29

El muro que teníamos delante estalló en un relámpago de energía verde. Megan trató de girar con la moto y frenar. Nos deslizamos a través del agitado humo verde, con los guijarros chirriando bajo nuestros neumáticos, y salimos a la calle del otro lado, donde nos detuvimos. Megan, que se había preparado para el impacto, estaba desconcertada.

El motorista de Control surgió de entre el humo. Volví hacia él el arma Gauss y le volé la moto. El disparo convirtió la motocicleta entera en un destello de energía verde, desintegrándola junto con parte del agente, que rodó por el suelo.

El arma era sorprendente: no tenía retroceso y los disparos desintegraban en vez de reventar. Dejaba pocos escombros y producía un gran espectáculo de luces y un montón de humo.

Megan se volvió hacia mí, con una sonrisa en los labios.

—Ya era hora de que empezaras a hacer algo útil ahí atrás.

—Vamos —dije. Del callejón llegaba el sonido de más motos.

Megan aceleró nuestra moto y nos lanzó en zigzag por las estrechas calles del suburbio. No podía volverme para disparar hacia atrás, así que me agarré a su cintura con una mano y apoyé el arma sobre su hombro para afianzarla, usando la mira de hierro, con la telescópica plegada.

Salimos rugiendo de un callejón hacia una barricada. Abrí un agujero en un camión y le pegué un tiro a una pata de la unidad blindada. Los soldados se dispersaron, chillando; algunos trataban de disparar mientras pasábamos a toda velocidad por la abertura que había practicado. La unidad blindada se desplomó y Megan la esquivó para meterse en un callejón oscuro. Gritos y maldiciones sonaron detrás de nosotros mientras algunas de las motos que nos perseguían se sumaban a la confusión.

—Buen trabajo —dijo en nuestros oídos la voz de Tia, otra vez tranquila—. Creo que puedo llevaros a las calles subterráneas. Hay un antiguo túnel más adelante, al pie de un sumidero. Puede que tengáis que abriros paso a través de algunos muros.

—Creo que puedo disparar contra un par de muros —dije—. A no ser que sepan esquivar mis disparos.

—Ten cuidado —me advirtió el Profesor—. Esa arma consume tanta energía como Tia latas de cola. Esa célula podría dar suministro a una ciudad pequeña, pero con ella podrás hacer, como mucho, una docena de disparos. Abraham, ¿sigues con nosotros?

—Estoy aquí.

—¿Estás en el escondite?

—Sí. Vendándome la herida. No es demasiado grave.

—Yo juzgaré eso. Estoy cerca. Cody, ¿situación?

—Veo la limusina —dijo Cody en mi oído mientras Megan doblaba otra esquina—. Casi me he librado de mis perseguidores. Tengo un tensor. Golpearé la limusina con una granada, luego usaré el tensor para abrirme paso hasta las calles subterráneas.

—No es una opción —dijo el Profesor—. Tardarías demasiado tiempo en abrirte paso hasta tan abajo.

—¡Muro! —exclamó Tia.

—Lo tengo —dije, abriendo un agujero en el muro del fondo de un callejón. Desembocamos en un patio trasero y abrí otro agujero en otra pared por el que pudimos pasar al patio contiguo. Megan giró a la derecha y se metió por un paso muy estrecho entre dos casas.

—A la izquierda —dijo Tia cuando llegamos a la calle.

—Profesor —dijo Cody—. Veo la limusina. Puedo atacarla.

—Cody, no…

—Voy a disparar, Profesor —insistió Cody—. Abraham tiene razón. Steelheart va a venir por nosotros después de esto. Tenemos que hacerle tanto daño como podamos, mientras podamos.

—De acuerdo.

—Girad a la derecha —dijo Tia.

Giramos.

—Voy a enviaros a través de un edificio grande —dijo Tia—. ¿Podrás hacerlo?

Los disparos impactaron en la pared, a nuestro lado, y Megan maldijo, encogiéndose más. Yo sostenía el arma Gauss con manos sudorosas, sintiéndome terriblemente expuesto porque daba la espalda al enemigo. Oía las motos detrás.

—Parece que os quieren a los dos —informó Tia en voz baja—. Están dirigiendo un montón de recursos hacia vosotros, y… ¡Calamity!

—¿Qué?

—Acabo de perder la señal de vídeo —dijo Tia—. Algo va mal. ¿Cody?

—Estoy un poco ocupado —gruñó él.

Sonaron más disparos detrás. Algo alcanzó la moto, sacudiéndonos, y Megan soltó un juramento.

—¡El edificio, Tia! —exclamé—. ¿Cómo encontramos ese edificio? Los despistaremos dentro.

