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—¡Encuéntrame a ese muchacho idiota y pégale un tiro de mi parte, Cody! —gritó el Profesor en mi oído cuando volví a conectar el sonido del móvil.

—Nos retiramos, Jon… —manifestó Tia, interrumpiéndolo—. Voy de camino con el helicóptero. Tres minutos para mi llegada. Abraham se encargará de la explosión de cobertura.

—Abraham puede irse al infierno —escupió el Profesor—. Voy a llegar hasta el final.

—No puedes combatir a un gran Épico, Jon —replicó Tia.

—¡Haré lo que quiera! Voy a… —Su voz se cortó.

—Lo he eliminado de la conexión —nos dijo Tia a los demás—. Esto no me gusta. Nunca lo había oído llegar tan lejos. Tenemos que sacarlo de ahí como sea o lo perderemos.

—¿Perderlo? —preguntó Cody, confuso.

Oí disparos en la línea, cerca de él, y los mismos disparos resonando más adelante en el ancho pasillo. Seguí corriendo.

—Lo explicaré más tarde —dijo Tia, de un modo que en realidad significaba: «Ya encontraré la mejor manera de esquivar esa pregunta más tarde».

«Allí», pensé, viendo un destello de luz delante. Fuera estaba oscuro, pero no tanto como en los túneles del interior del estadio. Los disparos sonaban más fuertes.

—Voy a sacaros de ahí —continuó Tia—. Abraham, necesito que detones esos explosivos del terreno de juego cuando te lo diga. ¿Has encontrado ya a David, Cody? Ten cuidado, Nightwielder podría estar detrás de ti.

«Cree que he muerto porque no he respondido», pensé.

—Estoy aquí —dije.

—¡David! —dijo Tia, aliviada—. ¿Estado de las cosas?

—Nightwielder eliminado —dije, llegando al túnel que daba al campo, uno de los que los equipos utilizaban cuando salían a jugar—. La luz ultravioleta ha funcionado. Creo que Firefight ya no está. Yo… lo he obligado a huir.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Bueno… Lo explicaré más tarde.

—Muy bien —dijo Tia—. Faltan unos dos minutos para la extracción. Reúnete con Cody.

No respondí: estaba contemplando el terreno de juego. «Un campo de batalla, sí», pensé, conmovido. Los cuerpos de los soldados de Control yacían esparcidos como basura abandonada. Ardían fuegos en varios lugares, de los que se elevaban columnas de humo en volutas hacia el cielo oscuro. Brillaban bengalas rojas en el terreno de juego, que los soldados habían encendido para ver mejor. Habían volado pedazos de la grada y la cancha; cicatrices negras marcaban el acero antaño plateado.

—Habéis estado librando una guerra —susurré.

Entonces vi a Steelheart.

Cruzaba el terreno de juego con los labios separados y los dientes apretados, la cara contraída en una mueca. Con su brillante mano extendida, lanzó disparo tras disparo hacia alguien que tenía delante: el Profesor, que corría detrás de uno de los banquillos. Andanada tras andanada estuvieron a punto de alcanzarlo, pero él esquivaba y se lanzaba entre ellas, increíblemente ágil. Atravesó una pared del estadio: sus tensores la desintegraron creando una abertura para que él pasara.

Steelheart gritó molesto, lanzando rayos hacia el agujero. El Profesor apareció un momento más tarde, atravesando otra pared, rodeado de polvo de acero. Arrojó con una mano una serie de burdas dagas hacia Steelheart: probablemente las había arrancado del acero mismo. Rebotaron sin más en el gran Épico.

El Profesor parecía frustrado, como si estuviera molesto por no poder herir a Steelheart. Por mi parte, estaba más que sorprendido.

—¿Ha estado haciendo esto todo el rato? —pregunté.

—Sí —contestó Cody—. Como he dicho, este hombre es una máquina.

