33

—En realidad, no me considero un Épico —dijo Edmund, inclinándose hacia delante sobre la improvisada mesa. La habíamos hecho con una caja y un tablón, y estábamos sentados en el suelo para comer—. Me capturaron y me utilizaron por la energía solo un mes después de mi transformación. Bastión era el nombre de mi primer amo. Os aseguro que se puso muy desagradable cuando descubrió que no podía traspasarle mi poder.

—¿A qué crees que se debe eso? —pregunté, mordiendo un poco de tasajo.

—No lo sé —respondió Edmund, alzando las manos. Le gustaba gesticular mucho mientras hablaba. Había que tener cuidado, no fuera a ser que te diera un puñetazo accidental en el hombro durante una exclamación particularmente enfática sobre el sabor de un buen curry.

No representaba más peligro que ese. Aunque Cody estaba siempre cerca con el rifle preparado, Edmund no se había mostrado provocador en lo más mínimo. Parecía agradable, al menos cuando no mencionaba horribles e inevitables muertes a manos de Steelheart.

—Así ha sido siempre para mí —continuó Edmund, señalándome con su cuchara—. Solo puedo dárselo a humanos corrientes, y tengo que tocarlos para hacerlo. Nunca he podido darle mis poderes a un Épico. Lo he intentado.

Cerca de nosotros, el Profesor, que traía provisiones, se detuvo. Se volvió hacia Edmund.

—¿Qué has dicho?

—No puedo dar poderes a otros Épicos —informó Edmund, encogiéndose de hombros—. Así es como funcionan los poderes.

—¿Sucede lo mismo con otros dadores? —preguntó el Profesor.

—Nunca he conocido a ninguno —respondió Edmund—. Los dadores son raros. Si hay otros en la ciudad, Steelheart nunca me ha dejado conocerlos. No le molestó que no pudiera darle mis poderes, se contentó con utilizarme como pila.

El Profesor parecía preocupado. Continuó su camino, y Edmund me miró, alzando las cejas.

—¿A qué ha venido eso?

—No lo sé —contesté, igualmente confundido.

—Bueno, siguiendo con mi historia: a Bastión no le gustó que no pudiera darle poderes, así que me vendió a un tipo llamado Insulation. Siempre me pareció que era un nombre de Épico estúpido.

—No tanto como El Brass Bullish Dude —dije.

—¿Estás de guasa? ¿De verdad hay un Épico que se llama así?

Asentí.

—Lo hubo. En Los Ángeles. Ahora está muerto, pero te sorprenderías de los nombres estúpidos que se les ocurren a un montón de ellos. Unos poderes cósmicos increíbles no equivalen a un cociente intelectual alto… ni siquiera a un buen sentido de la teatralidad. Recuérdame que te hable alguna vez de la Pink Pinkness.

—Ese nombre no suena tan mal —comentó Edmund, sonriendo—. Quizá sea un poco pomposo, pero hace sonreír. Me gustaría conocer a un Épico al que le guste sonreír.

«Estoy hablando con uno», pensé. Todavía no lo había asimilado del todo.

—Bueno, ella no sonrió mucho tiempo —dije—. Lo consideraba un buen nombre, pero…

—¿Qué?

—Intenta decirlo rápido varias veces —sugerí.

Él lo intentó y sonrió de oreja a oreja.

—Vaya, sí que es un galimatías.

Sacudí asombrado la cabeza mientras continuaba comiendo tasajo. ¿Cómo interpretar a Edmund? No era el héroe que las personas como Abraham y mi padre buscaban, ni de lejos. Palidecía cuando hablábamos de enfrentarnos a Steelheart. Era tan tímido que solía pedir permiso para hablar antes de expresar una opinión.

No, no era un héroe nacido para luchar por los derechos de los hombres, pero era casi igual de importante. Yo nunca había conocido, ni leído, ni escuchado siquiera una historia de un Épico que encajara tan poco en el estereotipo. En Edmund no había arrogancia ninguna, ningún odio, ningún desprecio.

Era sorprendente. En parte seguía pensando: «¿Esto es todo lo que hemos conseguido? Por fin encuentro a un Épico que no quiere matarme ni esclavizarme, y es un viejo indio de voz suave al que le gusta la leche azucarada».

—Perdiste a alguien, ¿verdad? —preguntó Edmund.

Levanté bruscamente la cabeza.

—¿Por qué lo preguntas?

—Por reacciones como esa, para empezar. Además de por el hecho de que todos en tu grupo parecen andar sobre papel de aluminio arrugado tratando de no hacer ningún sonido.

