—Ahora tienes que ser delicado —me explicó Cody—. Como si acariciaras a una mujer hermosa la noche antes del gran lanzamiento de troncos.
—¿Lanzamiento de troncos? —le pregunté, acercando las manos al trozo de acero que había en la silla que tenía delante. Estaba sentado en el suelo del escondite de los Reckoners, con Cody a mi lado, su espalda contra la pared y las piernas estiradas. Había pasado una semana desde el ataque contra Fortuity.
—Lanzamiento de troncos, sí —me dijo. Aunque su acento era sureño y bastante marcado, siempre hablaba como si fuera de Escocia. Supuse que su familia sería de allí o cerca—. Es el deporte que se practicaba en la tierra madre. Consistía en lanzar troncos. Los llamábamos cabers.
—¿Troncos finos como jabalinas?
—No, no. Los cabers eran tan gruesos que las puntas de tus dedos no podían tocarse cuando los rodeabas con los brazos. Los levantábamos del suelo y los lanzábamos lo más lejos que podíamos.
Arqueé una ceja, escéptico.
—Obtenías puntos de bonificación si derribabas un pájaro —añadió él.
—Cody —dijo Tia, que pasaba cargada con un montón de papeles—, ¿sabes lo que es un caber?
—Un tronco de árbol —respondió él—. Con ellos construíamos salas de espectáculos. De ahí viene la palabra «cabaret», chica. —Lo dijo con tanto aplomo que no supe si hablaba en serio o no.
—Eres un bufón —dijo Tia, sentándose a la mesa, en la que había desplegados varios mapas detallados que yo no había sabido leer. Parecían planos y esquemas de la ciudad anteriores a la Anexión.
—Gracias —respondió Cody, llevándose una mano a la gorra de béisbol.
—No ha sido un cumplido.
—¡Oh, no para ti, chavala! —dijo Cody—. Sin embargo, «bufón» viene de buff, que significa «fuerte y guapo», que a su vez…
—¿Estás enseñando a David a manejar los tensores o molestándome? —lo cortó ella.
—Da igual. Puedo hacer ambas cosas. Soy un hombre de muchos talentos.
—Ninguno de los cuales te exige estar callado, por desgracia —murmuró Tia, que se inclinó hacia delante e hizo unas cuantas anotaciones en su mapa.
Sonreí, aunque a pesar de llevar ya una semana con ellos no sabía demasiado bien qué pensar de los Reckoners. Había imaginado que cada célula sería un grupo de elite de las fuerzas especiales, cuyos miembros estarían muy unidos y serían tremendamente leales.
Había algo de eso en este grupo: incluso las pullas entre Tia y Cody solían ser bienintencionadas. Sin embargo, también eran terriblemente individualistas. Cada cual iba a lo suyo. El Profesor no parecía tanto un líder como un intermediario. Abraham se encargaba de la tecnología, Tia de la investigación, Megan de recopilar información y Cody hacía diversos trabajos, «rellenando los huecos de mayonesa», como le gustaba definirlo, significara lo que significase eso.
Se me hacía raro que fueran personas. Me sentía en parte decepcionado. Mis dioses eran seres humanos normales que reñían, reían, ponían a los otros de los nervios y (en el caso de Abraham) roncaban cuando dormían, y fuerte.
—Esa sí que es la expresión de concentración adecuada —dijo Cody—. Buen trabajo, chaval. Tienes que mantener la mente concentrada. Como el mismísimo sir William. Alma de guerrero. —Le dio un bocado a su sándwich.
Yo no me había concentrado en mi tensor, pero no se lo dije. Alcé la mano e hice en cambio lo que me había enseñado. El fino guante que llevaba tenía líneas de metal en la parte anterior de cada dedo que se unían en una pauta en la palma. Todas brillaban suavemente en verde.
Mientras me concentraba, la mano empezó a vibrarme levemente, como si alguien estuviera haciendo sonar música con muchos bajos en algún lugar cercano. Me costaba concentrarme con aquella extraña pulsación corriéndome por el brazo.
Acerqué la mano al trozo de metal; era un trozo de tubería. Al parecer, tenía que expulsar las vibraciones de mí, significara lo que significase eso. La tecnología conectaba directamente con mis nervios mediante sensores situados dentro del guante, interpretando los impulsos eléctricos de mi cerebro. Así me lo había explicado Abraham.
