Lo primero que hice fue volver a la habitación y arrojar por la puerta el rifle hacia el que se estaba arrastrando Roy. Luego comprobé el estado de los otros dos soldados. Uno estaba muerto, el otro tenía pulso, pero no iba a recuperar pronto el conocimiento.
Tenía que actuar con cierta rapidez. Cogí los cuadernos del colchón y los guardé en la mochila. Seis gruesos cuadernos y un índice abultaban bastante. Tras pensarlo un momento, saqué de la mochila mi par de zapatos de repuesto. Podría comprarme zapatos nuevos, pero no sustituir esos cuadernos.
Logré meter los dos últimos y los clasificadores sobre Steelheart, Nightwielder y Firefight. Añadí luego el de Conflux. Era el más delgado. Se sabía muy poco del gran Épico clandestino que dirigía Control.
Roy seguía tosiendo, aunque el humo se había despejado. Se quitó el casco. Fue algo surrealista ver un rostro familiar, un rostro que conocía desde hacía años, con el uniforme del enemigo. No habíamos sido amigos: en realidad no tenía ningún amigo. Lo miré.
—Estás con los Reckoners —me dijo.
Necesitaba sembrar una pista falsa, conseguir que creyera que trabajaba para alguien distinto.
—¿Qué? —dije, haciendo todo lo posible para parecer sorprendido.
—No trates de ocultarlo, David. Es obvio. Todo el mundo sabe que los Reckoners mataron a Fortuity.
Me arrodillé junto a él, la mochila al hombro.
—Mira, Roy, no dejes que te curen, ¿de acuerdo? Sé que Control tiene Épicos que pueden hacer eso. No los dejes, si es posible.
—¿Qué? ¿Por qué…?
—Es mejor que te quedes al margen de lo que va a venir, Roy —dije en voz baja, intensamente—. El poder va a cambiar de manos en Chicago Nova. Limelight va a venir por Steelheart.
—¿Limelight? —dijo Roy—. ¿Quién demonios es ese?
Me acerqué al resto de mis clasificadores, saqué reacio una lata de fluido encendedor del baúl y lo vertí sobre la cama.
—¿Trabajas para un Épico? —susurró Roy—. ¿Crees en serio que alguien puede desafiar a Steelheart? ¡Caray, David! ¿A cuántos rivales ha matado?
—Esto es diferente. —Saqué unas cerrillas—. Limelight es diferente. —Encendí una.
No podía llevarme los demás clasificadores. Eran las notas y los artículos de los que había sacado la información de mis cuadernos. Quería llevármelos, pero no había más espacio en la mochila.
Dejé caer la cerilla. La cama se incendió.
—Puede que uno de tus amigos siga vivo —le dije a Roy, señalando a los dos agentes del suelo. El jefe había recibido un disparo en la cabeza, pero el otro solo en el costado—. Sácalo de aquí y quédate al margen, Roy. Se avecinan días peligrosos.
Me cargué la mochila al hombro, salí deprisa y empecé a bajar por la escalera. Me encontré con Megan en los peldaños.
—Tu plan ha fracasado —dijo en voz baja.
—Ha salido bastante bien —le respondí—. La Épica ha muerto.
—Solo porque ha dejado el móvil en modo vibración —dijo Megan, bajando los escalones junto a mí—. Si no se hubiera descuidado…
—Hemos tenido suerte —reconocí—. Pero hemos ganado.
Los móviles eran algo cotidiano. La gente podía vivir en covachas, pero todo el mundo tenía un móvil para entretenerse.
Nos reunimos con Cody en la base de la estructura del parque infantil, cerca del cadáver de Refractionary. Me devolvió el rifle.
—Chaval —dijo—, ha sido asombroso.
Parpadeé. Me esperaba otra reprimenda como la que Megan acababa de darme.
—Al Profesor le va a dar envidia no haber venido. —Cody se puso el rifle al hombro—. ¿Has sido tú quien la ha llamado?
—Sí —respondí.
—Asombroso —repitió Cody, dándome una palmada en la espalda.
Megan no parecía tan satisfecha. Le dirigió una dura mirada a Cody, luego echó mano a mi mochila.
Me resistí.
—Necesitas dos manos para el rifle —dijo, arrebatándomela y cargándosela al hombro—. En marcha. Los Controladores… —Calló cuando vio a Roy sacar a duras penas al otro agente de la habitación en llamas al rellano.
Me sentí mal, pero solo un poco. Arriba sonaban helicópteros: pronto tendría ayuda. Cruzamos corriendo el parque, camino de los túneles que se internaban en las profundidades de las calles subterráneas.
