Antes de que tuviera tiempo de hacer algo más que quedarme boquiabierto, las sombras a mi alrededor empezaron a agitarse. Me lancé hacia un lado mientras varias sombras acuchillaban el aire, saltando hacia mí. Aunque parecía que Nightwielder podía dar vida a las sombras, en realidad exudaba una bruma negra que se arremolinaba en la oscuridad. Eso era lo que podía manipular.
Controlaba muy bien unos cuantos tentáculos, pero solía optar por manejar gran número de ellos, porque resultaba más intimidatorio, tal vez. Controlar tantos era más difícil, así que solo podía agarrar, apretar o apuñalar con ellos. Cada mancha de oscuridad a mi alrededor empezó a formar picos que buscaban mi sangre.
Los fui esquivando y acabé rodando por el suelo para evitar los ataques. Dar una voltereta en un suelo de acero no es una experiencia cómoda. Cuando me levanté, la zona de la cadera me escocía.
Salté por encima de las barras de control, sudando y enfocando la linterna hacia cualquier sombra sospechosa. Sin embargo, no podía apuntar hacia todas partes a la vez y tenía que girar constantemente para evitar las que quedaban a mi espalda. Prestaba poca atención a la charla de los otros Reckoners en mi oído; estaba demasiado ocupado tratando de que no me mataran para comprender gran cosa de lo que decían, en cualquier caso. Parecía que imperaba el caos. El Profesor se había descubierto para llamar la atención de Steelheart; Abraham había sido localizado por su disparo para salvarme. Tanto Cody como él huían, combatiendo contra los soldados de Control.
Una explosión sacudió el estadio, el estallido viajó por el pasillo y me arrolló como una Coca-Cola rancia por una pajita. Me lancé por encima de la última de las barras de acero y enfoqué frenético con la luz, deteniendo puñalada tras puñalada de oscuridad.
Megan ya no estaba donde la había visto. Casi llegué a creer que había sido una alucinación, pero solo casi.
«No puedo seguir aguantando», pensé mientras una lanza negra me golpeaba la chaqueta y era repelida por el escudo protector. La noté atravesando la manga, y los diodos de la chaqueta empezaron a destellar. Aquella chaqueta era mucho más débil que la anterior que había usado. Tal vez fuera un prototipo.
En efecto, la siguiente lanza que me alcanzó atravesó la chaqueta y me desgarró la piel. Maldije, enfocando con la linterna otra mancha de negra y escurridiza oscuridad. Nightwielder iba a acabar pronto conmigo si no cambiaba de táctica.
Tenía que luchar con más inteligencia. «Nightwielder tiene que poder verme para usar sus lanzas conmigo», pensé. Por tanto, aunque el pasillo pareciera vacío, estaba cerca.
Tropecé, lo cual me salvó de una lanza que a punto estuvo de arrancarme la cabeza. «Idiota», me dije. Él podía atravesar las paredes. No descubriría su posición, apenas tenía que asomarse. Todo lo que yo debía hacer era…
«¡Allí!», pensé, al ver el atisbo de una frente y unos ojos que me miraban desde la pared del fondo. Era bastante estúpido, desde luego: como un niño en una piscina que se cree invisible porque está prácticamente sumergido.
Lo apunté con la luz y traté de disparar al mismo tiempo. Por desgracia, había cambiado de manos para poder sujetar la linterna con la derecha, lo cual me obligó a disparar con la izquierda. ¿He mencionado lo que pienso de las pistolas y su precisión?
El tiro salió desviado. Muy desviado. Más cerca estuve de darle a un pájaro que volaba sobre el estadio que a Nightwielder. Pero la linterna funcionó. No estaba seguro de qué sucedería si perdía sus poderes mientras estaba en fase de atravesar un objeto. Por desgracia, eso no lo mató: retiró la cara de la pared en cuanto recuperó la corporeidad.
Yo no sabía qué había al otro lado de aquella pared. Estaba frente al terreno de juego. ¿Daba el exterior, entonces? No podía entretenerme en buscarlo en el mapa de mi teléfono. Corrí hacia un chiringuito cercano. Habíamos abierto un túnel desde él, serpenteando a través del suelo. Era de esperar que, si seguía moviéndome mientras Nightwielder estaba en el exterior, le costaría localizarme cuando se asomara de nuevo.
Entré en el chiringuito y me arrastré por el túnel.
—Chicos —susurré por el móvil mientras lo hacía—. He visto a Megan.
—¿Cómo? —preguntó Tia.
—He visto a Megan. Está viva.
—David —dijo Abraham—. Está muerta. Todos lo sabemos.
—Os estoy diciendo que la he visto.
