abía cuatro mensajes en el contestador de Henry. Dos eran de Mike Celluci, uno de alguien llamado Dave Graham para Celluci; al parecer, todo seguía igual. Cada vez más inquieto, Henry se preguntaba a qué todo se refería. El cuarto mensaje era de Tony.
—Mira Henry, ya sé que Victoria dice que estás bien, pero quiero oírtelo decir a ti. Llámame. Por favor.
Acababa de colgar después de tranquilizar al joven, cuando sonó el teléfono.
—¿Fitzroy? Soy Celluci. ¿Sabes algo de Vicki?
Henry apretó el auricular. El plástico hizo un ruido sordo.
—No —dijo con suavidad—. No sé nada, ¿por qué?
—Llevo todo el día intentando dar con ella. Cuando hables con ella, dile que desaparezca. Cantree tiene una orden para detenerme, y puede que tenga otra esperándola.
Cantree. El hombre al que Henry había visto hechizado. Según Vicki, Celluci había hablado de la momia en la comisaría, así que no era raro que Tawfik hubiese decidido hacerle callar. Frunció el ceño. De todas formas, Tawfik no tenía contacto con Vicki.
—¿Qué tiene que ver Vicki con todo esto? —preguntó.
—Cantree sabe que somos buenos amigos, Vicki y yo —el énfasis con que lo decía era evidentemente una puya—. No se va a creer ni por asomo que yo no le haya contado todo sobre algo que me parece tan importante.
Henry se abrió paso a la fuerza entre una oleada de celos y la atravesó por los pelos.
—¿Cómo sabemos que no la ha cogido ya?
—Le di a mi compañero Dave Graham tu número. Si la han cogido, me lo dirá.
—Graham ha dejado un mensaje. Dice que todo sigue igual.
—Vale. Cantree no la tiene. Quédate ahí por si llama. Estaré en contacto. Cuando sepamos seguro que está a salvo, ya haremos planes.
—Mortal, no des por hecho…
—No me vengas con mierdas, Fitzroy. ¿Puedes encontrarla?
¿Podía seguir el rastro de su sangre, con tantas otras vidas alrededor?
—No.
—¡Entonces quédate ahí! Mira. —Henry oyó el esfuerzo que hizo Celluci para sonar razonable—, si sales a la calle, no habrá forma de que estemos en contacto. Vicki puede cuidarse sola.
—De Tawfik no.
—Joder Fitzroy, no se va a enfrentar con Tawfik. Él está usando a Cantree para…
—¿Y qué pasó con Trembley?
—Cuando pasó aquello, todavía no había reunido a sus esbirros. Sé cómo funcionan estos tíos. Una vez que tienen una organización, ya no hacen el trabajo sucio más.
—Tawfik no es un mafioso de tres al cuarto, detective. —Henry escupió las palabras por el teléfono—. Y no tienes ni idea de cómo piensa un inmortal.
Ignorando cualquier otra cosa que Celluci tuviese que decir, lo cual parecía bastante, Henry colgó cuidadosamente el teléfono. Vicki estaba viva. Si no lo estuviese, lo habría sentido.
Vuelve a la esquina donde nos hemos conocido esta noche, le había dicho Tawfik. Y le encontraré.
Encuéntrame, pensó Henry, ponte en mis manos y dime dónde está.
El mundo se había vuelto de un tono rojo.
Al menos durante unas horas, Vicki permaneció tumbada en su camastro e intentó relajar los músculos lo suficiente como para dormir. Aunque recuperaba más el control a cada hora, la tensión de su espalda se negaba a desaparecer. No le extrañaba.
Ángel Lamben estaba fingiendo haber perdido un tornillo para evitar un viaje a Kingston, a la penitenciaría de mujeres. Un diagnóstico correcto la enviaría a la comodidad relativa de un hospital, y poco después a la calle. Su fanfarronada había sido muy explícita. Por supuesto, esto había sido después de asegurarse de que Vicki no estaba allí dentro haciendo de espía para la policía.
—A lo mejor se han imaginado que, como ya no estás en el cuerpo, estarías a salvo. —Con los brazos cruzados, Lamben había trazado un círculo lentamente alrededor de su nueva compañera de celda. Vicki intentó seguirla con la mirada, casi se cayó y se dio por vencida—. Por supuesto, lo de drogarte ya ha sido pasarse un poco.
Asegurándose de que Vicki veía lo que iba a hacer, le dio una fuerte patada en la pantorrilla, clavándole la punta de la zapatilla profundamente en el músculo.