—¿Los has dejado con vida? —me preguntó Megan mientras corríamos.
—Vivos nos son más útiles —expliqué—. Les he dado una pista falsa. Les he mentido diciendo que trabajo para un Épico que quiere desafiar a Steelheart. Es de esperar que eso los impida buscar a los Reckoners. —Vacilé—. Además, no son nuestros enemigos.
—Claro que lo son —replicó ella.
—No —dijo Cody, corriendo a su lado—. Él tiene razón, chica. No lo son. Puede que trabajen para el enemigo, pero son gente normal. Hacen lo que pueden para vivir.
—No podemos pensar en esos términos —dijo ella cuando llegábamos a una bifurcación. Me miró con frialdad—. No debemos tener piedad con ellos. Ellos no la tendrán con nosotros.
—No podemos ser como ellos, chavala —replicó Cody, sacudiendo la cabeza—. Escucha de vez en cuando lo que dice sobre eso el Profesor. Si hacemos lo que hacen los Épicos para derrotarlos, entonces no merece la pena.
—Lo he oído —dijo ella, sin dejar de mirarme—. No es él quien me preocupa. Me preocupa Knees.
—Le dispararé a un agente de Control si tengo que hacerlo —dije, mirándola a los ojos—, pero no me entretendré en cazarlos. Tengo un objetivo: ver muerto a Steelheart. Eso es lo único que cuenta.
—Bah. —Me dio la espalda—. Eso no es una respuesta.
—Sigamos en marcha —dijo Cody, señalando una escalera que conducía a los túneles más hondos.
—Es un científico, chaval —me explicó Cody mientras recorríamos los estrechos y sinuosos pasillos de las catacumbas de acero—. Estudió a los Épicos en los primeros días, creó algunos artilugios bastante notables basándose en lo que aprendimos de ellos. Por eso lo llaman Profesor en vez de llamarlo por su apellido.
Asentí pensativo. Una vez que estuvimos en las profundidades, Cody se había relajado. Megan seguía tensa. Caminaba delante, sirviéndose del móvil para enviarle al Profesor el informe sobre la misión. Cody había puesto el suyo en modo linterna y lo llevaba adosado al hombro izquierdo de su chaqueta de camuflaje. Yo le había quitado al mío la tarjeta de red, lo que según Cody era lo acertado hasta que Abraham o Tia tuvieran una oportunidad de manipularlo.
Resultó que no se fiaban siquiera de la Fundición Knighthawk. Los Reckoners solían tener los móviles conectados entre sí y sus transmisiones estaban encriptadas, puesto que no usaban la red regular. Hasta que las mías lo estuvieran también, podía usar el móvil como cámara o como linterna.
Cody caminaba con gesto relajado, el rifle al hombro, el brazo por encima del cañón y la mano colgando. Parecía que me había ganado su aprobación con la muerte de Refractionary.
—¿Y dónde trabajaba? —pregunté, ansioso de información sobre el Profesor. Había muchos rumores sobre los Reckoners, pero muy pocos hechos confirmados.
—No lo sé —admitió Cody—. Nadie está seguro del pasado del Profesor, aunque Tia probablemente sepa algo. No habla del tema. Abe y yo hemos hecho una apuesta sobre en qué lugar concreto trabajaba el Profesor. Yo estoy bastante seguro de que era en una especie de organización gubernamental secreta.
—¿De veras? —pregunté.
—Claro —dijo Cody—. No me extrañaría que en la misma que causó Calamity.
Esa era una de las teorías: que el Gobierno de Estados Unidos (o, según otros, la Unión Europea) de algún modo había provocado la aparición de Calamity mientras intentaba iniciar un proyecto sobrehumano. A mí me parecía bastante inverosímil. Siempre había pensado que se trataba de una especie de cometa atrapado por la gravedad de la Tierra, aunque no supiera si eso era posible científicamente. Tal vez fuera un satélite. Eso encajaba con la teoría de Cody.
No era el único que pensaba que apestaba a conspiración. Había un montón de cosas incongruentes sobre los Épicos.
—¡Oh, tienes esa mirada! —dijo Cody, señalándome.
—¿Esa mirada?
—Todos pensáis que estoy loco.
—No. No, por supuesto que no.
—Sí. Bueno, no importa. Sé lo que sé, aunque el Profesor ponga los ojos en blanco cada vez que digo algo al respecto. —Cody sonrió—. Pero eso es otra historia. Respecto al trabajo del Profesor, creo que debió ser en una especie de instalación armamentística. Él creó los tensores, después de todo.
—¿Los tensores?
—El Profesor no querría que hablaras de eso —dijo Megan, volviendo la cabeza—. Nadie tiene su autorización para estar al corriente —añadió, mirándome.