«Caray. Buena comparación. “Caminar sobre papel de aluminio arrugado”». Tendría que acordarme de ella.

—¿Quién era la chica? —preguntó Edmund.

—¿Quién ha dicho que fuera una mujer?

—La expresión de tu cara, hijo —dijo Edmund, y entonces sonrió.

No respondí, aunque en parte fue debido a que intentaba desterrar el aluvión de recuerdos que cruzaba mi mente. Megan mirándome con mala cara. Megan sonriendo. Megan riendo apenas unas horas antes de morir. «Idiota. Solo la trataste un par de semanas».

—Yo maté a mi esposa —dijo Edmund, ausente, echándose hacia atrás y contemplando el techo—. Fue un accidente. Electrifiqué la encimera intentando darle energía al microondas. Qué estúpido, ¿verdad? Quería un burrito congelado. Sara murió por eso. —Dio un golpecito sobre la mesa—. Espero que la tuya muriera por un motivo mejor.

«Eso dependerá de lo que hagamos», pensé.

Dejé a Edmund sentado a la mesa y le hice una señal a Cody, que estaba de pie junto a la pared fingiendo muy bien no estar haciendo guardia. Entré en la otra habitación, donde el Profesor, Tia y Abraham estaban reunidos en torno a la tableta de Tia.

Estuve a punto de ir a buscar a Megan, porque pensé instintivamente que estaría montando guardia fuera del escondite, ya que todos los demás estaban dentro. Idiota. Me uní al grupo, mirando por encima del hombro de Tia la pantalla ampliada del móvil. Lo cargaba con una de las células de combustible que habíamos robado de la central. Cuando Edmund retiró sus habilidades, la energía de la ciudad se había agotado, incluida la de los cables que recorrían las catacumbas de acero.

La tableta mostraba un antiguo complejo de apartamentos de acero.

—No me gusta —dijo el Profesor, señalando los números de un lado de la pantalla—. El edificio de al lado está habitado todavía. No voy a tener un enfrentamiento con un gran Épico habiendo gente tan cerca.

—¿Y delante de su palacio? —preguntó Abraham—. No se esperará eso.

—Dudo de que espere nada en concreto —dijo Tia—. Además, Cody ha hecho algunas exploraciones. Los saqueos han comenzado, así que Steelheart ha replegado Control a las inmediaciones de su palacio. En realidad solo le queda la infantería, pero es suficiente. Nunca lograremos llegar para hacer ningún preparativo. Y vamos a necesitar preparar la zona para enfrentarnos a él.

—El Campo del Soldado —dije en voz baja.

Se volvieron hacia mí.

—Mirad —dije, acercando la mano y desplazando el mapa de la ciudad. Parecía muy primitivo en comparación con las imágenes de cámaras en tiempo real que habíamos estado empleando.

Detuve la imagen en una antigua zona de la ciudad prácticamente abandonada.

—El antiguo estadio de fútbol —dije—. Nadie vive cerca ni hay nada que saquear en la zona, así que no habrá nadie por allí. Podemos usar los tensores para abrir un túnel desde un punto cercano de las calles subterráneas. Eso nos permitirá llevar a cabo los preparativos con tranquilidad, sin miedo a que nos espíen.

—Es una zona muy descubierta —expuso el Profesor, frotándose la barbilla—. Preferiría enfrentarme a él en un edificio antiguo, donde podamos confundirlo y atacarlo desde muchos puntos.

—Podremos también aquí —dije—. Casi con toda seguridad aterrizará en medio del campo. Podríamos colocar un francotirador en las gradas superiores y excavar unos cuantos túneles con cuerdas para pasar de las gradas al interior del estadio. Podemos sorprender a Steelheart y sus sicarios abriendo túneles donde no se lo esperan. Además, su gente estará muy poco familiarizada con el terreno, mucho menos que con un bloque de apartamentos.

El Profesor asintió lentamente.

—Todavía no hemos abordado la verdadera cuestión —planteó Tia—. Todos lo estamos pensando. Bien podríamos hablar de ello.

—La flaqueza de Steelheart —dijo Abraham en voz baja.

—Somos demasiado efectivos para nuestro propio bien —dijo Tia—. Lo tenemos donde queríamos y podemos conseguir que salga a luchar contra nosotros. Podemos tenderle una emboscada perfectamente. Pero, al final, ¿importará nada de todo eso?