Vicki intentó esquivar el golpe, pero no pudo mover la pierna a tiempo. Gruñó de dolor e intentó agarrar a Lamben por la garganta.
Lamben se apartó sin dificultad.
—Vaya, vaya. Te has puesto hasta el culo y te has metido en líos, ¿no? He oído a la guardia decir que has te han pillado con un niño. Sabes lo que quiere decir eso, ¿no? No les va a importar que tengas unos cuantos moratones. De hecho, esperan que los tengas. Por eso estás aquí metida con nosotras. Tenemos cierta fama de pegar duro. —Se apoyó contra la pared y cruzó los brazos, rascándose ligeramente los bíceps—. Te he visto los ojos cuando me has reconocido, así que sé que estás ahí. Y sé lo que estás pensando. Estás pensando que en cuanto se te pase el efecto me vas a poner las pilas. No es mala idea, eras más grande que yo y tienes todo el entrenamiento, y tal, pero —sonrió—, tengo algo que tú no tienes. Natalie, acércate para que te vea nuestra nueva amiga.
Con su estatura, Vicki no tenía que levantar la vista para mirar a muchas mujeres, pero Natalie Wills era enorme. Incluso sentada mediría unos dos metros, o dos metros y pico. La aureola de pelo rubio y encrespado le enfatizaba las curvas de la cara, y los ojos azul claro casi no le cabían en las cuencas. En algún momento, le habían roto la nariz, por lo menos una vez, y se la habían arreglado mal.
Por el espacio de entre sus labios inmóviles, Vicki oía una pesada respiración nasal. Sus pechos y su tripa rebasaban los límites del uniforme. Parecía gorda y se movía como si lo estuviese, pero Vicki apostaría a que en realidad no lo estaba.
—Natalie es amiga mía —susurró Lambert—. ¿Verdad, Natalie?
Natalie asintió lentamente, y los extremos de su boca dibujaron algo que Vicki supuso que era una sonrisa.
—Natalie es muy fuerte, ¿verdad, Natalie?
Natalie volvió a asentir.
—¿Por qué no le enseñas a tu nueva compañera de habitación lo fuerte que eres, Natalie? Cógela.
Unas manos enormes se cerraron sobre los antebrazos de Vicki, comprimiendo fuertemente el músculo sobre el hueso. Primero se levantaron los hombros, pero el resto del cuerpo pronto la siguió hasta tener los pies a quince centímetros y medio del suelo.
Estupendo, Darth Vader travestido.
—Muy bien, Natalie. Ahora suéltala.
El suelo parecía mucho más lejos de lo que ella sabía que estaba. Sus rodillas golpearon fuertemente contra el cemento, y cayó hacia delante, consiguiendo apenas poner un brazo entre la cara y el suelo. Si hubiese tenido algo en el estómago, lo hubiese echado.
—¿Estás echando la pota ahí abajo? —preguntó Lamben, agachándose y agarrando a Vicki del pelo—. Si echas la pota en mi celda, te hago limpiarlo con la lengua.
—Qu… t… fllen. —Su voz todavía no sonaba con claridad, pero se imaginó que Lamben lo había entendido cuando retorció el puño, casi arrancándole el puñado de pelo.
—Cuando se te pase eso, saldrás de aquí la próxima vez que venga el médico. Eso será el miércoles como muy pronto. Tú y yo y Natalie vamos a pasar dos días muy divertidos.
Dos días. Puedo aguantar cualquier cosa dos días.
Sin embargo, allí tumbada, escuchando la respiración húmeda de Natalie, se preguntó si sería capaz. No eran los malos tratos físicos, porque si aquello empeoraba demasiado, los guardias intervendrían, aunque fuese por una pederasta, y por la mañana estaría en mejor forma para poder defenderse. Era lo absolutamente desesperado de la situación. La habían recogido y metido cuidadosamente en el sistema, y al sistema no le gustaba admitir que había cometido un error. El psiquiatra la sacaría de Necesidades Especiales, pero con eso sólo conseguiría acabar en otra celda igual en otra parte de la prisión. Desde allí podría hablar todo lo que quisiera, pero la fecha del juicio no saldría nunca, y como decía Lamben, «¿Quién coño te va a creer? Una policía mala, una pervertida pederasta, una drogadicta. Aquí. Yo tengo más credibilidad».
Era casi como si la hubiesen dejado caer dentro de su peor pesadilla.
Dos días aquí, pero ¿cuánto voy a tardar en salir?
