel. El corazón de Tawfik. Haciendo correr la sangre de Tawfik. A pesar de todos los siglos robados de vida, su olor era mortal. Había sido mortal durante aquella noche en el parque. Era mortal ahora.

Henry liberó su propia Hambre, desatando el instinto de supervivencia que el mundo civilizado lo obligaba a contener.

Unos dedos de acero agarraron los hombros del sacerdote, que gritó, obligado a pasar del éxtasis a buscar la amenaza. Reconoció al cazador que le gruñía en el rostro que tenía entre sus manos.

—Caminante nocturno —susurró, dándose cuenta de repente de lo que sostenía, de lo que querían decir las leyendas cuando ya no eran leyendas. Durante el tiempo que tardó en pronunciar el nombre, sintió que el ka que intentaba devorar se apartaba casi totalmente del hechizo, y sólo por ese instante, se deslizó debajo de la superficie de los ojos avellana convertidos en dura ágata.

Henry le apretó los hombros con más fuerza. El hueso empezó a ceder. Desesperado, Tawfik absorbió más poder todavía de los acólitos y lo añadió al hechizo de protección. Había sido tan estúpido que lo había tocado, inutilizando toda defensa salvo las más básicas. Si liberaba el hechizo de adquisición, tendría suficiente poder para soltarse, pero el de adquisición era todo lo que le quedaba. No habría vuelta atrás.

Liberó su mirada a la fuerza de la del caminante nocturno y lanzó las manos hacia la columna acordonada de su garganta. Un instante después, notó como respuesta una banda de carne que se cerraba fuertemente sobre su propia garganta, y lo único que evitaba que los pulgares le aplastasen la tráquea era su magia.

¡No perderé su ka! Lanzó de golpe el hechizo de adquisición contra la fuerza del caminante nocturno.

El sol se convirtió en un holocausto de llamas, pero el Hambre arrastró a Henry a su través para contestar a la sangre que llamaba desde el otro lado.

sep

¿Cómo coño voy a dispararle a eso? Celluci se apoyó jadeando contra la pared de la discoteca, protegiéndose con una mano los ojos de las luces de intensidad dolorosa que se reflejaban en la bola plateada giratoria. Se suponía que el muy cabrón tenía que distraerlo, no ponerse a bailar con él.

Desde donde estaba, Celluci veía la espalda de Fitzroy, y, justo por encima, unos largos dedos dorados sobre su garganta. Girando la cabeza ligeramente a la derecha, veía que los dedos de Henry estaban a su vez cerrados sobre la garganta del hombre alto y moreno. Este probablemente sería atractivo en otras circunstancias. Aunque no podría decir por qué, Celluci tenía la extraña sensación de que el intento de estrangulación mutua era simplemente una decoración de escaparate, que la verdadera lucha sucedía en otro lugar.

Tal vez debería dejarles machacarse entre sí y luego disparar a lo que quede. Con la pistola cargada, subió a la pista de baile. Desde aquel nuevo ángulo tenía a los dos oponentes delante sin nada en medio. Aunque la parte superior de sus cuerpos se movía adelante y atrás a la distancia de una mano, los pies de ambos estaban firmemente sujetos a una distancia de apenas un metro. Bueno, no soy Barry Wu, pero creo que por lo menos puedo estar seguro de no dar a las piernas equivocadas. Tomó posición, apoyó en el brazo izquierdo su revólver reglamentario e intentó respirar con normalidad. Probablemente tendría más oportunidades esperando a que sus pulmones dejasen de bombear aire frenéticamente con bramidos asmáticos, pero la media noche se estaba acercando, y si Rachel Shane tenía razón, al mundo no le quedaba mucho tiempo. Una en la rodilla para llamarle la atención y otra para rematarlo.

En un sitio tan pequeño y cerrado, el sonido de la pistola se expandió hasta tocar las paredes y rebotar. Y volver. Y rebotar de nuevo. El disparo en sí falló.

