—Empecé a considerar esa posibilidad cuando contaste tu historia, David —dijo Tia. Todo el grupo la seguía por uno de los túneles de las catacumbas de acero—. Y cuanto más investigaba sobre el banco, más curiosidad sentía. Hay cosas raras.
—¿Cosas raras? —pregunté.
El grupo avanzaba en una tensa piña; Cody delante, Abraham vigilando la retaguardia. Había sustituido su bonita ametralladora por otra similar, pero sin tantas lucecitas ni soniditos.
Me sentía cómodo teniéndolo detrás. Aquellos estrechos confines habrían convertido una ametralladora pesada en algo especialmente letal para cualquiera que intentara acercarse a nosotros: las paredes habrían funcionado como los surcos de ambos lados de una calle de bolera, y Abraham no habría tenido ningún problema para hacer pleno.
—A los Zapadores no se les permitió cavar en la zona del banco —dijo el Profesor, que iba a mi lado.
—Sí —dijo Tia, ansiosamente—. Fue algo muy irregular. Steelheart apenas les dio indicaciones. El caos de estas catacumbas inferiores lo demuestra: su locura los hacía difíciles de controlar. Pero en una orden fue firme: tenían que mantenerse alejados de la zona bajo el banco. Yo no me habría fijado en ese detalle de no ser por tu descripción. Por eso de que Steelheart convirtió en acero casi toda la sala principal del banco antes de que Faultline llegara esa tarde. Sus poderes tenían dos…
—Sí —dije, demasiado nervioso como para no interrumpirla. Faultline era la mujer a quien Steelheart había llevado para que enterrara el banco después de que yo escapara—. Lo sé. Dualidad de poder: dos habilidades de segundo nivel juntas crean una de primero.
Tia sonrió.
—Has estado leyendo mis notas sobre el sistema de clasificación.
—Supongo que es mejor que usemos la misma terminología. —Me encogí de hombros—. No tengo ningún inconveniente en cambiar.
Megan me miró, con la sombra de una sonrisa en las comisuras de los labios.
—¿Qué? —pregunté.
—Empollón.
—Yo no soy…
—No te desconcentres, hijo. —El Profesor le dirigió una dura mirada a Megan, que tenía chispitas en los ojos—. Da la casualidad de que me caen bien los empollones.
—Nunca he dicho que a mí no —respondió Megan alegremente—. Simplemente, me llama la atención que alguien finja ser algo que no es.
«Lo que tú digas», pensé. Faultline era una Épica de primer nivel, según la clasificación de Tia, sin el don de la inmortalidad. Poderosa, por tanto, pero frágil. Tendría que haberlo sabido cuando trató de apoderarse de Chicago Nova unos cuantos años antes: no tenía la menor posibilidad de conseguirlo.
De todas formas, era una Épica con varios poderes menos tremendos que, juntos, creaban lo que parecía un único poder impresionante. En su caso, podía mover la tierra solo en caso de que no fuera demasiado dura. Sin embargo, también tenía la capacidad de convertir la piedra y la tierra corrientes en una especie de polvo arenoso.
Lo que parecía un terremoto provocado por ella era en realidad un reblandecimiento del suelo y el posterior corrimiento de tierra. Había Épicos que causaban terremotos verdaderos, pero irónicamente eran menos poderosos o, en todo caso, menos útiles. Los más fuertes podían destruir una ciudad con sus poderes, pero no enterrar un único edificio o un grupo de personas a voluntad. Las placas tectónicas se desplazan en masa e impiden la precisión.
—¿No lo veis? —preguntó Tia—. Steelheart convirtió la sala principal del banco en acero: las paredes, gran parte del techo y el suelo. Luego Faultline reblandeció el terreno que lo sustentaba y dejó que se hundiera. Empecé a pensar que cabía la posibilidad de que…
—De que estuviera todavía allí —dije en voz baja.
Doblamos una esquina en las catacumbas y Tia se adelantó, apartó unas piezas de chatarra y descubrió un túnel. Yo tenía ya la suficiente práctica para saber que probablemente había sido hecho con tensores. A menos que se controlaran con extrema precisión, abrían túneles circulares, mientras que los Zapadores habían creado pasillos cuadrados o rectangulares.
Ese túnel se abría paso a través del acero en ligero descenso. Cody se asomó y lo iluminó con la linterna.
—Bueno, supongo que ahora sabemos en qué habéis estado trabajando Abraham y tú estas últimas semanas, Tia.
—Teníamos que probar diferentes modos de acercarnos —explicó ella—. No estaba segura de a qué profundidad acabó hundiéndose la sala del banco, ni de si conservó la integridad estructural.
—Pero ¿lo hizo? —pregunté, sintiendo de pronto un extraño aturdimiento.
