Conflux.
En muchos aspectos era la espina dorsal del dominio de Steelheart. Una figura misteriosa incluso en comparación con Firefight y Nightwielder.
Yo no tenía buenas fotos de Conflux. Las pocas por las que había pagado una fortuna eran poco nítidas. Ni siquiera sabía si era real.
La furgoneta se sacudía recorriendo las oscuras calles de Chicago Nova. Íbamos apretujados dentro: yo sentado en el asiento del acompañante; Megan al volante; Cody y Abraham detrás. El Profesor nos precedía en un vehículo distinto y Tia nos brindaba apoyo desde la base, vigilando los vídeos espía de las calles de la ciudad. Era un día frío y la calefacción de la furgoneta no funcionaba: Abraham no había llegado a arreglarla.
Las palabras del Profesor resonaban en mi mente. «Ya habíamos pensado antes en atacar a Conflux, pero lo descartamos porque lo consideramos demasiado peligroso. Todavía conservamos los planes que hicimos. No es menos peligroso ahora, pero estamos metidos hasta el cuello. No hay motivo para no seguir adelante».
¿Era real Conflux? Mi impresión era que sí. Del mismo modo que había indicios de que Firefight era una invención, los había de que Conflux era un ente real. Un Épico poderoso pero frágil.
«Steelheart maneja a Conflux —había dicho el Profesor—. No permite que pase nunca demasiado tiempo en un mismo sitio, pero lo traslada siguiendo una rutina. Suele utilizar una limusina blindada con seis guardias y escolta de dos motoristas. Si estamos atentos y esperamos a que use esa comitiva, podemos atacarlo en la calle durante el desplazamiento».
Los indicios. Ni siquiera con las centrales térmicas obtenía Steelheart energía suficiente para abastecer la ciudad; sin embargo, producía de algún modo aquellas células de combustible. Las unidades blindadas mecanizadas no llevaban fuente de energía, como tampoco muchos helicópteros. Que esa energía se la suministraban directamente miembros de alto rango de Control no era ningún secreto. Todo el mundo lo sabía.
Él estaba ahí fuera. Un dador capaz de producir energía suficiente para abastecer vehículos, llenar baterías e incluso iluminar buena parte de la ciudad. Era un poder asombroso, pero no más que los de Nightwielder y Steelheart. Los Épicos más poderosos tenían su propia escala de fuerza.
La furgoneta se sacudió y agarré el rifle: lo sujetaba bajo, con el seguro puesto y la boca del cañón hacia el suelo y la puerta. Fuera de la vista, pero a mano. Por si acaso.
Tia había visto el tipo adecuado de comitiva y nos habíamos puesto en marcha. Megan nos llevaba a un punto en el que nuestro camino se cruzaría con la limusina de Conflux. Su mirada era intensa como siempre, aunque había en sus ojos una tensión particular. No era miedo, sino… ¿Preocupación, tal vez?
—Crees que no deberíamos hacer esto, ¿verdad? —le pregunté.
—Creo que lo dejé claro —respondió Megan, sin alterarse ni desviar los ojos de la carretera—. Steelheart no tiene por qué caer.
—Estoy pensando en Conflux concretamente —dije—. Estás nerviosa. Normalmente no estás nerviosa.
—Considero que no sabemos lo suficiente sobre él. No deberíamos atacar a un Épico del que ni siquiera tenemos fotografías.
—Pero estás nerviosa.
Siguió conduciendo, la mirada al frente y agarrando con férrea firmeza el volante.
—No pasa nada —dije—. Yo me siento como un ladrillo de gachas.
Me miró, frunciendo el ceño. Nos quedamos callados. Luego Megan se echó a reír.
—No, no —dije—. ¡No es una tontería! Mira, se supone que un ladrillo es fuerte, ¿no? Pero si hicieran a escondidas uno de gachas y todos los demás ladrillos no lo supieran, andaría por ahí considerándose débil cuando todos los demás son fuertes. Se quedaría aplastado cuando lo colocaran en la pared, tal vez parte de las gachas se mezclarían con ese material con el que pegan los ladrillos.
