—¡Es imposible! —dijo Diamond, comprobando su móvil—. Se supone que no deben llegar hasta dentro de una hora o dos. —Vaciló y se llevó la mano a un pequeño auricular, le vibraba el móvil.
Se puso pálido, probablemente al escuchar la noticia de que alguien llegaba antes de tiempo que le comunicaba la niña de fuera.
—¡Oh, cielos!
—Caray —dijo Megan, echándose al hombro la funda del arma Gauss.
—¿Tenías una cita con Steelheart hoy mismo…? —preguntó Abraham.
—No con él —respondió Diamond—. Suponiendo que fuera cliente mío, nunca vendría en persona.
—Solo envía a Nightwielder —dije, olfateando el aire—. Sí, está aquí. ¿No lo oléis?
—¿Por qué no nos has advertido? —le preguntó Megan a Diamond.
—No hablo de otros clientes con…
—No importa. Nos marchamos. —Abraham señaló hacia el fondo del pasillo, al extremo opuesto a aquel por el que habíamos venido—. ¿Adónde conduce?
—No tiene salida —dijo Diamond.
—¿Has venido aquí sin una ruta de escape? —pregunté, incrédulo.
—¡Nadie puede atacarme! —replicó Diamond—. No con toda la quincalla que tengo. ¡Calamity! Esto es inaudito. Mis clientes saben que no pueden llegar antes de la hora acordada.
—Detenlo fuera —dijo Abraham.
—¿Detener a Nightwielder? —preguntó Diamond, incrédulo—. Es incorpóreo. ¡Puede atravesar las paredes, por el amor de Calamity!
—Entonces impídele que recorra el pasillo hasta el fondo —dijo Abraham tranquilamente—. Al final está oscuro. Nos esconderemos.
—Yo no… —empezó a decir Diamond.
—No hay tiempo para discutir, amigo mío —replicó Abraham—. Todo el mundo finge que no le importa que vendas a todos los bandos, pero dudo de que Nightwielder te trate bien si nos descubre aquí. Me reconocerá: me tiene visto. Si me encuentra aquí, moriremos todos. ¿Comprendes?
Diamond, todavía pálido, volvió a asentir.
—Vamos —ordenó Abraham, echándose el arma al hombro y corriendo hacia el fondo del pasillo.
Megan y yo lo seguimos. El corazón me latía con fuerza. ¿Nightwielder reconocería a Abraham? ¿Qué historia tenían juntos?
Había cajas de madera y metálicas amontonadas en el extremo del pasillo. Era en efecto un callejón sin salida, pero sin iluminar. Abraham nos indicó que nos pusiéramos a cubierto detrás de las cajas. Seguíamos viendo las paredes llenas de armas que habíamos estado estudiando hacía un momento. Allí continuaba Diamond, retorciéndose las manos.
—Toma —dijo Abraham, apoyando su enorme ametralladora en una caja y apuntando directamente a Diamond—. Encárgate de esto, David. No dispares a menos que sea preciso.
—No servirá contra Nightwielder, de todas formas —dije—. Tiene invencibilidad suprema: balas, armas energéticas y explosiones pasan a través de él.
A menos que pudiéramos exponerlo a la luz del sol, suponiendo que yo tuviera razón. Por convincente que fuera con los demás, la verdad era que no sabía más que habladurías.
Abraham rebuscó en el bolsillo de su pantalón militar y sacó algo: un tensor.
Inmediatamente sentí un arrebato de alivio. Iba a abrirnos camino hacia la libertad.
—Entonces, ¿no vamos a esperar a que se vayan?
—Por supuesto que no —dijo él con total calma—. Me siento como una rata en una trampa. Megan, contacta con Tia. Necesitamos saber cuál es el túnel más cercano a este. Abriré una ruta hasta él.
Megan asintió, se arrodilló y se cubrió la boca con la mano mientras susurraba a su móvil. Abraham calentó el tensor y yo desplegué la mira de su ametralladora, situando el interruptor en modo descarga. Él asintió, aprobando el movimiento.
Eché un vistazo por la mira. Era buena, mucho mejor que la mía, con indicadores de distancia, monitores para la velocidad del viento y compensadores opcionales para la falta de luz. Logré ver bastante bien a Diamond mientras les daba la bienvenida a sus nuevos clientes con los brazos abiertos y sonriendo de oreja a oreja.
Me puse tenso. Eran ocho: dos hombres y una mujer trajeados, y cuatro soldados de Control. Aparte de Nightwielder, un asiático alto, solo a medias presente; leve, incorpóreo. Llevaba un traje bonito, con la chaqueta larga de estilo oriental, el pelo corto, y caminaba con las manos a la espalda.
Puse el dedo en el gatillo. Esa criatura era la mano derecha de Steelheart, la fuente de la oscuridad que aislaba Chicago Nova del sol y las estrellas. Una oscuridad similar se agitaba en el suelo a su alrededor, deslizándose hacia las sombras y arremolinándose. Nightwielder podía matar con eso, crear tentáculos de bruma oscura que se solidificaba y atravesaba a un hombre.
