Me eché al hombro el arma de Abraham, ignorando la imprecación de Megan. Salí de detrás de las cajas antes de que pudiera detenerme, y en el último momento me acordé de quitarme el pinganillo de la oreja y guardármelo.
Cuando salí de la oscuridad, los soldados de Nightwielder volvieron sus armas hacia mí rápidamente. Sentí una punzada de ansiedad, el hormigueo de la indefensión. Odio que la gente me apunte con un arma, como todo el mundo, supongo.
Continué avanzando.
—Jefe —dije, palpando el arma—. La he hecho funcionar. El cargador sale ahora con facilidad.
Los soldados de Nightwielder se volvieron para mirarlo, como pidiendo permiso para disparar. El Épico se llevó las manos a la espalda, estudiándome con sus ojos etéreos. No parecía darse cuenta, pero con el codo rozaba la pared y atravesaba el acero sólido.
Me estudió, aunque permaneció inmóvil. Los matones no dispararon. Buena señal.
«Vamos, Diamond —pensé, tratando de controlar mi nerviosismo—. No seas idiota. Di algo…».
—¿Era la corredera? —me preguntó.
—No, señor. Un lado del cargador estaba ligeramente abollado. —Saludé respetuosamente con la cabeza a Nightwielder y sus acólitos, y luego me dispuse a dejar la ametralladora en el hueco de la pared. Encajaba, afortunadamente. Lo había supuesto, considerando que tenía más o menos el mismo tamaño que el arma Gauss.
—Bien, Diamond —dijo la ayudante de Nightwielder—. ¿Quieres hablarnos de esta nueva arma? Parece que…
—No —la interrumpió Nightwielder suavemente—. Que hable el muchacho.
Me detuve y me volví, nervioso.
—¿Señor?
—Háblame de esta arma —me pidió Nightwielder.
—El chico es nuevo —intervino Diamond—. No sabe…
—No pasa nada, jefe —dije—. Es una Manchester 451. El arma es una pasada: calibre 50, con cargadores electro-comprimidos. Cada uno contiene ochocientas balas. El sistema de selección de tiro permite disparos individuales, andanadas y ráfagas automáticas. Tiene reducción gravatónica del retroceso para el hombro, con mira opcional de magnitud avanzada, incluido receptor de audio, cálculo de alcance y un mecanismo de disparo remoto. También incluye un lanzagranadas opcional. Las balas suministradas son incendiarias y capaces de perforar blindajes, señor. No podría pedir un arma mejor.
Nightwielder asintió.
—¿Y esto? —dijo, señalando el arma que había al lado.
Me sudaban las palmas de las manos. Me las metí en los bolsillos. Eso era… era una… Sí, lo sabía.
—Browning M3919, señor. Un arma inferior pero muy buena para su precio. También calibre 50, aunque sin el reductor de retroceso, los gravatónicos ni la compresión de electrones. Es excelente como arma montada: con los reductores avanzados de calor en el cañón, puede disparar ochocientas balas por minuto. Más de un kilómetro y medio de alcance efectivo con precisión notable.
El pasillo quedó en silencio. Nightwielder observó el arma, luego se volvió hacia sus sicarios e hizo un gesto cortante. Estuve a punto de dar un respingo del susto, pero los otros se relajaron. Al parecer, había aprobado la prueba de Nightwielder.
—Queremos ver la Manchester —dijo la mujer—. Es exactamente lo que estamos buscando; tendrías que haberla mencionado antes.
—Yo… me avergonzaba el atasco del cargador —dijo Diamond—. Me temo que es un problema común de las Manchester. Cada arma tiene sus pegas. He oído que si se lima uno de los bordes superiores del cargador, encaja mucho más fácilmente. Traiga, déjeme bajársela…
La conversación continuó, pero se olvidaron de mí. Pude retirarme a un lugar donde no molestara. «¿Debería intentar escabullirme?», me pregunté. Parecería sospechoso que me fuera de nuevo al fondo del pasillo, ¿no? Caray. Daba la impresión de que iban a comprar la ametralladora de Abraham. Esperaba que me lo perdonara.
Si Abraham y Megan escapaban por el agujero, yo podría esperar a que Nightwielder se marchara y después alcanzarlos. Entonces quedarme quieto parecía la mejor opción por el momento.
Me encontré mirando la espalda de Nightwielder mientras sus sicarios continuaban con las negociaciones. Estaba… ¿a cuánto? ¿A tres pasos de él? Uno de los tres de confianza de Steelheart, uno de los Épicos vivos más poderosos, estaba ahí mismo, y yo no podía tocarlo. Bueno, no podía tocarlo literalmente, ya que era incorpóreo, pero tampoco figuradamente.
Así había sido siempre desde la aparición de Calamity. Muy pocos se atrevían a resistirse a los Épicos. Yo había visto a niños asesinados delante de sus padres, sin que nadie tuviera el valor de mover una mano para impedirlo. ¿Para qué intentarlo? Los hubieran matado igualmente.
