21

—¿Qué tal es la señal? —preguntó el Profesor por el auricular.

Me llevé la mano a la oreja.

—Buena —respondí. Llevaba en la muñeca el móvil, recién sintonizado con los de los Reckoners y completamente inmune a los sistemas de espionaje de Steelheart. También me habían dado una chaqueta. Parecía una chaqueta deportiva negra y roja de tela fina, pero tenía cables en el forro y una pequeña batería portátil cosida a la espalda. Eso desplegaría a mi alrededor un campo de fuerza si me golpeaban.

El Profesor me la había preparado personalmente. Decía que me protegería de una caída o una pequeña explosión, pero que no intentara saltar por ningún precipicio y que evitara que me disparasen a la cara. Desde luego, yo no tenía intención de hacer ninguna de las dos cosas.

La llevaba con orgullo. No me habían nombrado oficialmente miembro del grupo, pero esos dos cambios equivalían en esencia a ello. Naturalmente, participar en aquella misión era seguramente también buen indicio.

Miré el móvil; solo estaba en línea con el Profesor. Pulsando la pantalla podía pasar a una línea conjunta de todo el grupo, conectarme a un único miembro, o escoger unos cuantos para hablar con ellos.

—¿Estáis en posición? —preguntó el Profesor.

—Lo estamos.

Me encontraba en un oscuro túnel de puro acero. La única luz que había procedía de mi móvil y el de Megan, que iba delante. Ella llevaba vaqueros oscuros y su chaqueta de cuero marrón sin abrochar encima de una camiseta ceñida. Estaba inspeccionando el techo.

—Profesor —dije en voz baja, volviéndome—, ¿está seguro de que no puedo tener de pareja a Cody para esta misión?

—Cody y Tia son el equipo de apoyo —dijo el Profesor—. Ya hemos hablado de esto, hijo.

—Podría ir con Abraham, entonces, o con usted. —Eché un vistazo por encima del hombro y luego hablé en voz aún más baja—. A ella no le caigo muy bien.

—No consentiré que dos miembros de mi grupo no se lleven bien —me reprendió el Profesor severamente—. Aprenderéis a trabajar juntos. Megan es una profesional. No habrá problemas.

«Sí, es una profesional —pensé—. Demasiado profesional». Pero el Profesor no me hacía ningún caso.

Inspiré profundamente. Sabía que parte de mi nerviosismo se debía a la misión. Había pasado una semana desde mi conversación con el Profesor y el resto de los Reckoners habían estado de acuerdo en que atacar la central eléctrica simulando que lo hacía un Épico rival era el mejor plan.

Había llegado el día. Nos internaríamos en la central eléctrica de Chicago Nova y la destruiríamos. Esta sería mi primera operación real con los Reckoners. Por fin era miembro del grupo. No quería ser el más débil.

—¿Estás bien, hijo? —me preguntó el Profesor.

—Sí.

—En marcha. Sincroniza tu reloj.

Inicié en mi móvil una cuenta atrás de diez minutos. El Profesor y Abraham iban a irrumpir primero por el otro lado de la central, donde estaban los equipos grandes. Se abrirían paso hacia arriba, colocando cargas. A los diez minutos, Megan y yo entraríamos y robaríamos una célula de energía para usarla con el arma Gauss. Tia y Cody serían los últimos. Se colarían por el agujero que habían abierto el Profesor y Abraham. Eran el equipo de apoyo, preparado para actuar y ayudarnos a salir en caso necesario, pero se mantendrían en segundo plano y nos darían información y guía.

Tomé aire. En la otra mano llevaba el tensor de cuero negro con brillantes franjas verdes desde las yemas de los dedos a la palma. Megan me miró mientras avanzaba hacia el fondo del túnel que Abraham había excavado el día anterior durante una misión de exploración.

Le mostré la cuenta atrás.

—¿Seguro que puedes hacer esto? —me preguntó. Había cierto escepticismo en su voz, aunque su rostro era impasible.

—He mejorado mucho con los tensores —respondí.

—Olvidas que he visto la mayoría de tus sesiones de prácticas.

—Cody no necesitaba esa supervisión —dije.