Megan se reía aún con más ganas, tantas que apenas podía respirar. Traté de seguir explicándome, pero acabé sonriendo. Creo que no la había visto nunca reír, reír de verdad. No soltar una risita, no hacer una mueca burlona, sino reírse de verdad. Casi se le habían saltado las lágrimas cuando logró controlarse. Creo que tuvimos suerte de que no chocara contra un poste o algo.
—David —dijo, entre jadeos—, creo que eso es lo más ridículo que he oído decir a nadie. Lo más exageradamente ridículo.
—Hum…
—Caray —dijo ella, resoplando—. Lo necesitaba.
—Ah, ¿sí?
Asintió.
—¿Podemos… fingir que lo he dicho por eso, entonces?
Me miró, sonriendo, con chispitas en los ojos. La tensión seguía presente en ellos, pero había remitido un poco.
—Claro —respondió—. Quiero decir que los chistes malos son un arte, ¿no? Así que ¿por qué no los malos símiles?
—Exactamente.
—Y si son un arte, tú eres un maestro pintor.
—Bueno, en realidad no, porque el símil tiene demasiado sentido. Tendría que ser… no sé: un as de la aviación o algo así. —Ladeé la cabeza—. Aunque también tiene un poco de sentido. —¡Caray, hacerlo mal adrede también era difícil! Menuda injusticia.
—¿Estáis bien ahí arriba? —preguntó la voz de Cody en nuestros oídos. La parte trasera de la furgoneta estaba separada de la cabina por una partición de metal, como si fuera un vehículo de reparto. Había en ella una ventanita, pero Cody prefería comunicarse por móvil.
—Estamos bien —respondió Megan—. Solo mantenemos una conversación teórica sobre paralelismos lingüísticos.
—No te interesaría —dije—. No hay escoceses.
—Bueno —dijo Cody—, en realidad, la lengua original de mi tierra madre…
Megan y yo nos miramos, luego echamos mano cada uno a su móvil y lo hicimos callar.
—Hazme saber cuándo termina, Abraham —dije por el mío.
Abraham suspiró al otro lado de la línea.
—¿Quieres cambiar de sitio conmigo? Desde luego me gustaría silenciar a Cody ahora mismo. Lamentablemente, es difícil cuando lo tienes sentado a tu lado.
Me eché a reír, luego miré a Megan. Seguía sonriendo. Verla sonreír me hacía sentirme como si hubiera conseguido algo grandioso.
—Megan —dijo la voz de Tia en nuestros oídos—, sigue recto. El convoy avanza por su ruta sin desviarse. Deberíais interceptarlo dentro de unos quince minutos o así.
—De acuerdo.
Fuera las farolas fluctuaron, igual que las luces de un complejo de apartamentos por el que pasábamos. Otro amago de apagón.
Hasta el momento no había habido saqueos. Control patrullaba las calles, y la gente estaba demasiado asustada. Pasado un cruce, vi una gran unidad blindada mecanizada avanzando por una calle lateral. De seis metros de altura, con unos brazos que eran más bien cañones de ametralladora, la unidad mecanizada iba acompañada por un núcleo de control formado por cinco hombres. Un soldado llevaba un arma energética pintada de rojo vivo como advertencia. Unos cuantos disparos de aquel cacharro podían arrasar un edificio.
—Siempre he querido pilotar una de esas unidades blindadas —comenté mientras seguíamos.
—No es muy divertido —dijo Megan.
—¿Lo has hecho? —pregunté, sorprendido.
—Sí. Dentro se está muy apretado, y son de respuesta muy lenta. —Vaciló—. Admito que disparar ambos cañones giratorios a discreción es bastante divertido, de un modo algo primario.
—Todavía podremos hacerte olvidar esas pistolas.
—Ni hablar —dijo ella, palpando la pistolera—. ¿Y si me quedo atrapada en un sitio estrecho?
—Entonces te defiendes con el cañón del rifle —propuse—. Si están demasiado lejos, siempre es mejor tener un arma con la que golpear.
Me miró impasible mientras seguía conduciendo.
—Manejar un rifle es demasiado lento. No te permite ser espontánea.
—Y eso lo dice la que se queja cuando los demás improvisan.