La incorporeidad y la manipulación de esa bruma eran sus dos únicos poderes conocidos, pero eran peliagudos. Capaz de atravesar materia sólida, como todos los incorpóreos, podía volar a velocidad constante, oscurecer por completo una habitación y atravesarte con esa oscuridad. También podía mantener toda la ciudad en la noche perpetua. Muchos pensaban que dedicaba a esto último la mayor parte de su energía.
Eso me había preocupado siempre. De no estar tan ocupado manteniendo la ciudad en la oscuridad, habría sido tan poderoso como el propio Steelheart. Fuera como fuese, era perfectamente capaz de encargarse de nosotros tres, desprevenidos como nos había pillado.
Nightwielder y sus dos sicarios conversaban con Diamond. Deseé oír lo que decían. Vacilé y me aparté de la mira telescópica. Muchas armas avanzadas tenían…
Sí. Conecté el interruptor lateral y activé el amplificador de sonido direccional de la mira. Saqué el auricular de mi móvil, lo pasé ante el chip de la mira para sincronizarlo y me lo metí en lo oreja. Inclinado hacia delante, apunté al grupo. El receptor captó lo que estaban diciendo.
—… está interesado en un tipo concreto de arma, esta vez —decía una de los sicarios de Nightwielder. Llevaba traje y el pelo corto por encima de las orejas—. A nuestro emperador le preocupa que nuestras fuerzas confíen demasiado en las unidades blindadas para recibir apoyo pesado. ¿Qué tienes para unidades móviles?
—Eh… bastante —dijo Diamond.
«Caray, parece nervioso». No nos miró, pero temblaba y estaba sudando. Para tratarse de un hombre que se dedicaba al comercio clandestino de armas, desde luego no sabía controlar los nervios.
Diamond dejó de mirar a la mujer y se volvió hacia Nightwielder, que seguía con las manos a la espalda. Según mis notas, rara vez hablaba directamente durante las negociaciones comerciales. Prefería usar sicarios. Era alguna costumbre cultural japonesa.
La conversación continuó, y Nightwielder siguió de pie, con las manos a la espalda y en silencio. No se acercaron a mirar las armas de las paredes, ni siquiera cuando Diamond los invitó a hacerlo. Lo obligaron a llevárselas, y fue uno de los ayudantes quien se encargó de la inspección y las preguntas.
«Eso le conviene —pensé, y una gota de sudor nervioso me bajó por la sien—. Puede concentrarse en Diamond: estudiar y pensar, sin molestarse en entablar conversación».
—Lo tengo —susurró Megan.
Miré hacia atrás y la vi moviendo el móvil y cubriendo la luz con la mano para mostrarle a Abraham el mapa que había enviado Tia. Él tuvo que acercarse para verlo, porque había reducido el brillo de la pantalla del móvil casi por completo.
Abraham refunfuñó en voz baja.
—Dos metros recto, unos pocos grados hacia abajo. Voy a tardar unos cuantos minutos.
—Deberías ponerte manos a la obra, entonces… —dijo Megan.
—Necesitaré tu ayuda para ir quitando el polvo.
Megan se colocó a un lado y Abraham apoyó la mano en la pared del fondo, cerca del suelo, y activó el tensor. Un gran disco de acero empezó a desintegrarse bajo su contacto, creando un túnel por el que podríamos pasar arrastrándonos. Megan iba recogiendo y apartando el polvo de acero mientras Abraham se concentraba.
Volví a mi labor de vigilancia, tratando de respirar lo más suavemente posible. Los tensores no hacían mucho ruido, solo producían un leve zumbido. Era de esperar que nadie se diera cuenta.
—… amo piensa que esta arma es de baja calidad —dijo el sirviente, devolviendo una ametralladora—. Nos sentimos cada vez más decepcionados con tu selección, mercader.
—Bueno, quieren ustedes armamento pesado, pero no lanzadores. Es una exigencia difícil de cumplir. Yo…
—¿Qué es eso de la pared? —preguntó una voz suave, escalofriante. Sonaba como un susurro fuerte, con un acento característico, pero penetrante. Me hizo estremecer.
Diamond se envaró. Varié ligeramente el ángulo de la mira. Nightwielder estaba de pie junto a la pared de las armas. Señalaba un hueco del que sobresalían unos ganchos: el lugar donde había estado colgada el arma Gauss.
—Había algo aquí, ¿no? —preguntó Nightwielder. Casi nunca le hablaba a nadie directamente. No era buena señal—. Has abierto hoy mismo. ¿Ya has hecho negocios?
—Yo… no hablo de otros clientes —dijo Diamond—. Lo saben.
Nightwielder volvió a mirar la pared. En ese momento, Megan chocó con una caja mientras retiraba polvo de acero. No hizo mucho ruido; de hecho, ella ni siquiera se dio cuenta. Nightwielder volvió la cabeza hacia nosotros, sin embargo. Diamond siguió su mirada: al traficante de armas le temblaba tanto la mano de los nervios que podría haber hecho mantequilla con solo meterla en un cubo de leche.
—Ha notado algo —dije en voz baja.
—¿Qué? —preguntó Abraham, todavía concentrado.
—Tú a lo tuyo —le dije, poniéndome en pie—. Y permaneced callados.
Había llegado el momento de improvisar un poco más.