Me miró, alzando una ceja.

—Puedo hacerlo —dije, dirigiéndome al fondo del túnel, donde Abraham había dejado una columna de acero que sobresalía del suelo. Era lo bastante baja para que yo pudiera subirme a ella y alcanzar el techo. El reloj seguía corriendo. No hablamos. Pensé unas cuantas formas de empezar una conversación, pero todas murieron en mis labios en cuanto abrí la boca. En cada ocasión me encontré con la mirada glacial de Megan. No quería charlar. Quería hacer el trabajo.

«¿Por qué me importa siquiera? —pensé, mirando al techo—. Aparte del primer día, no me ha demostrado más que frialdad y, de vez en cuando, desdén».

Sin embargo, tenía algo… Aparte de ser hermosa, aparte de llevar granadas diminutas en la camiseta, tenía algo que seguía pareciéndome asombroso.

Había chicas en la Fábrica; pero, como todo el mundo, eran complacientes. Decían que vivían la vida, pero tenían miedo. Miedo de Control, miedo a que un Épico las matara.

Megan no parecía temer nada, nunca. No jugaba con los hombres, lanzando miraditas y diciendo cosas que no pensaba. Hacía lo que había que hacer, y era muy buena en ello. Eso me resultaba increíblemente atractivo. Deseaba poder explicárselo, pero las palabras se me atascaban en la garganta como canicas en el agujero de una cerradura.

—Yo… —empecé a decir.

Mi móvil sonó.

—Ve —dijo ella, mirando hacia arriba.

Tratando de convencerme de que no me sentía aliviado por la interrupción, acerqué las manos al techo y cerré los ojos. Estaba, en efecto, mejorando con el tensor. No era todavía tan bueno como Abraham, pero ya no era un desastre. Al menos casi nunca. Apoyé la palma de la mano en el techo de metal del túnel y empujé cuando empezaron las vibraciones.

El zumbido era como el ansioso ronroneo de un coche potente en marcha pero en punto muerto. Era otra de las maneras que tenía Cody de describirlo. Yo había dicho que daba la sensación de ser una lavadora desequilibrada con cien chimpancés epilépticos en el tambor. Estaba muy orgulloso de esa comparación.

Empujé y mantuve la mano firme, tarareando para mí en el mismo tono. Eso me ayudaba a concentrarme. Los otros no lo hacían ni tenían tampoco que mantener siempre la mano apretada contra la pared. Con el tiempo también quería aprender a hacerlo como ellos, pero mi método me valía de momento.

Las vibraciones aumentaron pero las contuve, las retuve en la mano. Las controlé hasta que me pareció que las uñas de los dedos saldrían disparadas. Entonces aparté la mano y de algún modo empujé.

Imaginen tener en la boca un enjambre de abejas y escupirlas tratando de que vayan todas en una misma dirección por la pura fuerza de tu aliento y tu voluntad. Es más o menos así. Mi mano voló hacia atrás y lancé las vibraciones semimusicales hacia el techo, que se sacudió y estremeció con un suave zumbido. El polvo de acero cayó alrededor de mi brazo y hasta el suelo, como si alguien hubiera aplicado un rallador de queso a un frigorífico.

Megan se cruzó de brazos y observó, alzando una ceja. Me preparé para algún comentario frío e indiferente. Ella asintió.

—Buen trabajo —dijo.

—Sí, bueno, ya sabes, he practicado mucho en el viejo gimnasio para desintegrar paredes.

—¿En el qué? —Frunció el ceño mientras acercaba la escalerilla que habíamos llevado con nosotros.

—No importa —dije, subí por ella y asomé la cabeza al sótano de la Central Siete: la central eléctrica. Yo nunca había estado dentro de ninguna de las centrales de la ciudad, naturalmente. Eran como búnkeres, con altas paredes de acero y valladas. A Steelheart le gustaba tenerlo todo vigilado; un lugar como ese, aparte de ser una central eléctrica, también tenía oficinas gubernamentales en los pisos superiores. Todo cuidadosamente rodeado, protegido y controlado.

En el sótano, por fortuna, no había cámaras. La mayoría estaban en los pasillos.