—Entonces esta es la cuestión —dijo el Profesor—. Escuchadme todos. Esta es la situación. Podríamos retirarnos ahora. Sería un desastre: todo el mundo averiguaría que intentamos matarlo y fracasamos. Eso podría hacer tanto daño como bien haría acabar con él. La gente pensaría que los Épicos son invencibles de verdad, que ni siquiera nosotros podemos enfrentarnos a alguien como Steelheart.

»Aparte de eso, Steelheart se encargaría de darnos caza personalmente. No es de los que se rinden con facilidad. Dondequiera que vayamos, siempre tendremos que estar alerta y preocupados por él. Sin embargo, podríamos irnos. No conocemos su punto flaco, no con absoluta seguridad. Tal vez sea mejor que nos retiremos mientras podamos.

—¿Y si no lo hacemos? —preguntó Cody.

—Continuamos adelante con el plan —respondió el Profesor—. Hacemos cuanto podamos para matarlo, ponemos a prueba todas las pistas que David recuerda. Preparamos una trampa en el estadio que combine todas esas posibilidades y corremos el riesgo. Será el ataque más inseguro de todos los que hemos hecho. Una de las pistas podría funcionar, pero lo más probable es que no lo haga ninguna, y nos habremos enzarzado en una lucha con uno de los Épicos más poderosos del mundo. Probablemente nos matará.

Todos permanecimos sentados, en silencio. No. No podía terminarse de aquel modo, ¿verdad?

—Quiero intentarlo —dijo Cody—. David tiene razón. Ha tenido razón todo el tiempo. Escabullirnos, matar a Épicos menores… Eso no va a cambiar el mundo. Tenemos una oportunidad con Steelheart. Al menos tenemos que intentarlo.

Sentí una oleada de alivio.

Abraham asintió.

—Mejor morir aquí, teniendo una posibilidad de derrotar a esa criatura, que huir.

Tia y el Profesor intercambiaron una mirada.

—Tú también quieres hacerlo, ¿verdad, Jon? —preguntó Tia.

—O luchamos contra él aquí, o los Reckoners están acabados —dijo el Profesor—. Nos pasaríamos huyendo el resto de la vida. Además, dudo de que yo pudiera vivir conmigo mismo si huyera, después de todo lo que hemos pasado.

Asentí.

—Al menos tenemos que intentarlo. Por Megan.

—Apuesto a que ella lo encontraría irónico —comentó Abraham. Lo miramos y se encogió de hombros—. Era la que no quería hacer este trabajo. No sé qué opinaría de que dediquemos el resultado final a su memoria.

—A veces eres deprimente, Abe —dijo el Profesor.

—La verdad no es deprimente —dijo Abraham con su voz levemente cargada de acento—. Lo verdaderamente deprimente son las mentiras que uno quiere aceptar.

—Eso dice el hombre que todavía cree que los Épicos nos salvarán —dijo el Profesor.

—Caballeros —interrumpió Tia—, basta. Creo que todos estamos de acuerdo. Vamos a intentarlo por ridículo que sea. Procuraremos matar a Steelheart sin tener idea de cuál es su punto flaco.

Uno a uno, todos asentimos. Teníamos que intentarlo.

—Yo no voy a hacer esto por Megan —dije por fin—, pero lo voy a hacer, en parte, debido a ella. Si tenemos que levantarnos y morir para que la gente sepa que todavía hay alguien que lucha, que así sea. Profesor, dice usted que le preocupa que nuestro fracaso desanime a la gente. No lo creo. Oirán nuestra historia y se darán cuenta de que hay una opción distinta a obedecer las órdenes de los Épicos. Puede que no seamos nosotros quienes matemos a Steelheart; pero, aunque fracasemos, podríamos ser la causa de su muerte. Algún día.

—No estés tan seguro de que vamos a fracasar —dijo el Profesor—. Si esto me pareciera un suicidio seguro, no permitiría que siguiéramos adelante. Como he dicho, no pretendo basar nuestra esperanza de matarlo en una sola suposición. Lo intentaremos todo. Tia, ¿qué te dice el instinto que funcionará?

—Algo de la cámara blindada del banco. Uno de esos artículos es especial. Ojalá supiera cuál.

—¿Los trajiste cuando abandonamos el antiguo escondite?

—Traje los más raros —dijo ella—. Guardé el resto en el hueco que hicimos fuera. Podemos recogerlos. Que yo sepa, Control no los ha encontrado.

—Lo cogeremos todo y lo esparciremos por aquí —dijo el Profesor, señalando al suelo de acero del estadio, antaño de tierra—. David tiene razón: aquí es donde Steelheart se posará con toda seguridad. No tenemos por qué saber en concreto qué lo debilitó: podemos traerlo y usarlo todo.

