La tienda de Diamond no estaba en una habitación, sino en uno de los largos pasadizos de las catacumbas. Supuse que el otro extremo era un callejón sin salida o que habría guardias en él. El espacio estaba iluminado desde arriba por lámparas portátiles que, en contraste con la oscuridad de las catacumbas, resultaban casi cegadoras.
Esas luces iluminaban armas, cientos de armas que colgaban de las paredes del pasillo. Hermosas armas de acero bruñido y silencioso negro mate. Rifles de asalto. Pistolas. Bestias enormes electro-comprimidas como la que llevaba Abraham, con gravatónicos plenos. Revólveres a la antigua usanza, granadas apiladas, lanzacohetes.
Yo solo había poseído dos armas en la vida: mi pistola y mi rifle. El rifle era un buen amigo. Hacía tres años que lo tenía y confiaba mucho en él. Trabajaba cuando lo necesitaba. Teníamos una estupenda relación: yo lo cuidaba y él me cuidaba a mí.
Sin embargo, al ver la tienda de Diamond me sentí como un niño que solo ha tenido un coche de juguete y al que acaban de ofrecerle una sala llena de Ferraris.
Abraham entró en el pasadizo. No prestó demasiada atención a las armas. Megan entró también y yo la seguí, pegado a sus talones, mirando las paredes y su mercancía.
—Guau —dije—. Es como… un bananal de armas.
—Un bananal —repitió Megan inexpresivamente.
—Claro. ¿Sabes cómo las bananas crecen y cuelgan de los bananos y todo eso?
—Knees, eres un caso con las comparaciones.
Me ruboricé. «Una galería de arte —pensé—. Tendría que haber dicho “como una galería de arte para armas”. No, espera. En ese caso habría significado una galería para que la visitaran las armas. ¿Una galería de armas, entonces?».
—¿Cómo sabes siquiera lo que son las bananas? —preguntó Megan en voz baja mientras Abraham saludaba a un hombre grueso que estaba ante un pedazo de pared despejado. Solo podía tratarse de Diamond—. Steelheart no importa de América Latina.
—De mis enciclopedias —contesté, distraído. «Una galería de arte para criminales con afanes destructores. Eso tendría que haber dicho. Impresiona, ¿verdad?»—. Las leí unas cuantas veces. Algo se me quedó.
—Enciclopedias.
—Sí.
—Y las has leído «unas cuantas veces».
Callé al darme cuenta de lo que acababa que decir.
—Esto… no. Quiero decir que las hojeé. Ya sabes, buscando imágenes de armas. Yo…
—Eres todo un empollón —dijo ella, adelantándose para reunirse con Abraham. Parecía divertida.
Suspiré, me uní a ellos y traté de llamar su atención para decirle mi nueva comparación, pero Abraham nos estaba presentando.
—… chico nuevo —dijo, señalándome—. David.
Diamond me saludó con un gesto de cabeza. Llevaba una camiseta de flores algo chillona, como supuestamente hacía antiguamente la gente de los trópicos. Tal vez eso me había inspirado el símil de las bananas. Con barba y melena blancas, pero con entradas, sonreía abiertamente con chispitas en los ojos.
—Supongo que quieres ver lo nuevo —le dijo a Abraham—. Lo emocionante. ¿Sabes qué? Ejem. Mis otros clientes no han llegado todavía. ¡Sois los primeros! ¡El primero elige!
—Y paga el precio más alto —dijo Abraham, volviéndose para mirar la pared llena de armas—. ¡La muerte cuesta tanto hoy en día!
—Y eso lo dice el hombre que lleva una Manchester 451 electro-comprimida —dijo Diamond—. Con gravatónicos y lanzador de granadas completo. Bonitas explosiones. Un poco pequeñas, pero las puedes ir repitiendo de formas muy divertidas.
—Enséñanos lo que tienes —pidió Abraham, amable aunque algo forzadamente.
Hubiese jurado que parecía más tranquilo hablando con los matones que le habían disparado. Curioso.
