enry esperó inmóvil, mientras el otro hombre se acercaba. Se sentía como un conejo ante los faros de un coche, perfectamente consciente de que la muerte y la destrucción se cernían sobre él, pero incapaz de moverse.
El sol cada vez se hacía más y más brillante en su mente, hasta que luchó por esquivarlo.
No hay forma de luchar contra esto…
Entonces, de repente, reconoció contra qué se enfrentaba. Los vampiros podían sentir las vidas que los rodeaban, no sólo por el olor y el sonido, sino también por una sensibilidad propia de los que cazaban por la noche. Lo que sentía aproximarse era una vida, antigua, a diferencia de cualquier otra vida que hubiese sentido antes, y el sol era sólo un símbolo creado para enfrentarse a ella.
Lo he reconocido desde el momento en que despertó, y más en los momentos en que soy más vulnerable. Por dios, casi me mata con sólo existir.
Frunciendo el ceño y apretando los dientes, se esforzó por apartar aquella vida de la parte central de su mente, consiguiendo finalmente relegarla al fondo y amortiguando la luz, aunque no podía hacerla desaparecer del todo. Ahora existía como fondo para todo lo que él hacía, pero por lo menos ya no lo cegaba.
La noche volvió, Henry parpadeó y se encontró hundido en unos iris de color marrón tan oscuro que parecían negros. Justo antes de que esta oscuridad se cerniese sobre él, gruñó y se liberó.
—¡No iré sin resistirme, como un cordero al matadero!
La fuerza de voluntad golpeó el hechizo de absorción y lo hizo pedazos. En todos los siglos que habían pasado desde que su dios le cambiase, nunca había sentido una fuerza bruta como aquella.
Debería haberse dado cuenta de que no sería tan fácil, y no lo habría intentado de no haber estado cegado por la gloria del ka del otro. Aquel ka tenía protecciones; no sólo la fuerza personal, sino también fuertes vínculos con el Dios único que había destruido las antiguas costumbres. Cada una de esas cosas podía bastar para impedirle tomar lo que deseaba tan fehacientemente, y juntas constituían una barrera casi impenetrable.
Pero tendré su ka. Debo tenerlo.
Sólo rozó los extremos más externos de sus pensamientos. En ellos pudo sentirse a sí mismo y pudo sentir miedo. Ambos le permitirían, si no entrar, al menos rodearlo. Buscó otras debilidades, pero sólo encontró el resplandor de un potencial ilimitado.
—¿Qué eres?
Henry, con los músculos tensos entre los hombros, las manos apretadas tan fuerte que las uñas le horadaron medialunas en las palmas, no vio motivo para no contestar. Habló con un tono tal que recorriese la distancia entre ellos dos pero no más, y la arrojó como un guante de desafío.
—Soy un vampiro.
El ka que había absorbido desde que despertó le proporcionó un remedo confuso de imágenes que no parecían tener mucho que ver con el joven que tenía delante de él. Fue tamizando la información hasta que reconoció con qué se enfrentaba. Su gente lo habría llamado por otro nombre.
Con razón brillaba tan intensamente el ka del joven. Como los caminantes nocturnos se alimentaban de la sangre de los vivos, eran inmortales. Tan inmortales como él mismo. ¿Ardería su propio ka como un faro? Era una pena que nunca lo supiese, ya que era el único que no podía ver.
¡Qué poder obtendría si se alimentase del ka de un ser inmortal! Ya no sería necesario trabajar mediante ridículos instrumentos humanos. Desde el principio, gobernaría en su propio nombre.
Tal vez… tal vez un puesto en la asamblea de los dioses no estaría fuera de su alcance. Se imaginaba rodeado de gloria, y no ya como un siervo de una simple deidad menor, sino como un amo en su propio nombre. Aunque le fascinaba, enterró profundamente el pensamiento. No sería bueno que Akhekh lo encontrase.
Sin embargo, devorar un ka inmortal… había estado tan cegado por la vida que quedaba que nunca se había fijado en la vida transcurrida, nunca se había dado cuenta de que era mucho más larga que la vida humana normal. Descubrió que era mayor que él por bastantes siglos, incluso descontando los milenios que había pasado encerrado. Aún así, tendría que tener cuidado, ya que si quería devorarlo, las protecciones del caminante nocturno deberían reducirse. No tenía el poder suficiente como para destruirlas, incluso considerando el miedo que había introducido por ellas.
¿Por qué tienes miedo de mí, caminante nocturno?
Aunque era una emoción que podía usar, era una pregunta que no podía contestar, así que hizo otra.
—¿Por qué me buscas, caminante nocturno?
Cierto, ¿por qué?
—Estás cazando en mi territorio.
Era una respuesta lo bastante ambigua como para ocultar muchos motivos y, como Henry descubrió al hablar, la verdad también.
Una vez más intentó leer el ka del otro, atravesar la superficie, pero no avanzó más que en las anteriores.
—Me gustaría hablar contigo, caminante nocturno. ¿Podemos caminar juntos un rato?
