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Las vibraciones me sacudían hasta el alma, que parecía responder a ellas. Inspiré, dando forma al ruido con la mente. Extendí la mano y envié la música hacia fuera: una música que solo yo oía, una música que solo yo controlaba.

Abrí los ojos. Una porción del túnel que tenía delante se desplomó convertida en fino polvo. Llevaba mascarilla, aunque el Profesor seguía asegurándome que respirar ese material no era tan malo como yo creía.

Llevaba el móvil atado a la frente, proyectando una luz brillante. El pequeño túnel abierto en el acero era estrecho, pero yo iba solo, así que podía moverme por él sin dificultad.

Como siempre, usar el tensor me recordaba el día en que con Megan me infiltré en la central eléctrica. Me recordaba el hueco del ascensor donde ella había compartido conmigo cosas que no parecía haber compartido con muchos. Yo le había preguntado a Abraham si sabía que era de Portland y se había sorprendido. Dijo que nunca hablaba de su pasado.

Recogí en un cubo el polvo de acero, lo acarreé túnel abajo y lo vacié. Lo hice varias veces, luego volví a excavar con el tensor. Los otros quitaban el polvo el resto del camino.

Añadí unos cuantos palmos al túnel, luego comprobé mi móvil para ver cómo iba. Abraham había colocado otros tres encima para crear una especie de sistema de triangulación que me permitiera abrir aquel túnel con precisión. Tenía que dirigirme un poco más a la derecha y luego hacia arriba.

«La próxima vez que escoja un lugar para emboscar a un Épico —pensé—, voy a elegir uno que esté más cerca de los túneles ya abiertos en las calles subterráneas».

El resto del equipo había estado de acuerdo con Abraham en que había que minar el terreno con explosivos y también querían unos cuantos túneles ocultos que condujeran al perímetro. Yo estaba seguro de que nos serían útiles cuando nos enfrentáramos a Steelheart; sin embargo, construir todo aquello era agotador.

Casi lamenté haber demostrado tanto talento con el tensor. Casi. Seguía pareciéndome asombroso poder agujerear el acero sólido con las manos. No sabía de pirateo informático como Tia, ni explorar tan bien como Cody, ni arreglar la maquinaria como Abraham. Con aquello al menos tenía una función en el grupo.

«Naturalmente —pensé mientras desintegraba otra sección de la pared—, la habilidad del Profesor hace que la mía parezca un grano de arroz, y ni siquiera cocido». Básicamente, yo realizaba aquella función porque él no quería. Eso reducía mi grado de satisfacción.

Se me ocurrió una idea. Alcé la mano, invocando las vibraciones del tensor. ¿Cómo había hecho el Profesor para crear aquella espada? Golpeando la pared, ¿no? Intenté imitar el movimiento, golpeando con el puño el túnel y dirigiendo mentalmente el estallido de energía del tensor.

No creé una espada: varios puñados de polvo cayeron de un agujero en la pared, seguidos por un pedazo de acero alargado vagamente parecido a una zanahoria.

«Bueno. Es un principio, supongo».

Recogí la zanahoria y vi una luz que se movía en el pequeño túnel. De una rápida patada lancé la zanahoria al montón de polvo y volví al trabajo.

El Profesor llegó poco después.

—¿Cómo va?

—Medio metro más —dije—. Luego podré abrir el hueco para los explosivos.

—Bien —respondió el Profesor—. Intenta que sea largo y estrecho. Queremos canalizar la explosión hacia arriba, no hacia el túnel.

Asentí. El plan era debilitar el «techo» del hueco, que se encontraría justo debajo del centro de El Campo del Soldado. Sellaríamos los explosivos en su interior con un cuidadoso trabajo de la soldadora de Cody para dirigir la explosión hacia donde quisiéramos.

—Sigue —dijo el Profesor—. Por ahora, me encargaré de retirar el polvo.

Asentí, agradecido por la oportunidad de pasar más tiempo con el tensor. Era el de Cody. Me lo había dado, ya que el mío seguía siendo un despojo como los ojos colgantes de un zombi. No le había preguntado al Profesor por los dos que él llevaba. No me había parecido prudente.