Cody me había dicho que era magia y que no le hiciera ninguna pregunta para no «cabrear a los demonios pequeñitos de dentro, que hacen que los guantes funcionen y nuestro café sepa bien».
Todavía no había conseguido que los tensores hicieran nada, aunque notaba que me faltaba poco. Tenía que permanecer concentrado con las manos firmes y expulsar las vibraciones. Era como exhalar un anillo de humo, había dicho Abraham, o como transmitir el calor corporal en un abrazo… sin brazos. Esta había sido la explicación de Tia. Supongo que cada uno lo interpretaba a su modo.
Las manos empezaron a temblarme más.
—Firme —me dijo Cody—. No pierdas el control, chaval.
Tensé los músculos.
—Ea. No tan tenso —dijo Cody—. Seguro, fuerte, pero tranquilo. Como si estuvieras acariciando a una mujer hermosa, ¿recuerdas?
Eso me hizo pensar en Megan.
Perdí el control y una oleada verde de energía humeante brotó de mi mano y revoloteó ante mí. No le di a la tubería, pero desintegré la pata de metal de la silla. Se levantó una nube de polvo, la silla se torció y la tubería cayó al suelo con un tañido.
—Caray —dijo Cody—. Recuérdame que no te deje acariciarme nunca, chaval.
—¿No le habías dicho que pensara en una mujer hermosa? —dijo Tia.
—Sí. Y si es así como las trata, no quiero saber qué le haría a un escocés feo.
—¡Lo he logrado! —exclamé, señalando el polvillo metálico de los restos de la pata.
—Sí, pero has fallado.
—No importa. ¡Por fin he conseguido que funcionara! —Vacilé—. No es como exhalar humo. Es como… como cantar con la mano.
—Esa es nueva —dijo Cody.
—Es diferente para cada uno —dijo Tia desde su mesa, la cabeza todavía gacha. Abrió una lata de cola antes de seguir con sus anotaciones. Tia no sabía hacer nada sin su refresco de cola—. Usar los tensores no es algo natural para la mente, David. Ya has establecido conexiones neurales y tienes que construir un puente con tu cerebro para descubrir qué músculos mentales flexionar. Siempre me lo he preguntado: si le diéramos un tensor a un niño, ¿podría incorporarlo mejor y usarlo con más naturalidad, como otra «extremidad» que ejercitar?
Cody me miró.
—Demonios pequeñitos —me susurró—. No dejes que te engañe, chaval. Creo que trabaja para ellos. La vi dejarles tarta la otra noche.
Lo decía tan serio que me preguntaba si realmente se lo creía. Las chispitas de los ojos me decían que bromeaba, pero lo hacía con una cara tan seria…
Me quité el tensor y se lo entregué. Cody se lo puso, alzó ausente una mano. El tensor empezó a vibrar mientras movía la mano. Cuando la dejó quieta, un leve humo verde alcanzó la silla torcida y la tubería. Ambas se convirtieron en polvo y cayeron al suelo en medio de una vaharada.
Cada vez que veía funcionar los tensores, me sorprendía. Su alcance era muy limitado, de unos pocos palmos como mucho, y nada podían contra la carne. No servían de mucho en una pelea. Claro que podías desintegrar el arma de alguien, pero solo si lo tenías muy cerca, en cuyo caso tomarte el tiempo para concentrarte y también luchar con los tensores probablemente sería menos efectivo que darle un puñetazo.
Con todo, sus posibilidades eran increíbles. Moverte a través de las entrañas de las catacumbas de acero de Chicago Nova, entrar y salir de habitaciones. Si conseguías mantener oculto el tensor, podías escapar de cualquier grillete, de cualquier celda.
—Sigue practicando —me dijo Cody—. Tienes talento; por eso el Profesor quiere que seas bueno con esto. Necesitamos a otro miembro del equipo capaz de usarlos.
—¿No podéis todos? —pregunté, sorprendido.
Cody negó con la cabeza.
—Megan no puede hacer que funcionen, y Tia rara vez está en condiciones de usarlos: la necesitamos atrás, dando apoyo a las misiones. Así que normalmente solo los usamos Abraham y yo.
—¿Y el Profesor? —pregunté—. Él los inventó. Tiene que ser bastante bueno con ellos, ¿no?
Cody sacudió la cabeza.