Henry quería negarse, dividido entre el deseo de correr y el de destrozarle la garganta a la criatura y beber hasta el fondo la sangre que oía correr por debajo de la suave columna del cuello. La primera opción no le ayudaría a encontrar una solución. La segunda… bueno, incluso si pudiese atravesar las defensas que llevaban los hechiceros, cosa que dudaba, era domingo por la tarde y se encontraban en una intersección en medio de Toronto. Aunque cometer un crimen violento delante de cientos de testigos, sería una solución más o menos aceptable, no creía que pudiese sobrevivir a ella.
De este modo, como parecía lo más adecuado, si no la mejor opción, se giró y se puso a caminar al lado del otro, intentando ignorar el sol que seguía brillando en la otra esquina de su mente.
Caminaron hacia el sur, por Queen’s Park Road, y el poder que llevaban consigo hizo girar la cabeza a varios al pasar a su lado.
—¿Cómo debería llamarte? —preguntó finalmente Henry.
—Uso el nombre de Anwar Tawfik. Puedes llamarme así.
—Ese no es tu nombre de nacimiento.
—Por supuesto que no —se rio gentil, como un mayor amonestando a un alumno equivocado—. Adopté ese nombre al despertar. No voy a darte el poder de mi nombre verdadero. —No había oído pronunciar su nombre desde antes de que Egipto se unificase—. ¿Y yo debo llamarte…?
—Richmond.
Aunque había respondido a él en el pasado, era un título, no un nombre, así que estaría a salvo de cualquier hechicería que pudiese realizarse con él.
Recorrieron una corta distancia más allá, hasta que los sonidos de Bloor Street se desvanecieron; entonces, por acuerdo mutuo, se dirigieron al parque. En una noche de noviembre, caminaban solos por los senderos húmedos cubiertos de hojas caídas, bajo árboles casi desnudos. Nadie podría oír las palabras que decían. Nadie tendría que morir por haberlas oído.
Las luces desperdigadas sólo hacían retroceder la oscuridad en algunas zonas aisladas. En el resto del parque la noche se extendía intacta, desde la infinidad hasta el suelo. Había poca luz de ningún tipo sobre el banco que escogieron, y al ver Henry a Tawfik descender cuidadosamente sobre este, se dio cuenta de que el otro no tenía una vista mejor que la de los mortales.
Así que tengo la ventaja de la vista. Para lo que me va a valer…
Tawfik olía a excitación, no a miedo, y su corazón sólo latía una fracción de segundo más rápido que el de la media de los humanos. El movimiento de su sangre despertó el Hambre, a pesar de que el peso de su vida abrumase cualquier deseo que tuviese de alimentarse. Olía el miedo en sí mismo, y su propio corazón, aunque aún sopesadamente despacio en términos mortales, no latía tan rápido y fuerte desde hacía años.
Tawfik fue el primero en hablar, y su voz sonaba divertida.
—Tienes cien preguntas, ¿por qué no empiezas?
¿Por qué no? Pero ¿por dónde? Tal vez con la pregunta que él mismo había contestado.
—¿Qué eres?
—Soy el único sacerdote que queda del dios Akhekh.
—¿Qué haces aquí?
—¿Quieres decir que cómo he llegado hasta aquí, hasta este siglo, hasta este país? ¿O quieres decir que qué hago aquí ahora?
—Ambas cosas.
Tawfik se removió sobre el banco.
—Bueno, eso es, como dicen, una historia muy larga, y como sólo tienes hasta el amanecer…
No vio motivo alguno para mentir al caminante nocturno con respecto a lo que era y lo que había sido, y, aunque escogería cuidadosamente las palabras, también quería hablar de sus planes. Después de todo, quería ganarse la confianza del joven Richmond.
Afortunadamente, el Dr. Rax le proporcionó un trasfondo del siglo XX sobre el que apoyar su historia.
—Nací hacia el año 3250 antes de Cristo, en el alto Egipto, justo antes de que Meri-nar, que había sido rey del bajo Egipto, crease un imperio que se extendía a lo largo de todo el Nilo. En el momento de la conquista, yo era un sacerdote de Set de alto rango; no del Set que se recuerda normalmente, que entonces era un dios benévolo, desgraciadamente en el bando perdedor. Después de la conquista, el anciano Horus, el mayor de los dioses del bajo Egipto, desposeyó a Set y lo declaró impuro. Set, que aún era muy poderoso, encontró su forma de entraren el panteón nuevo. —El tono de Tawfik se volvió algo seco—. Los dioses egipcios eran, cuando menos, flexibles. Yo como alto sacerdote, había sido desposeído con mi dios, despojado y expulsado de mi templo. Al ser mortal y de mediana edad, no pude permitirme el lujo de preocuparme por los planes a largo plazo de Set. Quería una venganza inmediata, y estaba dispuesto a… —Se detuvo y Henry le vio fruncir el ceño mientras recordaba—. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperar el poder y el prestigio que había perdido. Akhekh, una deidad menor y oscura, vino a mí. En la confusión de los cielos, había conseguido hacerse con más poder de lo habitual. «Júrame lealtad», dijo, «dedica tu vida a mi servicio y te daré el tiempo que necesitas para vengarte. Te haré más poderoso de lo que nunca has sido. Conviértete en mi sacerdote y te daré el poder de destruir el ka de tus enemigos. Te alimentarás de sus almas, y de este modo vivirás para siempre». —Tawfik se giró para mirar a Henry y sonrió forzadamente—. No pienses ni por un momento que Akhekh me hizo esta oferta porque me apreciase. Los dioses sólo existen mientras existe la fe. Si se cambia a los creyentes, se cambia a los dioses. Cuando ya nadie cree, los dioses pierden definición, la personalidad, si lo prefieres, y quedan absorbidos en el todo. —Percibió una fuerte llama negativa procedente del ka del caminante nocturno, e inclinó la cabeza educadamente hacia el otro hombre—. ¿Querías decir…?