—¡Me cago en la puta!

Con los oídos zumbando, Celluci levantó la pistola para disparar de nuevo, pero, desgraciadamente, aunque no había hecho daño, llamó la atención del sacerdote hechicero.

sep

El sonido casi le hizo soltar de golpe el ka del caminante nocturno; sólo gracias a sus siglos de práctica evitó que se destruyese el hechizo de adquisición. Agarró con más fuerza, lanzó su rabia por la interrupción contra la voluntad del joven inmortal y, en el instante de respiración que obtuvo, absorbió más poder todavía de los acólitos para poder gruñir.

—¡Detenedlo!

sep

—¿Detenedlo? —Celluci retrocedió un paso y luego otro—. Mierda. —Había estado tan atento a la pelea entre Fitzroy y la momia que había pasado por alto totalmente los semicírculos de hombres y mujeres que se alineaban cantando a ambos lados de la pista de baile. De hecho, había pasado justo al lado de uno de los grupos para obtener aquella posición, sin que ni siquiera notaran su presencia. Mira, ha sido un día largo, tengo la cabeza muy liada. Pero aquella clase de despiste podía costarle a un hombre la vida. No me puedo creer que acabe de hacer eso.

De algún lugar surgieron de las sombras entre veinte y treinta personas, colocándose entre su amo y el peligro. Se movieron cantando todavía hacia Celluci, con rostros aterradoramente inexpresivos.

Él retrocedió otros pocos pasos y levantó la pistola, aunque reconocía a varios miembros del grupo como oficiales de policía veteranos. Ellos no parecían reconocer el arma y seguían avanzando. Dos o tres pasos más y estaría al borde de la pista de baile, con la espalda contra la pared. Tras quince años en el cuerpo, había aprendido a mantener una máscara de tranquilidad, aunque sentía el pánico empezando a empujar por los bordes.

Empezó a buscar casi frenéticamente algo a lo que disparar, algo que les llamase la atención, hacerles reconocer que él era el que tenía la pistola. Desgraciadamente, la bola de discoteca giratoria, el objetivo más evidente, era la fuente de la mitad de la luz disponible. Al retroceder otro paso, se decidió y apretó el gatillo.

La baldosa del techo explotó, lanzando trozos de espuma y aislamiento de sonido sobre la multitud que cantaba. Ignorando los ecos que le retumbaban dentro del cráneo, Celluci bajó el arma.

Cierto instinto de conservación pareció activarse y dejaron de avanzar, pero la barrera viva entre él y Tawfik permanecía.

Vale, ¿ahora qué?

Un hombre se adelantó de la primera línea. A pesar de la mala iluminación, Celluci no tuvo problemas para reconocer a…

—Inspector Cantree.

Le empezó a sudar la mano que sostenía la pistola al acercarse su superior inmediato. Aunque había varios oficiales de policía de alto rango a los que no le importaría haber disparado, Cantree no era uno de ellos. Fue uno de los primeros hombres negros del cuerpo antes de los programas de acción afirmativa, y a pesar de todas las mierdas que tenía que aguantar, había ascendido de grado manteniendo intactos su creencia en la ley y su sentido del humor. Que Tawfik pudiese coger a un hombre decente, que había sobrevivido a tanto, y privarle de voluntad y honor, hacía retorcerse a Celluci, que se horrorizó al notar que se le humedecían los ojos.

—Inspector, no quiero dispararle.

Una enorme mano se adelantó, imitando sus movimientos.

Se oyó «dame la pistola» claramente sobre el cántico.

El bramido que resonaba en sus oídos hacía casi imposible pensar.

—Inspector, no me obligue a hacer esto.

sep

Vicki oyó el disparo al caer, de rodillas, con la frente apoyada sobre la alfombra gris claro. Debería haber disparos hace un buen ralo. ¿Qué coño pasa ahí arriba?