—Se la doy yo —dijo Cody, relajado—. Va a verlo de todas formas, chavala. Y no me cites las normas del Profesor.
Ella cerró la boca. Había estado a punto de hacer precisamente eso.
—¿Los tensores? —pregunté de nuevo.
—Un invento del Profesor —me explicó Cody—. Justo antes o justo después de dejar el laboratorio. Tiene un par de inventos así que nos dan ventaja sobre los Épicos. Nuestras chaquetas son uno de ellos: lo soportan todo. Y los tensores son otro.
—Pero ¿qué son?
—Unos guantes —respondió Cody—. Bueno, unos artilugios en forma de guante. Crean vibraciones que afectan a los objetos sólidos. Van mejor con cosas densas, como el metal, la piedra y algunos tipos de madera. Las convierten en polvo, pero no causan ningún daño a una persona o un animal.
—Estás de guasa —dije. En todos mis años de investigación nunca había oído hablar de una tecnología semejante.
—No —respondió Cody—. Pero cuesta manejarlos. Abraham y Tia son los más hábiles. Verás: los tensores nos permiten ir allí donde se supone que no podemos ir, donde no se espera que estemos.
—Eso es sorprendente —dije, la mente desbocada. Los Reckoners tenían en efecto fama de llegar donde nadie pensaba que podrían. Se contaban historias de Épicos muertos en su propia habitación, bien protegidos y presumiblemente a salvo, de huidas casi mágicas de los Reckoners.
Un artilugio capaz de convertir la piedra y el metal en polvo… Podías atravesar con él puertas cerradas sin que importaran los sistemas de seguridad. Podías sabotear vehículos, tal vez incluso derribar edificios. De pronto, se esfumaron algunos de los misterios más sorprendentes que rodeaban a los Reckoners: cómo habían conseguido tender una trampa a Daystorm; cómo habían escapado aquella vez en que Calling War casi los había acorralado.
Seguramente tenían que entrar con astucia para no traicionarse dejando agujeros evidentes. Aunque supuse cómo.
—Pero ¿por qué? —pregunté, sorprendido—. ¿Por qué me estás contando esto?
—Como he dicho, chaval —explicó Cody—, vas a verlo en funcionamiento pronto de todas formas. Bien puedes estar preparado para ello. Además, ya sabes tantas cosas que una más no creo que importe.
—De acuerdo —dije animosamente, pero entonces me di cuenta de su tono sombrío. Había algo que no había dicho: yo sabía ya tanto que no podían permitir que me fuera libremente.
El Profesor me había dado la opción de marcharme. Yo había insistido en ir con ellos. A esas alturas, o los convencía por completo de que no era una amenaza y me unía a ellos o me dejarían atrás: muerto.
Incómodo, tragué saliva, con la boca seca de repente. «Esto lo he pedido yo», me dije severamente. Sabía que después de unirme a ellos, si lo conseguía, nunca podría dejarlo. Estaría dentro, y eso sería todo.
—Entonces… —Intenté obligarme a no pensar demasiado en el hecho de que ese hombre, o cualquiera de ellos, podía algún día decir que había que pegarme un tiro en aras del bien común—. Entonces, ¿cómo inventó esos guantes, esos tensores? Nunca había oído hablar de nada parecido.
—Los Épicos —dijo Cody, de nuevo amistoso—. El Profesor lo dejó caer una vez. El invento surgió de estudiar a un Épico que podía hacer algo similar. Tia dice que sucedió en los primeros días, antes de que la sociedad se colapsara. Algunos Épicos fueron capturados y retenidos. No todos son tan poderosos como para escapar fácilmente al cautiverio. En diferentes laboratorios les hicieron pruebas para descubrir cómo funcionaban sus poderes. La tecnología de cosas como los tensores procede de aquellos días.
Era la primera vez que lo oía y algunas cosas empezaron a cobrar sentido para mí. Habíamos hecho grandes avances tecnológicos en la época de la llegada de Calamity: armas energéticas, fuentes de energía y baterías avanzadas, tecnología innovadora de telefonía móvil gracias a la cual nuestros teléfonos funcionaban bajo tierra y tenían un alcance significativo sin necesidad de usar antenas de repetición.
Naturalmente, lo perdimos casi todo cuando los Épicos se hicieron con el poder, y lo que no perdimos lo controlaban Épicos como Steelheart. Traté de imaginar a aquellos primeros Épicos siendo analizados. ¿Por eso muchos eran malvados? ¿Estaban resentidos por haber sido sometidos a esas pruebas?