—Firefight intenta engañarte —me dijo Tia.
Mientras me arrastraba sentí un profundo abatimiento. Naturalmente: una ilusión. Pero algo no encajaba.
—No sé —dije—. Los ojos eran exactos. No creo que una ilusión pueda ser tan detallada, tan parecida a la persona viva.
—Los ilusionistas no serían gran cosa si no pudieran crear marionetas realistas —explicó Tia—. Tienen que… ¡Abraham, a la izquierda no! Por el otro lado. De hecho, lanza allí una granada si puedes.
—Gracias —dijo él, resoplando levemente. Oí una explosión por partida doble: una de las dos veces por su micrófono. Una zona alejada del estadio se estremeció—. La tercera fase es un fracaso, por cierto. He podido dispararle a Steelheart justo después de descubrirme. No ha servido de nada.
La tercera fase era la teoría del Profesor: que uno de los fieles podía herir a Steelheart. Si las balas de Abraham habían rebotado, entonces no era acertada. Solo nos quedaban dos posibilidades. La primera era mi teoría del fuego cruzado; la otra, la de que la pistola de mi padre o sus balas eran de algún modo especiales.
—¿Cómo le va al Profesor? —preguntó Abraham.
—Está aguantando —respondió Tia.
—Está luchando contra Steelheart —dijo Cody—. Solo he podido ver un poco, pero… ¡Caray! Me desconecto un momento. Casi los tengo encima.
Me agazapé en el estrecho túnel, tratando de adivinar qué estaba pasando. Todavía oía muchos disparos y alguna que otra explosión.
—El Profesor está distrayendo a Steelheart —informó Tia—, pero todavía no tenemos ningún disparo de fuego cruzado confirmado.
—Lo estamos intentando —dijo Abraham—. Procuraré que el siguiente grupo de soldados me siga por el pasillo y dejaré que Cody los engañe para que le disparen a través del terreno de juego. Eso podría funcionar. David, ¿dónde estás? Puede que necesite hacer estallar una distracción o dos para espantar a los soldados que están a cubierto en tu lado.
—Estoy en el túnel de los segundos chiringuitos —dije—. Saldré al terreno de juego, cerca del oso. —Se trataba de un oso de peluche enorme que había formado parte de alguna campaña de promoción durante la liga de fútbol y que se había convertido en acero como todo lo demás.
—Entendido —dijo Abraham.
—David —me dijo Tia—, si has visto una ilusión, eso significa que tenías encima a Firefight y a Nightwielder. Por un lado eso es bueno: nos estábamos preguntando dónde se había metido Firefight. Pero es malo para ti: tienes que enfrentarte a dos Épicos poderosos.
—Os digo que no ha sido una ilusión —sostuve, maldiciendo mientras trataba de cambiar de mano la pistola y la linterna. Busqué en el bolsillo del pantalón y saqué la cinta adhesiva. Mi padre me había dicho que siempre tuviera a mano cinta adhesiva. A medida que había ido creciendo, no dejaba de sorprenderme lo acertado que había sido aquel consejo—. Era real, Tia.
—David, piensa lo que dices un momento. ¿Cómo puede haber llegado Megan aquí?
—No lo sé. Tal vez ellos… hicieron algo para resucitarla…
—Quemamos todo lo que había en el escondite. La incineramos.
—Tal vez quedó ADN —dije—. Tal vez tienen a un Épico capaz de devolver a alguien a la vida o algo así.
—La paradoja de Durkon, David. Te estás esforzando demasiado.
Terminé de pegar la linterna al cañón de mi rifle; no encima, sino a un costado, porque quería usar la mira. Desequilibraba el arma y era molesto, pero me sentía más a gusto que con la pistola, que me guardé en la sobaquera.
Durkon, un científico que había estudiado y reflexionado sobre los Épicos durante los primeros días, había señalado que, como los Épicos desafiaban las leyes de la física, para ellos era posible literalmente cualquier cosa. Había señalado también el peligro de dar por supuesto que cualquier pequeña irregularidad fuera consecuencia de los poderes de los Épicos. A menudo ese modo de pensar no llevaba a ninguna parte.
—¿Has oído hablar alguna vez de un Épico capaz de devolver la vida a otra persona? —preguntó Tia.
—No —admití. Algunos podían curar, pero ninguno resucitar a alguien.
—¿Y no fuiste tú quien comentó que probablemente nos enfrentábamos a un ilusionista?
—Sí. Pero ¿cómo sabían qué aspecto tenía Megan? ¿Por qué no usaron a Cody o a Abraham para distraerme, a alguien que sepan que está aquí?