¿Y qué pasaba con Henry y Celluci? ¿La había traicionado Henry? ¿Habían cogido a Celluci? El no saber nada lo empeoraba todo.
Los ojos se le humedecieron y parpadeó con saña para secarlos. Entonces frunció el ceño. En una de las lágrimas creía ver el reflejo de dos diminutas luces rojas. Eso era imposible, no podía ver nada.
Aunque las celdas no se oscurecían más que una penumbra gris y oscura, al apagarse las luces Vicki perdía la poca vista que le quedaba sin gafas. Lamben había reconocido sin problemas esa debilidad y había empezado a aprovecharla. Sorprendentemente, cuando ya no tenía sentido seguir luchando por ver, a Vicki las cosas le resultaban algo más fáciles. El sonido, el olor y el movimiento de las corrientes de aire sobre su piel eran mucho más útiles de lo que había sido su vista deteriorada, aunque, desgraciadamente, no lo suficiente como para evitar los ataques constantes. Natalie podía haber seguido jugando toda la noche, pero Lambert se aburrió pronto y mandó a la enorme mujer a la cama.
A Natalie le gustaba hacer daño a la gente, ya que su fuerza era el único poder que tenía, y a Lambert le gustaba ver sufrir a la gente. Que bonito que se hayan encontrado la una a la otra.
Sabía que necesitaba dormir, pero no creía que fuera a conseguirlo. Le dolía en demasiados sitios, y la cena se había convertido en un bulto sólido justo debajo de sus costillas, el colchón parecía clavársele deliberadamente en los hombros y las caderas, y el olor del lugar le llenaba la nariz y la boca, sin dejarle respirar. Más que nada, pensaba que no podría dormir porque la desesperación no dejaba de perseguirla una y otra vez en su cabeza.
Finalmente, el cansancio pudo con ella y se quedó dormida al son del plástico contra el cemento dos celdas más abajo, donde una mujer luchaba contra unos grilletes acolchados y golpeaba una y otra vez la pared con el casco de hockey que llevaba.
Henry apretó los dedos contra el cemento sobre el que reposaban, y este comenzó a crujir.
¿Tawfik? ¡Aquí estoy!
—Ey, colega, tienes un…
¿Quién osaba? Se dio la vuelta.
—Santa María, Madre de Dios. —Bajo las barbas y la suciedad, el borracho palideció. Sus pesadillas a menudo tenían aquella expresión. Levantando un brazo mugriento para taparse los ojos, se alejó tambaleándose y murmurando.
—Olvídalo, tío, olvídame.
Ya estaba olvidado.
Henry no tenía tiempo que perder con mortales. Quería a Tawfik.
Sentía la furia del caminante nocturno. El brillo de su ka ardía junto con él.
¡Encuéntrame!
Se acercó a la ventana y contempló la calle. Aunque el ángulo del hotel se interponía en su campo visual, sabía exactamente dónde esperaba el joven Richmond. La pasión alimentaba su ka con tal fuerza que casi no tenía que acercarse para tocarlo. Los pensamientos de la superficie eran todavía lo único a lo que podía acceder, pero bullían con tanta emoción pura que, por aquella noche, la superficie era suficientemente interesante.
—Esta ciudad resulta ser pequeña —murmuró, tocando el cristal con suavidad—. Así que conoces al juguete de mi señor y al policía que la envió para encontrarme, que parece estar dando que hacer a mis perros de presa. —Tawfik recordó de repente las puertas por las que había pasado en su camino por la mente de la elegida, y sonrió. Dos de ellas acababan de revelar sus secretos. Qué noble había sido intentando protegerlos—. Me imagino que todas estas pequeñas conexiones la han confundido más todavía de lo que podía haber hecho yo. Mi señor debe de estar contento.
Si es que su señor se daba cuenta. A menudo ignoraba las sutilezas y se limitaba a atracarse. Tawfik suspiró. Hacía tiempo que se había dado cuenta de que había jurado lealtad a un dios sin esplendor.
¡ENCUÉNTRAME!
—Puedes gritar y patalear cuando quieras, caminante nocturno. No voy a bajar ahí. Ahora no piensas, sólo reaccionas. Los pensamientos pueden trastocarse. Las reacciones, especialmente las de alguien con un poder físico como el tuyo, deben evitarse.
Le divertía observar que el caminante nocturno no se había deshecho de la idea del amor. Qué insensato, amar a aquellos de quienes debía alimentarse. Como un mortal declarándose a un pollo, o a una gallina…
Echó un último vistazo al ka ardiente y resplandeciente que tanto deseaba y luego cerró su mente a él, apartando la tentación.