—Me quejo cuando tú improvisas —dijo ella—. Cuando improviso yo no es lo mismo. Además, no todas las pistolas son inapropiadas. ¿Has disparado alguna vez una MT 318?
—Bonita pistola —admití—. Si tuviera que llevar una, consideraría una MT. El problema es que es tan poco potente que bien puedes tirar las balas a la gente directamente. Les harías el mismo daño.
—Si eres buen tirador, no importa la potencia que tenga un arma.
—Si eres buen tirador —dije solemnemente, llevándome una mano al pecho—, probablemente ya estés usando un rifle.
Ella hizo una mueca.
—¿Y qué pistola elegirías, si pudieras?
—La Jennings calibre 44.
—¿Una Spitfire? —preguntó ella, incrédula—. Esas disparan con tanta precisión como si lanzaras un puñado de balas al fuego.
—Cierto. Pero si estoy usando un arma corta, es que tengo a alguien delante. Puede que no disponga de otra oportunidad de disparar, así que querré abatirlo rápido. En ese caso la precisión no importa, ya que está demasiado cerca de todas formas.
Megan simplemente puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
—Eres un caso perdido. Solo te basas en suposiciones. Se puede ser igual de preciso con un arma corta que con un rifle, y puedes usarla en radios más cortos. En cierto modo, porque es más difícil, la gente verdaderamente habilidosa emplea pistola. Cualquier tarugo puede acertar con un rifle.
—No me creo que digas eso.
—Lo digo, y estoy conduciendo, así que yo decido cuándo se acaba la discusión.
—Pero… ¡eso no tiene sentido!
—No hace falta. Es un ladrillo de gachas.
—¿Sabéis? —dijo Tia en nuestros oídos—. Podéis llevar cada uno un rifle y una pistola.
—Esa no es la cuestión —dije exactamente al mismo tiempo que Megan—. No lo entiendes.
—Lo que queráis —respondió Tia. La oí tomar un sorbo de su refresco de cola—. Diez minutos. —Su tono decía que estaba aburrida de nuestra discusión. Sin embargo, no podía ver que los dos estábamos sonriendo.
«Caray, me gusta esta chica», pensé, mirando a Megan, que parecía creer haber ganado la discusión.
Pulsé el botón de silencio para todos en mi móvil.
—Lo siento —dije.
Megan me miró, arqueando una ceja.
—Por haber hecho lo que les he hecho a los Reckoners —dije—. Por hacer que todos sigan un camino distinto al que tú querías. Por arrastraros a esto.
Ella se encogió de hombros, luego pulsó su botón de silencio.
—Lo he superado.
—¿Qué ha cambiado?
—Resulta que te aprecio demasiado para odiarte, Knees. —Me miró—. No dejes que se te suba a la cabeza.
No me preocupaba mi cabeza. Mi corazón, por otro lado, era otra cuestión. Una oleada de sorpresa me recorrió. ¿Había dicho eso de verdad?
Sin embargo, antes de que pudiera derretirme demasiado, mi móvil destelló. El Profesor intentaba contactar con nosotros. Le di un rápido golpecito.
—Permaneced atentos, vosotros dos —nos dijo. Parecía un poco receloso—. Mantened las líneas abiertas.
—Sí, señor —dije inmediatamente.
—Ocho minutos —informó Tia—. El convoy ha girado a la izquierda en Frewanton. Girad a la derecha en el próximo cruce para continuar por la ruta de intercepción.
Megan se centró en la conducción, impidiendo que me concentrara demasiado en ella, así que repasé el plan mentalmente unas cuantas veces.
«Vamos a hacerlo de manera simple —había dicho el Profesor—. Nada de alardes. Conflux es frágil. Es alguien que planea, que organiza, que tira de los hilos, pero no tiene poderes que lo protejan.
»Nos acercaremos al convoy y Abraham usará el zahorí para determinar si en realidad viaja un Épico poderoso en el coche. La furgoneta se posiciona delante del convoy. Abrimos las puertas de la parte posterior, donde irá Cody disfrazado.
»Cody apunta con las manos. Abraham dispara con el arma Gauss desde detrás. En la confusión, esperemos que parezca que ha disparado un rayo con las manos. Alcanzamos la limusina dejando solo restos y huimos. Los guardias motorizados supervivientes pueden difundir la historia».