Henry no pretendía decir nada, pero se dio cuenta de que cuando se le desafiaba no podía contenerse. No haré como Pedro ni negaré a mi señor.
—Sólo hay un Dios.
—Richmond, por favor. —Tawfik no se molestó en ocultar el tono divertido de su voz—. Por lo menos tú deberías tener un criterio mejor. Tal vez algún día sólo haya un dios, cuando los sueños y los deseos de todo el mundo sean los mismos, y, ciertamente, hay menos dioses que cuando me enterraron. Pero ¿uno sólo? No. Puedo… presentarte a mi dios, si lo deseas.
La noche parecía oscurecerse un poco más.
—No. —Henry masculló la palabra a través de sus dientes apretados.
Tawfik se encogió de hombros.
—Como desees. Bien, ¿por dónde iba? Ah, sí. Acepté la oferta de Akhekh, por supuesto: el que viniese de un dios oscuro no me importaba dadas las circunstancias. Descubrí que no sólo podía extender mi vida y reforzar mi magia con la vida que quedaba en el ka que absorbía, sino que también obtenía el conocimiento de la vida que contenía ese ka. Un recurso de incalculable valor para trasladarse entre culturas separadas por mucho, mucho tiempo.
—Así que, cuando mataste al Dr. Rax…
—Absorbí el poder de la vida que le quedaba y supe todo lo que él sabía. Cuanto más joven sea la vida, menos conocimientos tiene, pero más potencial de poder.
—Entonces, el niño que mataste esta mañana…
Aquello hizo que Tawfik abandonase de un salto su postura relajada.
—¿Cómo lo sabes? —inquirió, y supo la respuesta antes de que la pregunta saliese de su boca. El joven que había estado observando, sabiendo perfectamente lo que ocurría, el joven que huyó aterrorizado, debió de huir en busca de la protección del caminante nocturno. Había oído que estos a veces reunían mortales a su alrededor para tener una fuente inmediata de comida cuando no era seguro cazar. Así que ha entrado en juego otro peón. Tawfik no dejó ver en su rostro o en su voz nada más que la pregunta. Si el caminante nocturno pensaba que se había olvidado del joven, su protección sería menos extrema y más fácil de evitar.
Henry oyó acelerarse el pulso de Tawfik, pero el sacerdote hechicero no mencionó a Tony. Tal vez este se había equivocado y no le había visto. Teniendo en cuenta el terror que sentía, no parecía muy probable. Tal vez Tawfik ocultaba más sus jugadas y no quería dejar ver sus cartas. Sin duda, tenía sus propias razones para negar haber tenido un testigo. Las de Henry eran sencillas: no quería traicionar a un amigo. Dejó que se notase la bestia en su voz al repetir:
—Has estado cazando en mi territorio.
Tawfik reconoció la amenaza y respondió con una propia, jugando con el miedo apenas controlado que el caminante nocturno sentía por él.
—Como ibas a comentar, el niño al que maté esta mañana me hizo muy poderoso. —Tablas de nuevo—. Bien, ¿puedo continuar con mi historia…?
—Adelante.
—Gracias. —La oferta de Akhekh incluía una condición: no podría devorar el ka de alguien que ya hubiese jurado fe a un dios. Durante los primeros cien años después de la conquista, mientras el panteón se asentaba, fue fácil encontrar almas sin dios, y había obtenido mucho poder (que, como descubrió, le complacía más que la venganza), y el culto de Akhekh había crecido en fuerza. Sin embargo, cuanto más estable y próspero era Egipto, más gente quedaba satisfecha con sus dioses y menos ka libre quedaba disponible, lo que mermó su poder y el de Akhekh, lánguido en contraste con Egipto. Aquella época poseía una decadencia que él reconocía y que tenía toda la intención de explotar. Estaban maduros para los rituales de Akhekh. Tawfik no vio motivo alguno para mencionar nada de eso al caminante nocturno—. Por mi causa, mi señor, a pesar de su posición relativamente subordinada en el panteón, nunca fue absorbido por los dioses mayores, como lo habían sido muchas deidades menores. Por ello, en cada época, en mil lugares a lo largo del Nilo, elevé un templo a Akhekh. —Por otra parte, era el único adorador, pero tampoco tenía por qué mencionarlo—. De vez en cuando, otros sacerdotes protestaban porque hubiese salido del ciclo de la vida, pero los siglos me habían convertido en un hechicero hábil. Y me habían enseñado cuándo abandonar un mal negocio e irme de la ciudad. Por lo tanto, no pudieron cogerme. Como sólo destruí a los que no debían lealtad a ningún señor, los demás dioses se negaron a involucrarse.