—Ya arreglaremos cuentas más tarde —prometió en voz baja—. Tenemos todo el tiempo del mundo, tú y yo.
—Aquí Graham. ¿Qué?
—¿Sabes algo de Vicki?
Dave Graham se apoyó sobre el codo y miró los números iluminados del reloj.
—Por dios, Mike —susurró—, son las dos de la mañana, joder. ¿No puede esperar?
—¿Qué hay de Vicki?
Acurrucándose alrededor del auricular para no despertar a su mujer, Dave se rindió.
—No hay ninguna orden en el sistema. Nadie tiene ordenes para detenerla. Están vigilando su casa, pero buscándote a ti.
—Entonces ya la han cogido.
—¿Quién? ¿Cantree?
—Sí, parece que está usándolo a él.
—¿Qué?
—Da igual.
Da ve suspiró.
—Mira, tal vez no tenga nada que ver con esto. A lo mejor sólo ha ido a Kingston a visitar a su madre.
—Estábamos trabajando en el mismo caso.
—¿Un caso policial? —Dave se tomó como una respuesta el largo silencio que sucedió a su pregunta y volvió a suspirar—. Mike, Vicki ya no está en el cuerpo. Se supone que no debéis hacer eso.
—¿Has hablado con Cantree?
—Sí, justo después de hablar contigo esta mañana.
—¿Y?
—Y, como te dije en el mensaje, todo sigue igual. Sigue buscándote. No sé por qué. Dijo que tenía que ver con la seguridad interna, que no debía hacer preguntas, y que ya se aclarará todo. Me tiene haciendo recados de mierda en Rexdale.
—¿Estaba raro?
—Joder, Mike, todo este asunto es raro. A lo mejor deberías venir y solucionarlo. Cantree te escuchará.
Mike rio con un ladrido muy poco divertido.
—La única esperanza que tiene toda esta ciudad, a lo mejor el mundo entero, es que no me cojan y que no me acerque para nada a Frank Cantree.
—Vale. —Eran las dos de la mañana; no tenía intención de meterse en teorías sobre conspiraciones—. Abriré los ojos y los oídos, pero no puedo hacer mucho.
—Cualquier cosa que veas u oigas…
—Te dejaré un mensaje. No es que vaya a ver ni oír demasiado al oeste del país de Dios, es decir, me refiero a Rexdale. Será mejor que te vayas, no sea que tengan pinchada esta llamada… ¿Mike? Era broma. ¿Celluci? Dios…
Contempló el teléfono durante un momento, luego sacudió la cabeza, colgó y se acurrucó junto a las suaves y cálidas curvas de su mujer.
—¿Quién era? —murmuró ella.
—Celluci.
—¿Qué hora es?
—Las dos y pico.
—Dios… —Ella se enterró más profundamente entre las sábanas—. ¿Lo han cogido ya?
—Todavía no.
—Lástima.
A la hora del desayuno, Vicki había recuperado el control de la mayor parte de los músculos. Brazos y piernas se movían cuando y hacia donde quería, aunque todavía les faltaba tono. Intentar usar los dedos para actividades más complicadas que agarrar utensilios era arriesgado, y al intentar enlazar más de dos o tres palabras, se le trababa la lengua. Al pensar más allá de su situación presente, intentar analizar o planear, el cerebro se le seguía llenando de algodón, y pensar en su situación presente no ayudaba en absoluto.
Sin las gafas, el desayuno era un borrón amarillo y gris al otro lado de un túnel confuso. Sabía bastante parecido.
No podía evitar comer encerrada entre sus dos compañeras de celda, ni podía dejar de darse cuenta de cómo se apartaban de ellas el resto de sus compañeras de la galería, lo que les permitía ponerse el frente de la fila para la comida y pedir una jarra entera de café. La fuerza de Natalie, combinada con la brutalidad de Lamben las situaban firmemente en la cima de la jerarquía. Las más coherentes de entre las demás reclusas veían a Vicki con algo parecido al alivio, y sus expresiones no expresaban tanto mejor tú que yo como por lo menos, cuando eres tú no soy yo.
Proteger su comida al mismo tiempo que a sí misma resultó ser más de lo que le permitían sus posibilidades. Natalie se llevó la mayor parte de su desayuno, y por debajo de la desvencijada mesa de picnic, que se tambaleaba de forma alarmante cada vez que se cambiaba de lado el peso, la pellizcaba, dejándole moretones. Natalie creí que todo aquello era muy divertido. Vicki no, pero los ataques venían por el flanco, y no podía luchar contra lo que no podía ver. La comida se convirtió en una lección de desamparo dolorosa y humillante.
