26

—Bueno —dijo Cody, contemplando el montón de gemas y joyas—, si con esto no hemos conseguido nada más, al menos me he hecho rico. Es un fracaso con el que puedo vivir.

Tia bufó, rebuscando entre las joyas. Los cuatro, incluido el Profesor, estábamos sentados ante un gran escritorio, en uno de los cubículos. Megan y Abraham montaban guardia, vigilando el túnel que daba a la cámara del banco.

Había una sensación de reverencia en la habitación, como si tuviera la obligación de ser respetuoso, y creo que los demás sentían lo mismo. Hablaban en voz baja. Todos excepto Cody. Intentó inclinar hacia atrás la silla mientras alzaba un gran rubí, pero naturalmente las patas de acero estaban pegadas al suelo.

—Eso podría haberte hecho rico en otros tiempos, Cody —dijo Tia—, pero ahora tendrías problemas para venderlo.

Era cierto. Las joyas prácticamente ya no tenían ningún valor. Había un par de Épicos capaces de crear piedras preciosas.

—Tal vez —dijo Cody—, pero el oro sigue teniendo valor. —Se rascó la cabeza—. Aunque no estoy seguro de por qué. No se puede comer, y a la mayoría de la gente lo que le interesa es eso.

—Es común —contestó el Profesor—. No se oxida, es maleable y difícil de falsificar. Todavía no hay ningún Épico que pueda crearlo. La gente necesita un medio de comerciar, sobre todo entre reinos o en las fronteras entre ciudades. —Acarició una cadena de oro—. Pero Cody tiene razón.

—¿La tengo? —Cody parecía sorprendido.

El Profesor asintió.

—Nos enfrentemos o no a Steelheart, el oro que hemos recuperado aquí puede servir para financiar a los Reckoners durante años.

Tia había dejado el cuaderno en la mesa y le daba golpecitos con el bolígrafo, ausente. En las otras mesas de los cubículos de las hipotecas habíamos dejado lo que habíamos encontrado en la cámara. Las tres cuartas partes del contenido de las cajas habían sido recuperables.

—Sobre todo tenemos un montón de testamentos —dijo Tia, abriendo una lata de refresco de cola—, acciones, pasaportes, copias de carnés de conducir…

—Podríamos llenar una ciudad entera de identidades falsas si quisiéramos —indicó Cody—. Imaginad qué divertido.

—Lo segundo en importancia es el mencionado montón de joyas, tanto valiosas como no —continuó Tia—. Si algo de lo de aquí dentro afectara a Steelheart, por una simple cuestión de volumen tendría que pertenecer a este conjunto.

—Pero no pertenece a él —dije.

El Profesor suspiró.

—David, sé lo que…

—Lo que quiero decir —lo interrumpí— es que lo de las joyas no tiene sentido. Steelheart no atacó otros bancos, ni ha hecho nada, directa o indirectamente, para prohibir que la gente lleve joyas en su presencia. Las joyas son tan comunes entre los Épicos que habría tenido que tomar medidas.

—Estoy de acuerdo —dijo Tia—, aunque solo en parte. Es posible que hayamos pasado algo por alto. Steelheart ha demostrado ser sutil en el pasado; tal vez haya hecho un embargo secreto de un tipo concreto de gema. Lo investigaré, pero creo que David tiene razón. Si algo afectó de verdad a Steelheart, entonces es probable que sea una de las otras cosas guardadas.

—¿Cuántas hay? —preguntó el Profesor.

—Más de trescientas —respondió Tia con una mueca—. La mayor parte son recuerdos sin ningún valor material. Cualquiera de esas cosas podría ser nuestra culpable, teóricamente. Pero cabe además la posibilidad de que sea algo que llevara alguno de los presentes en la sala. O podría ser, como parece pensar David, algún factor de la situación.

—Es muy raro que el punto flaco de un Épico sea la proximidad de algo mundano —dije, encogiéndome de hombros—. A menos que un objeto de la cámara emitiera algún tipo de radiación, o una luz, o un sonido… algo que llegara a Steelheart. Las posibilidades son tan difusas como el responsable.

—De todas formas, Tia, examina los artículos —dijo el Profesor—. Tal vez encontremos alguna relación con algo que Steelheart haya hecho en la ciudad.

—¿Y la oscuridad? —preguntó Cody.

—¿La oscuridad de Nightwielder?

—Claro. Siempre me ha parecido raro que esto esté tan oscuro.

—Probablemente sea debido al mismo Nightwielder —dije—. No quiere que la luz del sol lo ilumine y lo vuelva corpóreo. No me extrañaría que formase parte del trato entre ellos, que sea uno de los motivos por los que Nightwielder sirve a Steelheart. El Gobierno de Steelheart proporciona infraestructura (comida, electricidad, prevención de delitos) para compensar la perpetua oscuridad.

