—Vaya —dijo Cody—. Sinceramente, chaval, creía que estabas exagerando. Pero eres un superfriqui a lo bestia, ¿no te parece?
Me ruboricé, todavía sentado en mi taburete. Habían abierto las carpetas que llevaba en la mochila y esparcido su contenido. Luego pasaron a mis cuadernos; se los repartieron y los estudiaron. Cody acabó por perder el interés y se sentó a mi lado, de espaldas a la mesa, apoyado en los codos.
—Tenía un trabajo que hacer —respondí—. Decidí hacerlo bien.
—Esto es impresionante —dijo Tia. Estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Se había puesto vaqueros, pero todavía llevaba la blusa y la chaqueta, y su pelo rojo corto seguía perfectamente peinado. Alzó uno de mis cuadernos—. La organización de la información es rudimentaria y no utiliza un sistema de clasificación estándar, pero es un trabajo exhaustivo.
—¿Hay sistemas de clasificación estándar? —le pregunté.
—Varios. Usas unos cuantos términos que pertenecen a sistemas distintos, como «gran épico», aunque personalmente prefiero el sistema gradual. Otras veces has dado con términos interesantes. Algunos me gustan. Por ejemplo, «invencibilidad suprema».
—Gracias —respondí, un poco cohibido. ¡Por supuesto que había formas de clasificar a los Épicos! Yo no tenía la educación ni los recursos para aprenderlas, así que me había inventado las mías.
Me sorprendía lo fácil que me había resultado. Había encontrado excepciones, por supuesto (Épicos raros con poderes que no encajaban en ninguna de las categorías), pero muchísimos mostraban similitudes. Aunque hubiese siempre peculiaridades propias, como el titilar de las ilusiones de Refractionary, los dones básicos solían ser muy similares.
—Explícame esto —dijo Tia, levantando otro cuaderno.
Inseguro, me incorporé del taburete y me senté con ella en el suelo. Me estaba señalando una anotación que yo había hecho al pie de la entrada de un Épico concreto llamado Strongtower.
—Es mi marca de Steelheart —dije—. Strongtower demuestra tener una habilidad como la de Steelheart. Observo con mucha atención a esta clase de Épicos. Si los matan, o si manifiestan una pérdida de poderes, quiero estar al tanto.
Tia asintió.
—¿Por qué uniste a los ilusionistas mentales con los manipuladores de fotones?
—Me gusta hacer las agrupaciones basándome en limitaciones —dije, saqué el índice y busqué una página concreta.
Los Épicos con poderes de ilusión encajaban en dos grupos. Algunos producían verdaderos cambios en el comportamiento de la luz, creando ilusiones con los propios fotones. Otros creaban ilusiones afectando al cerebro de la gente que tenían cerca. En realidad, creaban alucinaciones, no auténticas ilusiones.
—Mira —dije, al tiempo que señalaba—. Los ilusionistas mentales tienden a estar limitados de formas parecidas a los otros mentalistas, como los que tienen poderes hipnóticos o capacidad de control mental. Los ilusionistas que pueden alterar la luz actúan de forma distinta; son más parecidos a los Épicos que manipulan la electricidad.
Cody silbó suavemente. Había sacado una cantimplora y la sostenía con una mano mientras seguía apoyado contra la mesa.
—Chaval, creo que nos hace falta tener una conversación sobre de cuánto tiempo dispones y cómo podemos sacarle más partido.
—¿Más partido que investigando cómo matar Épicos? —preguntó Tia, con una ceja enarcada.
—Claro —dijo Cody, y tomó un sorbo de su cantimplora—. ¡Piensa en lo que podría hacer por la birra si lo pusiéramos a llevar todos los pubs de la ciudad!
—¡Oh, por favor! —dijo Tia secamente, pasando una página de mis notas.
—Abraham —dijo Cody—, pregúntame por qué es trágico que el joven David haya pasado tanto tiempo con esos cuadernos.
—¿Por qué es trágico que el muchacho haya hecho toda esta investigación? —le preguntó Abraham, que seguía limpiando su arma.
—Una pregunta muy perspicaz —contestó Cody—. Me alegro mucho de que me la hayas hecho.
—Ha sido un placer.