Mientras estaba encerrada en la celda durante la limpieza, apoyó la cabeza contra la pared e intentó obligar a sus ojos a funcionar. Desgraciadamente, Lamben no tardó en detectar cuáles eran los límites de su vista. Al intentar esquivar el extremo de una toalla mojada en el váter, Vicki sintió de repente cierta condolencia por los niños de los patios de colegio con los que todo el mundo se metía porque podía.
Cuando las dejaron salir de nuevo a la galería, pasó a tientas al lado de la fila de mesas e intentó hablar con la guardia. Sabía dónde debería estar la mesa aunque no pudiese verla realmente.
—¡Ey!
—¿Ey, qué? —La voz de la guardia no ofrecía nada.
—Nece…
—No. ¡No! ¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NOOOOOO!
Natalie. Justo a sus espaldas, Aunque sabía bien cuál sería el resultado, lo intentó otra vez.
—Puede…
—¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NOOOOOO!
Esto no se le ha ocurrido a ella sola. Se lo ha mandado Lamben. Apretando los dientes hasta dolerle la mandíbula, Vicki no dudaba que el sonido duraría indefinidamente.
—¡Mire! —gritó al fin, empujando con impotencia a la mujer que acompañaba con un alarido de ciento veinte decibelios todo lo que decía—. ¡Yo no debería estar aquí!
De repente, los barrotes de hierro se clavaron en la cara de Vicki al empujarla Natalie, y por un instante pudo distinguir la cara de la guardia. No era Dickson. No era nadie que conociese.
—Pues díselo al psiquiatra —le sugirió ella. Su expresión vacilaba entre el aburrimiento y el fastidio—. Y apártate de los barrotes.
—Mía para dos días —le dijo Lamben a Vicki cuando Natalie la llevó junto a ella.
Pasaron la mañana viendo programas de concursos. Vicki se sentó en una especie de estupor, agradecida, por lo que oía por encima del ruido de cuarenta mujeres encerradas en un espacio diseñado para dieciocho, de no poder ver los televisores. La América media regocijándose en la gloria de las neveras sin escarcha le hubiese hecho perder los estribos.
La comida fue una repetición del desayuno, aunque Natalie se pasó al otro lado y le pellizcó en el otro muslo. Una mujer con un caso grave de delirium tremens lanzó su plato contra los barrotes y otras dos se pusieron a gritar obscenidades al azar. Alguien empezó a aullar. Vicki mantuvo la mirada firmemente en el plato. La angustia sazonaba cada bocado.
Después de la comida, las cosas se calmaron, ya que pusieron teleseries. Lamben se sentó entronizada delante de la mejor de las cuatro televisiones, mientras que Natalie obligaba a las demás a callarse por lo menos a su alrededor.
—Ese es mi marido, sabéis. Ese es mi marido —decía una mujer mayor señalando a la pantalla—. Tenemos trece hijos, y un perro, y dos…
Un gañido de dolor puso fin a la letanía.
Por el momento, parecían haberse olvidado de Vicki. Se dirigió cuidadosamente hacia las duchas. Tal vez si arrancasen el hedor del lugar, este parecería menos miserable. La barricada de cemento que separaba las duchas de la zona común se elevaba desde el suelo hasta la altura de la cintura, y descendía desde el techo hasta los hombros. Todo lo demás estaba expuesto a las reclusas y los guardias.
Nadie te va a mirar las tetas, Vicki, se dijo, pasando la mano por el cemento húmedo. Sólo eres otro trozo de carne, a nadie le importa.
Varias de las sillas de la entrada estaban llenas ya. En una de ellas, el borrón de color carne se separó en dos. Cualquier cosa que sucediese bajo el nivel de las barricadas, sucedía en la mayor intimidad posible.
Quitarse los zapatos, los pantalones y la ropa interior no era tan malo, pero sintió un escalofrío en la espalda al quitarse la camisa, y al sacarse la camiseta por la cabeza se sintió más desnuda y vulnerable que en ningún momento de su vida. Se apresuró a ponerse bajo la protección mínima que le ofrecía el agua.
Perdida en el calor y la presión del agua, casi se convenció de estar a salvo en casa, y sólo por aquel momento la situación no pareció tan desoladora.