—Pero al final te cogieron.
—Sí. Bueno, cometí un pequeño error de cálculo. Podría pasarle a cualquiera. —En la oscuridad, Tawfik sonrió—. ¿Quieres que te cuente lo que fue? Es totalmente irrelevante en este tiempo y en este lugar, así que, aunque quisieras, no podrías usarlo contra mí. Durante lo que ahora llamáis decimoctava dinastía, aunque Egipto era extremadamente próspero, la mayoría de los nobles tenían familias grandes, lo que significaba que una parte de la nobleza más joven no tenía nada que hacer. En un clima social como aquel, el templo de Akhekh creció y floreció. Mi señor obtuvo más acólitos que nunca desde la conquista. Desgraciadamente, aunque no me parecía inapropiado en aquel momento, dos de los hijos más jóvenes del faraón se unieron a nosotros. Esto atrajo por fin la atención de los dioses mayores.
Se detuvo, suspiró y sacudió la cabeza. Cuando comenzó a hablar de nuevo, su voz había perdido el tono de profesor y se había convertido únicamente en la voz de un hombre que compartía recuerdos dolorosos.
—Los hijos del faraón eran los hijos de Osiris renacido, y Osiris no toleraría verlos corrompidos por lo que consideraba una abominación. De este modo, Thot, el dios de la sabiduría, se dirigió a uno de sus sacerdotes en un sueño y le explicó cómo derrocarme. Se destruyeron mis protecciones y me expulsaron del templo una vez más. La primera vez me dejaron vivo porque mi vida no tenía sentido. Esta vez tenían miedo de matarme, por lo mucho que mi vida se había alargado. Incluso los dioses se preocupaban por lo que pudiese pasar si se liberase mi ka bajo la custodia de Akhekh, cuando quedaban tantos acólitos que realizaban los rituales. No debían matarme, sino enterrarme vivo. Los sacerdotes de Thot me explicaron todo esto mientras preparaban el ritual. Tres mil años más tarde, trajeron mi prisión a esta ciudad y me liberaron.
—Y destruiste al hombre que te dio tu libertad.
—Mi libertad la obtuve al destruirlo. Necesitaba sus conocimientos.
—Y el otro. El limpiador.
—Necesitaba su vida. Llevaba tres mil años enterrado, caminante nocturno. Tenía que alimentarme, ¿no habrías hecho tú lo mismo?
Henry recordó los tres días que había pasado bajo tierra, con el hambre asestándole zarpazos hasta que todo él se convirtió en hambre.
—No —admitió, tanto para sí como para Tawfik—. Me habría alimentado. Pero —se libró del recuerdo—, no habría matado a los demás, a los niños no.
Tawfik se encogió de hombros.
—Necesitaba su poder.
—Así que les quitaste a vida.
—Sí. —Se removió sobre el banco, cruzando los dedos y apoyando los antebrazos en los muslos—. Te he contado todo esto, caminante nocturno, para que te des cuenta de que no puedes detenerme. No eres un hechicero. Thot y Osiris hace tiempo que murieron y no pueden ayudarte. Tu dios no interfiere.
Primero el palo:
—Si le enfrentas a mí, me veré obligado a destruirte.
Luego la zanahoria:
—Como yo lo veo, tienes dos opciones: vive y deja vivir, como yo estoy dispuesto a hacer contigo, o únete a mí.
—Unirme a ti. —Henry no era totalmente responsable de la repetición.
—Sí. Tenemos mucho en común, tú y yo.
—No tenemos nada en común.
Tawfik levantó las cejas.
—Por supuesto que no —el sarcasmo tenía un filo cortante—. Esta ciudad está rebosante de seres inmortales.
—Tú matas inocentes.
—¿Y acaso tú nunca has matado para sobrevivir?
—Sí, pero…
—¿No has matado por poder?
—A inocentes no.
—¿Y quién decide quiénes son culpables?
—Ellos mismos, con sus propias acciones.
—¿Y quién te ha nombrado juez, jurado y verdugo? ¿Acaso no tengo tanto derecho de nombrarme yo mismo igual que tú?
—¡Yo nunca he destruido inocentes! —Henry se aferró fuertemente a aquello mientras el sol brillaba con más fuerza detrás de sus ojos.
—No hay inocentes, ¿o acaso niegas la postura de tu iglesia sobre el pecado original?
—¡Hablas como un jesuita!
—Gracias. Yo soy tan inmortal como tú, Richmond. Nunca envejeceré, nunca moriré, nunca te abandonaré. Ni siquiera otro caminante nocturno puede prometerte eso.
Los vampiros eran cazadores solitarios. Los humanos eran animales de manada. Para poder sobrevivir al mundo mortal, el vampiro no podía abandonar toda su humanidad. Los que lo hacían acababan destruidos pronto por el terror que provocaban. Su naturaleza doble siempre se encontraba en lucha consigo misma. Pero encontrar un compañero que no provocara sangrientas batallas por el territorio ni muriese justo después de convertirse en una parte intrínseca de su vida…
—¡No! —Henry se levantó y se lanzó a la oscuridad, intentando separarse del sol. A mitad del parque consiguió detenerse, y, con los dedos hundidos profundamente en la corteza viva de un árbol viejo, nudoso y a la mitad de su vida, luchó por controlarse.