Abraham asintió.

—Buen plan.

—¿Qué crees tú que funcionó en el banco? —le preguntó el Profesor.

—Si tuviera que aventurarme, diría que fue la pistola del padre de David o las balas que esta disparó. Todas las armas son ligeramente distintas. Tal vez fuera la composición concreta del metal.

—Eso es bastante fácil de probar —dije—. Llevaré el arma y, en cuanto pueda, le dispararé. No creo que funcione, pero estoy dispuesto a intentarlo.

—Bien —aprobó el Profesor.

—¿Y tú que crees, Profesor? —preguntó Tia.

—Creo que fue porque el padre de David era uno de los fieles —dijo el Profesor en voz baja. No miró a Abraham—. Por necios que sean, son necios solemnes. La gente como Abraham ve el mundo de manera distinta a los demás. Así que tal vez fue el modo en que el padre de David veía a los Épicos lo que le permitió herir a Steelheart.

Reflexioné sobre aquello.

—Bueno, no debería ser demasiado difícil tampoco para mí dispararle —dijo Abraham—. De hecho, probablemente deberíamos intentarlo todos, y todo lo demás que se nos ocurra.

Me miraron.

—Sigo pensando que es el fuego cruzado —dije—. Creo que Steelheart solo puede ser herido por alguien que no pretende herirlo.

—Eso es más difícil de preparar —dijo Tia—. Si tienes razón, probablemente no funcionará si cualquiera de nosotros le dispara, ya que todos lo queremos muerto.

—De acuerdo —dijo el Profesor—. Pero es una buena teoría. Tenemos que encontrar un modo de hacer que sus propios soldados lo hieran por accidente.

—Tendría que traer a los soldados, para empezar —repuso Tia—. Ahora que está convencido de que hay un Épico rival en la ciudad, puede que solo traiga a Nightwielder y Firefight.

—No —repuse yo—. Vendrá con soldados. Limelight ha estado usando sicarios y Steelheart querrá estar preparado: querrá tener sus propios soldados para ocuparse de las distracciones. Además, aunque quiera enfrentarse a Limelight en persona, también querrá testigos del enfrentamiento.

—Estoy de acuerdo —dijo el Profesor—. Sus soldados probablemente tendrán órdenes de no disparar a menos que los ataquen. Podemos asegurarnos de que se vean obligados a contraatacar.

—Entonces tendremos que entretener a Steelheart el tiempo suficiente para iniciar un buen fuego cruzado —dijo Abraham. Hizo una pausa—. En realidad, tenemos que entretenerlo durante todo el fuego cruzado. Si lo considera una simple emboscada de soldados, se marchará volando y dejará que Control se ocupe del asunto. —Abraham miró al Profesor—. Limelight tendrá que aparecer.

El Profesor asintió.

—Lo sé.

—Jon… —dijo Tia, tocándole el brazo.

—Es lo que debe hacerse —respondió él—. También necesitaremos un modo de enfrentarnos a Nightwielder y Firefight.

—Os digo que Firefight no será un problema. Es…

—Sé que no es lo que parece, hijo. Lo acepto. Pero ¿has combatido alguna vez a un ilusionista?

—Claro —dije—. Con Cody y Megan.

—Ese era débil —dijo el Profesor—. Pero supongo que te da idea de lo que esperar. Firefight será más fuerte. Mucho más fuerte. Casi desearía que fuera solo otro Épico de fuego.

Tia asintió.

—Debería ser una prioridad. Necesitaremos frases en código, por si envía versiones ilusorias a los otros miembros del grupo para confundirnos. Y tendremos que estar atentos por si hay muros falsos o falsos miembros de Control para confundirnos, ese tipo de cosas.

—¿Creéis que Nightwielder aparecerá siquiera? —preguntó Abraham—. Por lo que he oído, el truquito de David con la linterna lo hizo correr como un conejo delante del halcón.

El Profesor nos miró a Tia y a mí.

Me encogí de hombros.

—Puede que no —dije.

Tia asintió.

—Es difícil comprender a Nightwielder.

—Deberíamos estar preparados para enfrentarnos a él de todas formas —propuse—. Pero no me molestaré si no aparece.

—Abraham —dijo el Profesor—, ¿crees que podrás preparar un par de reflectores de rayos ultravioleta usando las células de energía extra? Deberíamos armarnos todos con algunas de esas linternas también.