Megan me tendió mi rifle y salí a la habitación de arriba. Era un almacén, oscuro a excepción de unas cuantas lucecitas encendidas que en esa clase de sitios… bueno, suelen tener siempre en funcionamiento. Me acerqué a la pared y pulsé el móvil.

—Estamos dentro —dije en voz baja.

—Bien —respondió la voz de Cody.

Me ruboricé.

—Lo siento. Pretendía comunicarme con el Profesor.

—Lo has hecho. Me ha dicho que os echara un ojo. Enciende el vídeo de tu auricular.

El auricular era uno de esos que te rodean toda la cabeza, con una pequeña cámara que me sobresalía de la oreja. Pulsé unas cuantas veces la pantalla del móvil para activarlo.

—Bien —dijo Cody—. Tia y yo nos hemos colocado aquí, en el punto de entrada del Profesor.

Al Profesor le gustaban los planes de contingencia, y habitualmente dejaba a una persona o dos atrás para crear distracciones o ejecutar acciones si los grupos principales se veían en apuros.

—No tengo mucho que hacer aquí —continuó Cody, su acento sureño tan fuerte como siempre—. Así que voy a darte la lata.

—Gracias —dije, mirando a Megan, que salía del agujero.

—No hay de qué, chaval. Y deja de mirar la camisa de Megan.

—Yo no…

—Es guasa. Espero que sigas haciéndolo. Será divertido ver cómo te pega un tiro en el pie cuando te pille.

Aparté la mirada. Afortunadamente, parecía que Cody no había incluido a Megan en esa conversación concreta. Lo cierto es que respiré un poco más tranquilo sabiendo que Cody nos vigilaba. Megan y yo éramos los dos miembros más jóvenes del grupo: si alguien agradecía que le echaran una manita éramos nosotros.

Megan llevaba nuestra mochila a la espalda, llena de todo lo que necesitaríamos para la incursión. Sacó una pistola, más útil en aquellas estrecheces que mi rifle.

—¿Preparado? —me preguntó.

Asentí.

—¿Para cuánta «improvisación» tuya tengo que prepararme hoy? —preguntó.

—Solo para la que haga falta —refunfuñé, alzando la mano hacia la pared—. Si supiera cuándo es necesaria, no sería improvisación, ¿verdad? Sería un plan.

Ella se echó a reír.

—Un concepto ajeno a ti.

—¿Ajeno? ¿No has visto todos los cuadernos llenos de planes que he dado al grupo? Ya sabes, esos por cuya recuperación estuvimos a punto de morir.

Ella se volvió sin mirarme, rígida.

«Malditas mujeres —pensé—. A ver si por una vez eres coherente». Sacudí la cabeza y coloqué la mano contra la pared.

Uno de los motivos por los que las centrales de la ciudad eran consideradas inexpugnables era por la seguridad. Había cámaras en todos los pasillos y las escaleras. Se me había ocurrido colarnos en el sistema y cambiar las imágenes de las cámaras. El Profesor dijo que podíamos cambiar las imágenes para vigilarlos a ellos, pero hacerlo para que disimularan nuestra irrupción no salía tan bien como en las películas antiguas. Steelheart no contrataba a oficiales de seguridad estúpidos, y si el vídeo entraba en bucle se darían cuenta. Además, había soldados patrullando por los pasillos.

Sin embargo, había un modo mucho más sencillo de asegurarnos de que no nos vieran. Solo teníamos que permanecer alejados de los pasillos. No había cámaras en la mayoría de las habitaciones, ya que los experimentos y la investigación que en ellas se desarrollaban se mantenían en secreto. Ni siquiera los agentes de seguridad que vigilaban el edificio estaban al corriente. Además, lógicamente, si vigilabas con mucha atención todos los pasillos, pillabas a los intrusos. ¿De qué otra manera podía pasar nadie de una habitación a otra?