Funcionaría, o eso esperábamos. Sin Conflux para suministrar energía a los soldados de Control, tanto la armadura mecanizada como las armas energéticas y los helicópteros dejarían de funcionar. Las células de combustibles se agotarían y la ciudad se quedaría sin energía.
—Nos estamos acercando —dijo Tia en voz baja en nuestros oídos—. La limusina gira a la derecha por Beagle. Profesor, usa la formación beta. Estoy segura de que se dirigen al centro, y eso significa que girarán hacia la calle Finger. Megan, tú sigue según lo previsto.
—Entendido —respondió el Profesor—. Iba para allá.
Dejamos atrás un parque ya abandonado en los antiguos tiempos. Se notaba por las hierbas y ramas caídas transformadas en acero. Solo las muertas habían cambiado: Steelheart no podía modificar la materia viva. La ropa de una persona no solía transformarse, pero el terreno que hubiera a su alrededor sí lo hacía.
Este tipo de rareza era común en los poderes de los Épicos y una de las cosas que no tenían sentido desde un punto de vista científico. Tanto un cuerpo muerto como uno vivo eran muy similares, científicamente. Sin embargo, uno resultaba afectado por los más extraños poderes Épicos mientras que el otro no.
Mi aliento empañó la ventanilla mientras nos alejábamos del parque infantil, donde ya no era seguro jugar. Las hierbas eran trozos puntiagudos de metal. El acero de Steelheart no se oxidaba, pero podía quebrarse, dejando bordes afilados.
—Muy bien —dijo el Profesor unos minutos más tarde—. Estoy subiendo por el exterior del edificio. Megan, quiero que me repitas nuestros planes de contingencia.
—Nada va a salir mal —dijo Megan, y su voz sonó a mi lado y por el comunicador de mi oído.
—Siempre sale algo mal —contestó el Profesor. Lo oí jadear mientras escalaba, a pesar de que llevaba cinturón gravatónico para ayudarse—. Planes de contingencia.
—Si Tia o usted dan la orden —dijo Megan—, abortamos y nos separamos. Usted creará una distracción. Los cuatro de la furgoneta nos dividiremos en dos grupos e iremos en direcciones opuestas, preparados para encontrarnos en el punto gamma.
—Eso es lo que no entiendo —dije—. ¿Cómo vamos a ir exactamente en direcciones opuestas? Solo tenemos una furgoneta.
—¡Oh, llevamos una pequeña sorpresa aquí atrás, chaval! —dijo Cody; yo le había vuelto a dar paso al abrir el canal para el Profesor y los demás—. Lo cierto es que me gustaría que algo saliese mal. Me apetece usarlo.
—Nunca desees que algo salga mal —dijo Tia.
—Pero espéralo siempre —añadió el Profesor.
—Eres un paranoico, viejo —dijo Tia.
—Tienes toda la razón —respondió el Profesor, con voz ahogada, probablemente porque iba cargado con el lanzacohetes. Yo había dado por hecho que pondrían a Cody en esa posición con un rifle de precisión, pero el Profesor dijo que prefería tener a alguien más fuerte en una situación en la que Control podía estar implicado. Diamond se habría sentido orgulloso.
—Te estás acercando, Megan —informó Tia—. Deberías alcanzarlos dentro de unos minutos. Mantén la velocidad: la limusina va más rápido que de costumbre.
—¿Sospechan algo? —preguntó Cody.
—Serían idiotas si no lo hicieran —dijo Abraham en voz baja—. Yo diría que Conflux tendrá mucho más cuidado desde ahora.
—Merece la pena el riesgo —dijo el Profesor—. Tened cuidado.
Asentí. Con cortes de energía continuos por toda la ciudad, inutilizar Control crearía el caos. Eso obligaría a Steelheart a dar un paso al frente e impedir con mano dura saqueos y tumultos, de modo que tendría que aparecer de un modo u otro.
—Nunca ha temido combatir a otros Épicos —comenté.
—¿De qué estás hablando? —preguntó el Profesor.
