Tosí, rodando. Estaba en el suelo, los oídos me zumbaban. Montones de basura ardían cerca. Parpadeé para espantar las imágenes residuales de mis retinas y sacudí la cabeza.
—¿Qué ha sido eso? —croé.
—¿David? —dijo Abraham en mi oído.
—Una explosión —dije, gimiendo y poniéndome en pie. Miré a mi alrededor. Megan. ¿Dónde estaba? No la veía por ninguna parte.
Era real. Yo la había tocado. Eso significaba que no era una ilusión, ¿verdad? ¿Me estaba volviendo loco?
—¡Calamity! —exclamó Abraham—. Creía que estabas en el otro extremo del vestíbulo. ¡Has dicho que ibas en dirección oeste!
—Corría para escapar de Nightwielder. He corrido en la dirección equivocada. Soy un tarugo, Abraham. Lo siento.
Mi rifle. Vi la culata asomando de un montón de basura cercano. Tiré de ella. El resto del rifle había desaparecido. «¡Caray! —pensé—. Me está costando la vida conservarlos últimamente».
Encontré el resto del rifle cerca. Tal vez funcionara, pero sin culata tendría que disparar desde la cadera. La linterna, sin embargo, seguía sujeta al cañón y encendida, así que cogí lo que quedaba del arma.
—¿Cómo estás? —me preguntó Tia, con voz tensa.
—Un poco aturdido —contesté—, pero bien. No estaba lo bastante cerca para que me golpeara algo más que la onda expansiva.
—Se amplifica en estos pasillos —dijo Abraham—. ¡Calamity, Tia! Estamos perdiendo el control de la situación.
—¡Malditos seáis todos! —gritó el Profesor, con ferocidad—. Quiero a David aquí ahora mismo. ¡Tráeme esa pistola!
—Voy en tu ayuda, chaval —dijo Cody—. Quédate ahí.
Una idea me asaltó de pronto. Si Steelheart y su gente nos estaban escuchando por nuestra línea privada, podía aprovecharme de ello.
La idea pugnó con mi deseo de ir a buscar a Megan. ¿Y si estaba herida? Tenía que estar por allí, en alguna parte, y parecía que había un montón de escombros más en el pasillo. Tenía que ver si…
No. No podía permitir que me engañaran. Tal vez había sido Firefight con la cara de Megan para distraerme.
—De acuerdo —le dije a Cody—. ¿Conoces los servicios que hay cerca de la posición de la cuarta bomba? Voy a esconderme allí hasta que llegues.
—Entendido —dijo Cody.
Salí corriendo, esperando que Nightwielder, dondequiera que estuviese, hubiera quedado desorientado por la explosión. Me acerqué a los servicios que le había mencionado a Cody, pero no entré en ellos como había dicho, sino que localicé un lugar cercano y usé el tensor para abrir un agujero en el suelo. Allí estaría relativamente bien oculto pero tendría una buena perspectiva del resto del pasillo, servicios incluidos.
Hice un agujero profundo y me metí dentro como me había enseñado el Profesor, usando el polvo para cubrirme. Pronto fui como un soldado en su trinchera, cuidadosamente oculto. Puse el móvil en modo silencioso y enterré mi medio rifle justo bajo la superficie del polvo, de modo que la luz de la linterna no se viera.
Me dediqué a vigilar la puerta de aquel servicio. El pasillo estaba en silencio, iluminado solo por la basura que ardía.
—¿Hay alguien ahí? —llamó una voz desde el pasillo—. Estoy herida…
Me puse rígido. Era Megan.
«Es un truco. Tiene que serlo».
Escruté el espacio apenas iluminado. Al otro lado del pasillo, vi un brazo cubierto por una montaña de escombros de la explosión. Trozos de acero, algunas vigas caídas del techo. El brazo se agitaba y le sangraba la muñeca. Al mirar con más atención distinguí su cara y su torso en la oscuridad. Parecía que justo empezaba a moverse, como si hubiera quedado brevemente inconsciente por la explosión.