—¡Lo hizo! —dijo Tia—. Es sorprendente. Venid a ver. —Empezó a bajar por el túnel, que era lo bastante alto para que pudiéramos pasar, aunque Abraham tendría que ir encorvado.
Vacilé. Los demás esperaban a que la siguiera, así que me uní a Tia. Los otros vinieron detrás. Nos iluminábamos solo con los móviles.
No, un momento: había luz más adelante. Apenas la distinguía alrededor de la delgada silueta oscura de Tia. Cuando por fin llegamos al final del túnel, me di de bruces con el recuerdo.
Tia había emplazado unas cuantas luces en rincones y mesas que apenas creaban un brillo espectral en la gran cámara oscura. La sala se había ladeado, y con el suelo inclinado y la perspectiva torcida aumentaba la sensación surrealista.
Me detuve en la boca del túnel. La sala era tal como yo la recordaba y estaba sorprendentemente bien conservada. Las altas columnas, ahora de acero, las mesas dispersas, los mostradores, los escombros; todavía se distinguía el mosaico del suelo, aunque solo por la forma, porque en vez de ser de mármol y piedra, era de un tono plateado uniforme, con protuberancias y hendiduras.
Casi no había polvo, aunque algunas motas flotaban perezosamente en el aire, creando pequeños halos alrededor de las linternas blancas que Tia había colocado.
Al darme cuenta de que seguía detenido en la boca del túnel, bajé a la sala. «Oh, caray…», pensé, el pecho encogido. Agarré el rifle con fuerza, aunque sabía que no había peligro. Los recuerdos se me agolparon en la mente.
—Visto con perspectiva —estaba explicando Tia, a la que yo escuchaba solo a medias—, creo que no tendría que haberme sorprendido encontrar esto tan bien conservado. Los poderes de Faultline crearon una especie de cojín de tierra mientras la sala se hundía, y Steelheart convirtió casi toda esa tierra en metal. Las otras habitaciones del edificio resultaron dañadas durante el ataque al banco y se derrumbaron a medida que la estructura se hundía. Pero esta y la cámara adyacente fueron irónicamente conservadas por los poderes de Steelheart.
Por casualidad habíamos entrado por la parte frontal del banco. Antes había unas grandes y hermosas puertas de cristal que resultaron destruidas por el tiroteo y los rayos de energía. A ambos lados, el suelo estaba lleno de escombros de acero y huesos de acero de las víctimas de Deathpoint. Avancé siguiendo el camino que Steelheart había tomado para entrar en el edificio.
«Ahí están los mostradores donde trabajaban los contables», pensé, mirando al frente. Una parte había sido destruida; el niño que yo había sido gateó por ese hueco para llegar a la cámara. El techo estaba roto y deformado, pero la cámara acorazada ya era de acero antes de la intervención de Steelheart. Ahora que lo pensaba, eso podía haber preservado su contenido, debido a la manera en que funcionaba su capacidad de transfiguración.
—La mayor parte de los escombros son de cuando se cayó el techo —dijo Tia a mi espalda, y su voz resonó en la enorme cámara—. Abraham y yo hemos limpiado cuanto hemos podido. Había entrado mucha tierra por la pared rota y el techo, que llenaba parte de la sala. Usamos los tensores con ese montón e hicimos un agujero en el rincón del suelo: da a un pequeño hueco bajo el edificio. Metimos el polvo ahí.
Bajé tres escalones hacia la sección inferior de la planta. Allí, en el centro de la sala, era donde Steelheart se había enfrentado a Deathpoint. «Esta gente es mía…». Me volví hacia la izquierda instintivamente. Agazapado junto a la columna, encontré el cadáver de la mujer cuyo hijo había muerto en sus brazos. Me estremecí. Era una estatua de acero. ¿Cuándo había muerto? ¿Cómo? No lo recordaba. ¿A causa de una bala perdida, tal vez? De no haber estado ya muerta no se habría convertido en acero.
—Lo que salvó de verdad este lugar —continuó Tia—, fue la Gran Transfiguración: cuando Steelheart convirtió toda la ciudad en acero. Si no hubiera hecho eso, la tierra habría llenado esta sala por completo. Aparte de eso, probablemente habría hundido el techo. Sin embargo, la Transfiguración convirtió los restos de la sala en acero, así como la tierra de alrededor. El resultado fue que encerró la sala, preservándola como una burbuja en un estanque helado.
Continué avanzando hasta que vi el cubículo de las hipotecas donde me había escondido. Los cristales eran opacos, pero me asomé al frontal abierto. Entré y pasé los dedos por la mesa. Era todo más pequeño de lo que yo recordaba.
—Los archivos de las compañías aseguradoras no han sido concluyentes —continuó Tia—, pero había una reclamación por el terremoto. ¿De verdad los dueños del banco creían que la compañía de seguros iba a indemnizarlos por eso? Es absurdo. Aunque, claro, en aquellos tiempos todavía había mucha incertidumbre respecto a los Épicos. De todas formas, eso me llevó a investigar los registros sobre la destrucción del banco.