—De todas formas —dijo Cody, alzando la cantimplora—, ¿por qué deseas con tanto ahínco matar a esos Épicos?
—Por venganza —contesté—. Steelheart mató a mi padre. Pretendo…
—Sí, sí —me interrumpió Cody—. Pretendes volver a verlo sangrar y todo eso. Muy entregado y familiar por tu parte. Pero te digo que no es suficiente. Pones pasión en matar, pero necesitas encontrar una pasión para vivir. Al menos es lo que yo pienso.
No supe qué responder. Estudiar a Steelheart, aprender sobre los Épicos hasta encontrar un modo de matarlo era mi pasión. Si había un lugar donde yo encajaba, ¿no era con los Reckoners? Ese era también el trabajo de su vida, ¿no?
—Cody —dijo el Profesor—, ¿por qué no vas a terminar el trabajo en la tercera cámara?
—Claro, Profesor —respondió el francotirador, y enroscó el tapón de la cantimplora. Se marchó.
—No le hagas demasiado caso a Cody, hijo —dijo el Profesor, dejando uno de mis cuadernos sobre los otros—. Nos dice lo mismo a los demás. Le preocupa que nos concentremos tanto en matar a los Épicos que nos olvidemos de vivir la vida.
—Puede que tenga razón —dije—. Yo… en realidad no he tenido más vida que esto.
—El trabajo que hacemos no tiene que ver con vivir —dijo el Profesor—. Nuestro trabajo es matar. Dejemos que la gente normal disfrute de la vida, que goce de ella, que disfrute de los amaneceres y las nevadas. Nuestro trabajo es conseguir que puedan hacerlo.
Yo tenía recuerdos del mundo anterior. Solo habían pasado diez años, después de todo. Simplemente era difícil recordar un mundo de luz cuando todo lo que veías diariamente era oscuridad. Recordar aquella época era como intentar recordar los detalles concretos del rostro de tu padre. Gradualmente olvidas ese tipo de cosas.
—Jonathan —le dijo Abraham al Profesor, volviendo a colocar el cañón en su arma—, ¿has considerado lo que ha dicho el chico?
—No soy un chico —protesté.
Todos me miraron. Incluso Megan, que estaba de pie junto a la puerta.
—Solo quiero recalcarlo —dije, súbitamente incómodo—. Quiero decir que tengo dieciocho años. Ya he llegado a la mayoría de edad. No soy un niño.
El Profesor me miró. Luego, sorprendentemente, asintió con un gesto de cabeza.
—La edad no tiene nada que ver, pero has ayudado a matar a dos Épicos, lo que para mí está bastante bien. Debería estarlo para cualquiera de nosotros.
—Muy bien —dijo Abraham, en voz baja—. Pero, Profesor, hemos hablado de esto antes. Al matar a Épicos como Fortuity, ¿de verdad conseguimos algo?
—Contraatacamos —dijo Megan—. Somos los únicos que lo hacen. Es importante.
—Y sin embargo —insistió Abraham, que colocó otra pieza en su arma—, tenemos miedo de combatir a los más poderosos. Así que el dominio de los tiranos continúa. Mientras no caigan, los demás no nos temerán verdaderamente. Temerán a Steelheart, a Obliteration y a Night’s Sorrow. Si no nos enfrentamos a criaturas como esas, ¿cabe alguna esperanza de que los demás se enfrenten a ellas algún día?
La habitación de paredes de acero quedó en silencio, y yo contuve la respiración. Las palabras eran casi un calco de las mías, pero en la suave voz ligeramente cargada de acento de Abraham tenían más peso.
El Profesor se volvió hacia Tia.
Ella alzó una fotografía.
—¿Este es de verdad Nightwielder? —me preguntó—. ¿Estás seguro?
La foto era una de mis posesiones más preciadas: una fotografía de Nightwielder junto a Steelheart el Día de la Anexión, justo antes de que su oscuridad se cerniera sobre la ciudad. Por lo que sabía, era única. Me la había vendido un chico de la calle cuyo padre la había tomado con una vieja cámara Polaroid.