—¿Se sometió a las pruebas voluntariamente alguno de ellos? —pregunté—. ¿En cuántos laboratorios las llevaron a cabo?
—No lo sé —respondió Cody—. No creo que sea muy importante.
—¿Por qué no?
Cody se encogió de hombros, el rifle todavía al hombro, la luz del móvil iluminando el pasillo de metal muy parecido a una tumba. Las catacumbas olían a polvo y condensación.
—Tia habla siempre de los fundamentos científicos de los Épicos —dijo—. No creo que tengan una explicación científica. Contravienen demasiado las leyes de la ciencia. A veces me pregunto si no aparecieron precisamente porque nos creíamos capaces de explicarlo todo.
No nos faltaba mucho para llegar. Había advertido que Megan nos guiaba utilizando el mapa de la pantalla de su móvil. ¡Qué curioso! ¿Un mapa de las catacumbas de acero? No creía que existiera una cosa así.
—Aquí —dijo Megan, señalando unos cables que cubrían como una espesa cortina una pared. Cosas como esa eran comunes ahí abajo, donde los Zapadores habían dejado las cosas sin terminar.
Cody se acercó y golpeó una placa cercana a los cables. Un lejano golpe le respondió al cabo de un momento.
—Adelante, Knees —me dijo, indicando los cables.
Tomé aire y di un paso adelante, apartando los cables con el cañón del rifle. Había un pequeño túnel empinado al otro lado por el que había que subir reptando. Miré a Cody.
—Es seguro —me prometió.
No tenía muy claro de si me hacía ir delante por desconfianza o porque le gustaba ver cómo me retorcía. No parecía el momento adecuado para preguntárselo ni para echarme atrás. Empecé a reptar.
El túnel era tan pequeño que, si me colgaba el rifle a la espalda, cabía la posibilidad de que un roce rompiera la mira o la desajustara, así que lo sujeté con la mano derecha mientras me arrastraba, lo que complicó todavía más mi avance. El túnel conducía hacia una luz lejana y suave, y tardé tanto arrastrándome que las rodillas me dolían cuando llegué a ella. Una fuerte mano me cogió del brazo izquierdo, ayudándome a salir del túnel. Era Abraham, el hombre de piel oscura. Se había puesto pantalones militares y una camiseta verde sin mangas que dejaba al descubierto sus musculosos brazos. No lo había advertido antes, pero llevaba un pequeño colgante de plata al cuello, por fuera de la camiseta.
La habitación en la que entré era inesperadamente grande. Lo suficientemente amplia para que los miembros del equipo hubieran repartido sus cosas y varios sacos de dormir sin que pareciera abarrotada. Una gran mesa de metal surgía del suelo mismo, así como los bancos adosados a las paredes y los taburetes que rodeaban la mesa.
«Lo han tallado —comprendí, mirando las paredes esculpidas—. Construyeron esta habitación con los tensores y tallaron los muebles dentro».
Era impresionante. Boquiabierto, me aparté para dejar que Abraham ayudara a Megan a salir del túnel. La cámara tenía dos puertas que daban a otras habitaciones aparentemente más pequeñas. Estaba iluminada por faroles, y había cables en el suelo, sujetos fuera de las zonas de paso, que iban hacia otro túnel más pequeño.
—Tenéis electricidad —dije—. ¿Cómo conseguís la electricidad?
—Nos conectamos con una antigua línea de metro —dijo Cody, saliendo del túnel—. Una sin terminar que cayó en el olvido. La naturaleza de este lugar es tal que ni siquiera Steelheart conoce todos sus huecos y callejones sin salida.
—Una prueba más de que los Zapadores estaban locos —dijo Abraham—. Hay cableados extrañísimos. Hemos encontrado habitaciones herméticamente selladas en las que habían dejado las luces encendidas. Llevaban años brillando. Repaire des fantômes.
—Megan me dice que has recuperado la información —dijo el Profesor, al tiempo que salía de una de las habitaciones contiguas—, aunque por medios poco… convencionales. —Envejecido pero todavía robusto, llevaba la bata de laboratorio negra.
—¡Demonios, sí! —exclamó Cody, colgándose el rifle.
El Profesor bufó.
—Bueno, veamos qué has recuperado antes de decidir si debo gritarte o no.
Echó mano a la mochila que llevaba Megan.
—La verdad es que puedo… —dije yo, dando un paso adelante.
—Tú te sentarás, hijo —dijo el Profesor—, mientras yo le echo un vistazo a todo. Luego hablaremos.
Su voz era tranquila, pero capté el mensaje. Me senté pensativo a la mesa de acero mientras los demás rodeaban la mochila y empezaban a rebuscar en mi vida.