—La tendrían en vídeo, del día del ataque a Conflux —dijo Tia—. La están utilizando para confundirte, para desquiciarte.
Desde luego, Nightwielder había estado a punto de matarme mientras yo miraba a la Megan fantasma.
—Tenías razón respecto a Firefight —continuó Tia—. En cuanto ese Épico de fuego estaba fuera de la vista de los agentes de Control, ha desaparecido de mis imágenes de vídeo. Era solo una ilusión para confundirnos. El verdadero Firefight es otro. David, están intentando jugar contigo para que Nightwielder pueda matarte. Acéptalo. Estás dejando que la esperanza te nuble el juicio.
Tenía razón. ¡Caray, sí que la tenía! Me detuve en el túnel, inspirando profundamente y soltando despacio el aire, obligándome a aceptarlo. Megan estaba muerta. Los sicarios de Steelheart estaban jugando conmigo. Eso me irritaba. No: me ponía furioso.
También me planteaba otro problema. ¿Por qué arriesgarse a desvelar así la naturaleza de Firefight? ¿Por qué dejar que desapareciera si era probable que tuviéramos el lugar vigilado? ¿Por qué usar una ilusión de Megan? Esas cosas revelaban lo que era Firefight.
Sentí un escalofrío. Lo sabían. Sabían que íbamos por ellos, así que no necesitaban fingir. «También sabían que instalamos las luces ultravioleta y dónde nos escondíamos algunos de nosotros».
Algo extraño estaba pasando.
—Tia, creo…
—¿Queréis dejar de farfullar? —se quejó el Profesor, con voz dura y áspera—. Necesito concentrarme.
—Tranquilo, Jon —lo reconfortó Tia—. Lo estás haciendo bien.
—¡Bah! Idiotas. Todos vosotros.
«Está usando los tensores —pensé—. Es casi como si lo convirtieran en otra persona».
No había tiempo para pensar en eso. Simplemente esperaba que todos viviéramos lo suficiente para que el Profesor pudiera pedirnos disculpas. Salí del túnel tras unas altas cajas de acero y escruté el pasillo con la linterna montada en el rifle.
Me salvé del golpe de pura chiripa. Me pareció ver algo a lo lejos y avancé hacia ello, tratando de iluminarlo mejor. Tres lanzas de oscuridad me atacaron. Una me resbaló por la espalda de la chaqueta y me cortó. Unos milímetros más y me habría seccionado la espina dorsal.
Jadeé, dándome la vuelta. Nightwielder estaba cerca, en la cavernosa sala. Le disparé, pero no sucedió nada. Maldije, acercándome más el rifle a la cara con la luz ultravioleta enfocada hacia delante.
Nightwielder sonrió diabólicamente cuando le disparé una bala a la cara. Nada. La luz ultravioleta no funcionaba. Me quedé paralizado por el pánico. ¿Me había equivocado respecto a su flaqueza? Pero antes había funcionado. ¿Por qué…?
Me volví, deteniendo a duras penas un puñado de lanzas. La luz las dispersó en cuanto las tocó, así que todavía funcionaba. Entonces, ¿qué estaba sucediendo?
«Es una ilusión —pensé, sintiéndome estúpido—. ¡Tarugo! ¿Cuántas veces voy a picar con lo mismo?». Escruté las paredes. En efecto, capté un atisbo de Nightwielder, que surgía de una de ellas y se me acercaba. Se retiró antes de que pudiera disparar, y la oscuridad volvió a quedar inmóvil.
Esperé, sudando, concentrado en aquel punto. Tal vez asomara de nuevo. El falso Nightwielder estaba a mi derecha, impasible. Firefight se encontraba en algún lugar de la habitación, invisible. Podía dispararme. ¿Por qué no lo hacía?
Nightwielder volvió a asomarse, y disparé, pero desapareció en un abrir y cerrar de ojos, y el tiro rebotó en la pared. Probablemente volvería a atacarme desde otra parte, decidí, así que eché a correr. Mientras lo hacía, descargué un culatazo contra el falso Nightwielder. Como esperaba, lo atravesé y la aparición onduló débilmente como una imagen proyectada.
Sonaron explosiones. Abraham maldijo en mi oído.
—¿Qué? —preguntó Tia.
—El fuego cruzado no funciona —dijo Cody—. Hemos logrado que un grupo de soldados se dispararan entre sí a través del humo, sin darse cuenta de que Steelheart estaba en medio.
—Al menos una docena de impactos lo han alcanzado —informó Abraham—. Esa teoría está descartada. Repito, un disparo accidental no lo hiere.
«¡Calamity! —pensé. ¡Estaba tan seguro de esa teoría! Apreté la mandíbula, todavía corriendo—. No vamos a poder matarlo. Todo esto habrá sido para nada».