Alcé la mano y, con un poco de concentración, abrí un agujero de cuatro palmos en la pared. Me asomé y lo iluminé con el móvil. Había estropeado un equipo informático adosado a la pared y tuve que apartar una mesa para pasar, pero no había nadie dentro. A esa hora de la noche la central estaba prácticamente desierta, y Tia había trazado nuestro camino con mucho cuidado, con la intención de reducir al mínimo las posibilidades de que nos topáramos con alguien.

Después de salir a gatas, Megan sacó algo de la mochila y lo colocó en la pared, junto al agujero que yo había hecho. Tenía una lucecita roja que parpadeaba ominosamente. Debíamos colocar cargas explosivas junto a cada agujero que creáramos para que, cuando voláramos el edificio, fuera imposible descubrir el trabajo de los tensores entre los escombros.

—Seguid moviéndoos —dijo Cody—. Cada minuto que estéis ahí es un minuto más para que alguien entre en una habitación y se pregunte cómo han aparecido todos esos malditos agujeros.

—Estoy en ello —respondí, deslizando un dedo por la pantalla de mi móvil y recuperando el mapa de Tia.

Si continuábamos recto, pasando por tres habitaciones, llegaríamos a una escalera de emergencia con menos cámaras de seguridad. Era de esperar que pudiéramos evitarlas atravesando varias paredes y subiendo dos plantas. Luego tendríamos que abrirnos paso hasta la sala de almacenamiento principal de las células de energía. Colocaríamos las cargas restantes, robaríamos una célula de energía o dos y saldríamos por piernas.

—¿Estás hablando solo? —preguntó Megan, que vigilaba la puerta, con el brazo estirado a la altura del pecho y la pistola preparada.

—Dile que estás escuchando los demonios de los oídos —me sugirió Cody—. A mí siempre me funciona.

—Cody está en línea —dije, trabajando la siguiente pared—. Y me hace deliciosos comentarios sobre la marcha. Me habla de los «demonios de los oídos».

Eso estuvo a punto de hacerla sonreír. Juraría que vi una sonrisa, momentáneamente al menos.

—Los demonios de los oídos son totalmente reales —me dijo Cody—. Gracias a ellos los micrófonos como estos funcionan. También te dicen que te comas el último trozo de tarta cuando sabes que Tia lo quería. Espera un segundo. Estoy conectado con el sistema de seguridad y hay alguien recorriendo el pasillo. Espera.

Me quedé muy quieto y rápidamente silencié el tensor.

—Sí, entran en la habitación de al lado —dijo Cody—. La luz estaba encendida. Puede que ya hubiera alguien dentro… no puedo saberlo por las imágenes de seguridad. Acabas de evitar tener que esquivar una bala. Tener que esquivar unas cuantas, más bien.

—¿Qué hacemos? —pregunté, tenso.

—¿Respecto a Cody? —preguntó Megan, frunciendo el ceño.

—Cody, ¿podrías conectarte también con ella? —pregunté, exasperado.

—¿De verdad quieres hablar de su canalillo cuando está en línea? —me preguntó Cody inocentemente.

—¡No! Quiero decir, no hables de eso.

—Bien. Megan, hay alguien en la habitación de al lado.

—¿Opciones? —preguntó ella, con calma.

—Podemos esperar, pero la luz ya estaba encendida. Deduzco que hay científicos del último turno trabajando todavía.

Megan alzó la pistola.

—Uh… —dije yo.

—No, chavala —dijo Cody—. Ya sabes lo que piensa el Profesor de eso. Dispara a los guardias si tienes que hacerlo. A nadie más. —El plan incluía hacer sonar una alarma y evacuar al edificio antes de que detonáramos las cargas.

—No tendría que dispararle a la gente de la habitación de al lado —dijo Megan tranquilamente.

—¿Y qué otra cosa harías, chavala? —preguntó Cody—. ¿Dejarlos inconscientes y luego abandonarlos ahí mientras volamos el edificio?

Megan vaciló.

—De acuerdo —dijo Cody—. Tia dice que hay otro camino. Vais a tener que subir por el hueco de un ascensor.

—Maravilloso —ironizó Megan.