—Segunda a la derecha —nos informó Tia—. Luego recto hasta el final. Es un antiguo centro comercial, y el sumidero está justo detrás. Estaba buscando otras rutas, pero…

—Eso servirá —dijo Megan, cortante—. David, prepárate para abrir un hueco.

—Listo —dije, reafirmando el arma, aunque era más difícil, ya que ella había aumentado la velocidad.

Doblamos una esquina, luego nos volvimos hacia una gran estructura plana situada al fondo de la carretera. Yo recordaba vagamente los centros comerciales de los días anteriores a Calamity. Eran mercados cubiertos.

Megan conducía rápido y enfilaba directamente hacia allí. Apunté con cuidado y arrasé unas puertas de acerco. Atravesamos el humo y entramos en la densa negrura de un edificio abandonado. El faro de la moto iluminaba tiendas a ambos lados.

El lugar había sido saqueado hacía mucho tiempo, aunque aún quedaban en las tiendas muchos artículos. La ropa de acero no era particularmente útil.

Megan serpenteó fácilmente por los pasillos despejados del centro comercial y subió por una escalera mecánica petrificada hasta la primera planta. Por todo el edificio resonaron motores cuando las motocicletas de Control nos siguieron.

Parecía que Tia ya no podía continuar guiándonos, pero daba la impresión de que Megan sabía lo que estaba haciendo. Desde la galería superior disparé contra las motos que nos seguían. Alcancé el suelo ante ellas, arrancando un pedazo, lo que hizo que varias resbalaran y las demás corrieran a ponerse a cubierto. Ninguna parecía conducida por un piloto tan hábil como Megan.

—Muro delante —dijo Megan.

Lo arrasé, luego miré el contador de energía del costado del arma. El Profesor tenía razón: la había agotado rápidamente. Nos quedaban un par de disparos como mucho.

Saltamos al aire libre y los gravatónicos de la moto entraron en funcionamiento, suavizando nuestra caída hasta la calle. De todas formas, aterrizamos con un fuerte golpe: la moto no estaba diseñada para saltos tan altos. Gemí, con la espalda y las piernas doloridas por el impacto. Megan se lanzó inmediatamente hacia delante por el estrecho callejón de detrás del centro comercial.

Vi que el suelo terminaba ante nosotros. El sumidero. Solo teníamos que…

Un reluciente helicóptero negro surgió del sumidero delante de nosotros y las ametralladoras giratorias de sus costados empezaron a rotar.

«Ni hablar», pensé, alzando el arma Gauss con ambas manos y apuntando. Megan se agachó más y la moto llegó al borde del barranco. El helicóptero empezó a disparar. Veía el casco del piloto a través del cristal de la cabina.

Disparé.

A menudo había soñado con hacer cosas increíbles. Me había imaginado cómo sería trabajar con los Reckoners, combatir a los Épicos, hacer cosas en lugar de quedarme sentado pensando en ellos. Con ese disparo, finalmente tuve mi oportunidad.

Floté en el aire, contemplando una máquina letal de cien toneladas, y apreté el gatillo. Acerté a reventar la cabina del helicóptero, desintegrándola junto con el piloto que iba dentro. Por un momento me sentí como deben sentirse los Épicos: como un dios.

Y entonces me caí del sillín.

Tendría que haberlo previsto: descender en caída libre por un barranco de seis metros con ambas manos en el arma y ninguna en la moto lo hacía inevitable. No diré que me hiciera gracia caer y romperme las piernas o probablemente algo peor.

Pero ese disparo… Ese disparo había valido la pena.

No sentí mucho la caída. Fue todo muy rápido. Golpeé el suelo un instante después de advertir que me había separado del asiento, y oí el crujido seguido de una explosión ensordecedora y una oleada de calor.

Me quedé aturdido, con la vista desenfocada. Los restos del helicóptero ardían cerca.

De repente, Megan me sacudió. Tosí, me di la vuelta y la miré. Se había quitado el casco, así que le vi la cara. En su hermoso rostro se notaba que estaba preocupada por mí. Eso me hizo sonreír.

Me decía algo. Los oídos me zumbaban y entorné los ojos, tratando de leerle los labios. Apenas logre oír sus palabras:

—¡Arriba, tarugo! ¡Levántate!

—No se debe sacudir a alguien que ha sufrido una caída —murmuré—. Puede que tenga la espalda rota.

—Tendrás la cabeza rota si no empiezas a moverte.

—Pero…

—Idiota. Tu chaqueta ha amortiguado el golpe. ¿Recuerdas? Esa que llevas para que no te maten. Se supone que compensa estupideces como soltarte de mí en el aire.

—No era mi intención soltarte —murmuré—. Eso jamás.

