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Como mi puesto estaba justo en la parte delantera de la tercera grada, si hubiera estado de pie me habría asomado al borde del nivel más bajo de los asientos. Agazapado en mi agujero improvisado, no obstante, no podía verlos, aunque tenía una buena visión del terreno de juego. En una posición lo suficientemente elevada para ver lo que pasaba en el estadio, también contaba con una vía de acceso al terreno de juego si tenía que intentar dispararle a Steelheart con la pistola de mi padre. El túnel y la cuerda que había emplazado más adelante, en la grada, me llevarían hasta allí rápidamente.

Bajaría y trataría de sorprenderlo, llegado el caso. Sería como intentar sorprender un león con una pistola de agua.

Me acurruqué en mi puesto, esperando. Llevaba el tensor en la mano izquierda y la pistola en la derecha. Cody me había dado un rifle, pero lo tenía a mi lado.

En el cielo, los fuegos artificiales llameaban en el aire. Cuatro puntos en lo alto del estadio lanzaban enormes chorros de chispas. No sé dónde había encontrado Abraham los fuegos artificiales, que eran de color verde, pero la señal indudablemente sería vista y reconocida como tal.

Ese era el momento. ¿Acudiría Steelheart de verdad?

Los fuegos artificiales empezaron a apagarse.

—Tengo algo —dijo Abraham en nuestros oídos, acentuando las sílabas incorrectamente con su leve acento. Ocupaba la posición de francotirador más alta, y Cody, la más baja. Cody era mejor tirador, pero Abraham necesitaba estar más alejado de la pelea. Su función era encender los focos o hacer volar los explosivos estratégicamente—. Sí, ahí vienen. Veo un convoy de camiones de Control. Todavía no hay rastro de Steelheart.

Enfundé la pistola de mi padre y acerqué la mano al rifle para cogerlo. Me parecía demasiado nuevo. Un rifle tenía que ser un arma usada, querida. Familiar. Solo entonces sabes que puedes confiar en él, cómo dispara, cuándo es posible que se atasque, hasta qué punto es preciso. Las armas, como los zapatos, son peores si están completamente nuevas.

A pesar de todo, no podía confiar solo en la pistola. Tenía problemas para alcanzar todo lo que fuera más pequeño que un tren de carga con una de esas. Necesitaría acercarme a Steelheart si quería intentarlo. Se había decidido que dejáramos a Abraham y Cody poner a prueba las otras teorías antes de arriesgarnos a enviarme a mí para que me acercara.

—Se están aproximando al estadio —me dijo Abraham al oído—. Los he perdido.

—Yo puedo verlos, Abraham. Cámara seis —dijo Tia. Aunque estaba fuera de la ciudad en el helicóptero, con la capacidad que le había dado Edmund de generar energía, controlaba un puñado de cámaras que habíamos emplazado para espiar y grabar la batalla.

—Los tengo —informó Abraham—. Sí, se están desplegando. Creía que iban a entrar directamente, pero no.

—Bien —informó Cody—. Eso hará más fácil conseguir entablar un fuego cruzado.

«Si es que Steelheart aparece», pensé. Aquello era a la vez mi temor y mi esperanza. Si no aparecía, significaría que no consideraba a Limelight una amenaza, lo cual facilitaría mucho la huida de los Reckoners de la ciudad. La operación sería un fracaso, pero no por no haberlo intentado. Casi deseaba que ese fuera el caso.

Si Steelheart aparecía y nos mataba a todos, la sangre de los Reckoners mancharía mis manos por haberlos llevado a aquella situación, algo que antes me habría dado igual pero que ahora me reconcomía. Escruté el campo de fútbol sin ver nada. Miré hacia atrás, hacia las gradas superiores.

Capté un atisbo de movimiento en la oscuridad: lo que parecía un destello dorado.

—Chicos —susurré—. Creo que he visto a alguien ahí arriba.

—Imposible —dijo Tia—. He estado vigilando todas las entradas.

—Te digo que he visto algo.

—Cámara catorce… quince… David, no hay nadie ahí arriba.