Trabajamos en silencio durante un rato, yo arrancando pedazos de acero, el Profesor retirando el polvo. Encontró mi espada-zanahoria y me miró extrañado. Esperé que no me viera ruborizarme con tan poca luz.

Al cabo de un rato mi móvil sonó, indicándome que me acercaba a la profundidad adecuada. Con cuidado, marqué el perímetro de un agujero a la altura de mi hombro. Luego acerqué la mano y creé un hueco estrecho en el que introducir los explosivos.

El Profesor regresó, cargado con su cubo, y vio lo que había hecho. Comprobó su móvil, mirando al techo, y luego golpeó suavemente el metal con un martillito. Asintió para sí, aunque yo no noté ninguna diferencia de sonido.

—¿Sabe? —dije—. Estoy seguro de que estos tensores desafían las leyes de la física.

—¿Qué? ¿Quieres decir que destruir metal sólido con los dedos no es normal?

—Más que eso. Creo que hay menos polvo del que debería producirse. Se asienta y ocupa menos espacio que el acero, pero eso sería imposible a menos que fuera más denso que el acero, y no es el caso.

El Profesor gruñó, llenando otro cubo.

—Con los Épicos, nada tiene sentido —dije, sacando unas brazadas de polvo del agujero que estaba haciendo—. Ni siquiera sus poderes. —Vacilé—. Especialmente sus poderes.

—Muy cierto —respondió el Profesor. Continuó llenando cubos—. Te debo una disculpa, hijo, por mi comportamiento.

—Tia me lo explicó —dije rápidamente—. Me contó que en el pasado le sucedió algo con los tensores. Tiene lógica. No importa.

—No, sí que importa. Pero es lo que me sucede cuando uso los tensores. Yo… Bueno, como dijo Tia, cosas de mi pasado. Lamento el modo en que actué. No había justificación alguna, sobre todo considerando por lo que acababas de pasar.

—No fue tan terrible —añadí—. Como se portó usted, quiero decir. —«El resto fue horrible». Intenté no pensar en aquella larga caminata con una chica moribunda en brazos. Una chica moribunda a la que no salvé. Insistí—: Estuvo usted sorprendente, Profesor. No debería utilizar los tensores solo cuando nos enfrentemos a Steelheart. Debería utilizarlos todo el tiempo. Piense en lo que…

BASTA.

Callé. El tono de su voz provocó una puñalada de sorpresa que me corrió por la espalda.

El Profesor inspiró y espiró profundamente, las manos enterradas en polvo de acero. Cerró los ojos.

—No hables así, hijo. No me hace ningún bien. Por favor.

—De acuerdo —dije con cautela.

—Simplemente acepta mi disculpa, si quieres.

—Claro.

El Profesor asintió y volvió al trabajo.

—¿Puedo preguntarle una cosa? —dije—. No mencionaré, ya sabe. No directamente, al menos.

—Adelante, pues.

—Bueno, inventó usted estas cosas. Cosas sorprendentes. El reparador, las chaquetas. Por lo que me cuenta Abraham, tenía esos aparatos cuando fundó los Reckoners.

—Así es.

—Entonces, ¿por qué no creó algo más? Otra clase de arma basada en los Épicos. Quiero decir que vende usted conocimiento a gente como Diamond y él lo vende a su vez a los científicos que están trabajando para crear tecnología como esta. Me parece que tiene que ser usted tan bueno como muchos de ellos. ¿Por qué vender el conocimiento en lugar de usarlo usted mismo?

El Profesor trabajó en silencio durante unos minutos, luego se acercó para ayudarme a retirar polvo del agujero que estaba haciendo.

—Es una buena pregunta. ¿Se la has hecho a Abraham o a Cody?

Hice una mueca.

—Cody habla de demonios o de hadas que dice que los irlandeses robaron descaradamente a sus antepasados. No sé si lo dice en serio.

—No lo dice en serio. Le gusta ver cómo reacciona la gente cuando dice ese tipo de cosas.