—Voy a traer unas cosas para enseñároslas —dijo Diamond. Tenía sonrisa de pez loro, que siempre he supuesto que tiene aspecto de loro, aunque nunca haya visto un animal ni el otro—. ¿Por qué no echáis un vistazo? Curiosead un poco. Decidme qué se os antoja.
—Muy bien —respondió Abraham—. Gracias.
Nos hizo un gesto con la cabeza: sabíamos lo que teníamos que hacer. Buscar algo que se saliera de lo común. Un arma tremendamente destructiva, cuyo poder de destrucción pareciera obra de un Épico. Si íbamos a imitar a uno, necesitábamos algo demoledor.
Megan se detuvo a mi lado, inspeccionando una ametralladora de balas incendiarias.
—No soy un empollón —le susurré en voz baja.
—¿Qué más da? —me preguntó ella tan tranquila—. No hay nada malo en ser listo. De hecho, si eres inteligente serás un activo más interesante para el equipo.
—Es que… no me gusta que me llamen empollón. Además, ¿quién sabe de algún empollón que salte de un avión en pleno vuelo y le dispare a un Épico mientras se lanza hacia el suelo?
—Nunca he oído que nadie haya hecho eso.
—Phaedrus lo hizo —dije—. En la ejecución de Redleaf; hace tres años, en Canadá.
—Esa historia se exageró —dijo Abraham en voz baja, acercándose—. Era un helicóptero. Y todo formaba parte de un plan: fuimos muy cuidadosos. Ahora, por favor, concentrémonos en la tarea que nos ocupa.
Cerré la boca y empecé a estudiar las armas. Las balas incendiarias eran impresionantes, pero no particularmente originales. No eran lo suficientemente impactantes para nosotros. De hecho, ninguna arma básica nos serviría; disparara balas, cohetes o granadas, no sería convincente. Necesitábamos algo más parecido a las armas de energía que tenía Control, un medio para imitar la potencia de fuego innata de los Épicos.
Recorrí el pasillo. Las armas parecían más brillantes cuanto más me alejaba. Me detuve junto a un curioso grupo de objetos. Parecían bastante inocentes: una botella de agua, un teléfono móvil, un bolígrafo. Estaban colocados en la pared como si fueran armas.
—Ah… eres un entendido, ¿verdad, David?
Di un respingo y me volví. Diamond estaba detrás de mí, sonriente. ¿Cómo podía moverse con tanto sigilo un hombre tan gordo?
—¿Qué son? —pregunté.
—Explosivos camuflados avanzados —respondió con orgullo. Dio un golpecito con una mano en una sección de la pared y apareció una proyección. Al parecer tenía un creador de imágenes conectado allí. Había una botella de agua en una mesa. Un hombre de negocios pasó mirando unos papeles que llevaba en la mano. Los dejó sobre la mesa y destapó la botella. Explotó.
Retrocedí de un salto.
—Ah —dijo Diamond—. Espero que aprecies el valor de estas imágenes: no suelo conseguir buenas tomas de la detonación de un explosivo camuflado. Esta es notable. ¿Ves? La explosión lanza el cuerpo hacia atrás sin dañar mucho lo que hay alrededor. Eso es importante en el caso de un explosivo camuflado, sobre todo si la persona a la que vas a asesinar puede llevar documentos valiosos encima.
—Es repugnante —dije, dándole la espalda.
—Nos dedicamos al negocio de la muerte, jovencito.
—Me refiero al vídeo.
—No era una persona muy agradable, si te sirve de algo. —Dudé de que eso le importara a Diamond. Parecía afable mientras señalaba la pared—. Una buena explosión. Te seré sincero: tengo esto a la venta porque me gusta mostrar ese vídeo. Es único.
—¿Explotan todos? —pregunté, examinando los artilugios de aspecto inocente.