—¿Y eso te trajo hasta aquí? —preguntó Cody. Su voz surgió de la oscuridad mientras recorría el perímetro de la sala.
—No, en realidad no. Me llevó a descubrir algo curioso: una tapadera. Si no pude encontrar nada en los informes de las compañías aseguradoras ni lista alguna del contenido de la cámara fue porque la gente de Steelheart ya había recopilado y escondido esa información. Me di cuenta de que, como que él había puesto especial empeño en esconderla, yo nunca encontraría nada de utilidad en los archivos. Nuestra única posibilidad sería entrar en el banco que Steelheart creía enterrado fuera del alcance de cualquiera.
—Es una buena suposición —dijo Cody, pensativo—. Sin los tensores… o algún tipo de poder Épico como el que tenían los Zapadores, llegar aquí habría sido casi imposible. ¿Abrirse paso a través de quince metros de acero sólido?
Los Zapadores habían empezado siendo humanos normales a quienes les había dado sus extraños poderes un Épico, Digzone, un dador como Conflux. No… les había ido bien del todo. Por lo visto no todos los poderes Épicos estaban hechos para ser utilizados por manos mortales.
Yo seguía en el cubículo. Los huesos del hombre de las hipotecas estaban allí, esparcidos por el suelo, alrededor del escritorio, asomando de los escombros. Todo era de metal.
No quería mirar, pero tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo.
Me volví. Momentáneamente confundí el pasado y el presente. Mi padre estaba allí de pie, decidido, empuñando la pistola para defender a un monstruo. Explosiones, gritos, polvo, gritos, fuego.
Miedo.
Parpadeé, temblando, con la mano en el frío acero de la pared del cubículo. La sala olía a polvo y vejez, pero tuve la sensación de poder oler la sangre, de poder oler el terror.
Salí del cubículo y me acerqué al lugar donde se había plantado Steelheart, empuñando una simple pistola, el brazo extendido hacia mi padre. Bang. Un disparo. Recordaba su sonido, aunque no sabía si era mi mente la que había construido ese recuerdo. Para entonces las explosiones me habían dejado sordo.
Me arrodillé junto a la columna. Un montículo de escombros plateados lo cubría todo delante de mí, pero yo tenía el tensor. Los demás continuaron hablando, pero yo no les prestaba atención y sus palabras se convirtieron en un murmullo de fondo. Activé el tensor, acerqué la mano y, con mucho cuidado, empecé a desintegrar escombros.
No tardé mucho: la mayor parte estaba compuesta por un gran trozo de panel del techo. Lo destruí, luego me detuve.
Allí estaba.
Mi padre yacía desplomado contra la columna, con la cabeza ladeada. La herida de bala estaba petrificada en los pliegues de acero de su camisa. Todavía tenía los ojos abiertos. Parecía una estatua esculpida con increíble detalle: incluso se le notaban los poros de la piel.
Me quedé allí, incapaz de moverme, impotente incluso de bajar el brazo. Después de diez años, el rostro familiar me resultó doloroso. No tenía fotos de él ni de mi madre: no me había atrevido a volver a casa después de haber sobrevivido, aunque Steelheart no supiera quién era yo. Me pudieron la paranoia y el trauma.
Ver su cara me trajo a la memoria todo aquello. Parecía tan… normal. Normal de un modo que no existía desde hacía años; de un modo que el mundo ya no se merecía.
Me abracé, pero seguí mirando el rostro de mi padre. No podía apartar los ojos de él.
—¿David? —El Profesor se arrodilló junto a mí.
—Mi padre… —susurré—. Murió contraatacando, pero para proteger a Steelheart. Y ahora aquí estoy yo, tratando de matar al ser al que él rescató. Tiene gracia, ¿verdad?
El Profesor no respondió.
—En cierto modo —dije—, todo esto es culpa suya. Deathpoint iba a matar a Steelheart por la espalda.
—No habría podido —dijo el Profesor—. Deathpoint no sabía lo poderoso que era Steelheart. Nadie lo sabía entonces.
—Supongo que es verdad. Pero mi padre fue un necio. No creyó que Steelheart fuera malvado.
—Tu padre pensaba lo mejor de la gente —alegó el Profesor—. Llámalo necedad, pero yo nunca lo consideraría un defecto. Fue un héroe, hijo. Se enfrentó a Deathpoint, un Épico que mataba por capricho, y lo mató. Si por ello dejó vivir a Steelheart… Bueno, Steelheart no había hecho cosas terribles en ese momento. Tu padre no era capaz de prever el futuro. Uno no puede temer tanto lo que pueda suceder como para no estar dispuesto a actuar.
Miré los ojos sin vida de mi padre y asentí.