Estaba atrapada. Estaba herida. Tenía que moverme, ¡ir a ayudarla! Me estremecí, pero me obligué a permanecer en mi sitio.
—Por favor —pidió ella—. Por favor, que alguien me ayude.
No me moví.
—¡Oh, Calamity! ¿Esta sangre es mía? —Se debatió—. No puedo mover las piernas.
Cerré los ojos con fuerza. ¿Cómo estaban haciendo eso? No sabía en qué confiar.
«Firefight lo está haciendo de algún modo —me dije—. Ella no es real».
Abrí los ojos. Nightwielder salía del suelo, delante del cuarto de baño. Parecía confundido, como si hubiera estado dentro buscándome. Sacudió la cabeza y caminó por el pasillo, buscando alrededor.
¿Era realmente él o una ilusión? ¿Era real algo de todo aquello? El estadio se estremeció con otra explosión, pero los disparos fuera se apagaban. Yo tenía que hacer algo, con rapidez, o Cody se toparía con Nightwielder.
Nightwielder se detuvo en el centro del pasillo y se cruzó de brazos. Su calma habitual se había quebrado y parecía molesto. Finalmente, habló.
—Estás por aquí en alguna parte, ¿verdad?
¿Me atrevería a disparar? ¿Y si era la ilusión? Podía hacerme matar por el verdadero Nightwielder si me descubría. Me volví cuidadosamente, examinando las paredes y el suelo. No vi nada más que oscuridad surgiendo de las sombras cercanas, tentáculos que se movían como animales vacilantes en busca de comida, poniendo a prueba el aire.
Si Firefight estaba fingiendo ser Megan, entonces dispararle a ella pondría fin a las ilusiones. Me quedaría solo con el verdadero Nightwielder, dondequiera que estuviese. Pero había muchas posibilidades de que la Megan caída fuera una completa ilusión. ¡Caray, hasta las vigas podían ser una ilusión! ¿Las habría derribado una explosión lejana?
Sin embargo, ¿y si ese era Firefight con la cara de Megan para que, si yo la tocaba, la sintiera como real? Alcé la pistola de mi padre y apunté a su rostro ensangrentado. Vacilé, el corazón martilleando en mis oídos. Sin duda Nightwielder oiría aquel martilleo. Era todo lo que yo podía oír. ¿Qué haría para llegar a Steelheart? ¿Dispararle a Megan?
«Ella no es real. No puede serlo. Pero ¿y si lo es?».
Latidos como truenos.
Mi respiración contenida.
Sudor en la frente.
Tomé una decisión y salí de un salto del agujero, empuñando el rifle en la mano izquierda, con la linterna iluminando hacia delante, y la pistola en la derecha. Disparé con ambas armas.
A Nightwielder, no a Megan.
Él se volvió hacia mí cuando la luz lo alcanzó, con los ojos muy abiertos, y las balas lo atravesaron. Abrió la boca horrorizado y la sangre le chorreó por la espalda; por su espalda sólida. Cayó, volviéndose de nuevo traslúcido en cuanto salió del haz de mi linterna. Golpeó el suelo y empezó a hundirse en él.
Solo se hundió hasta la mitad. Se quedó allí detenido, con la boca abierta y el pecho sangrando. Se solidificó lentamente, casi como si una cámara lo fuera enfocando, semihundido en el suelo de acero.
Oí un chasquido y me volví. Megan estaba allí de pie, con un arma en la mano. Una pistola P226 como las que le gustaba llevar. La otra versión de ella, la que estaba atrapada entre los escombros, se desvaneció repentinamente. También se desvanecieron las vigas.
—Nunca me cayó bien —dijo Megan, indiferente, mirando el cadáver de Nightwielder—. Me has hecho un favor. Negación plausible y todo eso.
La miré a los ojos. Yo conocía esos ojos. Los conocía. No comprendía cómo podía estar sucediendo, pero era ella.
