19

Nightwielder se volvió hacia mí de inmediato.

Apunté hacia un lado el haz ultravioleta, con la cabeza gacha, como si estuviera estudiando el aparato y tratando de entender su funcionamiento. Quería que pareciera que proyectaba la luz sobre él por casualidad mientras la manejaba.

No miré a Nightwielder. No podía mirarlo. No sabía si la luz le había hecho efecto, pero si así era y sospechaba siquiera que yo me había dado cuenta, moriría.

Podía morir de todas formas.

Era doloroso no saber qué efecto había producido la luz, pero el aparato estaba grabando. Le di la espalda a Nightwielder y seguí tocando algunos botones del aparato con una mano, como si intentara hacerlo funcionar. Con la otra, los dedos temblando de nervios, saqué el chip de datos y lo oculté en la palma de mi mano.

Nightwielder seguía observándome. Podía sentir sus ojos como taladros en la espalda. La habitación se volvió más oscura, las sombras se estiraron. Diamond continuaba hablando de las características del aparato que enseñaba. Nadie parecía haber advertido que yo había atraído la atención de Nightwielder.

Fingí no advertirlo yo tampoco, aunque el corazón se me salía del pecho. Seguí toqueteando la máquina un poco más, luego la alcé como si por fin hubiera descubierto cómo funcionaba. Di un paso adelante, toqué la pared con el pulgar y retrocedí para ver la huella dactilar a la luz ultravioleta.

Nightwielder no se había movido. Estaba decidiendo qué hacer. Matarme lo protegería si yo había advertido lo que le hacía la luz ultravioleta. Podía hacerlo. Podía argumentar que yo había invadido su espacio personal o que lo había mirado mal. ¡Caray! Ni siquiera necesitaba poner una excusa. Podía hacer lo que quisiera.

Sin embargo, mi muerte encerraba un peligro para él. Cuando un Épico mataba de manera errática o inesperada, la gente se preguntaba siempre si era un intento de ocultar su flaqueza. Sus sicarios me habían visto manejar un escáner ultravioleta. Podían atar cabos. Así que para más seguridad tendría que matar a Diamond y a los soldados de Control. Probablemente también a sus propios ayudantes.

Yo estaba sudando. Era horrible estar allí, sin poder mirarlo siquiera mientras él decidía si matarme o no. Tenía ganas de volverme, mirarlo a los ojos y escupirle mientras me mataba.

«Tranquilo», me dije. Desterré la expresión retadora, me volví y fingí advertir por primera vez que Nightwielder me estaba mirando. Su pose era la misma de antes, con las manos a la espalda, el traje negro y la fina corbata negra, la mirada fija, la piel transparente. No había rastro de lo sucedido, si en efecto había sucedido algo.

Al verlo, di un respingo. No tuve que fingir miedo. Me noté palidecer. El color se borró de mi rostro. Dejé caer el escáner dactilar y solté un gritito. El aparato se rompió contra el suelo. Solté una imprecación y me agaché junto a él.

—¿Qué haces, idiota? —Diamond corrió hacia mí. No parecía muy preocupado por el escáner, sino más bien por que yo hubiera ofendido de algún modo a Nightwielder—. Lo siento mucho, Grandioso. Es un puñetero idiota, pero es lo mejor que he podido encontrar. Es…

Diamond se calló cuando las sombras aumentaron y giraron sobre sí mismas convirtiéndose en gruesos cables negros. Se apartó y yo me levanté de un salto. Sin embargo, la oscuridad no me atacó, sino que recogió el escáner dactilar.

La negrura se arremolinó en el suelo, en volutas que giraban sobre sí mismas. Los tentáculos levantaron el escáner en el aire, delante de Nightwielder, que lo estudió con indiferencia. Nos miró. La oscuridad se alzó y rodeó el escáner. Se oyó un crujido como el de cien nueces abriéndose a la vez.

El mensaje estaba claro: moléstame y tendrás el mismo destino. Nightwielder disimulaba hábilmente su miedo al escáner y su deseo de destruirlo bajo el disfraz de una simple amenaza.

—Yo… —dije en voz baja—. Jefe, ¿por qué no vuelvo ahí atrás y sigo trabajando en ese inventario, como me ha dicho?

—Es lo que deberías haber hecho desde el principio —dijo Diamond—. Lárgate.

Me marché, con la mano al costado, agarrando el chip de datos del escáner ultravioleta. Avivé el paso, sin importarme lo que pudiera parecer, hasta que eché a correr. Llegué a las cajas y la relativa seguridad de sus sombras. Allí, cerca del suelo, encontré un túnel completo que atravesaba la pared del fondo.