—El bolígrafo es un detonador —dijo Diamond—. Lo pulsas y estalla uno de los borradores que hay al lado. Son detonadores universales. Depende de la sustancia, pero están programados con algoritmos de detección bastante avanzados. Pega uno de esos borradores a una granada de cualquier tipo, aléjate, y luego pulsa el bolígrafo.
—Si puedes pegar uno a la granada —explicó Megan, acercándose—, puedes tirar de la anilla o, mejor aún, disparar al objetivo.
—No son válidos para todas las situaciones —dijo Diamond, a la defensiva—. Pero son muy divertidos. ¿Qué puede haber mejor que detonar los explosivos de tu enemigo cuando menos se lo espera?
—Diamond —llamó Abraham desde el fondo del pasillo—, ven a hablarme de esto.
—¡Ah! Excelente opción. Maravillosos explosivos… —Se escabulló.
Contemplé el panel lleno de objetos letales aparentemente inocentes. Algo en ellos me pareció perverso. Yo había matado a hombres, pero lo había hecho de frente, con una pistola en la mano, y solo porque me había visto obligado a ello. No tenía muchas ideas filosóficas sobre la vida, pero una de ellas la había heredado de mi padre: nunca des el primer puñetazo; si tienes que dar el segundo, asegúrate de que no se levanten para el tercero.
—Podrían ser útiles —dijo Megan, todavía cruzada de brazos—. Aunque dudo de que ese capullo realmente entienda para qué.
—Lo sé —dije, tratando de redimirme—. Quiero decir, ¿grabar así la muerte de un pobre tipo? Es una completa falta de profesionalidad.
—La verdad es que vende explosivos —dijo Megan—, así que tener una grabación así es profesional por su parte. Sospecho que tiene grabaciones de la utilización de todas y cada una de estas armas, ya que no podemos probarlas aquí abajo.
—Megan, esa grabación es de un tipo volando por los aires. —Sacudí la cabeza, asqueado—. Es horrible. No se deberían mostrar cosas así.
Ella vaciló, como preocupada por algo.
—Sí. Naturalmente. —Me miró—. No has llegado a decirme por qué te molesta tanto que te llamen empollón.
—Sí que te lo he dicho. No me gusta porque, verás, quiero hacer cosas asombrosas. Y los empollones no…
—No es por eso. —Me miró fríamente. ¡Caray, qué ojos tan bonitos!—. Hay algo más que te molesta, y tienes que superarlo. Es una flaqueza. —Echó un vistazo a la botella de agua, luego se volvió y se acercó a lo que Abraham estaba inspeccionando. Era una especie de bazuca.
Me aseguré el rifle al hombro y me metí las manos en los bolsillos. Parecía que últimamente pasaba mucho tiempo recibiendo sermones. Creía que al salir de la Fábrica eso se terminaría, pero supongo que estaba equivocado.
Me di la vuelta y observé la pared más cercana. Me costaba concentrarme en las armas; era algo nuevo para mí. Le daba vueltas a lo que ella me había preguntado. ¿Por qué me molestaba tanto que me llamaran empollón?
Me acerqué a su lado.
—No sé si es lo que queremos —estaba diciendo Abraham.
—Pero las explosiones son enormes —añadió Diamond.
—Es porque eliminaron a los listos —le dije a Megan en voz baja.
Noté sus ojos sobre mí, pero continué mirando la pared.
—Un montón de chicos de la Fábrica intentaron con todas sus fuerzas demostrar lo listos que eran —dije, en voz baja—. Íbamos a clase, ya sabes. Íbamos a la escuela medio día, trabajábamos el resto de la jornada, a menos que el maestro te expulsara. Si te iba mal, te echaba y tenías que trabajar todo el día. La vida en la escuela era más fácil que en la Fábrica, así que la mayoría de los chicos se esforzaban.
»Sin embargo, los listos, los realmente listos, los empollones… se marchaban. Se los llevaban a la ciudad de arriba. Si demostrabas talento con los ordenadores, o con las matemáticas, o escribiendo, allá que ibas. He oído decir que encontraban buenos trabajos. En los cuerpos de propaganda de Steelheart o en sus oficinas de contabilidad o algo así. Cuando era pequeño, me hacía gracia que Steelheart tuviera contables. Tiene un montón, ya lo sabes. Hace falta gente así en un imperio.