—De que Steelheart se enfrentará a otros Épicos sin ningún problema. Pero no le gusta sofocar tumultos personalmente. Siempre se sirve de Control para esos menesteres. Asumimos que es porque no quiere tomarse la molestia de hacerlo, pero ¿y si es por algo más? ¿Y si tiene miedo del fuego cruzado?
—¿Eso quién? —preguntó Abraham.
—No es un Épico. Se me acaba de ocurrir que puede que Steelheart tenga miedo de que lo hieran accidentalmente. ¿Y si esa es su flaqueza? Mi padre lo hirió, pero no lo apuntaba a él. ¿Y si solo puede herirlo una bala dirigida a otra persona?
—Es posible —dijo Tia.
—Tenemos que permanecer concentrados —respondió el Profesor—. David, aparca esa idea por el momento. Ya volveremos a ella.
Tenía razón. Me estaba distrayendo, como un conejo que resuelve problemas de matemáticas en vez de estar atento a los zorros.
Sin embargo…
«Si tengo razón, nunca correría peligro en un combate directo de uno contra uno. Se ha enfrentado a otros Épicos con impunidad. Lo que parece temer es un gran tiroteo durante el cual vuelen las balas». Tenía lógica. Era una cosa sencilla, pero la mayoría de los puntos flacos de los Épicos eran sencillos.
—Reduce un poco —dijo Tia en voz baja.
Megan obedeció.
—Ahí viene…
Un estilizado coche negro salió de la calle oscura que teníamos delante para encaminarse en la misma dirección que nosotros. Lo flanqueaban un par de motocicletas: buena seguridad, pero no exagerada. Sabíamos por el plan original de los Reckoners para atacar a Conflux que esa comitiva era probablemente la suya. No obstante, utilizaríamos el zahorí para asegurarnos.
Seguimos detrás de la limusina. Estaba impresionado: aunque no sabíamos hacia dónde se dirigía la limusina, Tia y Megan lo habían calculado de tal forma que se incorporó a nuestra calle en lugar de nosotros a la suya. Así pareceríamos mucho menos sospechosos.
Mi trabajo era mantener los ojos abiertos y, si las cosas salían mal, disparar para que Megan pudiera seguir conduciendo. Saqué unos binoculares del bolsillo y eché un vistazo a la limusina de delante.
—¿Bien? —preguntó el Profesor en mi oído.
—Parece bien.
—Voy a detenerme junto a ellos en el siguiente semáforo —dijo Megan—. Parecerá natural. Estate preparado, Abraham.
Me guardé los binoculares en el bolsillo y traté de no parecer nervioso. El siguiente semáforo estaba en verde, así que Megan continuó detrás de la limusina a una distancia segura. Sin embargo, el próximo semáforo se puso en rojo antes de que la limusina lo alcanzara.
Paramos lentamente a su izquierda.
—Hay un Épico cerca con toda seguridad —dijo Abraham desde la parte trasera de nuestra furgoneta. Silbó en voz baja—. Y poderoso. Muy poderoso. El zahorí se está concentrando. Tendré más datos en un segundo.
Uno de los motoristas nos miró. Llevaba un casco de Control y un subfusil ametrallador a la espalda. Traté de vislumbrar algo a través de las ventanas de la limusina, de distinguir a Conflux. Siempre me había preguntado qué aspecto tendría.
Los cristales tintados me lo impidieron, pero al avanzar vi a una mujer sentada en el asiento del acompañante que me resultó vagamente familiar. Ella me miró a los ojos y luego apartó la mirada.
Traje sastre, pelo moreno corto. Era la ayudante de Nightwielder, la que lo había acompañado a ver a Diamond. Probablemente era un enlace con Control: tenía sentido que estuviera en la limusina.
Que me hubiera mirado a los ojos, sin embargo, me hizo sospechar. Tendría que haberme reconocido. Tal vez lo había hecho pero no le sorprendía verme.
Pasamos de largo el semáforo en verde y sentí una punzada de alarma.
—Profesor, creo que es una trampa.
En ese momento, Nightwielder atravesó el techo de la limusina con los brazos abiertos y líneas de oscuridad salieron de los dedos hacia la noche.