—Abraham piensa que es porque ahora no tiene usted un laboratorio como antes. Sin el equipo adecuado, no puede diseñar tecnología nueva.

—Abraham es un hombre muy reflexivo. ¿Qué crees tú?

—Creo que si puede usted encontrar los recursos para comprar o robar explosivos, motos e incluso helicópteros cuando los necesita, entonces podría conseguirse un laboratorio. Tiene que haber otro motivo.

El Profesor se limpió las manos de polvo y se volvió para mirarme.

—Muy bien. Ya veo adónde quieres ir a parar. Puedes hacerme una pregunta sobre mi pasado.

Lo dijo como si fuera un regalo, una especie de… penitencia para él. Me había tratado mal por algo sucedido en el pasado. La recompensa que me daba era un trozo de ese pasado.

Me pilló completamente desprevenido. ¿Qué quería saber? ¿Le preguntaba cómo se le habían ocurrido los tensores? ¿Le preguntaba qué era lo que le impedía querer utilizarlos? Parecía estar preparándose para protegerse.

«No quiero hacerlo pasar por esto —pensé—. No si lo afecta tanto». Tampoco hubiese querido que nadie me hiciera recordar lo que le había sucedido a Megan.

Decidí escoger algo más benigno.

—¿Qué era usted? —pregunté—. Antes de Calamity, ¿cuál era su profesión?

El Profesor pareció sorprendido.

—¿Esa es tu pregunta?

—Sí.

—¿Estás seguro de querer saberlo?

Asentí.

—Era profesor de ciencias de segundo curso —dijo el Profesor.

Abrí la boca para reírme del chiste, pero el tono de su voz me hizo vacilar.

—¿De verdad? —pregunté por fin.

—De verdad. Un Épico destruyó la escuela. Estábamos… estábamos todavía en horario de clase. —Miró hacia la pared, borrando la emoción de su rostro. Se estaba poniendo una máscara.

Y yo que pensaba que la pregunta que le había hecho era algo inocente.

—Pero los tensores y el reparador… Trabajó en un laboratorio en algún momento, ¿no?

—No. Los tensores y el reparador no me pertenecen. Los otros dan por hecho que yo los inventé. No fue así.

Esa revelación me dejó de piedra.

El Profesor se dio media vuelta para poder recoger sus cubos.

—En realidad no soy profesor universitario. Solo era maestro. Acabé enseñando ciencias por accidente. Era la enseñanza lo que amaba. Al menos cuando pensaba que sería suficiente para cambiar las cosas.

Se marchó túnel abajo, dejándome sumido en un mar de dudas.

—Ya está. Podéis daros la vuelta.

Me volví, ajustándome la mochila que llevaba a la espalda. Cody, encaramado en una escalera, se quitó la máscara de soldador y se secó la frente con la mano con la que no sujetaba el soplete. Habían pasado unas horas desde que había terminado de abrir el hueco bajo el terreno de juego. Cody y yo nos habíamos pasado esas horas abriendo agujeros y túneles más pequeños por todo el estadio, y Cody soldaba donde era necesario.

Nuestro proyecto más reciente era hacer el nido del francotirador, que sería mi puesto al principio de la batalla. Estaba delante del segundo nivel de las gradas, en la zona oeste del estadio, más o menos en la línea de las cincuenta yardas. No queríamos ser visibles desde arriba, así que yo había utilizado el tensor para abrir un espacio bajo el suelo dejando apenas tres centímetros de metal encima y abierto menos dos palmos cerca de la parte delantera para asomar la cabeza y los hombros y poder apuntar con el rifle por el agujero.

Cody soltó el asidero de la escalera y sacudió el armazón de metal que acababa de soldar al pie de la zona que yo había ahuecado. Asintió, aparentemente satisfecho. Me sostendría cuando me tumbara allí al acecho, en mi nido de francotirador. El suelo de esa sección de la grada era demasiado fino para abrir un hueco lo suficientemente grande en el que ocultarse: el armazón era nuestra solución a ese problema.