—Conserva la calma, hijo —dijo el Profesor. Estaba escondido en el túnel que habíamos hecho bajo el terreno de juego y saldría solo cuando apareciera Steelheart. Habíamos acordado no intentar hacer estallar los explosivos de allí abajo hasta haber probado todas las otras formas de matar a Steelheart.

El Profesor llevaba puestos los tensores. Yo notaba que esperaba no tener que utilizarlos.

Esperamos. Tia y Abraham fueron describiéndonos en voz baja los movimientos de los agentes de Control. Los soldados de infantería rodearon el estadio, aseguraron todas las salidas que conocían y empezaron a entrar lentamente. Emplazaron baterías en varios puntos de las gradas, pero no nos encontraron. El estadio era excesivamente grande y estábamos demasiado bien ocultos. Se pueden construir un montón de escondites interesantes si eres capaz de excavar túneles donde todo el mundo da por hecho que es imposible hacerlo.

—Conéctame con los altavoces —dijo el Profesor en voz baja.

—Hecho —respondió Abraham.

—¡No he venido a combatir gusanos! —gritó el Profesor, y su voz resonó por todo el estadio, amplificada por los altavoces que habíamos colocado—. ¿Este es el valor del poderoso Steelheart? ¿Envía a hombrecitos con pistolas de juguete a molestarme? ¿Dónde estás, emperador de Chicago Nova? ¿Tanto me temes?

El estadio quedó en silencio.

—¿Veis las posiciones que los soldados han ocupado en las gradas? —nos preguntó Abraham a través de la línea—. Es algo deliberado. Se aseguran de no herirse con fuego amigo. Vamos a tener problemas para pillar a Steelheart en fuego cruzado.

Yo no dejaba de mirar por encima del hombro. No vi más movimientos en los asientos de atrás.

—Ah —dijo Abraham en voz baja—. Ha funcionado. Ahí viene. Lo veo en el cielo.

Tia silbó suavemente.

—Ya lo tenemos, chicos. Empieza la fiesta de verdad.

Esperé, usando la mira del rifle para escrutar el cielo. Acabé por localizar un punto de luz en la oscuridad que se iba acercando. Gradualmente, se convirtió en tres figuras que volaban hacia el centro del estadio. Nightwielder flotaba, amorfo. Firefight aterrizó junto a él, una forma humanoide ardiente, tan brillante que me dejaba en la retina imágenes residuales.

Steelheart aterrizó entre ambos. Me quedé sin respiración, completamente inmóvil.

Había cambiado poco en la década transcurrida desde la destrucción del banco. Tenía la misma expresión arrogante, llevaba el mismo pelo perfectamente peinado. Aquel cuerpo inhumanamente musculoso envuelto en la capa negra y plateada… Sus puños brillaban con un suave resplandor amarillo y volutas de humo brotaban de ellos. Había un atisbo de plata en su pelo. Los Épicos envejecían más despacio que la gente normal, pero lo hacían también.

El viento se arremolinaba en torno a Steelheart, levantando el polvo que se había acumulado sobre el terreno acerado. Descubrí que no podía apartar la mirada de él. El asesino de mi padre estaba allí por fin. No pareció ver las baratijas de la cámara del banco. Las habíamos repartido por el centro del terreno de juego, mezcladas con la basura que habíamos llevado para disimular.

Los artículos estaban tan cerca de él como lo habían estado en el banco. El dedo me tembló en el gatillo del rifle: ni siquiera me había dado cuenta de haberlo puesto en él. Con cuidado, lo retiré. Quería ver a Steelheart muerto, pero no tenía que ser por mi mano. Tenía que permanecer escondido. Mi deber era dispararle con la pistola, y estaba demasiado lejos en ese momento. Si disparaba y fallaba el tiro, me habría descubierto.

—Supongo que yo empiezo la fiesta —dijo Cody en voz baja. Iba a disparar el primero para poner a prueba la teoría de los contenidos de la cámara blindada, ya que desde su posición era más fácil retirarse.

—Afirmativo —dijo el Profesor—. Dispara, Cody.

—Muy bien, tarugo —le dijo Cody en voz baja a Steelheart—. Veamos si ha merecido la pena traer todas esas cosas hasta aquí…

Un disparo resonó en el aire.