—He vivido sabiendo que era inmortal miles de años —continuó Tawfik, sabiendo que el caminante nocturno le oía. Observó la reacción del ka del otro y escogió sus palabras en consecuencia—. Soy tal vez el único hombre al que conocerás capaz de comprenderte, que sepa lo que estás pasando. Que pueda aceptarte totalmente por lo que eres. Yo también he visto a mis seres amados envejecer y morir.
Escuchando a su pesar, Henry vio cómo los años le arrebataban a Vicki igual que le habían arrebatado a las demás.
—Te pido que te quedes a mi lado, caminante nocturno. Un hombre no debe pasar por los siglos solo. Ninguno de nosotros necesitará estar solo nunca más. No necesitas avanzar a ciegas. Yo he vivido los años que tú vivirás. Puedo estar aquí para guiarte. —Tawfik no pudo ocultar su jadeo al ver al caminante nocturno volver silenciosa y rápidamente a su lado.
—No me has contado lo que piensas hacer ahora. —La respuesta no era tan importante como el hecho de conseguir que parase, haciendo desaparecer el espectro de aislamiento que había evocado. No podía limitarse a irse andando, tenía que cambiar de tema.
—Planeo construir un templo, como siempre he hecho cuando he comenzado una nueva vida, y reunir acólitos para servir a mi dios. Esta es mi única preocupación en este momento, caminante nocturno, que los acólitos presten juramento lo antes posible. Un dios se merece unos adoradores, rituales, todas las pequeñas cosas que hacen que merezca la pena ser un dios.
—Entonces, ¿para qué intentar controlar la policía y el sistema judicial?
—Las religiones nuevas suelen estar perseguidas. Tengo la posibilidad de prevenirlo, y eso es lo que hago. Cuando no necesite esconderme, gritaré AKHEKH desde la cima de la montaña más alta. Una vez que el templo sea suficientemente grande como para proporcionarme el poder que necesito, tus inocentes estarán a salvo. —Tawfik se levantó y alargó la mano—. Vives como un mortal, buscando soluciones inmediatas, respuestas inmediatas. ¿Por qué no hacer planes para la eternidad? ¿Por qué no hacer planes conmigo? —Ahora tenía una llave que bastaba para entrar en el ka del caminante nocturno, y si Richmond simplemente aceptaba por voluntad propia y cogía su mano, aquel acto de confianza establecería unos vínculos de los que el joven ya nunca podría librarse. Con el tiempo, aquellos vínculos los acercarían más, y, con el tiempo, se alimentaría.
El olor y el sonido indicaban a Henry de que Tawfik no había mentido una sola vez desde que empezó a hablar.
Henry se sentía joven, confundido, asustado. Durante los diecisiete años que había vivido como mortal, había luchado por obtener el amor y el apoyo de su padre. Tawfik, más viejo, más sabio y de poder indisputable, le hacía sentir igual que su padre. Cuatrocientos cincuenta años cazando solo por la noche deberían haber bastado para borrar el papel del hijo bastardo que sólo quería tener un sitio. No era así. No sabía qué pensar. Se quedó mirando la mano que se le tendía, y se preguntó cómo sería capaz de hacer planes para más allá de una vida mortal. Formar parte de un todo mayor. Pero si Tawfik había mentido…
—Tu dios es un dios oscuro. No quiero formar parte de él.
—No tienes por qué tener nada que ver con mi dios. Akhekh no te pide nada. Yo te pido tu compañía. Tu amistad.
—¡Tú eres más peligroso que tu dios! —Al pronunciar la última palabra, Henry se lanzó hacia delante. Vio líneas rojas resplandecer y se encontró tumbado de espaldas a dos metros.
Tawfik dejó caer lentamente la mano a su costado.
—Niño insensato —le dijo suavemente—. No voy a destruirte ahora, como podría hacer, ni retiraré mi oferta. Si te cansas de pasar la eternidad solo, vuelve a la esquina donde nos hemos conocido esta noche y te encontraré. —Sintió la mirada del caminante nocturno sobre él al darse la vuelta y se alejó caminando, no del todo decepcionado con el trabajo de aquella noche. La superficie del ka del otro bullía de sensaciones demasiado confusas como para desentrañarlas con milenios de experiencia, pero todas volvieron finalmente a él.
La misa nocturna casi había terminado cuando Henry entró en silencio en la iglesia y se sentó en uno de los bancos vacíos del fondo. Confuso y asustado, había llegado al único lugar que, a pesar de los años y de todos los cambios, siempre seguía siendo igual. Bueno, casi igual. Todavía echaba de menos las cadencias, la grandiosidad del latín, y a veces murmuraba sus respuestas en el idioma del pasado.