—Me temo que puedo confirmarlo —dijo Cody—. Yo también he visto cómo lo alcanzaban las balas. Ni siquiera se ha dado cuenta. —Hizo una pausa—. Profesor, es usted una máquina. Tenía que decirlo.
La única respuesta del Profesor fue un gruñido.
—David, ¿cómo te va con Nightwielder? —me preguntó Tia—. Te necesitamos para activar la cuarta fase: dispararle a Steelheart con la pistola de tu padre. Es todo lo que nos queda.
—¿Cómo me va con Nightwielder? —pregunté—. Tirando a mal. Iré para allá en cuanto pueda.
Seguí corriendo por el gran vestíbulo descubierto, bajo las gradas. Tal vez si podía salir tuviera más posibilidades. Había demasiados lugares donde ocultarse allí dentro.
«Me estaba esperando cuando ha salido de ese túnel —pensé—. Tienen que estar escuchando nuestras conversaciones. Por eso sabían tanto sobre nuestra estrategia inicial».
Eso, naturalmente, era imposible. Las señales de los móviles eran imposibles de pinchar. La Fundición Knighthawk se aseguraba de ello. Además, los Reckoners tenían su propia red.
Excepto…
El móvil de Megan. Todavía estaba conectado a nuestra red. ¿Les había mencionado yo al Profesor y a los demás que lo había perdido en la caída? Había dado por hecho que se había roto, pero si no había sido así…
«Escucharon nuestros preparativos —pensé—. ¿Mencionamos por la línea que Limelight no era real?». Me devané los sesos tratando de recordar nuestras conversaciones de los tres últimos días. No recordaba nada. Tal vez hubiéramos hablado de ello, tal vez no. Los Reckoners solían ser circunspectos en sus conversaciones por la red, extremadamente cuidadosos.
Dejé de cavilar cuando divisé una figura en el pasillo, delante de mí. Aminoré el paso, apuntando con el rifle. ¿Qué intentaría Firefight esta vez?
Otra imagen de Megan, allí de pie. Llevaba vaqueros y una camisa rosa ajustada (pero no la chaqueta de los Reckoners), el cabello dorado recogido en una cola de caballo que le llegaba hasta los hombros. Atento, por si Nightwielder me atacaba por la espalda, seguí adelante. La ilusión me miró con expresión neutra, sin moverse.
¿Cómo podía localizar a Firefight? Probablemente el tipo era invisible. No estaba seguro de que tuviera ese poder, pero era lógico que así fuera.
Por mi mente pasaron modos de descubrir a un Épico invisible. Debía prestar atención para oírlo o tenía que empañar el aire con algo. Harina, tierra, polvo… ¿Podría usar el tensor? El sudor me corría por la frente. Odiaba saber que alguien me estaba observando: alguien a quien yo no podía ver.
¿Qué hacer? Mi plan inicial para Firefight era revelarle que conocía su secreto, asustarlo como había hecho con Nightwielder durante el ataque a Conflux. Eso no funcionaría ahora. Sabía que íbamos por él. Tenía que asegurarse de que los Reckoners morían para ocultar su secreto. «¡Calamity, Calamity, Calamity!».
La ilusión de Megan volvió la cabeza, siguiéndome con los ojos mientras yo intentaba vigilar todas las esquinas de la sala, atento al menor movimiento.
La ilusión frunció el ceño.
—Te conozco —dijo.
Era la voz de Megan. Me estremecí. «Un Épico ilusionista poderoso podría crear sonidos además de imágenes —me dije—. Sé que es así. No debe sorprenderme».
Pero era su voz. ¿Cómo conocía Firefight su voz?
—Sí… —dijo ella, acercándoseme—. Te conozco. Algo sobre… rodillas. —Entornó los párpados—. Ahora debería matarte.
Knees. Firefight no podía saber eso, ¿verdad? ¿Me había llamado así Megan alguna vez por el móvil? No podían haber estado escuchando entonces, ¿verdad?
Vacilé, apuntando con el rifle a la ilusión, ¿o era Megan? Nightwielder llegaría de un momento a otro. No podía quedarme allí, pero tampoco correr.
Ella avanzaba hacia mí con expresión arrogante, como si fuera la dueña del mundo. No era la primera vez que Megan se comportaba así, pero esta vez había algo más. Su porte era más confiado, aunque había fruncido los labios, perpleja.
Yo tenía que saberlo. Tenía que saberlo.
Bajé el arma y salté hacia delante. Ella reaccionó demasiado despacio y le agarré el brazo.
Era real.
Un segundo después, el pasillo explotó.