«Nunca me cayó bien…».
—Calamity —susurré—. Tú eres Firefight, ¿verdad? Siempre lo has sido.
Ella no dijo nada, aunque sus ojos fluctuaron hacia mis armas: el rifle todavía apoyado en la cadera, la pistola en la otra mano. Se crispó.
—Firefight no es un hombre —concluí—. Es… una mujer. —Noté que tenía los ojos abiertos como platos—. Ese día, en el hueco del ascensor, cuando los guardias estuvieron a punto de capturarnos, no vieron nada en el hueco. Tú creaste una ilusión.
Ella seguía mirando mis armas.
—Y luego, cuando íbamos en las motos —dije—, creaste una ilusión de Abraham conduciendo con nosotros para distraer a la gente que nos seguía e impedir que vieran que el de verdad huía a un lugar seguro. Es lo que vi detrás de nosotros después de que se marchara. —¿Por qué estaba mirando mis armas?—. Pero el zahorí te analizó e indicaba que no eras una Épica. No… espera. Ilusiones. Hiciste que mostrara lo que querías. Steelheart sabía que los Reckoners venían a la ciudad. Te envió con el fin de que te infiltraras. Eras la más nueva del grupo, antes de mi incorporación. Nunca quisiste atacar a Steelheart. Dijiste que creías en su gobierno.
Ella se lamió los labios, luego susurró algo. No parecía haber estado escuchando nada de lo que yo le había dicho.
—Caray —murmuró—. No puedo creer que funcionara y todo.
«¿Qué?».
—Le has dado jaque mate… —susurró—. Ha sido increíble.
¿Darle jaque mate? ¿A Nightwielder? ¿De qué estaba hablado? Me miró y lo recordé. Estaba repitiendo una de nuestras primeras conversaciones, después de que ella le disparara a Fortuity. Tenía un rifle en la cadera y una pistola. Igual que yo para abatir a Nightwielder. Ver aquello parecía haber despertado algo en ella.
—David —dijo—, te llamas así, y me parece que eres un incordio. —Por lo visto recordaba a duras penas quién era yo. ¿Qué le había pasado a su memoria?
—¿Debo darte las gracias? —le pregunté.
Una explosión sacudió el estadio y ella echó un vistazo por encima del hombro. Seguía apuntándome con su arma.
—¿De qué lado estás, Megan? —le pregunté.
—Del mío —repuso inmediatamente, pero se llevó la otra mano a la cabeza, insegura.
—Alguien nos delató a Steelheart —dije—. Alguien le avisó de que íbamos a atacar a Conflux, y alguien le dijo que habíamos pinchado las cámaras de la ciudad. Hoy alguien nos ha estado escuchando, informándolo de todos nuestros movimientos. Has sido tú.
Ella me miró de nuevo, y no lo negó.
—Pero también utilizaste tus ilusiones para salvar a Abraham —dije—. Y mataste a Fortuity. Puedo entender que Steelheart quisiera que confiáramos en ti y te permitiera matar a uno de sus Épicos menores. Fortuity había caído en desgracia de todas formas. Pero ¿por qué traicionarnos y luego ayudar a Abraham a escapar?
—No lo sé —susurró ella—. Yo…
—¿Vas a dispararme? —pregunté, mirando el cañón de su pistola.
Ella vaciló.
—Idiota. Desde luego no sabes hablar con las mujeres, ¿verdad, Knees? —Ladeó la cabeza, como sorprendida por sus palabras. Bajó la pistola, me dio la espalda y echó a correr.
«Tengo que seguirla —pensé, dando un paso adelante. Otra explosión sonó en el exterior—. No. —Aparté la mirada de su silueta a la fuga—. Tengo que salir a ayudar».
Pasé de largo ante el cadáver de Nightwielder, todavía semisumergido en acero, inmovilizado, con la sangre corriéndole por el pecho, y me dirigí hacia la salida más cercana para desembocar en el terreno de juego.
O, en este caso, en el campo de batalla.