—Y ahora, ¿dónde? —pregunté, mientras Cody bajaba de la escalera—. ¿Y si hacemos el agujero para escapar en la tercera grada?

Cody se colgó al hombro las herramientas de soldadura. Tenía la espalda acalambrada y se estiró para relajarse.

—Abraham ha llamado para informar que ahora va a ocuparse de los focos ultravioleta —dijo—. Ha terminado hace un rato de colocar los explosivos bajo el terreno de juego, así que ya es hora de que vaya a soldar allí un par de cosas. Podrás encargarte del siguiente agujero tú solo, pero te ayudaré a llevar la escalera. Buen trabajo con estos agujeros hasta ahora, chaval.

—Así que ¿ahora soy otra vez «chaval»? —pregunté—. ¿Qué ha pasado con lo de «colega»?

—Me he dado cuenta de una cosa —dijo Cody, mientras plegaba la escalera y la cogía por un extremo—. Sobre mis antepasados australianos.

—¿Sí? —Agarré la escalera por el otro extremo, lo seguí y pasamos de la primera grada de asientos al interior del estadio.

—Procedían de Escocia. Así que, si quiero ser auténtico, tengo que hablar australiano con acento escocés.

Seguimos caminando por aquel espacio negro como boca de lobo situado bajo las gradas: una especie de gran pasillo curvo que creo que llamaban vestíbulo. El extremo inferior planeado para el siguiente agujero de huida estaba en uno de los baños, al fondo del pasillo.

—Acento australiano-escocés de Tennessee, ¿eh? —dije—. ¿Lo estás practicando?

—¡Demonios, no! —exclamó Cody—. No estoy loco, chaval. Solo soy un poco excéntrico.

Sonreí, luego volví la cabeza para mirar el terreno de juego.

—Vamos a intentarlo en serio, ¿verdad?

—Más nos vale. Aposté veinte pavos con Abraham a que ganaríamos.

—Es que me cuesta creerlo. Me he pasado diez años planeando este día, Cody. Más de media vida. Ahora el momento ha llegado. No se parece a nada que hubiera imaginado, pero ha llegado.

—Deberías sentirte orgulloso —dijo Cody—. Los Reckoners llevan más de un lustro haciendo lo que hacen. Ningún cambio, ninguna sorpresa, ningún gran riesgo. —Se rascó la oreja izquierda—. A menudo me preguntaba si nos estábamos quedando estancados. Nunca pude reunir argumentos suficientes para sugerir un cambio. Hizo falta que viniera alguien de fuera para sacudirnos un poquito.

—¿Atacar a Steelheart es «sacudiros un poquito»?

—Bueno, no es que nos hayas metido en una locura realmente peligrosa, como robarle a Tia sus refrescos de cola.

Fuera de los servicios, soltamos la escalera y Cody se fue a comprobar los explosivos de la pared de enfrente. Pretendíamos usarlos como distracción: Abraham los haría estallar cuando fuera necesario. Vacilé, luego saqué uno de mis borradores explosivos.

—A lo mejor tendría que poner uno de estos —dije—. Por si necesitamos que una segunda persona haga volar los explosivos.

Cody miró la carga, frotándose la barbilla. Sabía a qué me refería. Solo necesitaríamos que una segunda persona volara los explosivos si Abraham caía. No me gustaba la idea, pero después de lo de Megan… Bueno, me parecía que todos éramos mucho más frágiles que antes.

—¿Sabes? —dijo Cody, cogiendo la carga—, donde realmente me gustaría tener refuerzos es con los explosivos de debajo del terreno de juego. Son los más importantes: son los que van a cubrir nuestra retirada.

—Supongo —dije.

—¿Te importa si cojo esto y lo pego allá abajo antes de sellarlo?

—No, siempre y cuando el Profesor esté de acuerdo.

—Le gustan los planes de contingencia —dijo Cody, metiéndose la carga en el bolsillo—. Tú ten a mano ese boli tuyo. Y no lo pulses por accidente.