—Buena idea, Nelson, pero no deberías estar sola. Todavía no estás muy segura, y a veces la gente se cae en la ducha. Es un sitio terrible. Es tan fácil hacerse daño…
Era Lambert, y, como de costumbre, no venía sola.
Vicki intentó soltar el brazo del apretón de Natalie. Esta se lo retorció hasta casi dislocarle el codo. El dolor le hizo ver llamas escarlata y despejó la niebla. La desesperación se tornó odio de repente.
No tenía ni una oportunidad. Ni le importaba.
No duró mucho.
—¿Qué coño pasa aquí?
—Nada, jefa —ronroneó Lambert—. Mi colega se ha caído. —Por debajo del campo de visión de la guardia, su pie apretaba ligeramente la garganta de Vicki.
—¿Está bien?
—Sí, jefa.
—Entonces recógela y sácala de ahí.
Natalie soltó una risita y pellizcó a Vicki en el estómago. Con fuerza.
Vicki hizo una mueca de dolor, pero lo ignoró. Todavía le dolía la cabeza del contacto violento con las baldosas, pero por primera vez en lo que parecían siglos, pensaba con claridad. Lambert y Wills eran molestias menores, nada más. Su enemigo era una momia de tres mil años de antigüedad que se había hecho con la ley, la había trastocado y la había atrapado en la espiral que había creado. Iba a pagarlo. No sabía a quién habría hecho daño para encontrarla, si a Henry o a Mike, pero también iba a pagarlo. Para poder hacerle pagar, tenía que ser libre, y si el sistema no la liberaba, entonces lo tendría que hacer ella misma.
—Gracias —murmuró ausente, al levantarla Natalie de un tirón.
Ya había habido gente fugada de centros de detención antes.
—Otro bonito día en el Centro de Detención de Metro West. Gracias chicos, la podemos llevar nosotros desde aquí.
La joven luchaba contra los grilletes, siseando y escupiendo como un enorme gato. Los guardias la ignoraron, le sujetaron las manos por debajo de los brazos y se la llevaron a rastras.
—¡Cerdos hijos de puta! —chilló—. ¡No sois más que putos cerdos y espero haberos saltado los putos dientes!
Dave Graham suspiró y se dio la vuelta para ver a su compañero provisional.
—¿Te los ha saltado?
—Nah. —El Detective Cárter Aiken se palpó el borde de la boca e hizo una mueca de dolor—. Pero me ha partido el labio.
—Buen derechazo.
Aiken resopló.
—Más fácil de apreciar desde tu ángulo. Hay un váter al final del pasillo, ahora vuelvo.
—¿Qué vas a hacer, meter la cabeza en la taza?
—¿Quién ha dicho nada de la cabeza? —Aiken se lamió la sangre de los dientes y arqueó las dejas con dramatismo—. Me estoy meando desde que salimos de la comisaría.
Dave se rio al desaparecer el otro al cruzar la esquina, y se apoyó contra la pared. Le caía bien Aiken. Le hubiese gustado conocerlo en mejores circunstancias. Le gustaría saber qué coño pasaba.
—Hola guapo…
Se enderezó y se giró. Aquella sargento auxiliar con los brazos llenos de hojas de impresora parecía familiar, pero…
—¿Hania? ¿Hania Hojotowic? ¡Joder! ¿Desde cuándo eres sargento?
Ella se rio.
—Hace seis semanas. En realidad, seis semanas, dos días, cuatro horas y —miró su reloj, casi tirando el montón de papeles—, once minutos. Pero a quién le importa. ¿Qué haces aquí fuera? ¿Dónde está Mike?
Evidentemente, no había oído lo de Celluci. Pues mejor, ya empezaba a cansarse de oír hablar de él.
—Servicios temporales. Ya sabes como es. ¿Y tú?
—El centro está teniendo problemas con el SGD. El programa de ordenador —continuó, al ver la expresión confusa de él—, el Sistema de Gestión de Detenidos. He venido a intentar poner orden.
—Si hay alguien capaz de hacerlo… —Cuando se conocieron, Hania había llegado para ordenar los datos reunidos como parte de una enorme cacería después de un homicidio en Parkdale. Por lo que a él respectaba, lo que ella era capaz de hacer con un ordenador podría situarse entre la magia y el milagro. Incluso Celluci, que había sugerido alguna vez que todo el silicio debería devolverse a la playa, de donde provenía, había quedado impresionado—. ¿Está muy mal?
Hania se encogió de hombros.
—No mucho. De hecho, yo ya he hecho mi trabajo, sólo falta que alguien introduzca todo esto en el sistema —indicó con un movimiento de cabeza todo el papel impreso que llevaba.