Volvimos rápidamente a la primera habitación que habíamos cruzado. Tia cargó un nuevo mapa para mí, con puntos para los tensores, y me puse a trabajar. Esta vez estaba un poco más nervioso. ¿Íbamos a encontrarnos con científicos y trabajadores por todas partes? ¿Qué haríamos si nos sorprendía alguien? ¿Y si era algún trabajador inocente?

Por primera vez en mi vida estaba casi tan preocupado por lo que podía acabar haciendo que por lo que alguien pudiera hacerme a mí. Era una situación incómoda. Lo que estábamos haciendo era, básicamente, terrorismo.

«Pero nosotros somos los buenos», me dije, mientras abría la pared y dejaba pasar primero a Megan. Naturalmente, ¿qué terrorista no se considera el bueno? Estábamos haciendo algo importante, pero ¿qué le importaría eso a la familia de la mujer de la limpieza a la que matáramos accidentalmente? Mientras cruzaba rápidamente la siguiente habitación a oscuras (un laboratorio con algunos matraces y otro material de cristal), me costó trabajo sacudirme de encima estas preocupaciones.

Y por eso me concentré en Steelheart. En aquella horrible y odiosa sonrisa suya, allí de pie, con la pistola que le había quitado a mi padre, el cañón apuntando al inferior humano.

Esa imagen funcionó. Podía olvidarme de todo lo demás cuando pensaba en aquello. No tenía todas las respuestas, pero al menos tenía un objetivo: la venganza. ¿A quién le importaba si me carcomía y me dejaba vacío? Mientras me impulsara para hacer mejor la vida de los demás… El Profesor lo entendía. Yo lo entendía.

Llegamos al hueco del ascensor sin incidentes y entramos en él desde un almacén. Desintegré un gran agujero en la pared, y luego Megan asomó la cabeza y miró el largo y oscuro hueco.

—Oye, Cody, ¿se supone que hay un modo de subir?

—Claro. Hay asideros en las paredes. Los hay en todos los huecos de ascensor.

—Parece que alguien se olvidó de informar a Steelheart de eso —dije, asomándome junto a Megan—. Las paredes son completamente lisas. No hay escalerilla ni nada parecido. No hay cuerdas ni cables tampoco.

Cody soltó una maldición.

—Entonces, ¿volvemos por el otro camino? —preguntó Megan.

Escruté de nuevo las paredes. La negrura parecía extenderse infinitamente por encima y por debajo de nosotros.

—Podríamos esperar a que llegue el ascensor.

—En los ascensores hay cámaras —dijo Cody.

—Pues entonces viajaremos encima —dije yo.

—¿Y alertar a la gente que haya dentro cuando saltemos? —preguntó Megan.

—Esperemos uno en el que no vaya nadie —repuse—. Los ascensores van vacíos casi la mitad de las veces, ¿no? Respondiendo a la llamada de la gente.

—Muy bien —dijo Cody—. El Profesor y Abraham se han topado con un pequeño contratiempo: están esperando a que una habitación quede libre para pasar. El Profesor dice que tenéis cinco minutos de espera. Si no sucede nada para entonces, cancelamos la misión.

—De acuerdo… —respondí, sintiendo una punzada de decepción.

—Voy a pasarles algunas imágenes —dijo Cody—. Estaré desconectado de vosotros un ratito. Llamadme si me necesitáis. Vigilaré el ascensor. Si se mueve, os lo haré saber.

La línea chasqueó cuando Cody cambió de frecuencia, y nos pusimos a esperar. Permanecimos sentados en silencio, esforzándonos por oír cualquier sonido que indicara que el ascensor se movía, aunque era imposible que lo captáramos antes de que Cody lo hiciera con sus imágenes de vídeo.

—¿Esto pasa muy a menudo? —pregunté tras permanecer varios minutos arrodillado con Megan, atrapado en la habitación, junto al agujero que había abierto en el hueco del ascensor.

—¿El qué? —preguntó ella.

—Tener que esperar.

—Más de lo que crees —respondió Megan—. Los trabajos que hacemos a menudo dependen del tiempo. Un buen cronometraje requiere un montón de tiempos de espera. —Me miró la mano y me di cuenta de que estaba dando golpecitos nerviosos en la pared.

Me obligué a parar.