—Supongo que eso tiene sentido —aceptó Cody—. Nightwielder necesita oscuridad, pero no puede tenerla a menos que haya una buena ciudad donde trabajar. Más o menos igual que un gaitero necesita que lo apoyen para subirse a los peñascos y tocar.

—¿Un gaitero? —pregunté.

—¡Oh, por favor, que no empiece otra vez! —exclamó Tia, llevándose una mano a la cabeza.

—Uno que toca la gaita —me explicó Cody.

Lo miré sin entender nada.

—¿Nunca has oído hablar de las gaitas? —me preguntó Cody, sorprendido—. ¡Son tan escocesas como los kilts y el vello pelirrojo de los sobacos!

—Ah… ¿y? —dije.

—Pues eso —repuso Cody—. Steelheart tiene que caer para que volvamos a educar a los niños adecuadamente. Esto es una ofensa contra la dignidad de mi tierra de origen.

—Magnífico —dijo el Profesor—. Me alegro de que tengamos la motivación adecuada. —Acarició absorto la mesa.

—Estás preocupado —dijo Tia. Parecía conocer muy bien al Profesor.

—Cada vez nos acercamos más a un enfrentamiento. Si continuamos este curso de acción, atraeremos a Steelheart, pero no podremos combatirlo.

Todos permanecimos callados. Alcé la cabeza y miré el alto techo. Las frías luces blancas no alcanzaban a iluminar el fondo de la sala. Hacía frío y el silencio pesaba.

—¿Hasta dónde podríamos llegar?

—Bueno —dijo el Profesor—, podríamos atraerlo a un enfrentamiento con Limelight y no aparecer.

—Eso sería divertido, en cierta manera —advirtió Cody—. Dudo de que le tomen el pelo a Steelheart muy a menudo.

—Reaccionará mal a la vergüenza —explicó el Profesor—. Ahora mismo los Reckoners son una espina, una molestia. Solo hemos llevado a cabo tres ataques en su ciudad y nunca hemos matado a nadie vital para su organización. Si huimos, se sabrá lo que hemos hecho. Abraham y yo hemos dejado pruebas que demostrarán que estamos detrás de esto: era el único modo de asegurarnos de que nuestra victoria, si es que vencemos, no se atribuya a un Épico en vez de a hombres normales.

—Entonces, si huimos… —dijo Cody.

—Steelheart sabrá que Limelight era un invento y que los Reckoners buscaban un modo de asesinarlo —respondió Tia.

—Bueno —dijo Cody—, la mayor parte de los Épicos ya quieren asesinarnos. Así que tal vez no cambie nada.

—Esto será peor —dije, mirando al techo—. Steelheart mató a los miembros de los equipos de rescate, Cody. Es un paranoico. Nos dará caza si descubre lo que hemos estado haciendo. La idea de que intentemos llegar hasta él, de que investiguemos su punto flaco… No se lo tomará a la ligera.

Las sombras fluctuaron y, cuando me volví, vi que Abraham se acercaba a nuestro cubículo.

—Me ha pedido que lo avisara cuando fuera la hora, Profesor.

El Profesor comprobó el móvil, luego asintió.

—Deberíamos regresar al escondite. Que todo el mundo coja un saco y lo llene con las cosas que hemos encontrado. Las clasificaremos más adelante, en un entorno más controlado.

Nos levantamos de los asientos. Cody dio una palmadita en la cabeza del cliente del banco, muerto e inmovilizado en acero, desplomado contra la pared del cubículo. Al salir, Abraham dejó algo sobre la mesa.

—Para ti.

Era una pistola.

—No soy bueno con… —Me callé. Me resultaba familiar. «La pistola que recogió mi padre».

—La he encontrado entre los escombros, junto a tu padre —dijo Abraham—. La Transfiguración convirtió la culata en metal, pero casi todas las piezas eran ya de buen acero. Le he quitado el cargador y he vaciado la recámara; la corredera y el gatillo todavía funcionan. No me fiaría del todo hasta que la haya repasado de arriba abajo cuando estemos en la base, pero hay bastantes posibilidades de que sea todavía un arma de fiar.

Cogí la pistola. Era el arma que había matado a mi padre. Tenerla en las manos no me parecía adecuado.

Pero, por lo que sabía, era también la única arma que había herido a Steelheart.

—No podemos saber si fue algo que tenía el arma lo que permitió que Steelheart resultara herido —dijo Abraham—. Creo que merece la pena investigarlo. La desmontaré, la limpiaré y comprobaré los cartuchos. Deberían estar bien, aunque quizás haya que cambiarles la pólvora si los casquillos no la aislaron de la Transfiguración. Si todo está bien, puedes usarla. Si se te presenta la oportunidad, puedes intentar dispararle con ella.

Asentí, dándole las gracias, y luego corrí a coger un saco para cargar con mi parte de lo que habíamos encontrado.

—El de la gaita es el sonido más sublime que hayas oído jamás —explicó Cody, gesticulando mucho mientras recorríamos el pasillo hacia el escondite—. Una sonora mezcla de potencia y fragilidad maravillosa.