Ella se detuvo.

Un momento. ¿Acababa yo decir eso en voz alta?

«La chaqueta —pensé, agité los dedos de los pies y luego alcé ambos brazos—. El escudo de la chaqueta me ha salvado y todavía nos persiguen».

¡Calamity! ¡Sí que era un tarugo! Me puse de rodillas y dejé que Megan me ayudara a levantarme. Tosí unas cuantas veces, pero recuperé enseguida la estabilidad. Me solté de ella y caminaba ya con bastante firmeza cuando llegamos a la moto, con la que Megan había aterrizado sin estrellarla.

—Espera —dije, mirando alrededor—. ¿Dónde está…?

El arma Gauss yacía rota en varios pedazos tras caer y golpear una roca de acero. Me sentí agobiado, aunque sabía que el arma no nos era ya tan útil. No podíamos usarla para fingir que éramos un Épico; no una vez que Control me había visto dispararla.

De todas formas, era una lástima perder un arma tan buena, sobre todo después de haberme dejado el rifle en la furgoneta. Aquello se estaba convirtiendo en una costumbre.

Me subí a la moto detrás de Megan, que se puso de nuevo el casco. La pobre máquina estaba bastante arañada y abollada, con el parabrisas resquebrajado. Uno de los gravatónicos del lado derecho, un óvalo del tamaño de la palma de la mano, no se encendía ya como los demás. Pero la moto arrancó y el motor rugió cuando Megan nos condujo quebrada abajo hacia un gran túnel que había más adelante. Parecía que daba acceso al sistema de alcantarillado, aunque había un montón de cosas confusas en Chicago Nova desde la Gran Transfiguración y la creación de las calles subterráneas.

—Eh, ¿cómo estáis? —dijo Cody suavemente en nuestros oídos. Por algún milagro yo había conservado el móvil y el auricular durante la caída—. Está pasando algo raro. Algo muy, muy raro.

—Cody —preguntó Tia—, ¿dónde estás?

—Limusina fuera de combate —dijo él—. He disparado a un neumático y se ha estampado contra una pared. He tenido que liquidar a seis soldados antes de poder acercarme.

Megan y yo nos internamos en el túnel; la oscuridad aumentó. El suelo descendía. Estaba vagamente familiarizado con la zona y supuse que nos conduciría hasta las calles subterráneas cercanas a la calle Gibbons, una zona relativamente poco poblada.

—¿Qué hay de Conflux? —le preguntó el Profesor a Cody.

—No estaba en la limusina.

—Tal vez uno de los agentes de Control a los que has matado fuera Conflux —dijo Tia.

—No —respondió Cody—. Lo he encontrado en el maletero.

La línea quedó en silencio un momento.

—¿Estás seguro de que es él? —preguntó el Profesor.

—Bueno, no —dijo Cody—. Tal vez llevaran a otro Épico atado en el maletero. Sea como sea, el zahorí dice que este tipo es muy poderoso. Está inconsciente.

—Mátalo —dijo el Profesor.

—No —intervino Megan—. Tráelo.

—Creo que ella tiene razón, Profesor —dijo Cody—. Si está atado, no puede ser tan fuerte. O eso o han usado su punto flaco para dejarlo fuera de combate.

—Pero no conocemos su punto flaco —insistió el Profesor—. Acaba con su miseria.

—No voy a dispararle a un tipo inconsciente, Profesor. Aunque sea un Épico.

—Entonces déjalo.

Yo me sentía dividido. Los Épicos se merecían morir, todos ellos. Pero ¿por qué estaba inconsciente? ¿Qué estaban haciendo con él? ¿Era Conflux siquiera?

—Jon —dijo Tia—, tal vez lo necesitemos. Si es Conflux, podría contarnos cosas. Podríamos incluso utilizarlo contra Steelheart o negociar nuestra huida.

—Se supone que no es muy peligroso —admití, hablando por la línea. Me sangraba el labio. Me lo había mordido en la caída y, ahora que era un poco más consciente de las cosas, me daba cuenta de que me dolía una pierna y el costado me latía. Las chaquetas ayudaban, pero distaban mucho de ser perfectas.

—Bien —dijo el Profesor—. Escondite siete, Cody. No lo lleves a la base. Déjalo atado, amordazado y con los ojos vendados. No hables con él. Tenemos que ocuparnos de esto juntos.

—Bien —dijo Cody—. Me pongo a ello.

—Megan y David —dijo el Profesor—, quiero que…

Perdí el resto de sus palabras cuando una andanada de disparos estalló a nuestro alrededor. La moto, cascada como estaba, derrapó y se desplomó.

Justo por el lado con los gravatónicos rotos.