—No lo sé. Se niega a usarlos por una mala experiencia. No quiere hablar del tema. Probablemente no deba. No necesitamos saberlo. Sea como sea, deberías practicar. —Cody sacudió la cabeza y se quitó el tensor para guardárselo en el bolsillo—. ¡Qué no habría dado yo por uno de estos antes!
Los otros artilugios tecnológicos de los Reckoners eran también asombrosos. Las chaquetas que servían hasta cierto punto de armadura, por ejemplo. Cody, Megan y Abraham llevaban cada uno la suya, diferente por fuera, pero con una complicada red de diodos por dentro que los protegía de algún modo. El brazalete zahorí que indicaba si alguien era Épico era un ejemplo más. La otra única pieza que yo había visto era algo que llamaban «el reparador», un aparato que aceleraba la capacidad curativa del cuerpo.
«¡Qué triste! Toda esta tecnología podría haber cambiado el mundo, si los Épicos no lo hubieran hecho primero», pensé mientras Cody cogía una escoba para limpiar el polvo. Un mundo destrozado no podía disfrutar de los beneficios.
—¿Cómo era tu vida entonces? —pregunté, tendiéndole el recogedor—. ¿A qué te dedicabas antes de que todo esto sucediera?
—No me creerías —respondió Cody, sonriendo.
—Déjame adivinar —dije, previendo una de las historias de Cody—. ¿Jugador de fútbol profesional? ¿Asesino y espía bien pagado?
—Era poli —dijo Cody con timidez, mirando el montón de polvo—. En Nashville.
—¿Qué? ¿De verdad? —Sí que me había sorprendido.
Cody asintió y me indicó que vaciara el primer montón de polvo en la papelera mientras él barría el resto.
—Mi padre fue también poli en su juventud, en su tierra natal, en una ciudad pequeña. Seguro que no has oído hablar de ella. Se mudó aquí cuando se casó con mi madre. Yo crecí aquí y nunca he estado en su país de origen, pero quería ser igual que mi padre, así que, cuando murió, fui a la academia y me uní al cuerpo.
—Vaya —dije, inclinándome de nuevo para recoger el resto del polvo—. Es mucho menos glamuroso de lo que me imaginaba.
—Bueno, desmantelé yo solo un cártel de la droga, entiéndeme.
—Por supuesto.
—Y una vez el Servicio Secreto escoltaba por la ciudad al presidente. Todos comieron helado y se pusieron malos, así que tuvimos que protegerlo los del departamento de un intento de asesinato. —Alzó la voz hacia Abraham, que estaba liado con una de las escopetas del equipo—. ¡Eran los franchutes los que estaban detrás, ¿sabes?!
—¡No soy francés! —replicó Abraham—. ¡Soy canadiense, tarugo!
—¡No hay ninguna diferencia! —Cody sonrió y me miró—. La verdad es que tal vez no fuera glamuroso, o no siempre, pero me gustaba. Me gusta hacer el bien para la gente. Servir y proteger. Y luego…
—¿Luego? —pregunté.
—Nashville fue anexionada cuando el país se desmoronó —explicó Cody—. Un grupo de cinco Épicos se hicieron cargo de casi todo el sur.
—El Aquelarre —dije, asintiendo—. Son seis, en realidad. Hay dos gemelos.
—Ah, bien. Olvidaba que eres una mina de información sobre el tema. Pues eso, que se hicieron cargo, y el Departamento de Policía empezó a servirlos a ellos. Si no estábamos de acuerdo, teníamos que entregar la placa y retirarnos. Los buenos lo hicieron. Los malos se quedaron y se volvieron peores.
—¿Y tú? —pregunté.
Cody acarició algo que llevaba en la cintura, atado al lado derecho de su cinturón. Parecía una carterita fina. Abrió el cierre y me enseñó una placa de policía, con arañazos pero todavía pulida.
—No hice ni una cosa ni la otra —dijo, en voz baja—. Hice un juramento. Servir y proteger. No voy a dejarlo porque unos matones con poderes mágicos hayan empezado a dar empujones a todo el mundo. Eso es todo.
Sus palabras me provocaron un escalofrío. Miré aquella placa, y mi mente empezó a dar vueltas y más vueltas, como una torta en una sartén, tratando de comprender a aquel hombre, tratando de conciliar al bromista fanfarrón que contaba chistes con la imagen de un agente de policía todavía en activo, todavía sirviendo después de que el Ayuntamiento de su ciudad hubiera caído, después de que la comisaría fuera cerrada, después de que se lo hubieran quitado todo.