—Dios mío, van a tardar días.
—En realidad no. La mayoría de este papel está en blanco. Son todo listas de posesiones personales, y no es que venga mucha gente con equipaje. Bueno, hay excepciones… —Sacó una hoja y sonrió—. Escucha esto. Cuatro bolígrafos, cuatro lápices, un subrayador negro, una bolsa de plástico congeladora con otras seis bolsas de plástico congeladoras dobladas en el interior, un cepillo, un peine, una caja de cosméticos con un lápiz de labios y dos tampones, siete canicas en una bolsa de algodón, un juego de ganzúas en una carpeta de cuero, una lupa en una funda protectora, tres cuadernos de notas escritos a la mitad, un cuaderno vacío, un paquete de pañuelos, un paquete de condones, un paquete de píldoras anticonceptivas, un destornillador, una navaja suiza, una pistola de agua con forma de pez, algodones, tenacillas, un par de alicates, un par de guantes de goma enrollados, una botella pequeña de alcohol etílico, una linterna de alta potencia con cuatro baterías de repuesto, dos agujas curvas, doce dólares con setenta y tres en monedas sueltas y media bolsa de bolas de queso. Ahora dime, ¿qué clase de psicópata va por ahí con todo eso en el bolso?
Dave tardó un momento en encontrar la voz.
—¿No llevaba identificación? —logró decir finalmente.
—Nada. Ni un recibo de la Visa. Probablemente la tiraría antes de que la cogieran. A veces lo hacen, pero eso ya lo sabías.
—Sí —a veces lo hacían, No pensaba que ese fuera el caso aquella vez—. ¿De quién dicen que es todo eso?
—No lo pone. Pero lo puedo averiguar, si quieres —se dirigió pasillo abajo—. Venga, podemos usar una terminal aquí al lado.
Él la siguió sin pensárselo. Sabía exactamente qué clase de psicópata llevaría todo eso en el bolso.
—¿Dave? ¿Detective Graham? ¿Me oyes?
—Sí, perdona. —Pero no lo oía. No oía nada más que la voz de Celluci diciendo «Entonces ya la han cogido».
—¿Fitzroy? Soy Celluci. Supongo que si hubieses encontrado a Vicki anoche, habrías cambiado el mensaje para decírmelo.
Y si la has encontrado y no has cambiado el mensaje, sugería el tono, te voy a arrancar la cabeza.
—Quédate en casa esta noche. Por lo menos hasta que te llame. Voy a intentar entrar en su apartamento y echar un vistazo; nadie desaparece sin dejar algún tipo de prueba, pero después de eso, tenemos que hablar. Vamos a tener que colaborar para encontrarla.
Aquella última frase sonó como un guante arrojado, a pesar de lo pequeño del altavoz del contestador.
No obstante, Henry sonrió. Necesitas mi ayuda, mortal. Ya era hora de que lo admitieses.
—Hola Henry, soy Brenda. Te llamaba sólo para recordarte que necesitamos Amor torturado, o como lo vayas a llamar, para el quince. Aliston ha firmado para hacer la portada y ha prometido que nada de sombra de ojos púrpura. Llámame.
—¿Celluci? Soy Dave Graham. Son las cuatro y cuarto, martes, tres de noviembre…
Ahora eran las seis y veinte, ocho minutos después de la puesta de sol.
—… llámame en cuanto oigas este mensaje. Estaré en casa toda la noche. —Su voz comenzaba a sonar enrarecida, como si no creyese realmente lo que estaba diciendo—. Creo que la he encontrado. Es mal asunto.
Henry apretó con los dedos el brazo de la silla y, con un sonoro crujido, el roble se partió haciéndose astillas en media docena de trozos. Se quedó contemplando el destrozo sin verlo realmente. El hombre del teléfono, aquel David Graham, sabía dónde estaba Vicki. Si quería la información, tendría que darle el mensaje a Mike Celluci.
Los policías del coche de incógnito eran fáciles de esquivar. Parecían no interesarse demasiado en el trabajo que estaban haciendo, y no prestaban ninguna atención a las sombras que se movían justo detrás de la acera. En cuanto a la entrada del apartamento, bueno, tenía una llave. La puerta se abrió silenciosamente ante él y se cerró a su espalda del mismo modo. Se quedó de pie en la entrada sin hacer ningún ruido, y escuchó la vida que se movía al final del pasillo. Era un latido de corazón más rápido de lo normal, y su aliento era entrecortado y casi doloroso. El olor a sangre era dominante, pero el miedo y la rabia se acumulaban sobre él en proporciones iguales.