Megan me miró, curiosa.
—Entonces, tú…
—Aprendí a hacerme el tonto —dije—. El mediocre, más bien. A los tontos los expulsaban de la escuela y yo quería aprender; sabía que necesitaba aprender, así que tenía que quedarme. También sabía que, si iba arriba, perdería la libertad. Él vigila mucho mejor a sus contables que a los obreros de sus fábricas.
»Había otros chicos como yo. Un montón de chicas ascendieron rápido, las listas. Sin embargo, para algunos de los chicos que conocía era una cuestión de orgullo que no se los llevaran arriba. No quería ser de los listos. Tuve que tener muchísimo cuidado, porque hacía muchas preguntas sobre los Épicos. Tuve que esconder los cuadernos, encontrar formas de engañar a quienes me consideraban listo.
—Pero ya no estás allí. Estás con los Reckoners. Así que no importa.
—Importa —dije—. Porque no soy listo, solo soy insistente. Mis amigos listos no tenían que estudiar. Yo tenía que estudiar como un burro para los exámenes.
—¿Como un burro?
—Ya sabes. Porque los burros trabajan duro tirando de carros y arados y eso.
—Sí, ignoraré el comentario.
—No soy listo —insistí.
No le conté que en parte tenía que estudiar tan duro porque necesitaba conocer perfectamente la respuesta a todas y cada una de las preguntas. Solo entonces podía asegurarme de que respondería mal al número exacto de ellas para permanecer en el término medio, pareciendo lo suficientemente listo para continuar en la escuela sin destacar.
—Además —proseguí—, los muy listos aprendían porque les encantaba. A mí no. Odiaba estudiar.
—Leíste la enciclopedia unas cuantas veces.
—Buscando posibles flaquezas de los Épicos —dije—. Necesitaba conocer diferentes metales, elementos y compuestos químicos, símbolos. Prácticamente cualquier cosa podía ser un punto flaco. Esperaba que algo hiciera clic en mi cabeza. Algo sobre él.
—Entonces todo es por él.
—Todo en mi vida es por él, Megan —dije, mirándola—. Todo.
Nos quedamos callados, aunque Diamond siguió con su charla. Abraham se había vuelto hacia mí. Parecía pensativo.
«Magnífico —pensé—. Me ha oído. Genial».
—Ya basta por favor, Diamond —dijo Abraham—. Esta arma no nos sirve.
El traficante suspiró.
—Muy bien. Tal vez puedas darme una pista de lo que puede serviros.
—Algo distintivo —explicó Abraham—. Algo nunca visto y a la vez destructivo.
—Bueno, no tengo muchas cosas que no sean destructivas —dijo Diamond—. Pero distintivo… Déjame ver.
Abraham nos indicó que siguiéramos buscando. Sin embargo, mientras Megan continuaba haciéndolo, me agarró por el brazo. Su presa era bastante fuerte.
—Steelheart se lleva a los listos porque los teme —me dijo en voz baja—. Lo sabe, David. Todas estas armas no lo asustan. No serán lo que lo derroque. Será la persona lo bastante lista para descubrir el punto débil de su armadura. Sabe que no puede matarlos a todos, así que les da trabajo. Cuando muera, será a manos de alguien como tú. Recuerda eso.
Me soltó el brazo y se fue detrás de Diamond.
Lo miré marcharse y me acerqué a otro conjunto de armas. Sus palabras no cambiaban nada en realidad, pero curiosamente me sentí un poco más alto mientras miraba la hilera de armas y podía identificar a cada uno de los fabricantes.
No soy ningún empollón, sin embargo. Al menos sigo sabiendo eso.
Examiné las armas unos minutos, orgulloso de poder identificar muchas. Por desgracia, ninguna parecía lo bastante distintiva. De hecho, que pudiera identificarlas implicaba que no eran lo suficientemente específicas. Necesitábamos algo que nadie hubiera visto nunca.