También influía en mí hasta cierto punto. Estaba ahí a mi lado, pero lo único que quería era escapar. «Nos vuelves egoístas a todos, Nightwielder —pensé—. Por eso te odio. Os odio a todos». A Steelheart más que a nadie.
—… vendrían bien algunas herramientas forenses mejores —decía la servidora de Nightwielder—. Ya veo que no son tu especialidad.
—Siempre le traigo algo a Nightwielder… —respondió Diamond—. Y, desde luego, solo para ustedes. Déjenme enseñarles lo que tengo.
Parpadeé. Habían terminado la conversación sobre la Manchester y, al parecer, la habían comprado. Además le habían pedido un cargamento de trescientas más a Diamond, que hizo la venta aunque el arma no era suya.
«Forenses», pensé. Algo al respecto me cosquilleó en la memoria.
Diamond se puso a buscar unas cuantas cajas bajo su escritorio. Reparó en mí y me hizo apartarme.
—Puedes regresar al fondo y continuar con el inventario, chico. Ya no te necesito aquí.
Probablemente tendría que haber hecho lo que me decía, pero cometí una estupidez.
—Casi he terminado con eso, jefe —dije—. Y me gustaría quedarme, si puedo. Sigo sin saber mucho de equipo forense.
Él se quedó quieto, estudiándome, e hice todo lo posible para parecer inocente, con las manos en los bolsillos de la chaqueta. Una vocecita en mi interior murmuraba: «Eres un idiota, eres un idiota, eres un idiota». Pero ¿cuándo volvería a tener una ocasión como esa?
Formaba parte del equipo forense todo lo que se usa para estudiar el escenario de un crimen, y yo sabía un poco más al respecto de lo que acababa de darle a entender a Diamond: al menos había leído sobre el tema. Acababa de recordar que se puede encontrar ADN y huellas dactilares usando luz ultravioleta. Luz ultravioleta: eso que según mis notas era el punto flaco de Nightwielder.
—Bien. —Diamond continuó buscando—. Pero mantente apartado del Grandioso.
Retrocedí unos cuantos pasos y bajé la mirada. Nightwielder no me prestaba ninguna atención, y sus sicarios permanecían cruzados de brazos mientras Diamond sacaba un puñado de cajas. Empezó a preguntar qué necesitaban, y no tardé en enterarme por sus respuestas de que alguien del Gobierno de Chicago Nova (Nightwielder o tal vez el propio Steelheart) estaba preocupado por el asesinato de Fortuity.
Querían equipo para detectar Épicos. Diamond no tenía nada parecido. Dijo que había oído que existía algo a la venta en Denver, pero que había resultado ser solo un rumor. Parecía que ni siquiera alguien como Diamond tenía facilidad para encontrar los brazaletes zahoríes de los Reckoners.
También querían equipo para determinar mejor el punto de origen de los casquillos de bala y los explosivos. Esta petición sí podía satisfacerla, sobre todo en lo concerniente a los explosivos. Sacó varios artilugios de sus envoltorios de cartón y espuma de poliestireno; luego mostró un escáner que identificaba el compuesto químico de un explosivo analizando la ceniza que producía.
Esperé, tenso, mientras que la mujer cogía algo que parecía un maletín de metal con cerraduras. Lo abrió, revelando un puñado de pequeños artilugios dentro de huecos de gomaespuma. Parecía el maletín forense acerca del que yo había leído.
Encima de todo había un pequeño chip de datos que brillaba débilmente una vez que el maletín estaba abierto. Debía de ser el manual. La mujer acercó el móvil para descargar las instrucciones. Me acerqué e hice lo mismo; me miró con mala cara, pero enseguida me ignoró y continuó con su inspección.
El corazón se me aceleró. Repasé el contenido del manual hasta que lo encontré: un escáner ultravioleta para huellas dactilares con cámara adosada. Leí las instrucciones. Si conseguía sacarlo del maletín…
La mujer extrajo un aparato y lo inspeccionó. No era el escáner dactilar, así que no le presté atención. Cogí el escáner en cuanto apartó los ojos y lo manoseé, fingiendo curiosidad.
En el proceso, lo encendí. Emitió una luz azul. Tenía una pantalla en la parte posterior. Funcionaba como una cámara digital, pero emitía luz ultravioleta. La proyectabas sobre un objeto y grababas las imágenes que revelaba. Era muy útil si hacías un barrido en una habitación en busca de ADN: te proporcionaba una grabación de lo que habías visto.
Encendí la función de grabación. Lo que estaba a punto de hacer podía valerme la muerte. Había visto asesinar a gente por muchísimo menos. Pero sabía que Tia quería pruebas más consistentes. Era hora de proporcionarle algunas.
Encendí la luz ultravioleta y apunté con ella a Nightwielder.