Recordaba muy poco de cómo había logrado subir los últimos tramos de escaleras, aunque sabía que cada uno de los movimientos había dejado huella en músculos y tendones, y que su cuerpo se cobraría los abusos más adelante, y con intereses. Se había tropezado dos veces; la segunda, al pensar en Celluci en el piso de arriba, le había dado la fuerza necesaria para moverse de nuevo. Su aullido de negación desesperada todavía resonaba arriba y abajo por toda la torre.

Con los dientes apretados agónicamente, se arrastró hasta la pared y la recorrió centímetro a centímetro, sin preocuparse por (y sin poder) mantenerse de pie. Tras haber guiado a su madre en numerosas visitas al lugar, ignoró la entrada de la discoteca y continuó por la curva del pasillo, todo lo rápidamente que le permitían sus músculos y huesos torturados. Lo único que oía era su propia respiración penosa, inspirando con el sabor de la sangre y espirando con el sabor de la derrota.

No puedes haber ganado, antigualla de mierda. No lo voy a permitir.

Tras recorrer casi un cuarto del camino alrededor del arco de la torre, había una ventana diseñada para que los turistas pudiesen pararse y observar los giros de la pista de baile. La parte de la discoteca estaba tintada. Al parecer, los gerentes no pensaban que los bailarines fueran a interesarse por los turistas.

Justo detrás, una oscura línea de sombras avanzaba hacia Celluci.

Vicki se apartó cuidadosamente de la ventana, con una mano agarrada todavía al marco para apoyarse, y se colocó las gafas de golpe. Parece que es el momento del plan B.

Cerca de allí, oculta discretamente en un ángulo de la pared, había una salida de emergencia. A su lado, un armarito de cristal con material antiincendios. Vicki se lanzó contra el armarito, tiró del pestillo un momento, y finalmente consiguió abrirlo. Sujetó la boquilla debajo del brazo, abrió el agua a toda potencia y dejó caer todo su peso sobre la barra de apertura de la puerta. Se imaginó que tenía entre cinco y diez segundos antes de que el agua llegase al final de la manguera y la presión la tirase al suelo.

Tres segundos para apartar la puerta de sí lo suficiente como para poder pasar.

Tiene que haber una luz aquí. No se pueden solucionar las emergencias a oscuras. Dos segundos más para que la lógica contestase efectivamente, y unos dedos tanteando en busca de un interruptor familiar de plástico.

Un segundo más para ver a Celluci apoyado contra la pared, pistola en mano. El Inspector Cantree avanzaba arrastrándose hacia él, manchando el parquet de sangre procedente de una herida en el muslo. Una multitud de dos docenas de personas de rostros terroríficamente inexpresivos avanzando arrastrando los pies, con los dedos doblados a modo de garras.

Por primera vez fue capaz de oír los cánticos por encima de las protestas de su propio cuerpo.

Entonces, el chorro de agua que explotó violentamente en la manguera casi se la arrancó de las manos. Con los nudillos blancos, apretada contra la pared, y sostenida en pie entre una fuerza irresistible y el objeto inamovible, Vicki luchaba por mantener la corriente de agua sobre la pista de baile, barriendo del suelo a las marionetas de Tawfik.

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El cántico se detuvo abruptamente, y con él, el poder dejó libres a los acólitos. Sintió los pulgares apretados con más fuerza sobre su tráquea, y su voluntad ahogada en la trampa de los ojos de ágata. Disipar el hechizo de adquisición ya no era una opción. Para poder ganar, para poder vivir, su voluntad tenía que ser más fuerte; debía absorber el ka del caminante nocturno. O todo o nada. Liberó su poder personal para el hechizo.

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Vicki, sobre una plataforma al otro lado de la pista de baile, vio a Henry enzarzado en un combate con un hombre alto y de pelo oscuro: Tawfik. Sintió a Celluci llegar a su lado y le pasó la manguera, gritando «Mantenlos… en el suelo». Entonces volvió a trompicones al pasillo a buscar el hacha de emergencia.