Avanzó y se detuvo al borde del cuarto de estar. Aunque estaba muy oscuro, veía con claridad al hombre agazapado.
—Tengo un mensaje para ti —le dijo, disfrutando perversamente del repentino vuelco del corazón del otro.
—Por Dios Bendito —siseó Celluci, levantándose y contemplando a Henry—. ¡No hagas eso! ¡Hace un segundo no estabas ahí! Además, creía haberte dicho…
Henry se limitó a mirarlo.
Celluci se recogió el rizo de la frente con mano temblorosa.
—Vale, tienes un mensaje —abrió más los ojos—. ¿Es de Vicki?
—¿Estás preparado para oírlo?
—¡Gilipollas! —Celluci agarró las solapas de la gabardina de cuero de Henry e intentó tirarlo al suelo. No podía mover al otro hombre, más pequeño que él, aunque tardó un momento en darse cuenta de ello—. ¡Vete a la mierda! —le insultó otra vez, agarrando con más fuerza el cuero—. ¡Si es de Vicki, dímelo!
El dolor de la voz del detective llegó hasta donde no hubiese llegado la rabia sola, y la vergüenza acechaba de cerca. ¿Qué estoy haciendo? Henry apartó las manos del abrigo casi con amabilidad. No me va a querer más por hacerte daño.
—El mensaje era de David Graham. Quiere que le llames a casa. Dice que cree que la ha encontrado.
Un jadeo, dos, tres; Celluci tanteó ciegamente en busca del teléfono. La oscuridad ya no era una protección sino un enemigo al que combatir. Henry alargó las manos y guio las del otro, antes de moverse rápidamente hasta la extensión del dormitorio mientras este marcaba.
—¿Dave? ¿Dónde está?
Dave suspiró. Henry oyó la suave carne de su labio superior comprimirse entre sus dientes.
—Centro de Detención Metro West. Por lo menos, creo que es ella.
—¡No lo comprobaste!
—Sí, lo comprobé. —Por el sonido de su voz, parecía que el Detective Graham todavía no se creía lo que había encontrado—. Mejor empiezo por el principio…
Le contó cómo se había topado con Hania Wojotowicz y cómo esta le había enumerado el contenido del bolso, cómo había buscado la ficha de interna, cómo la descripción encajaba con la de Vicki Nelson aunque el nombre fuese Terry Hanover.
—La cogieron por pederastia, Mike, con un niño de doce años. Nunca has leído una mierda más retorcida. Iba colocada de algo, no sabían qué, así que la metieron en Necesidades Especiales.
—¡La han drogado! ¡Esos hijoputas la han drogado!
—Sí, si es ella —pero no parecía tener dudas—. ¿Quién son ellos, Mike? ¿Qué hostias está pasando?
—No pudo contártelo. ¿Dónde está exactamente… ahora?
La pausa indicaba que Dave sabía exactamente por qué preguntaba Celluci.
—Sigue en Necesidades Especiales —dijo al fin—. Galería D, celda tres. Pero no conseguí llegar a verla. No me dejaban entrar en la galería. No sé seguro que sea ella.
—Yo sí.
—Esto ha ido demasiado lejos —tragó saliva una vez, con fuerza—. Voy a hablar con Cantree mañana.
—¡No! Dave, si le cuentas esto a Cantree, vas a estar tan pillado como nosotros. Mantén la boca cerrada un poco más. Por favor.
—Un poco más —repitió Dave, suspirando de nuevo—. Vale, compañero, ¿cuánto tiempo?
—No lo sé. Igual deberías tomarte esas vacaciones que te tocaban ya.
—Vale. A lo mejor debería.
El suave clic del teléfono de Dave Graham al colgar su extremo de la línea resonó por todo el apartamento.
Henry salió del dormitorio y los dos se miraron.
—Tenemos que sacarla —dijo Celluci. Sólo podía ver el óvalo pálido de una cara en la oscuridad. Voy a hacer todo lo que tenga que hacer para sacarla de ahí, por muy poco que me guste. Incluso cooperaré contigo, porque necesito tu fuerza y tu velocidad.
—Sí —contestó Henry. Los «centros de detención» que conozco existieron hace siglos. Necesito lo que tú sabes. Aquí mis sentimientos no cuentan, ella sí.
Los comentarios silenciosos retumbaban con tal fuerza que era increíble que no alertasen e hiciesen entrar corriendo a la policía que observaba el edificio.