He visto sangrar a Steelheart.
Lo he visto gritar. Lo he visto arder. Lo he visto morir en un infierno, y fui yo quien lo mató. Sí, la mano que apretó el detonador fue la suya, pero no me importa y nunca me ha importado de quién fue la mano que le quitó la vida. Yo lo hice posible. Tengo su cráneo para demostrarlo.
Con el cinturón de seguridad atado, me asomé desde mi asiento por la puerta abierta del helicóptero, con el pelo alborotado, mientras despegábamos. Cody se estabilizaba rápidamente en el asiento trasero, para asombro de Abraham. Yo sabía que el Profesor le había dado una gran porción de su poder sanador. Si estaba en lo cierto acerca de la capacidad regenerativa de los Épicos, ese poder podría curar a Cody prácticamente de cualquier cosa, siempre y cuando aún respirara cuando le fuese transferido.
Surcamos el aire ante un ardiente sol amarillo, dejando el estadio quemado, calcinado, arrasado, pero con el olor del triunfo. Mi padre me dijo que El Campo del Soldado llevaba ese nombre en honor a los caídos en combate. Acababa de ser el escenario de la batalla más importante desde Calamity. Aquel nombre nunca me había parecido más apropiado.
Sobrevolamos una ciudad que veía luz natural por primera vez en una década. La gente salía a la calle para mirar el cielo.
Tia pilotaba el helicóptero sujetando con una mano el brazo del Profesor, como si no pudiera creer que estuviera de verdad con nosotros. Él miraba por la ventanilla, y me pregunté si veía lo mismo que yo. No habíamos salvado la ciudad, todavía no. Habíamos matado a Steelheart, pero surgirían otros Épicos.
Yo no aceptaba que tuviéramos que abandonar a la población. Habíamos eliminado la fuente de autoridad de Chicago Nova: teníamos que asumir esa responsabilidad. Yo no abandonaría mi hogar al caos, no ahora; ni siquiera por los Reckoners.
Contraatacar tenía que ser algo más que matar Épicos. Tenía que haber algo más. Algo que implicara al Profesor y Megan, quizá.
Los Épicos pueden ser derrotados; algunos, tal vez, incluso redimidos. No sé cómo conseguirlo exactamente, pero pretendo seguir intentándolo hasta que encontremos una respuesta o hasta que muera.
Sonreí mientras dejábamos atrás la ciudad. «Los héroes vendrán… aunque tal vez tengamos que echarles una mano».
Siempre había dado por hecho que la muerte de mi padre sería el capítulo más trascendental de mi vida. Solo en ese momento, con el cráneo de Steelheart en la mano, me daba cuenta de que no había estado luchando por venganza ni por redención. No había estado luchando por la muerte de mi padre.
Luchaba por sus sueños.