Nightwielder era normalmente transparente, incorpóreo. Podía atravesar objetos sólidos y controlar la oscuridad misma. Aparecía a menudo en la ciudad, pero siempre en su forma incorpórea. En esa foto era sólido. De rasgos asiáticos, con la melena por los hombros, llevaba un traje negro y sombrero. Yo tenía otras fotos suyas en su forma incorpórea. La cara era la misma.
—Obviamente es él —dije.
—Y la foto no está retocada.
—Yo… —No podía demostrar eso—. No puedo prometer que no lo esté, aunque tratándose de una Polaroid es poco probable. Tiene que ser corpóreo en algún momento, Tia. Esa foto es la mejor pista, pero tengo otras de gente que ha olido a fósforo y visto a alguien que encaja con su descripción. —El fósforo era una de las señales de que usaba sus poderes—. He encontrado una docena de fuentes que apoyan esta idea. La clave es la luz del sol: sospecho que son los rayos ultravioleta. Bañado en ellos, se vuelve corpóreo.
Tia alzó la foto, contemplándola. Después se puso a repasar mis otras notas sobre Nightwielder.
—Creo que debemos investigarlo, Jon —dijo—. Si tenemos una posibilidad de llegar a Steelheart…
—Podemos —dije—. Tengo un plan. Funcionará.
—Esto es una estupidez —intervino Megan. Estaba junto a la pared, cruzada de brazos—. Una completa estupidez. Ni siquiera conocemos su punto flaco.
—Podemos averiguarlo —repuse—. Estoy seguro. Tenemos las pistas que necesitamos.
—Aunque lo averigüemos —dijo Megan, alzando una mano—, sería prácticamente inútil. ¡Los obstáculos para llegar hasta Steelheart son infranqueables!
La miré a los ojos, combatiendo mi ira. Tenía la sensación de que estaba discutiendo conmigo no porque estuviera en desacuerdo, sino porque me encontraba ofensivo por algún motivo.
—Yo… —empecé a decir, pero el Profesor me interrumpió.
—Seguidme todos —ordenó, poniéndose en pie.
Crucé una mirada con Megan y todos nos pusimos en marcha y lo seguimos a la habitación más pequeña situada a la derecha de la cámara principal. Incluso Cody acudió desde la tercera habitación: no era de extrañar que hubiera estado escuchando. Llevaba un guante en la mano derecha. Brillaba con una suave luz verde en la palma.
—¿Está preparado el creador de imágenes? —preguntó el Profesor.
—Casi —dijo Abraham—. Es una de las primeras cosas que emplacé. —Se arrodilló junto a un aparato que había en el suelo, conectado a la pared por varios cables. Lo puso en funcionamiento.
De repente, todas las superficies de metal de la habitación se volvieron negras. Di un respingo. Me sentí como si estuviéramos flotando en la oscuridad.
El Profesor levantó una mano y dio golpecitos en la pared siguiendo una pauta. En las paredes apareció una vista de la ciudad, como si estuviéramos en el terrado de un edificio de seis plantas. En la oscuridad chispeaban luces que se reflejaban en los cientos de edificios de acero que componían Chicago Nova. Las construcciones antiguas eran menos uniformes: las nuevas, que se extendían sobre lo que antes había sido el lago, eran más modernas, inicialmente construidas con diversos materiales transformados luego intencionadamente en acero. Yo había oído decir que se podían hacer cosas interesantes con la arquitectura si tenías esa opción.
—Esta es una de las ciudades más avanzadas del mundo —dijo el Profesor—, gobernada por quien es sin ninguna duda el Épico más poderoso de Norteamérica. Si actuamos contra él, subiremos dramáticamente las apuestas… y ya estamos apostando hasta el límite de lo que podemos permitirnos. El fracaso puede implicar el final de los Reckoners. Podría causar un desastre, poner fin a los últimos coletazos de resistencia contra los Épicos que le quedan a la humanidad.
—Dejad que os cuente mi plan —dije—. Creo que os convencerá.
Tenía una corazonada. El Profesor quería ir por Steelheart. Si lograba defender bien mi caso, se pondría de mi parte.
Se volvió hacia mí y me miró a los ojos.
—¿Quieres que lo hagamos? Bien, te daré tu oportunidad; pero no quiero que me convenzas a mí. —Señaló a Megan, que seguía junto a la puerta, todavía cruzada de brazos—. Convéncela a ella.