La inquisición le había separado de la Iglesia durante un tiempo, pero al necesitar, cuando menos, continuar con su culto, había vuelto. A veces veía la Iglesia como un ser inmortal por derecho propio que vivía de un modo muy parecido al suyo, durante horas cuidadosamente prescritas y alimentándose de la sangre de los mortales que la rodeaban. A menudo, la sangre no era simplemente metafórica, ya que se había vertido mucha en nombre del dios del amor…
Se levantó junto al resto, con las manos apoyadas en la cálida madera del banco de delante.
A lo largo de los siglos había habido compromisos, por supuesto. La Iglesia había declarado que él no tenía alma. Él no estaba de acuerdo. Había visto a hombres y mujeres sin alma, ya que un alma podía entregarse a la desesperación, o el odio, o la rabia, pero no se contaba entre ellas. La confesión había sido un reto al principio, hasta que se dio cuenta de que los pecados que los sacerdotes podían comprender (gula, odio, lujuria, o pereza) se aplicaban tanto a él como a los mortales, y que las acciones concretas no importaban. Él practicaba la penitencia que se le imponía. Salía de la iglesia sintiéndose parte de un todo mayor.
Salvo por el hecho de que, desde su cambio, no podía tomar la comunión.
Así que una vez más estoy de lado, diferente a lo más parecido que he conocido a una comunidad.
Le parecía interesante que Tawfik, el ser inmortal más poderoso que había conocido desde que Christina y él se separasen, llegase con su propio dios. Tal vez los inmortales necesitasen esa clase de continuidad en su interior. Terminó pensando en discutir esta teoría con Tawfik, y desechó la idea.
El banco de delante crujió bajo su mano, y apresuradamente relajó la presa.
Si no fuese por las promesas que le había hecho a Tony, habría corrido antes de tener la oportunidad de que le tentasen. Si no fuese por Vicki, la tentación no habría sido tan grande. Vicki le ofrecía su amistad, tal vez incluso su amor, aunque parecía tener miedo de lo que esto implicaba, pero su mortalidad resonaba con el flujo de su sangre, y cada latido de su corazón la acercaba más a la muerte. Con el tiempo habría desaparecido, y poco después de ella, Tony, y entonces volvería la soledad.
Tawfik prometía dar fin a la soledad, un lugar al que pertenecer durante más de lo que duraba una vida mortal.
¿Por qué no hacer planes para la eternidad?
El sol ardía detrás de sus ojos. Parecía que ya no podía ignorar completamente la existencia de Tawfik.
Si muero, tendría la eternidad que promete la iglesia. Sería tan fácil tomar aquella salida, con el amanecer…
Salvo por el hecho de que el suicidio es un pecado.
El mayor pecado sería el dolor que dejaría a sus espaldas. Si quería tomar aquella salida, tendría que esperar. Con un destello en el corazón, se dio cuenta de que, por primera vez desde que comenzasen los sueños, podía enfrentarse al amanecer sin miedo. El sol que Tawfik le enviaba ya no podía empujarlo en aquella dirección. Pasase lo que pasase (el deseo, el miedo y la identidad eran todavía un lío enrevesado que no podía resolver), aquello no sucedería.
El sacerdote levantó una mano, con los ojos casi cerrados sobre la curva de sus mejillas.
—Podéis ir en paz —dijo suavemente, y sonó como si lo dijese en serio.
Una vez terminada la misa, la congregación, compuesta sobre todo por ancianos inmigrantes, comenzó a salir en fila. Henry se quedó atrás, esperando, mientras el sacerdote los saludaba en la puerta. Cuando el último cuerpo vestido de negro se alejaba por el sendero, avanzó y miró a los ojos al cura.
—Padre, tengo que hablar con usted.
Él no pudo negarse a aquella petición, y no sólo por la vocación.
Eran las siete y diez cuando volvió al apartamento, casi dieciocho minutos antes del amanecer. Vicki le esperaba a la puerta: lo agarró de las manos y prácticamente lo arrastró hacia el interior.
—¿Dónde coño has estado? —gruñó, pasando de la preocupación al enfado ahora que estaba a salvo.
—Me he encontrado con la momia.
El tono bajo con que lo dijo fue penetrante. Sólo puedes enfrentarte a esto si niegas el efecto que ha tenido. A lo largo de los años, Vicki había observado lo bastante los efectos de un trauma importante como para reconocer ese mecanismo de defensa en particular sin ningún esfuerzo. Del mismo modo, amortiguó sus propias emociones.
—Así que lo has encontrado. Tony me llamó a media noche, tenía miedo de que la criatura te hubiese absorbido la vida como hizo con el bebé. Mike me acercó en coche. Tendré que llamarle después de amanecer para contarle lo que ha pasado. —Suponiendo que me expliques lo que ha pasado. Henry oía un latido lento y tranquilo que provenía del cuarto de estar—. Tony al final se quedó dormido en el sofá a eso de las cuatro —continuó ella—. Lo sacaré de aquí cuando te ponga a salvo.
Lo llevaba agarrado y tiraba de él resueltamente, de un modo que para la mano de un mortal resultaría doloroso. Incluso a Henry le pareció algo incómodo. No hizo ningún esfuerzo por soltarse. Era un apoyo que agradecía.