Escruté el terreno a mi derecha y localicé a Cody tras unos escombros. Apuntaba con el rifle a un grupo de soldados de Control desde los asientos de la primera grada. Habían emplazado una gran ametralladora detrás de unos escudos antiimpacto, y Cody parecía atrapado, lo cual explicaba por qué no había podido ir a buscarme. Me guardé la pistola en la cartuchera y quité la linterna del cañón de mi rifle.

—Casi he llegado, caballeros —dijo Tia—. No más intentos de matar a Steelheart. Todas las fases abortadas. Tenemos que aprovechar esta oportunidad y marcharnos mientras podamos.

—No creo que el Profesor vaya a marcharse —dijo Abraham.

—Yo me encargaré de él —dijo Tia.

—Bien —respondió Abraham—. ¿Dónde vas a…?

—Chicos —interrumpí—. Tened cuidado con lo que decís por la conexión general. Creo que nuestras líneas están pinchadas.

—Imposible —dijo Tia—. Las redes móviles son seguras.

—No si tienes acceso a un móvil autorizado —contesté—. Y Steelheart puede haber recuperado el de Megan.

Se produjo el silencio en la línea.

—¡Caray! —saltó Tía—. Soy una idiota.

—Ah, por fin algo que tiene lógica —dijo Cody, disparando un tiro a los soldados—. Ese móvil…

Algo se movió en la abertura del edificio, detrás de Cody. Maldije y apunté con el rifle, pero sin la culata era muy difícil atinar. Apreté el gatillo cuando un soldado de Control saltaba. Fallé. Disparó una descarga.

No hubo ningún sonido de Cody, aunque vi manar la sangre.

«¡No, no, no!», pensé, echando a correr. Disparé de nuevo. Esta vez herí al soldado en el hombro. La bala no le atravesó la armadura, pero el controlador se volvió para apuntarme, olvidándose de Cody.

Disparó. Levanté la mano izquierda, la del tensor. Lo hice de manera casi instintiva. Me fue más difícil crear la canción esa vez, y no supe por qué.

Pero hice que funcionara. Solté la canción.

Sentí que algo chocaba contra mi palma, y una vaharada de polvo de acero cayó de mi mano. Me escoció mucho y del tensor saltaron chispas. Al cabo de un instante sonaron disparos y el soldado cayó. Abraham apareció por la esquina, detrás del hombre.

Disparos desde arriba. Avancé pegado al suelo hasta la zona de cobertura de Cody, que estaba jadeando, con los ojos muy abiertos. Había resultado herido varias veces: tres en la pierna, una en el vientre.

—Cúbrenos —dijo Abraham con su voz tranquila, sacando una venda que ató en torno a la pierna de Cody—. Tia, Cody está malherido.

—Estoy aquí —repuso ella. En medio del caos, no había advertido el ruido del helicóptero—. He creado nuevos canales de móvil usando un enlace directo con cada uno de vosotros: eso es lo que tendría que haber hecho desde el momento en que Megan perdió su móvil. Abraham, tenemos que salir de aquí. Ya.

Me asomé por encima de los escombros. Los soldados bajaban por las gradas para alcanzarnos. Abraham se sacó tranquilamente una granada del cinturón y la arrojó al pasillo, detrás de nosotros, por si alguien intentaba sorprendernos de nuevo. Explotó y oí gritos.

Después de cambiar mi rifle por el de Cody, abrí fuego sobre los soldados que avanzaban. Algunos corrieron a ponerse a cubierto, pero otros continuaron adelante con intrepidez. Sabían que nos estábamos quedando sin recursos. Seguí disparando, aunque mi recompensa final fueron unos chasquidos. Cody se había quedado casi sin munición.

—Toma. —Abraham me entregó su gran rifle de asalto—. Tia, ¿dónde estás?

—Cerca de vuestra posición —respondió ella—. Justo fuera del estadio. Retroceded y salid.