«Los demás tienen probablemente historias similares», pensé, mirando a Tia, que seguía ocupada trabajando y bebiendo refresco de cola. ¿Qué la había llevado a librar lo que la mayoría de la gente consideraba una batalla sin esperanza, a vivir una vida de fugitiva, a hacer caer el peso de la justicia sobre aquellos a quienes la ley debería haber condenado pero no podía tocar? ¿Qué había impulsado a Abraham, a Megan, al mismísimo Profesor?
Miré a Cody, que se disponía a cerrar la funda de su placa. Había algo guardado detrás del plástico, la foto de una mujer, a la que sin embargo le faltaba un trozo, el rectángulo correspondiente a los ojos y parte de la nariz.
—¿Quién era?
—Alguien especial —repuso.
—¿Quién?
Sin responderme, Cody cerró la funda.
—Es mejor que no preguntemos por la familia de los demás —dijo Tia desde la mesa—. Normalmente los Reckoners terminan muertos, pero de vez en cuando alguno de nosotros es capturado. Es mejor que no podamos revelar nada de los demás que ponga a sus seres queridos en peligro.
—Ah —dije—. Sí, tiene sentido. —No era algo que yo hubiera tenido en cuenta: no me quedaban seres queridos.
—¿Cómo va, chavala? —preguntó Cody, acercándose a la mesa.
Me acerqué también y vi que Tia había desplegado listas de informes y datos.
—No va en absoluto —respondió Tia con una mueca. Se frotó los ojos bajo las gafas—. Esto es como intentar resolver un rompecabezas complejo con una sola pieza.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté. No les encontraba sentido a los datos, igual que no se lo había encontrado a los mapas.
—Steelheart resultó herido ese día —dijo Tia—. Si tus recuerdos son correctos…
—Lo son —prometí.
—Los recuerdos de la gente se difuminan —dijo Cody.
—Los míos no —insistí—. No los de aquello. No los de ese día. Puedo decirte de qué color era la corbata del empleado de las hipotecas. Puedo decirte cuántos cajeros había. Probablemente podría darte la cifra de las placas del techo del banco. Está todo aquí, en mi cabeza, grabado a fuego.
—De acuerdo —dijo Tia—. Bueno, si tienes razón, entonces Steelheart se mantuvo invulnerable durante gran parte de la pelea y solo le hirieron casi al final. Algo cambió. Estoy estudiando todas las posibilidades acerca de tu padre, del emplazamiento o de la situación en sí. Lo más probable es lo que ya mencionaste: que la cámara acorazada tuviera algo que ver. Tal vez algo de lo que había en su interior debilitaba a Steelheart y, cuando la cámara reventó, pudo afectarlo.
—Entonces estás buscando una lista del contenido de la cámara del banco.
—Sí —respondió Tia—. Pero es una tarea imposible. La mayoría de los archivos se destruirían con el banco. Los archivos externos estarían almacenados en un servidor en alguna parte. El First Union los tenía alojados en una compañía conocida como Dorry Jones L. L. C. La mayoría de sus servidores estaban localizados en Texas, pero el edificio se quemó hace ocho años, durante los disturbios de Ardra.
»Queda la posibilidad de que tuvieran archivos físicos o una copia de seguridad digital en otra sucursal, pero ese edificio albergaba las oficinas principales, así que las probabilidades son escasas. Aparte de eso, he estado buscando listas de los clientes ricos o notables que frecuentaban el banco y tenían cajas de seguridad en la cámara acorazada. Tal vez almacenaban algo en ellas que conste en los archivos públicos. Una roca extraña, un símbolo concreto que Steelheart pudiera haber visto, algo.
Miré a Cody. ¿Servidores? ¿Alojamiento? ¿De qué estaba hablando Tia? Cody se encogió de hombros.
El problema era que los puntos flacos de los Épicos podían ser cualquier cosa. Tia había mencionado símbolos: había algunos Épicos que, al ver una pauta concreta, perdían sus poderes momentáneamente. Otros se debilitaban al pensar en algo, si no tomaban ciertos alimentos o tomaban los que no les convenían. Las flaquezas eran más variopintas que los poderes.