—Esa es la respuesta —susurré—. La respuesta a lo que Megan y usted estuvieron discutiendo.
—No es su respuesta, pero es la mía, y tal vez la tuya —dijo el Profesor. Me dio una palmada en el hombro y fue a unirse al resto de los Reckoners, que esperaban cerca de la cámara.
Yo no tenía previsto volver a ver el rostro de mi padre. Me había marchado aquel día sintiéndome un cobarde, oyéndole suplicarme que echara a correr y escapara. Había vivido diez años con una sola emoción: la necesidad de venganza. La necesidad de demostrar que no era un cobarde.
Ahora estaba allí. Al mirar a aquellos ojos de acero, supe que a mi padre no le habría interesado la venganza, pero que habría matado igualmente a Steelheart de haber tenido ocasión para acabar con los asesinatos. Porque a veces hay que ayudar a los héroes.
Me levanté. No sé cómo, en aquel momento supe que la cámara acorazada del banco y su contenido eran una pista falsa. No habían sido la fuente de la flaqueza de Steelheart. Había sido mi padre, o algo que él tenía.
Me alejé del cadáver para reunirme con los demás.
—… mucho cuidado cuando abramos las cajas de la cámara —estaba diciendo Tia—. No queremos destruir lo que pueda haber dentro.
—No creo que vaya a servir de nada —dije, con lo que atraje todas las miradas—. No creo que el contenido de la cámara tenga nada que ver.
—Dijiste que Steelheart miró hacia la cámara cuando reventó —dijo Tia—. Y sus agentes se esforzaron mucho por obtener y ocultar cualquier lista de lo que hubiera ahí dentro.
—No creo que él supiera cómo pudieron herirlo —dije—. Un montón de Épicos no conocen su punto flaco de entrada. Steelheart hizo que su gente reuniera todos esos archivos y los analizara para intentar descubrir el suyo.
—Entonces, tal vez encontró la respuesta —comentó Cody, encogiéndose de hombros.
Arqueé una ceja.
—Si hubiera descubierto que esta cámara contenía algo que lo hacía vulnerable, ¿creéis que este sitio seguiría aquí?
Los otros se quedaron callados. No, no habría seguido allí. En tal caso, Steelheart habría destruido el lugar, por muchas dificultades que hubiera entrañado hacerlo. Yo estaba cada vez más seguro de que no era un objeto lo que lo había debilitado: había sido algo de la propia situación.
El rostro de Tia se ensombreció: probablemente deseaba que le hubiera mencionado la idea antes de pasarse días excavando. Sin embargo, no habría podido evitar que lo hiciera, puesto que nadie me había dicho que lo estuviera haciendo.
—Bueno —dijo el Profesor—. Vamos a registrar esta cámara. La teoría de David tiene mérito, pero también la teoría de que algo de aquí dentro lo debilitó.
—¿Encontraremos algo? —preguntó Cody—. Todo se ha convertido en acero. No sé qué vamos a poder reconocer si todo está fundido y unido.
—Algunas cosas tal vez hayan conservado su forma original —dijo Megan—. De hecho, es bastante probable que lo hicieran. Los poderes de transfiguración de Steelheart quedan aislados por el metal.
—¿Quedan cómo? —preguntó Cody.
—Aislados por el metal —repetí yo—. Crea una especie de… campo de transfiguración que se extiende y cambia las sustancias no metálicas igual que el sonido viaja por el aire o las ondas se mueven en una charca de agua. Si la onda golpea el metal, sobre todo el hierro o el acero, se detiene. Steelheart puede influir en otros metales, pero el campo se mueve más despacio. El acero lo detiene por completo.
—Entonces, las cajas de estos depósitos de seguridad… —dijo Cody, al tiempo que entraba en la cámara.
—Podrían haber aislado su contenido —terminó Megan por él, siguiéndolo—. Un poco se habrá transformado: la onda que creó la Transfiguración era enormemente poderosa. No obstante, creo que encontraremos algo, sobre todo porque la cámara en sí era metálica y funcionaría como aislante primario. —Miró por encima del hombro y me pilló mirándola—. ¿Qué? —me preguntó.
—Empollona —le dije.
Curiosamente, se puso como un tomate.
—Presto atención a Steelheart. Quería estar familiarizada con sus poderes, ya que íbamos a venir a la ciudad.
—No he dicho que sea malo —dije alegremente, entrando en la cámara con el tensor preparado—. No ha sido más que una puntualización.
Nunca una mirada fulminante me había sentado tan bien.
El Profesor se echó a reír.
—Muy bien —dijo—. Cody, Abraham, David, desintegrad las tapas de las cajas, pero no destruyáis el contenido. Tia, Megan y yo iremos sacándolas y registrándolas por si contienen algo interesante. A trabajar, esto nos va a llevar un buen rato…