Cody seguía consciente, aunque se limitaba a maldecir su suerte con los párpados apretados. Asentí mirando a Abraham. Cubriría su retirada. Cogí el rifle de asalto. Para ser sinceros, siempre había querido disparar aquella arma.

Fue muy gratificante. El retroceso era suave, y el arma, menos pesada de lo que parecía. La coloqué en el pequeño trípode y la dejé disparando en modo automático. Docenas de balas atravesaron a los soldados que intentaban alcanzarnos. Abraham llevó a Cody hacia la salida.

El Profesor y Steelheart seguían luchando. Abatí a otro soldado. Las balas de gran calibre de Abraham podían con la mayoría de las armaduras de los hombres de Control. Mientras disparaba, noté la pistola en la sobaquera, contra mi costado.

No habíamos intentado dispararla. Era la última de nuestras supuestas bazas para derrotar a Steelheart. Sin embargo, era imposible que pudiera alcanzarlo desde tanta distancia, y Tia había decidido sacarnos de allí antes de que lo intentáramos, anulando la operación.

Eliminé a otro soldado. El estadio tembló cuando Steelheart lanzó una serie de descargas contra el Profesor. «No puedo huir ahora —pensé—, a pesar de lo que diga Tia: tengo que probar la pistola».

—Estamos en el helicóptero —dijo la voz de Abraham en mi oído—. David, hora de moverse.

—Aún no he probado la cuarta fase —dije, arrodillándome y disparando de nuevo contra los soldados. Uno me arrojó una granada, pero yo ya me retiraba hacia el pasillo—. Y el Profesor sigue ahí fuera.

—Vamos a abortar la misión —dijo Tia—. Retírate. El Profesor escapará utilizando los tensores.

—Nunca dejará atrás a Steelheart —dije—. Además, ¿de verdad quieres huir sin probar esto? —Pasé el dedo por la pistola en su funda.

Tia no respondió.

—Voy a intentarlo —dije—. Si la cosa se pone fea, marchaos.

Crucé el campo y volví a los pasillos de debajo de las gradas, empuñando el rifle de asalto de Abraham y escuchando los gritos de los soldados a mis espaldas. «Steelheart y el Profesor han ido en esta dirección —pensé—. Solo necesito dar la vuelta y acercarme lo suficiente para dispararle. Puedo hacerlo desde atrás».

Funcionaría. Tenía que funcionar.

Los soldados me seguían. El arma de Abraham tenía acoplado un lanzagranadas. ¿Y munición? Había que dispararlas para que explotaran, pero podía usar mi bolígrafo detonador y una goma para hacer estallar una.

No hubo suerte. El rifle no tenía granadas. Solté un taco. Entonces vi el control de fuego remoto del arma. Sonreí, me paré, me volví y dejé el rifle en el suelo, en equilibrio contra un trozo de acero. Pulsé el control y eché a correr.

El rifle empezó a disparar, rociando de balas el pasillo, detrás de mí. Probablemente no causara muchos daños, pero lo único que necesitaba era un poco de ventaja. Oí a los soldados gritándose unos a otros que se pusieran a cubierto.

Eso me valdría. Llegué a otra abertura y salí corriendo al terreno de juego.

El humo lo llenaba todo. Las andanadas de Steelheart parecían fundirse después de golpear, iniciando fuegos en cosas que supuestamente no tendrían que haber ardido. Alcé la pistola, y en un fugaz instante me pregunté qué diría Abraham cuando se enterara de que había perdido su rifle otra vez.

Divisé a Steelheart, que me daba la espalda, distraído por el Profesor. Corrí con todas mis fuerzas, dejando atrás nubes de humo, saltando sobre los escombros.

Steelheart empezó a volverse mientras me acercaba. Vi sus ojos, imperiosos y arrogantes. Sus manos parecían arder de energía. Me detuve en medio del humo, con los brazos temblorosos, sujetando el arma: el arma que había matado a mi padre. La única que había herido al monstruo que tenía delante.

Disparé tres veces.