«A lo mejor no tiene nada —pensé—. Si mantiene las existencias en circulación, puede que hayamos elegido el peor momento para venir. A veces comprando por comprar no te llevas nada que merezca la pena. Es…».
Me detuve al ver algo diferente. Motos.
Había tres en fila, al fondo del pasillo. No las había visto al principio, concentrado como estaba en las armas. Eran estilizadas, verde oscuro con motivos negros. Sentí ganas de encogerme y agacharme para ofrecer menos resistencia al viento. Me imaginé recorriendo las calles en una. Parecían agresivas como caimanes. Caimanes rapidísimos vestidos de negro. Caimanes ninja.
Decidí no usar esa comparación con Megan.
No llevaban armamento en apariencia, aunque sí unos extraños artilugios a los lados. ¿Tal vez armas energéticas? No encajaban con mucho de lo que tenía Diamond, pero claro, lo que tenía era bastante ecléctico.
Megan pasó de largo y alcé un dedo para señalar las motos.
—No —dijo ella, sin mirar siquiera.
—Pero…
—No.
—¡Pero si son asombrosas! —dije, como si eso fuera argumento suficiente. Y, caray, debería haberlo sido. ¡Eran asombrosas de verdad!
—Apenas fuiste capaz de conducir el coche de una mujer, Knees —me dijo Megan—. No quiero verte montado en algo con gravatónicos.
—¡Gravatónicos! —Eso era aún más asombroso.
—No —repitió Megan con firmeza.
Observé a Abraham, que inspeccionaba algo cerca. Me miró, luego miró las motos y sonrió.
—No.
Suspiré. ¿No se suponía que ir a comprar armas era divertido?
—Diamond —llamó Abraham al traficante de armas—, ¿qué es esto?
El otro se acercó.
—Oh, es maravilloso. Produce grandes explosiones. Es… —Su expresión cambió cuando vio lo que estaba mirando Abraham—. ¡Ah, eso! Hum, es maravilloso, aunque no sé si responde a vuestras necesidades…
El artículo en cuestión era un gran rifle con un cañón muy largo y mira telescópica. Parecía un AWM, un rifle para francotiradores que la Fábrica había utilizado como modelo para construir sus productos, pero con el cañón más largo y unas extrañas bobinas en torno al guardamanos. Estaba pintado de verde oscuro y tenía un gran agujero donde debería haber encajado el cargador.
Diamond suspiró.
—Esta arma es maravillosa, pero eres un buen cliente. Debería advertirte que no tengo los recursos necesarios para hacerla funcionar.
—¿Qué? —preguntó Megan—. ¿Vendes un arma rota?
—No es eso —respondió Diamond, dando un golpecito en la sección de la pared situada junto al arma. Apareció la imagen de un hombre en posición de disparo, en el suelo, empuñando el rifle y observando por la mirilla unos edificios desvencijados—. Se llama Gauss y es un arma desarrollada a partir de estudios sobre uno de esos Épicos que lanza balas a la gente.
—Rick O’Shea —dije, asintiendo—. Un Épico irlandés.
—¿Se llama de verdad así? —preguntó Abraham en voz baja.
—Sí.
—Es horrible. —Se estremeció—. Coger una hermosa palabra francesa[2] y convertirla en… en algo que diría Cody. ¡Maldita sea!
—Ese Épico puede volver inestables los objetos al tocarlos —dije yo—. Luego explotan cuando se ven sometidos a un impacto importante. Básicamente carga las rocas de energía, las lanza a la gente y explotan. Es el típico Épico de energía cinética.
Me interesaba más la idea de que hubieran desarrollado una tecnología basándose en sus poderes. Ricky era un Épico nuevo. No existía en los viejos tiempos en que, como habían explicado los Reckoners, los Épicos fueron encarcelados y se experimentó con ellos. ¿Significaba esto que ese tipo de investigaciones seguían en marcha? ¿Había un lugar donde los Épicos estaban cautivos? Yo no había oído hablar de nada parecido.