—Suena a gatos moribundos en una licuadora —me dijo Tia.

Cody parecía melancólico.

—Sí, y qué hermosa melodía, chavala.

—Espera —dije, alzando un dedo—. Esas gaitas… Para hacerlas tenéis… ¿cómo dijiste?: «Solo hay que matar un dragón pequeño, que son totalmente reales y nada mitológicos. Siguen viviendo en las Tierras Altas de Escocia en la actualidad».

—Sí —respondió Cody—. Es importante escoger uno pequeño. Los grandes son demasiado peligrosos, ¿sabes?, y de sus vejigas no se hacen buenas gaitas. Pero tienes que matarlo tú mismo. Un gaitero tiene que haber matado su propio dragón. Es la tradición.

—Después, hay que sacarle la vejiga y unirle… ¿cómo era?

—Cuernos tallados de unicornio para el soplete, el puntero, el roncón y el ronquete —dijo Cody—. Bueno, se puede utilizar también algo menos escaso, como el marfil. Pero, si quieres ser un purista, tienen que ser cuernos de unicornio.

—Delicioso —dijo Tia.

—Gran palabra has escogido —dijo Cody—. Naturalmente, es un término de origen escocés. Viene de Dál Riata, el antiguo y grandioso reino escocés de las leyendas. Vaya, si creo que una de las grandes melodías de gaita es de esa época: Abharsair e d’a chois e na Dùn Èideann.

—¿Abharqué? —pregunté.

Abharsair e d’a chois e na Dùn Èideann —repitió Cody—. Es un título dulcemente poético que en realidad no tiene traducción…

—Significa «El diablo bajó a Edimburgo» en gaélico escocés —dijo Tia, inclinándose hacia mí pero hablando lo bastante fuerte para que Cody la oyera.

Cody, por una vez, se quedó de piedra.

—¿Hablas gaélico escocés, chavala?

—No —respondió Tia—. Pero busqué el significado la última vez que contaste esta historia.

—Ah… eso hiciste, ¿eh?

—Sí. Aunque tu traducción es cuestionable.

—Bueno, siempre he dicho que eras lista, chavala. Sí, en efecto. —Tosió en su mano—. Ah, mira. Hemos llegado a la base. Continuaré la historia más tarde.

Los demás ya habían llegado al escondite y Cody se apresuró a reunirse con ellos; luego siguió a Megan túnel arriba.

Tia sacudió la cabeza y fue conmigo hacia el túnel. Entré el último, tras asegurarme de que las cuerdas y los cables que ocultaban la entrada estuvieran en su sitio. Conecté los sensores ocultos de movimiento que nos alertarían si entraba alguien y me dispuse a subir.

—No sé, Profesor. No lo sé —estaba diciendo Abraham en voz baja. Los dos se habían pasado el trayecto de vuelta caminando delante de los demás y hablando en susurros. Yo había tratado de acercarme a escuchar, pero Tia me había puesto una mano en el hombro para impedírmelo.

—¿Y? —preguntó Megan, cruzándose de brazos mientras todos nos reuníamos en torno a la mesa principal—. ¿Qué ocurre?

—A Abraham no le gusta cómo van los rumores —dijo el Profesor.

—La opinión pública acepta nuestra historia de Limelight —dijo Abraham—. Están asustados y nuestro ataque a la central eléctrica ha surtido efecto: hay apagones por toda la ciudad. Sin embargo, no veo ninguna prueba de que Steelheart se lo haya tragado. Control está peinando las calles subterráneas. Nightwielder recorre la ciudad. Todo lo que oigo de nuestros informadores es que Steelheart está buscando a un grupo de rebeldes, no a un Épico rival.

—Entonces, contraataquemos con furia —dijo Cody, cruzándose de brazos y apoyándose en la pared, junto al túnel—. Matemos a unos cuantos Épicos más.

—No —dije yo, recordando mi conversación con el Profesor—. Tenemos que concentrarnos más. No podemos eliminar Épicos al azar: tenemos que pensar como alguien que intenta hacerse con la ciudad.

El Profesor asintió.

—Con cada ataque que llevemos a cabo sin que Limelight aparezca abiertamente Steelheart recelará más.

—¿Vamos a dejarlo? —preguntó Megan, con un deje de ansiedad que, obviamente, trataba de ocultar.

—Ni por asomo —respondió el Profesor—. Tal vez acabe por decidir que tenemos que abandonar. Si no estamos lo bastante seguros del punto flaco de Steelheart, puede que lo haga. Pero no hemos llegado a eso todavía. Vamos a continuar con este plan. Sin embargo, tenemos que hacer algo grande, preferiblemente con la aparición de Limelight. Tenemos que presionar a Steelheart tanto como podamos y sacar a la luz ese temperamento suyo. Obligarlo a salir.

—¿Y cómo lo hacemos? —preguntó Tia.

—Es hora de matar a Conflux —dijo el Profesor—. Y de hundir Control.