—¿Vicki? Joder, Vicki, ¿qué haces?

Ella lo ignoró. Era lo único que podía hacer para arrastrarse por el suelo de la pista usando la pesada hacha como una especie de muleta. Los músculos de la pierna habían empezado a moverse espasmódicamente para cuando llegó a la plataforma, y vio cómo el pelo de Tawfik pasaba de negro a gris.

Con los dientes sobre el labio inferior, luchando desesperadamente por inhalar suficiente aire a través de sus orificios nasales dilatados, se acercó por detrás al sacerdote hechicero. Tuvo que intentarlo dos veces antes de poder levantar el hacha sobre su cabeza.

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El sol se convirtió en una carga ardiente con mil, cien mil vidas soportándolo. El olor de su propia carne ardiendo empezó a enterrar el aroma de la sangre. Las profundidades de ébano prometían alivio, un final. Henry apartó el Hambre para alcanzarlas.

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El hacha penetró en el centro de la espalda de Tawfik con un golpe seco, y se hundió hasta el mango. Vicki había puesto en el golpe toda la fuerza que le quedaba. Sus dedos, debilitados, dejaron caer el objeto y el peso de sus brazos le hizo retroceder un paso involuntariamente. Sus caderas golpearon el raíl de la plataforma, las piernas se le doblaron y cayó sentada directamente, más o menos derecha, sobre un soporte acolchado.

Tawfik movió la cabeza de golpe y abrió la boca, pero no salió de ella sonido alguno. Sus manos soltaron la garganta de Henry y tantearon a su espalda. Dio vueltas, librándose del agarre del vampiro, se tambaleó y cayó, con la espalda doblada por el dolor y la boca moviéndose todavía silenciosa.

Henry enderezó los hombros y soltó los labios de los dientes. Ahora, al fin, se alimentaría…

—¡No, Henry!

Gruñendo, volvió la cabeza hacia la voz. Débilmente, reconoció a Vicki a través del Hambre y se giró para ver qué miraba con tanto tenor.

Dos ojos rojos ardían en el aire al borde de la plataforma. Una débil neblina carmesí perfilaba la forma de la cabeza de un pájaro, con alas extrañas y cuerpo de antílope.

Tawfik levantó una mano hacia su dios, con los dedos temblorosos extendidos, suplicando silenciosamente que lo salvase.

Los ojos rojos ardieron con más intensidad.

El pelo gris se volvió blanco, quebradizo, y luego cayó para dejar al descubierto la forma redondeada y amarillenta de una calavera. Las mejillas se hundieron sobre sí mismas. La carne se deshizo y la piel se fue estirando más y más hasta desaparecer. Uno a uno, los huesecillos fueron cayendo de la mano de Tawfik al pudrirse los tendones y dejarlos sueltos.

Al fin sólo quedaron la ropa, el hacha y un fino polvo gris que podría haber sido ceniza.

Los ojos rojos habían desaparecido.

—¿Estáis bien, chicos?

Henry se acercó desde el otro lado de los restos y tocó a Vicki ligeramente en la mejilla. En cuatrocientos cincuenta años, nunca había sentido menos el Hambre. Vicki logró agarrarse. Juntos, se giraron para mirar a Celluci.

—Estamos bien. —La garganta de Henry se cerró sobre las palabras, que emergieron sin tonos altos ni bajos—. ¿Y tú?

Celluci resopló.

—Bien, solamente bien. —Miró el polvo, con movimientos tensos y espasmódicos—. Teniendo todo en cuenta, ¿por qué no… —la pausa se llenó con un recuerdo común de los ojos rojos brillantes—, lo ha salvado? Es decir, él lo creó.

Henry sacudió la cabeza.