—¿El arma? —le preguntó Abraham a Diamond.
—Bueno, como decía —Diamond tocó la pared y el vídeo empezó a reproducirse—, es un tipo de arma Gauss que usa un proyectil que ha sido cargado de energía. La bala, una vez vuelta explosivo, es impulsada a velocidades extremas usando imanes diminutos.
El hombre que empuñaba el rifle en el vídeo accionó un interruptor y las bobinas se iluminaron en verde. Apretó el gatillo y se produjo un estallido de energía casi sin retroceso. Una luz verde brotó del cañón dibujando una línea en el aire. Uno de los edificios lejanos explotó en una extraña lluvia verde que pareció deformar el aire.
—No estamos seguros de por qué hace eso —admitió Diamond—. Ni de cómo. La tecnología convierte la bala en una carga explosiva.
Sentí un escalofrío y pensé en los tensores, las chaquetas, la tecnología utilizada por los Reckoners. Lo cierto era que gran parte de la tecnología que empleábamos había llegado con los Épicos. ¿Hasta qué punto la entendíamos?
Nos basábamos en una tecnología que no entendíamos del todo para estudiar a criaturas enigmáticas que ni siquiera sabían cómo hacían lo que hacían. Éramos como sordos intentando bailar a un son que no podíamos oír mucho después de que la música hubiera parado. O… espera un momento: no sé qué pretendo decir con eso.
En cualquier caso, las luces que provocaba la explosión de esa arma eran muy distintivas, incluso hermosas. No dejaba muchos escombros, solo un poco de humo verde flotando en el aire. Era casi como si el edificio se hubiera transformado directamente en energía.
Entonces se me ocurrió.
—La aurora boreal —dije, señalando—. Se parece a las imágenes que he visto de la aurora boreal.
—La capacidad destructora parece considerable —comentó Megan—. Ese edificio ha quedado destruido casi por completo con un solo tiro.
Abraham asintió.
—Podría ser lo que necesitamos. Sin embargo, Diamond, ¿puedo preguntarte lo que has dicho antes? Has dicho que no funcionaba.
—Funciona bien —repuso el traficante rápidamente—. Pero requiere un paquete de energía para disparar. Uno potente.
—¿Cómo de potente?
—De cincuenta y seis KC —dijo Diamond y, tras vacilar, añadió—: por disparo.
Abraham silbó.
—¿Eso es mucho? —preguntó Megan.
—Sí —dije yo, asombrado—. Como varios miles de células de combustible estándar.
—Normalmente hay que conectarlo por cable a su propia unidad de energía —dijo Diamond—. No se puede conectar este chico malo a un simple enchufe de pared. Los tiros de esta demo fueron disparados usando varios cables de doce centímetros conectados a un generador exclusivo. —Miró el arma—. La compré esperando poder adquirir para cierto cliente algunas células de combustible de alta potencia y luego vendérsela en pleno funcionamiento.
—¿Quién conoce la existencia de esta arma? —preguntó Abraham.
—Nadie —respondió Diamond—. Se la compré directamente al laboratorio que la creó y quien hizo este vídeo era empleado mío. Nunca ha estado en el mercado. De hecho, los investigadores que la construyeron murieron al cabo de unos meses… Volaron por los aires, pobres idiotas. Supongo que es lo que pasa cuando tienes por costumbre construir aparatos que sobrecargan la materia.
—Nos la llevamos —dijo Abraham.
—¿Os la lleváis? —Diamond parecía sorprendido. Luego una sonrisa iluminó su rostro—. Bueno. ¡Es una elección excelente! Estoy seguro de que os encantará; pero, una vez más, para que quede claro, te recuerdo que no disparará a menos que dispongáis de vuestra propia fuente de energía, una fuente muy poderosa que probablemente no podáis transportar. ¿Comprendes?
—Encontraremos una —dijo Abraham—. ¿Cuánto?