Guardamos silencio, y tuve la impresión de que todos estábamos pensando lo mismo. A los Reckoners les gustaban las operaciones extremadamente bien planeadas, ejecutadas solo después de semanas o meses de preparativos. Sin embargo, íbamos a intentar abatir a uno de los Épicos más poderosos del mundo con poco más que unas baratijas y unas linternas.

Era lo que teníamos que hacer.

—Creo que deberíamos elaborar un buen plan de extracción por si nada de esto funciona —dijo Tia.

No parecía que el Profesor estuviera de acuerdo. Se le había ensombrecido la cara: sabía que si ninguna de aquellas ideas nos valía para matar a Steelheart, nuestras probabilidades de sobrevivir eran mínimas.

—Un helicóptero será lo mejor —dijo Abraham—. Sin Conflux, Control está varado en tierra. Si usamos una célula de energía, o incluso si conseguimos que Conflux nos suministre potencia para un helicóptero…

—Eso estaría bien —dijo Tia—. Pero seguiremos teniendo que retirarnos en algún momento.

—Bueno, aún tenemos a Diamond bajo custodia —dijo Abraham—. Podríamos coger algunos de sus explosivos.

—Espera —dije, confundido—. ¿Bajo custodia?

—Hice que Abraham y Cody lo apresaran la noche de vuestro pequeño encuentro —dijo el Profesor, ausente—. No podíamos arriesgarnos a que dijera lo que sabía.

—Pero dijo usted que él nunca…

—Vio hacer un agujero con los tensores, y Nightwielder te consideraba relacionado con él. En el momento en que te hubiera visto en una de nuestras operaciones, habría ido por Diamond. Fue tanto por su seguridad como por la nuestra.

—Entonces, ¿qué va a hacer usted con él?

—Darle mucho de comer —respondió el Profesor—, y sobornarle para que se mantenga al margen. Lo inquietó mucho aquel encuentro y creo que se alegró de que nos lo lleváramos. —El Profesor vaciló—. Le prometí que le permitiría echar un vistazo a los tensores a cambio de que se quedara en uno de nuestros escondites hasta que todo esto acabe.

Me senté contra la pared de la habitación, inquieto. El Profesor no lo había dicho, pero leí la verdad en su tono: que se conociera la existencia de los tensores cambiaría la manera en que actuaban los Reckoners. Aunque derrotáramos a Steelheart, habían perdido algo grande: ya no podrían colarse en los sitios de manera inesperada. Sus enemigos podrían planear, vigilar, preparar.

Yo había provocado el final de una época. No parecían hacerme responsable de ello, pero no podía evitar sentirme un poco culpable. Era como el tipo que lleva a la fiesta el cóctel de gambas en mal estado que hace que todos los invitados se pasen una semana vomitando.

—De todas formas —dijo Abraham, señalando la pantalla de la tableta de Tia—, podríamos excavar un tramo bajo el terreno de juego con los tensores, dejar unos dos o tres centímetros de acero y llenarlo todo de explosivos. Si tenemos que salir por piernas, lo volamos. Tal vez nos llevemos por delante a algunos soldados y la confusión y el humo nos sirvan para cubrir nuestra huida.

—Suponiendo que Steelheart no nos persiga y derribe el helicóptero en pleno vuelo —dijo el Profesor.

Guardamos silencio.

—Así que ¿el aguafiestas era yo? —preguntó Abraham.

—Lo siento —respondió el Profesor—. Tú finge que he dicho algo mojigato sobre la verdad.

Abraham sonrió.

—Es un plan viable —dijo el Profesor—. Aunque tal vez nos convenga planear algún tipo de explosión como señuelo, a lo mejor en el palacio, para hacerlo salir. Abraham, dejo que te encargues de eso. Tia, ¿puedes enviar un mensaje a Steelheart a través de estas redes sin que te rastreen?

—Debería poder hacerlo.

—Bien, dale la respuesta de Limelight. Dile: «Estate preparado la noche del tercer día. Sabrás el lugar llegado el momento».

Ella asintió.

—¿Tres días? —dijo Abraham—. No es mucho tiempo.

—En realidad, no hay mucho que preparar —contestó el Profesor—. Además, más tiempo sería demasiado sospechoso: probablemente espera que nos enfrentemos a él esta noche. Esto tendrá que valer.

Los Reckoners asintieron y los preparativos para nuestra última batalla comenzaron. Permanecí sentado, cada vez más ansioso. Por fin iba a tener ocasión de enfrentarme a él. Matarlo con aquel plan parecía casi tan imposible como siempre, pero por fin tendría mi oportunidad.