—Te sientas y esperas —dijo ella, con más suavidad—. Repasas y vuelves a repasar el plan mentalmente. Luego suele salir mal, de todas formas.

La miré receloso.

—¿Qué? —preguntó ella.

—Eso que acabas de decir es exactamente lo que yo pienso.

—¿Y?

—Que si algo suele salir siempre mal, ¿por qué me das tanto la lata con lo de improvisar?

Frunció los labios.

—No —dije—. Es hora de que hables claro conmigo, Megan. No solo de esta misión, sino de todo. ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué me tratas como si me odiaras? ¡Fuiste tú quien me apoyó al principio, cuando quise unirme a vosotros! Parecías impresionada conmigo: el Profesor nunca habría escuchado mi plan si tú no hubieras dicho lo que dijiste. Pero, desde entonces, has actuado como si fuera un gorila en tu bufé.

—¿Un… qué?

—Un gorila en tu bufé. Ya sabes. Alguien que se come toda tu comida, que te molesta. Ese tipo de cosas.

—Eres una persona muy especial, David.

—Sí, me tomo una píldora de especialidad todas las mañanas. Mira, Megan, no voy a dejar de insistir en esto. Desde que estoy con los Reckoners parece que hago algo que te molesta. Bueno, ¿qué es? ¿Qué te ha hecho ponerte en mi contra?

Apartó la mirada.

—¿Es por mi cara? —pregunté—. Porque es lo único que se me ocurre. Te pusiste de mi parte después del ataque a Fortuity. Tal vez sea mi cara. No me parece demasiado fea en comparación con otras, pero parezco un poco estúpido a veces cuando…

—No es por tu cara —me interrumpió.

—Eso me parecía a mí, pero necesito que hables conmigo. Di algo.

«Porque pienso que estás buenísima y no comprendo qué va mal». Por fortuna me contuve antes de decir esto último. Mantuve los ojos al frente, por si Cody estaba mirando.

Ella no dijo nada.

—¿Bien? —la insté.

—Han pasado cinco minutos —dijo ella, comprobando el móvil.

—No voy a rendirme tan fácilmente. Yo…

—Han pasado cinco minutos —intervino Cody—. Lo siento, chicos. La misión es una cagada. No se mueven los ascensores.

—¿No nos puedes enviar uno? —pregunté.

Cody se echó a reír.

—Estamos conectados al sistema de seguridad, chaval. Eso no nos permite ni de lejos controlar los elementos del edificio. Si Tia consiguiera que tuviéramos tanto control, podríamos volar el edificio desde dentro sobrecargando las centrales o algo.

—¡Ah!

Miré el cavernoso hueco. Parecía una garganta enorme en ascenso, una garganta que teníamos que remontar. Lo que nos convertía…

Mala analogía. Muy mala analogía. De todas formas, sentí un retortijón. Odiaba la idea de dar marcha atrás. Sobre nosotros se abría el camino para destruir a Steelheart. Detrás había más esperas, más planificación. Yo llevaba años planeando.

—¡Oh, no! —exclamó Megan.

—¿Qué? —le pregunté, ausente.

—Vas a improvisar, ¿verdad?

Acerqué la mano del tensor al hueco, la apreté contra la pared e inicié un pequeño estallido vibrador. Abraham me había enseñado a crear estallidos de diferentes tamaños: decía que un maestro con los tensores era capaz de controlar las vibraciones, dejando pautas o incluso formas en el objetivo.

Apreté la palma de la mano con fuerza, sintiendo el guante sacudirse; no solo el guante, sino toda la mano. Eso me había confundido al principio. Parecía que era yo quien creaba la energía, no el guante: el guante solo contribuía a dar forma al estallido.

No podía fallar. Si lo hacía, la operación se cancelaría. Tendría que haber estado muy nervioso, pero no. Por algún motivo, advertí, cuando las cosas se ponían feas, feas de verdad, a mí me resultaba más fácil relajarme.

Steelheart cerniéndose sobre mi padre. Un disparo. «No retrocederé».

El guante vibraba; el polvo de pared se amontonó alrededor de mi mano. Deslicé los dedos hacia delante y palpé lo que había hecho.