—Doce —respondió Diamond sin perder un segundo.
—No se la puedes vender a nadie —dijo Abraham—, y no puedes hacer que funcione. Te daré cuatro. Gracias.
Abraham sacó una cajita. La pulsó y se la entregó.
—Y nos llevaremos uno de esos bolígrafos detonadores —dije de pronto mientras acercaba el móvil a la pared y descargaba el vídeo del arma Gauss en acción. Estuve a punto de pedir una moto, pero supuse que sería pasarme.
—Muy bien —aprobó Diamond, alzando la caja que Abraham le había dado. ¿Qué era, por cierto?—. ¿Está Fortuity aquí dentro? —preguntó.
—¡Ay, nuestro encuentro con él no nos dio tiempo para una cosecha adecuada! —se lamentó Abraham—. Pero contiene otros cuatro, incluido Absence.
¿Cosecha? ¿Qué significaba eso? Absence era un Épico a quien los Reckoners habían matado el año anterior.
Diamond gruñó. De pronto sentí mucha curiosidad por lo que había dentro de aquella caja.
—Toma esto también. —Abraham le tendió un chip de datos.
Diamond sonrió, aceptándolo.
—Sabes cómo endulzar un trato, Abraham. Sí que sabes.
—Que nadie se entere de que tenemos esto —dijo Abraham, indicando el arma—. Ni siquiera le digas a nadie que existe.
—¡Por supuesto que no! —Diamond se hizo el ofendido. Se acercó a su mesa para sacar de debajo una funda de rifle estándar y guardó el arma.
—¿Con qué le hemos pagado? —le pregunté a Megan en un susurro.
—Cuando los Épicos mueren, su cuerpo sufre una… —respondió ella.
—Mutación mitocondrial —terminé por ella—. Sí.
—Bueno. Cuando matamos a un Épico, cosechamos parte de sus mitocondrias. Los científicos que construyen este tipo de cosas las necesitan. Diamond comercia con ellas con los laboratorios de investigación secretos.
Silbé en voz baja.
—Guau.
—Sí —dijo ella, preocupada—. Las células mueren al cabo de minutos si no las congelas, lo que hace difícil cosecharlas. Hay algunos grupos por ahí que se ganan la vida cosechando células: no matan a los Épicos, solo roban una muestra de sangre y la congelan. Se ha convertido en una moneda secreta de mucho valor.
De modo que así era como sucedía. Los Épicos ni siquiera tenían por qué enterarse. Sin embargo, aquello me preocupó profundamente. ¿Hasta qué punto entendíamos el proceso? ¿Qué opinarían los Épicos de que su material genético se vendiera en el mercado negro?
A pesar de todas mis investigaciones sobre los Épicos, yo nunca había oído nada de eso. Me sirvió de recordatorio. Podía haber descubierto unas cuantas cosas, pero había un mundo entero desconocido para mí.
—¿Y el chip de datos que le ha dado Abraham? —pregunté—. Eso que Diamond ha llamado «endulzar un trato».
—Contiene explosiones —dijo ella.
—Ah. Claro.
—¿Por qué quieres ese detonador?
—No lo sé —contesté—. Lo encuentro divertido. Y como parece que pasará tiempo hasta que tenga una de esas motos…
—Nunca tendrás una de esas motos.
—… se me ha ocurrido que debía pedir algo.
Ella no respondió. Me pareció que la había molestado sin querer. Otra vez. Me costaba entender qué la molestaba: parecía que Megan tenía sus normas particulares acerca de lo que era «profesional» y lo que no.
Diamond terminó de guardar el arma y, para mi deleite, metió el bolígrafo detonador y un puñadito de «borradores» en la funda. Estaba encantado de llevarme algo extra.
Entonces noté olor a ajo. Fruncí el ceño. No olía exactamente a ajo, pero se parecía. ¿Qué era…?
Ajo.
El fósforo huele a ajo.
—Tenemos problemas —dije inmediatamente—. Nightwielder está aquí.