Se fue hacia el túnel de debajo del terreno de juego y yo metí la escalera en los servicios para ponerme a trabajar.

Saqué el puño al aire y me agaché mientras el polvo de acero caía a mi alrededor. «De modo que así lo hizo», pensé, flexionando los dedos. No había descubierto el truco de la espada, pero mejoraba golpeando y desintegrando cosas con el puño. Tenía que ver con manipular las ondas de sonido del tensor de modo que siguieran mi mano en movimiento, creando una especie de… envoltura alrededor.

Bien hecho, la onda corría por mi puño. Más o menos como el humo sigue tu mano si lo atraviesas. Sonreí, sacudiendo la mano. Por fin lo había descubierto. Y en buena hora. Me dolían bastante los nudillos.

Terminé el agujero con una descarga más ligera con el tensor, acercando la mano desde lo alto de la escalera para esculpir el agujero. Por él vi un cielo completamente negro. «Algún día me gustaría volver a ver el sol», pensé. Lo único que había allá arriba era negrura. Negrura y Calamity, ardiendo en la distancia, directamente encima, como un terrible ojo rojo.

Me bajé de la escalerilla y salí a la segunda grada. Experimenté un súbito e irreal destello de recuerdo. Me había sentado cerca de allí la única vez que había ido a ese estadio. Mi padre había ahorrado mucho para comprar las entradas. No recordaba contra qué equipo jugábamos, pero sí el sabor del perrito caliente que me compró mi padre, y su alegría, y su emoción.

Permanecí agachado entre los asientos, por si acaso. Los drones espía de Steelheart probablemente estaban fuera de servicio desde que la ciudad se había quedado sin energía, pero tal vez tuviera patrullas por la ciudad buscando a Limelight. Era aconsejable permanecer fuera de la vista lo máximo posible.

Saqué una cuerda de la mochila y la até a la pata de uno de los asientos de acero; luego volví al agujero y bajé por la escalera al cuarto de baño de debajo de la segunda grada. Tras dejar la cuerda colgando para escapar más rápido de lo que podría hacerlo por la escalera, metí esta y la mochila vacía en uno de los cubículos y volví a los asientos.

Abraham me estaba esperando allí, apoyado en la entrada de los asientos inferiores, con los musculosos brazos cruzados y una expresión pensativa.

—¿Todas las luces ultravioleta están colocadas ya? —pregunté.

Abraham asintió.

—Habría sido maravilloso usar los focos del propio estadio.

Me eché a reír.

—Me hubiera gustado ver eso: hacer funcionar un puñado de focos con las bombillas convertidas en acero y fundidas con los casquillos.

Los dos nos quedamos allí un rato, contemplando nuestro campo de batalla. Comprobé el móvil. Era por la mañana temprano: planeábamos citar a Steelheart a las cinco de la tarde. Era de esperar que sus soldados estuvieran agotados de impedir saqueos toda la noche sin ningún vehículo de apoyo ni armaduras de energía. Los Reckoners solían trabajar de noche, de todas formas.

—Faltan quince minutos para marcharnos —advertí—. ¿Ha terminado de soldar Cody? ¿Han vuelto el Profesor y Tia?

—Cody ha terminado la soldadura y se dirige a su posición —respondió Abraham—. El Profesor llegará de un momento a otro. Han conseguido un helicóptero y Edmund le ha dado a Tia la capacidad para cargarlo de energía. Lo ha llevado fuera de la ciudad para dejarlo posado donde no delate nuestra situación.

Si las cosas salían mal, ella cronometraría su vuelta para recogernos mientras estallaban los explosivos. También haríamos estallar una cortina de humo desde las gradas para cubrir nuestra huida.

Sin embargo, yo estaba de acuerdo con el Profesor. No podías volar más rápido que Steelheart ni abatirlo con un helicóptero. Aquel era el enfrentamiento final. Lo derrotábamos allí o moríamos.

Mi móvil destelló y una voz me habló al oído.

—He vuelto —dijo el Profesor—. Tia ya está preparada. —Vaciló un momento—. Hagámoslo.