—Un asidero —dijo Megan en voz baja, iluminándolo con su móvil.

—¿Qué? ¿De verdad? —preguntó Cody—. Conecta la cámara, chavala. —Un momento después silbó—. Me tenías engañado, David. No sabía que tuvieras la suficiente práctica para hacer una cosa así. Te lo habría sugerido de haberte creído capaz de hacerlo.

Desplacé la mano y tallé otro asidero junto al otro, en el hueco, al lado del agujero de la pared. Hice dos más para los pies y me metí en el hueco por el agujero, colocando manos y pies en los asideros.

—¿Pueden esperar el Profesor y Abraham un poco más? —preguntó Megan desde abajo—. David parece que trabaja a buen ritmo, pero subir podría llevarnos unos quince minutos.

—Tia está calculando —dijo Cody.

—Bien, yo voy detrás de David —dijo Megan con voz ahogada. Eché un vistazo por encima del hombro: se había cubierto la boca con un pañuelo.

«El polvo de los asideros; no quiere respirarlo». Muy lista. Yo tenía problemas para evitarlo, e inhalar polvo de acero no parecía una cosa inteligente. Abraham decía que el polvo provocado por los tensores no era tan peligroso como parecía, pero yo seguía pensando que no era buena idea, así que ladeaba la cabeza y contenía la respiración cada vez que practicaba un agujero nuevo.

—Estoy impresionado —dijo una voz en mi oído: la voz del Profesor. Estuve a punto de dar un respingo, lo que habría sido desastroso. Seguramente había conectado con mi señal visual mediante el móvil y veía las imágenes que tomaba la cámara de mi auricular.

»Esos agujeros son limpios y bien formados —continuó el Profesor—. Sigue así y pronto serás tan bueno como Abraham. Puede que ya hayas superado a Cody.

—Parece usted preocupado por algo —dije, entre asideros.

—Preocupado no. Solo sorprendido.

—Había que hacerlo —dije, gruñendo mientras me aupaba y dejaba atrás otra planta.

El Profesor guardó silencio unos instantes.

—Así es. Mira, no podemos sacaros por la misma ruta porque sería demasiado lento. Tendréis que salir por otra parte. Tia os indicará por dónde. Esperad a la primera explosión.

—Afirmativo —dije.

—Y, David… —añadió el Profesor.

—¿Sí?

—Buen trabajo.

Sonreí, aupándome de nuevo.

Continuamos escalando por el hueco del ascensor. Me preocupaba que el ascensor bajara en cualquier momento, aunque si lo hacía teníamos unos centímetros de margen para que no nos golpeara. Estábamos en la pared del hueco donde debería haber habido una escalera. Solo que no habían instalado ninguna.

«Quizá Steelheart haya visto las mismas películas que nosotros», pensé con una mueca mientras pasábamos por fin la segunda planta. Quedaba una más.

El móvil chasqueó en mi oído. Comprobé mi muñeca: alguien había silenciado nuestro canal.

—No me gusta lo que le has hecho al grupo —dijo Megan.

La miré por encima del hombro. Llevaba la mochila con nuestro equipo y la nariz y la boca cubiertas por el pañuelo. Aquellos ojos suyos me miraban, suavemente iluminados por el brillo del móvil sujeto a su antebrazo. Unos ojos hermosos, asomando por encima del velo del pañuelo.

Con un enorme y negro pozo extendiéndose tras ella. Guau. Me tambaleé, mareado.

—Tarugo —me recriminó—. No te desconcentres.

—¡Eres tú la que habla! —susurré, volviéndome—. ¿A qué te refieres cuando dices que no te gusta lo que le he hecho al grupo?

—Antes de que tú aparecieras, íbamos a marcharnos de Chicago Nova —dijo Megan desde abajo—. Atacar a Fortuity y luego marcharnos. Por tu culpa nos quedamos.

Continué escalando.

—Pero…

—¡Oh, cállate y déjame hablar de una vez!

Me callé.