Tomé aliento y me colé a gatas por la abertura. Recorrí los dos metros y pico de acero y salí al otro lado.

Algo me agarró del brazo y me resistí por instinto. Alcé la cabeza, intentando encontrarle la lógica al modo en que Nightwielder había logrado que la oscuridad misma cobrara vida. Me sentí aliviado al ver un rostro familiar.

—¡Silencio! —dijo Abraham, sujetándome el brazo—. ¿Te persiguen?

—Creo que no —respondí en voz baja.

—¿Dónde está mi ametralladora?

—Hum… creo que se la he vendido a Nightwielder.

Abraham me miró alzando una ceja, luego tiró de mí para situarme a un lado, donde Megan nos cubría con mi rifle. Era la viva imagen de una profesional: los labios en una línea tensa, escrutando los túneles cercanos en busca de peligros. La única luz procedía de los móviles que Abraham y ella llevaban sujetos al hombro.

Abraham le hizo un gesto, y ya no hubo más conversación mientras los tres huíamos pasillo abajo. En la siguiente intersección de las catacumbas, Megan le entregó mi rifle a Abraham (ignorando que yo había extendido la mano para cogerlo) y desenfundó una de las pistolas. Asintió hacia él, apuntó y avanzó por el túnel de acero.

Continuamos así, sin hablar, un rato. Yo estaba completamente perdido antes, pero dimos tantas vueltas que apenas sabía ya dónde estaba arriba y dónde abajo.

—Muy bien —dijo por fin Abraham, levantando una mano para llamar a Megan—. Hagamos una pausa para ver si nos sigue alguien. —Se sentó en un pequeño hueco del pasillo, desde donde podía ver un buen tramo, por si alguien nos seguía. Por lo visto prefería apoyarse el arma en el hombro sano.

Me agaché junto a él y Megan se reunió con nosotros.

—Has hecho una jugada inesperada ahí arriba, David —dijo Abraham en voz baja, con calma.

—No he tenido tiempo de pensar —respondí—. Nos habían oído trabajar.

—Cierto, cierto. Y luego Diamond te ha sugerido que volvieras al fondo, pero has dicho que querías quedarte.

—Entonces, ¿lo has oído?

—No podría comentártelo si no. —Continuó vigilando el pasillo.

Me fijé en Megan, que me dirigió una mirada glacial.

—Falta de profesionalidad —murmuró.

Rebusqué en el bolsillo y saqué el chip de datos. Abraham lo miró y frunció el ceño. Obviamente, no se había quedado el tiempo suficiente para ver qué hacía yo con Nightwielder. Conecté el chip al móvil y descargué la información. Tres segundos más tarde, empezó el vídeo del escáner ultravioleta. Abraham se acercó, e incluso Megan dobló el cuello para ver qué mostraba.

Contuve la respiración. No sabía con seguridad si tenía razón respecto a Nightwielder… y, aun en caso de tenerla, no tenía la certeza de que una rápida grabación con el escáner hubiera registrado alguna imagen utilizable.

En la imagen del vídeo se veía el suelo y a mí, agitando una mano delante de la lente. Luego enfocó a Nightwielder y el corazón me dio un vuelco. Pulsé la pantalla, congelando la imagen.

—¡Astuto tarugo! —murmuró Abraham.

Allí, en la pantalla, aparecía la mitad de Nightwielder plenamente corpóreo. Costaba distinguirlo, pero estaba allí. Bajo la luz ultravioleta no era transparente, y su cuerpo parecía más pesado.

Pulsé otra vez la pantalla. La luz ultravioleta pasó de largo y Nightwielder se volvió de nuevo incorpóreo. El vídeo duraba un segundo o dos, pero era suficiente.

—Un escáner forense ultravioleta —expliqué—. Me ha parecido que esta sería la mejor ocasión que tendríamos para saber con seguridad…

—No me puedo creer que hayas corrido ese riesgo sin consultar a nadie —dijo Megan—. Podrían habernos matado a los tres.

—Pero no lo han hecho. —Abraham cogió de mi mano el chip de datos. Lo estudió con reverencia. Luego alzó la cabeza, como si se acordara de que debía vigilar el pasadizo por si había alguien siguiéndonos—. Tenemos que llevarle este chip al Profesor. Ahora mismo. —Tras una breve vacilación, añadió—: Buen trabajo.

Se levantó para ponerse en marcha, y yo no pude evitar sonreír. Cuando me volví hacia Megan, me dirigió una mirada aún más fría y hostil que la de antes. Se levantó y siguió a Abraham.

«Caray», pensé. ¿Qué hacía falta para impresionar a esa chica? Sacudí la cabeza y corrí tras ellos.