Vicki no lo soltó hasta que llegaron al dormitorio, cerraron la puerta a sus espaldas y corrieron el telón. Lo dejó de pie en medio de la habitación, se sentó en el borde de la cama y se deslizó las gafas por la nariz.
—Si llegas a morirte ahí fuera —dijo lentamente, porque si no hablaba iba a explotar—, hubieses dejado un agujero en mi vida imposible de llenar. Siempre he odiado la idea de poner condiciones a… —se humedeció los labios—, al amor, pero si sales a enfrentarte con un enemigo cuya fuerza no conocemos, que puede matar con una mirada, que la noche antes te ha hecho salir huyendo de él muerto de miedo, y no vuelves con pinta por lo menos de estar hecho polvo… —levantó la cabeza bruscamente para mirarlo a los ojos—, te voy a retorcer tu puto pescuezo de vampiro. ¿Está claro?
—Eso creo. Lo has pasado fatal, ¿debería haberlo pasado yo igual? —se sentó a su lado en la cama—. Si te hace sentir mejor, lo pasé mal.
—Que te den por culo, Henry, eso no es lo que quiero —se frotó fuertemente la lágrima que le recorría la mejilla—. Estaba muerta de miedo pensando que fueras a enfrentarte a algo con lo que no podías…
—Eso he hecho —levantó una mano para silenciarla—, pero no porque quisiese probar nada después de lo de anoche. Hace tres siglos que dejé de hacerme el macho. Fui porque Tony lo necesitaba.
Vicki inspiró profundamente, y enderezó los hombros como si levantase un peso. No se podía negar que ella había asumido riesgos imposibles en su momento, y, gracias a Dios, él había tenido una razón que ella podía aceptar.
—Eres idiota —dijo.
Henry se inclinó y la besó, llevando a su boca el sabor de la de ella.
—Y tú tienes formas muy interesantes de decir te quiero —murmuró con los labios pegados a los suyos. Se dio cuenta de lo asustada que había estado por él cuando ella no protestó, y se limitó a devolverle el abrazo con una intensidad que denotaba desesperación. Cuando finalmente se apartó de él, Henry se puso de pie y empezó a quitarse la camisa. Si no se daba prisa, pasaría el día con la ropa puesta.
Ella lo observó, y la expresión suave y ansiosa de hacía un momento se endureció, convirtiéndose en algo más parecido a, Vale, sigamos con esto.
—¿Estás bien?
—Bueno, para empezar, yo no lo encontré, me encontró él a mí —dejó caer la camisa al suelo—. Y he descubierto que el sol con el que he estado soñando no es nada más que una manifestación de su energía vital.
—¿Qué?
—Al parecer, había veces en las que era más susceptible. Y ahora que lo he conocido, puedo ignorarlo totalmente.
—¿Ves el sol siempre?
—Siempre está revoloteando por mi mente.
—¡Por Dios, Henry!
—Me da miedo, Vicki. No sé cómo podemos vencerlo.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué te ha hecho?
—Hablar. —Henry levantó las sábanas y se metió en la cama. El sol, el otro sol, temblaba en el horizonte.
—Me hizo un lío y luego me dejó para que lo resolviera yo solo.
Ella se giró hasta verle la cara otra vez.
—¿Y lo has resuelto?
—Eso creo. No sé. —No lo sabré hasta que me encuentre con él otra vez—. He pasado la noche intentando redefinirme. La iglesia. La caza. —Alargó la mano y le colocó dos dedos sobre la muñeca—. Tú.
¿Me muero de preocupación y él mientras está por ahí rezando, tomando un aperitivo y echando un polvo? El olor a sexo que desprendía era débil, pero inconfundible, ahora que lo había notado. Tranquila. Todo el mundo se enfrenta a un trauma a su manera. Por lo menos ha llegado a casa.
—¿Y qué parte de ti defino yo?
—Mi corazón.
Ella colocó la mano sobre su pecho desnudo, acariciando los rizos rojos y dorados con el pulgar.
—Realmente odio este rollo blandengue.
—Ya lo sé —casi sonrió, pero luego enseguida recuperó la compostura—. Intenté atacarle. No pude ni acercarme. Es peligroso, Vicki.
Evidentemente, no se refería a las muertes que habían tenido lugar desde que la momia se liberase, y la débil nota de dolor de su voz era mucho más inquietante que el pánico simple y puro.
—¿Por qué?
—Porque no puedo rechazar su oferta así como así.
—¿Su oferta? —Vicki entornó las cejas tan fuertemente que las gafas le temblaron en la punta de la nariz—. ¿Qué oferta? ¡Cuéntamelo!
Él comenzó a sacudir la cabeza…
… entonces el movimiento fue más despacio…
… y entonces el día lo hizo desvanecerse.