—No lo sé. Supongo que no lo sabremos nunca. Pero he sentido la vida de Tawfik hasta el último segundo. Todo el tiempo era consciente de que estaba… estaba…

—Muriéndose. Por Dios bendito.

Era más una oración que un juramento.

Un gemido colectivo se convirtió en una marea de histeria, llamándoles la atención desde la pista de baile. La mayoría de los exacólitos de Tawfik parecían estar en estado de shock. La mayoría, pero no todos.

Con la camisa a modo de torniquete sobre la pierna, apoyado sobre dos jueces y el jefe delegado de la policía provincial, Cantree se apartó a rastras de la multitud y miró ceñudo a los tres que estaban en la plataforma.

—¿Qué coño ha pasado aquí? —preguntó.

—Venga Mike. —La cabeza de Vicki giró hacia la barandilla mientras intentaba decidir si vomitar o llorar, y si tenía la energía necesaria para hacer ninguna de las dos cosas—. Es tu jefe, cuéntaselo tú…

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Celluci apareció en el apartamento de Henry cerca de una hora antes del amanecer. Había pasado dos incómodas horas con Cantree en la sección de urgencias del St. Michael’s Hospital, intentando explicarle tanto como el otro estaba dispuesto a escuchar.

Te das cuenta de cómo suena esto, ¿no?

Sí, me doy cuenta.

Diría que eres el mayor mentiroso que conozco si no fuese por dos cosas. No tengo razón para hacer que te detengan, pero recuerdo haber dado la orden, y, justo antes de que me disparases, por encima de tu mano… —se humedeció los labios—, vi un par de ojos rojos brillantes.

Al parecer, se alimenta de angustia.

Cantree cambió de posición sobre la camilla y frunció el ceño.

Me alegro de que no quisieses apretar el gatillo

Cruzó cuidadosamente el cuarto de estar, se lanzó sobre el sofá, y se frotó la cara con las manos.

—Dios, Vicki, apestas a linimento. Deberías haber ido tú al hospital.

Por detrás de las gafas, ella entornó los ojos como advertencia y lo ignoró. Una vez más. Él tenía que creer que era demasiado lista como para dejar que el machismo la incapacitase.

—Bueno, ¿qué tal lo demás?

Henry se apartó de la ciudad. La noche volvía a ser suya. Casi la había perdido, la habría perdido si Vicki no hubiese usado el hacha en su momento. Aunque no quería decir nada realmente con ello, Tawfik tenía razón al decir que un hombre no debería viajar solo a través de los años. Tú eres el que viaja solo, anciano, le dijo al recuerdo de los ojos de ébano. Y eso es lo que te mató al final. Yo tengo compañeros en mi camino. Yo tengo a alguien para guardarme las espaldas. Tú sacrificaste la humanidad a cambio de la mortalidad. Yo sólo sacrifiqué el día. Ya no soñaría más con el sol.

Se apoyó contra la ventana, con los brazos cruzados sobre el pecho, acariciando a Vicki con la mirada en su camino hacia Celluci.

—Afortunadamente, los exacólitos recordaban lo suficiente como para estar de acuerdo en admitir que «se ha terminado y nunca pasó», incluyendo unas alucinaciones bastante explícitas durante el cántico, de las que nadie ha querido hablar. Tu Inspector Cantree fue el único implicado que quería saber qué pasaba realmente. Por la mañana, los demás se habrán convencido de que estuvieron en una fiesta salvaje que se les fue un poco de las manos.

—Todos menos George Zottie —añadió Vicki desde el sillón—. Tawfik le había absorbido tanto la mente que, cuando murió, a él no le quedaba nada. Los médicos dicen que ha sido un ataque grave y que probablemente no viva mucho más.

—Un ataque grave —repitió Celluci, entornando los ojos suspicaz y lanzando una mirada a Henry a través del cuarto—. ¿Qué les haría pensar eso?

Henry se encogió de hombros.