—Me uní a los Reckoners para matar a Épicos que se lo merecían —continuó Megan—. Chicago Nova es uno de los lugares más estables y seguros de todos los Estados Fracturados. Creo que no deberíamos matar a Steelheart, y no me gusta cómo has camelado al grupo para que libre tu propia guerra personal contra él. Es brutal, sí, pero está haciendo un trabajo mejor que la mayoría de los Épicos. No se merece morir.

Aquello me dejó totalmente anonadado. ¿Pensaba que no debíamos matar a Steelheart? ¿Que no se merecía morir? Era una locura. Resistí las ganas de mirar de nuevo hacia abajo.

—¿Puedo hablar ya? —pregunté, haciendo otro par de asideros.

—Vale, bien.

—¿Es que estás loca? Steelheart es un monstruo.

—Sí. Lo admito. Pero es un monstruo efectivo. Mira, ¿qué estamos haciendo hoy?

—Destruir una central eléctrica.

—¿Y en cuántas ciudades sigue habiendo centrales eléctricas? —preguntó ella—. ¿Lo sabes siquiera?

Seguí escalando.

—Crecí en Portland —prosiguió—. ¿Sabes qué sucedió allí?

Lo sabía, pero no lo dije. Nada bueno.

—Las guerras territoriales entre Épicos dejaron mi ciudad en ruinas —continuó Megan, en voz más baja—. No queda nada, David. Nada. Todo Oregón es tierra yerma: incluso los árboles han desaparecido. No hay central eléctrica, plantas de tratamiento de residuos ni tiendas de alimentación. Chicago Nova podría haberse convertido en eso si Steelheart no hubiera aparecido.

Continué escalando, el sudor me corría por la nuca. Pensé en el cambio de actitud de Megan: se había producido justo después de que yo hablara de acabar con Steelheart. Cuando peor me trataba era cuando conseguía logros. Cuando nos habíamos dispuesto a seguir mis planes y cuando descubrí cómo matar a Nightwielder.

No eran mis «improvisaciones» lo que la ponía en mi contra. Eran mis intenciones, mi éxito al conseguir que el equipo convirtiera a Steelheart en su objetivo.

—No quiero ser la causa de que suceda de nuevo algo como lo de Portland —continuó Megan—. Sí, Steelheart es terrible; pero es un horror con el que la gente puede vivir.

—Entonces, ¿por qué no has renunciado? —pregunté—. ¿Por qué estás aquí?

—Porque soy una Reckoner —dijo ella—. Y mi trabajo no es llevarle la contraria al Profesor. Haré mi trabajo, Knees. Lo haré bien. Pero creo que esta vez estamos cometiendo un error.

Usaba de nuevo el mote que me había puesto. Se me antojó que era buena señal, ya que solo parecía utilizarlo cuando estaba menos molesta conmigo. Era afectuoso, ¿no? Aunque desde luego me habría gustado que el mote no hubiera surgido de un episodio tan embarazoso. ¿Por qué no Supershot? Eso habría sido otra cosa, ¿no?

Escalamos el resto del camino en silencio. Megan conectó la señal de radio con el resto del equipo, lo que parecía indicar que nuestra conversación se había terminado. Tal vez así fuera; desde luego, yo no sabía qué más decir. ¿Cómo podía pensar que vivir bajo el dominio de Steelheart era bueno?

Pensé en los otros chicos de la Fábrica, en la gente de las calles subterráneas. Supuse que muchos pensarían lo mismo: habían venido sabiendo que Steelheart era un monstruo, pero seguían considerando que la vida era mejor en Chicago Nova que en otros lugares.

Pero ellos eran acomodaticios; Megan era cualquier cosa menos eso. Era activa, increíble, capaz. ¿Cómo podía pensar como ellos? Aquello hacía que lo que yo sabía del mundo se tambaleara; al menos, lo que creía saber. Se suponía que los Reckoners eran diferentes.

¿Y si ella tenía razón?

—¡Oh, caray! —dijo de pronto Cody en mi oído.

—¿Qué?

—Tenéis problemas, chaval. Es…

En ese momento las puertas del hueco del ascensor que teníamos justo encima, las de la tercera planta, se abrieron. Dos guardias uniformados se acercaron al borde y se asomaron a la oscuridad.