—Si no resolvemos este rompecabezas —dijo Tia—, el resto del plan es inútil. Estamos iniciando un camino peligroso, pero aún no sabemos si seremos capaces de hacer lo que tenemos que hacer al final. Eso me molesta enormemente, David. Si se te ocurre algo, cualquier cosa, que pudiera darme otra pista para seguir trabajando, dímelo.
—Lo haré —prometí.
—Bien —dijo ella—. Si no, llévate a Cody y, por favor, dejadme concentrarme.
—Tendrías que aprender a hacer dos cosas a la vez, chavala —dijo Cody—. Como yo.
—Es fácil ser un bufón y estropearlo todo, Cody —respondió ella—. Volver a arreglarlo mientras tratas con dicho bufón es una tarea mucho más difícil. Vete a buscar algo a lo que dispararle, o lo que sea que hagas.
—Creía estar haciendo lo que hago —dijo él, ausente. Señaló con un dedo una línea de una de las páginas, que parecía un listado de los clientes del banco. «Johnson Liberty Agency», ponía.
—¿Qué estás…? —Tia se calló al leer aquello.
—¿Qué? —pregunté yo, leyendo el documento—. ¿Esa es la gente que guardaba cosas en el banco?
—No —respondió Tia—. Esto no es una lista de clientes. Es una lista de gente a la que el banco pagaba. Es…
—El nombre de su compañía de seguros —dijo Cody, sonriendo.
—¡Calamity, Cody! —maldijo Tia—. Te odio.
—Ya lo sé, chavala.
Curiosamente, los dos sonreían mientras hablaban. Tia empezó inmediatamente a revisar los papeles y miró mal a Cody cuando advirtió que había dejado una mancha de mayonesa de su sándwich en el papel que había señalado.
Él me cogió por el hombro y me apartó de la mesa.
—¿Qué acaba de pasar? —pregunté.
—La compañía de seguros —me dijo—. La compañía a la que el First Union Bank pagó montones de dinero para asegurar las cosas que tenía en la cámara acorazada.
—Entonces esa compañía de seguros…
—Tendría que tener un registro detallado y diario de lo que aseguraba —dijo Cody con una sonrisa—. Las compañías de seguros son un poco puntillosas con estas cosas, al igual que los banqueros. Al igual que Tia, en realidad. Si tenemos suerte, el banco cursó una reclamación tras la pérdida del edificio que dejó un rastro en papel adicional.
—Muy listo —dije, impresionado.
—Oh, soy bueno encontrando cosas que están por ahí flotando delante de mis narices. Tengo buena vista. Una vez capturé a un leprechaun, ¿sabes?
Lo miré, escéptico.
—¿No son irlandeses?
—Claro. Estaba aquí por un intercambio. Nosotros les enviamos a los irlandeses tres nabos y una vejiga de oveja.
—No me parece un buen negocio.
—Oh, pues yo creo que fue cojonudo, teniendo en cuenta que los leprechauns son imaginarios y eso. Hola, Profesor. ¿Cómo está tu kilt?
—Es tan imaginario como tu leprechaun, Cody —respondió el Profesor, que entró en la sala desde una de las habitaciones laterales, a la que llamaba su «habitación de pensar», significara lo que significase eso. Era donde estaba el creador de imágenes, y los otros Reckoners se mantenían apartados—. ¿Puedo llevarme a David?
—Por favor, Profesor —dijo Cody—, somos amigos. Ya deberías saber que no hay que pedir una cosa así… Deberías tener clara mi tarifa habitual por alquilar a uno de mis lacayos. Tres libras y una botella de whisky.
No supe si sentirme más insultado por lo de lacayo o por el precio ridículo de mi alquiler.
El Profesor no le hizo caso y me tomó por el brazo.
—Voy a enviar a Abraham y Megan a casa de Diamond.
—¿El traficante de armas? —pregunté, ansioso. Habían mencionado que tal vez tuviera en venta tecnología capaz de ayudar a los Reckoners a hacerse pasar por Épicos. Los «poderes» manifestados tendrían que ser deslumbrantes y destructivos para llamar la atención de Steelheart.
—Quiero que vayas con ellos —dijo el Profesor—. Será una buena experiencia para ti. Pero obedece las órdenes: Abraham está al mando. Y hazme saber si alguien a quien veas parece reconocerte.
—Lo haré.
—Ve a buscar tu arma, entonces. Se marchan ya.