—Cuando se despierte, lo voy a agarrar y a darle un meneo y me va a contar todo lo que sabe y lo vamos a repasar todo segundo a segundo. —Vicki se metió en la boca otro puñado de bolitas de queso—. Esto es lo que pasa cuando dejas interferir a tus hormonas en un caso —murmuró salvaje aunque indistintamente a una paloma. Como estaba tan preocupada por Henry, primero había balbucido, luego le había dejado balbucir a él y luego no había descubierto nada útil antes de que se quedara inconsciente—. Si alguna vez hubiese hecho una estupidez así con un testigo cuando estaba en el cuerpo, me habrían acusado de alta incompetencia. —Chupando la virulenta mancha naranja de sus dedos, sacudió la cabeza, gruñendo entre ellos—. Y se preguntan por qué no me pongo en plan romántico baboso. —Vale, era injusto. Nadie se lo preguntaba. Celluci lo comprendía y Henry lo aceptaba. Aquella cagada no era culpa de nadie más que de ella—. Por Dios, Celluci.
Metió la bolsa a medio comer de bolas de queso en el bolso y miró el reloj. Él tendría que ir a la comisaría a las once, y le había dicho que le llamase antes de que se fuera. Vicki se figuró que le debía aquello. Teniendo en cuenta su falta de información relevante, no es que le apeteciese demasiado. Para su sorpresa, eran sólo las ocho cincuenta y tres. ¿Por qué pensaba que tendría que hacerlo más tarde? El tiempo vuela cuando te entra un cabreo…
Una vez arropado Henry y puesto a salvo, cosa que la enfurecía, levantó a Tony, lo tranquilizó y cogió el metro hacia su lugar habitual de trabajo, con cinco pavos en la mano para poder pedirse un desayuno al llegar. Luego tomó la otra dirección, se detuvo lo justo para coger algo para picar, una lectura corta y una clase de nutrición a cargo de la Sra. Kopoulus en la tienda, y rodeó la esquina para llegar a Hurón Street y a casa. Había salido de casa de Henry a las ocho menos diez, y ahora eran las nueve menos diez. Una hora parecía suficiente…
—Tiempo diario de descuento. Mi cuerpo cree que son las diez menos diez —suspiró—. Mi cuerpo es idiota. Mi estado emocional es de lo menos fiable. Mierda, menos mal que soy lista.
La parte de Hurón Street en que se podía estacionar estaba, como de costumbre, llena de coches, así que casi no prestó atención al sedán marrón que se había situado ilegalmente enfrente de edificio. Se dirigió a la acera, oyó una puerta de coche abrirse a sus espaldas y una voz familiar la llamó:
—Buenos días, Nelson.
—Buenos días, Sargento Gowan. —Se giró para mirarlo, con una sonrisa nada convincente. El Sargento Gowan siempre había envidiado todo lo que ella hacía cuando estaba en el cuerpo, y su resentimiento aumentaba con cada promoción, cada mención, cada alabanza, hasta convertirse en un odio visceral. Para ser sinceros, ella también le odiaba—. Ah, veo que has traído al Agente Mallard. —Le había abierto expediente a Mallard en el cuerpo una vez por conducta impropia de un ser humano. Por lo que a ella respectaba, el uniforme significaba responsabilidad, y no excusaba la falta de esta.
Empezaron a sudarle las manos. Los dos iban de uniforme. Fuese lo que fuese lo que iba a pasar, no tenía buena pinta.
—¿A qué debo el inesperado placer de veros esta mañana?
La sonrisa de Gowan se extendía por toda su cara. Nunca lo había visto tan contento.
—Pues es un placer, ciertamente… Tenemos una orden de detención para ti, Nelson.
—¿Qué?
—Sabía que si esperaba lo suficiente, te pasarías y cabrearías a la persona equivocada.
Retrocedió al acercarse Mallard.
—A mí esto me parece resistencia a la detención —murmuró, y sacó la porra que llevaba escondida detrás de la pierna.
El golpe llegó demasiado deprisa como para esquivarlo. Le dio con fuerza en el plexo solar y se inclinó, jadeando para poder respirar. Siempre fue un puto manitas con ese cacharro. La cogieron cada uno por un brazo, y lo siguiente que supo es que la habían arrojado a la parte de atrás del coche. Mallard se subió con ella. Gowan se deslizó a la parte delantera.
Toda la operación, desde que Gowan abriese la boca, había durado menos de un minuto.
Vicki, con la cara apretada contra la tapicería mohosa, luchaba por respirar. Al ponerse en movimiento el coche, Mallard le puso los brazos a la espalda y la esposó a la fuerza, tan fuerte que los bordes de metal se le hundieron hasta el hueso. El dolor le hizo levantar la cabeza de golpe, y el puño de él la hizo caer del mismo modo.
—Venga, pelea. —Mallard soltó una risita y ella sintió cómo le ponía el antebrazo sobre la espalda, inmovilizándola con su peso.
Le colgaban las gafas de una oreja, y le daba más miedo perderlas que cualquier cosa que pudiesen hacerle Mallard o Gowan. Aunque no iba a ser divertido… Había visto a prisioneros encerrados por ellos. Al parecer, habían perdido mucho.
Cuando empezó a toquetearle la cintura de los vaqueros, soltó una pierna e intentó darle en la oreja con el tacón de la zapatilla. Él le agarró el pie y lo retorció.
¡Hijo de la grandísima puta!
El dolor le dio algo nuevo en lo que pensar durante los siguientes segundos, con lo que casi no sintió el pinchazo menos intenso de la aguja.
¿Aguja?
Mierda…
La droga funcionó rápidamente.