—Bueno, era poco probable que pensaran que su cerebro había sido destruido mágicamente por una momia egipcia de tres mil años de antigüedad que intentaba consagrar un templo a su dios.

—¿Sí? ¿Y que hay del dios? Tawfik, está muerto, ¿y él?

—Por supuesto que no lo está —intervino Vicki de repente, antes de que Henry pudiese hablar—. O Tawfik no estaría muerto.

—Mira Vicki. —Celluci suspiró—, hagamos como que es muy tarde y llevo levantado casi cuarenta y ocho horas, lo cual es cierto, y explícamelo.

—El dios de Tawfik lo dejó morir. Por lo tanto, ya no lo necesitaba para sobrevivir.

—Pero Tawfik me dijo que su dios sólo sobrevivía gracias a él —protestó Henry—. Que un dios sin nadie que crea en él queda absorbido en el bien o el mal.

Vicki puso los ojos en blanco.

—El dios de Tawfik tiene gente que cree en él —dijo lenta y claramente—. Nosotros. No hace falta adorarlo, sólo creer.

—No, Tawfik lo adoraba.

—Seguro, le vendió su alma a cambio de inmortalidad y eso era parte del trato. Pero también pasó varios miles de años en un sarcófago, y seguro que entonces no lo adoraba una mierda. Su dios parece haber sobrevivido de todas formas. —Se colocó las gafas en la nariz—. Así que, esta noche, Tawfik hace algo para cabrear a su dios. No sabemos el qué. A lo mejor no le gustaba el sitio del templo, aunque cualquier dios que se alimente de la desesperación y la angustia, se encontraría en casa en ese mercado de carne. A lo mejor no le gustaba el sabor de los acólitos, a lo mejor no le gustaba la actitud de Tawfik…

—Tawfik quería que lo considerasen todopoderoso —dijo Henry pensativo, recordando.

—Bueno, pues ahí lo tienes. —Vicki alargó las manos—. A lo mejor le daba miedo que se rebelase con el templo. Fuera la razón que fuera, eligió deshacerse de Tawfik. Nunca tendría una oportunidad mejor, porque tú —dijo apuntando un dedo enfáticamente en dirección a Henry—, eres tan inmortal como era él.

Celluci frunció el ceño.

—Entonces Henry está en peligro.

Vicki se encogió de hombros.

—Todos lo estamos. Todos conocemos su nombre. En cuanto nos rindamos a la desesperación y la angustia, estará sobre nosotros, como los políticos en una barra libre. Puede que no necesite adoradores para sobrevivir, pero seguro que los necesita para ser más fuerte. Lo único que tiene que hacer es convencer a uno de nosotros y se lo diremos a dos amigos, que se lo dirán a dos amigos, y así iremos esparciendo la telaraña otra vez. Querrá a Henry, que durará más, pero terminará siendo uno de nosotros dos.

—Así que, básicamente, lo que estás diciendo —suspiró Celluci—, con tu estilo complicado habitual, es que no se ha terminado. Hemos derrotado a Tawfik, pero todavía tenemos que luchar con su dios.

Para su sorpresa, Vicki sonrió.

—Llevamos toda la vida luchando contra la desesperación y la angustia, Mike. Ahora sabemos que tiene nombre, ¿y qué? Es la misma lucha.

Entonces su expresión cambió, y Celluci, que reconocía que aquello indicaba problemas, lanzó una mirada preocupada a Henry, que, al parecer, también lo reconoció.

—Y ahora, tengo algo que deciros a los dos. —Su voz debería estar registrada como arma letal—. Si alguno de los dos vuelve a venirme con esas mierdas en plan padre como esta noche abajo en la torre, os voy a arrancar el corazón y os lo voy a dar de comer. ¿Queda claro?

La respuesta silenciosa era totalmente clara.

—Bien. Ahora podéis pasar los dos meses que viene intentando compensarme.