Crucé la calle hacia mi apartamento con las manos en los bolsillos de la chaqueta, acariciando el rollo de cinta adhesiva que normalmente llevo encima. A los otros dos no les había gustado mi plan, pero no se les había ocurrido otro mejor. Esperaba que fueran capaces de cumplir su papel.
Sin rifle me sentía completamente desnudo. Tenía un par de pistolas guardadas en mi habitación, pero un hombre no es realmente peligroso si no tiene un rifle. Al menos no aparenta serlo, porque alcanzar a alguien con una pistola siempre parece un hecho fortuito.
«Megan lo ha hecho —pensé—. No solo ha acertado, sino que ha abatido a un gran Épico en mitad de un quiebro disparando dos armas a la vez, una desde la cadera».
Durante nuestra lucha con Fortuity, ella había demostrado pasión, rabia, enojo. Estas dos últimas cosas más por mi culpa, pero algo era algo. Y luego, un instante después de que él cayera… había habido una conexión entre nosotros. Había notado su satisfacción y su aprecio cuando le había hablado bien de mí al Profesor.
Ahora eso había desaparecido. ¿Qué significaba?
Me detuve al final del parque infantil. ¿De verdad estaba pensando en una chica en aquel momento, a cinco o seis pasos del escondite de un grupo de Controladores, probablemente con armas automáticas o energéticas apuntándome?
«Idiota», pensé mientras subía la escalera de metal hacia mi apartamento. Ellos querrían ver si sacaba algo que me incriminara antes de detenerme. Al menos eso esperaba.
Subir de aquel modo los peldaños, de espaldas al enemigo, fue insoportable. Hice lo que siempre hacía cuando tenía miedo. Pensé en mi padre cayendo, ensangrentado, pegado a la columna del vestíbulo del banco, mientras yo me escondía. No lo había ayudado.
No volvería a ser cobarde.
Llegué a la puerta de mi apartamento y jugueteé con las llaves. Oí un roce lejano, pero fingí no darme cuenta. Seguramente era el francotirador del parque infantil, que cambiaba de posición para apuntarme. Sí, desde ese ángulo lo vi perfectamente. Aquella estructura del parque era lo bastante alta para que el francotirador pudiera dispararme a través de la puerta de mi apartamento.
Entré en mi habitación. No había pasillo ni nada, solo un agujero abierto en el acero, como eran la mayoría de los habitáculos de las calles subterráneas. Vale que no tenía cuarto de baño ni agua corriente, pero para las calles subterráneas era una vida de lujo. ¿Toda una habitación para una sola persona?
La tenía bastante desordenada. Unos cuantos cuencos descartables de fideos amontonados junto a la puerta olían a especias. La ropa estaba tirada por el suelo. Un cubo de agua de dos días seguía sobre la mesa, con un montón de cubiertos sucios y abollados a su lado. No los usaba para comer. Formaban parte del decorado, como la ropa. No me la ponía. La que usaba (cuatro conjuntos resistentes, siempre limpios y lavados) estaba doblada en el baúl, junto al colchón, en el suelo. Mantenía mi habitación en un desorden intencionado, lo que de hecho me fastidiaba, porque me gusta la pulcritud.
Había descubierto que el desorden pillaba desprevenida a la gente. Si mi casera subía a husmear, encontraría lo que esperaba. Un adolescente recién entrado en la mayoría de edad que se pulía las ganancias de una vida fácil durante un año antes de que la responsabilidad lo alcanzara. No hurgaría ni buscaría compartimentos secretos.
Corrí al baúl. Lo abrí y saqué la mochila, en la que tenía una muda de ropa, zapatos de repuesto, raciones de comida deshidratada y dos litros de agua. Había guardado una pistola en un bolsillo lateral y el bote de humo en el del lado opuesto.
Me acerqué al colchón y abrí la cremallera. Dentro estaba mi vida: docenas de carpetas llenas de recortes de periódico o fragmentos de información; ocho libretas llenas con mis pensamientos y hallazgos; un cuaderno más grande con los índices.
A lo mejor tendría que habérmelo llevado todo al ir a ver cómo atacaban a Fortuity. A fin de cuentas, esperaba marcharme con los Reckoners. Lo pensé pero acabé decidiendo que no tenía sentido. Abultaba mucho, para empezar. Cargaría con todo en caso necesario, pero me retrasaría.
Y era demasiado valioso. Esa investigación era lo más valioso de mi vida. Para recopilar algunos datos había estado a punto de perder la vida: espiando a los Épicos, haciendo preguntas que era mejor no hacer, pagando a informadores dudosos. Estaba orgulloso de ello y asustado por lo que pudiera suceder con todos esos datos. Me había parecido que allí estarían más seguros.
Unas botas hicieron temblar el rellano. Miré por encima del hombro y me encontré ante una de las visiones más temidas en las calles subterráneas: agentes de Control armados. Estaban en el rellano, apuntándome con los rifles automáticos, los brillantes cascos negros puestos y blindaje militar en pecho, rodillas y brazos. Eran tres.
La visera negra del casco les cubría los ojos, dejando expuestas la boca y la barbilla. La protección ocular les proporcionaba visión nocturna y brillaba, levemente verdosa. Una especie de volutas de humo giraban y se ondulaban en su parte frontal. Resultaba hipnótico y según decían, esa era precisamente la intención.
Abrí unos ojos como platos y me quedé rígido sin necesidad de fingir.
—Las manos sobre la cabeza —dijo el oficial al mando, con la culata apoyada en el hombro y el cañón apuntándome—. De rodillas, súbdito.
Así era como nos llamaban, «súbditos». Steelheart no se molestaba en fingir que su imperio era una república o un gobierno representativo. No nos llamaba «ciudadanos» ni «camaradas». Éramos súbditos de su imperio. Ni más ni menos.
Levanté rápidamente las manos.
—¡No he hecho nada! —gemí—. ¡Estaba allí solo para mirar!
—¡LAS MANOS EN ALTO, DE RODILLAS! —chilló el oficial.
Obedecí.
Los Controladores entraron, dejando la puerta sospechosamente abierta para que su francotirador pudiera apuntar hacia el interior de la habitación. Por lo que había leído, esos tres formaban parte de un pelotón de cinco personas conocido como «núcleo». Tres soldados regulares, un especialista (en este caso un francotirador) y un Épico menor. Steelheart tenía unos cincuenta núcleos como ese.
Casi todas las fuerzas de Control estaban compuestas por equipos de operaciones especiales. Si había que pelear a gran escala, algo muy peligroso, Steelheart, Nightwielder, Firefight o tal vez Conflux (que era jefe de Control) se encargaban de ello personalmente. Los Controladores intervenían en los problemas menores de la ciudad, aquellos con los que Steelheart no quería perder el tiempo. En cierto modo, no le hacían falta. Eran como la versión de un dictador homicida de los aparcacoches.
Uno de los tres soldados no me quitó ojo de encima mientras los otros dos hurgaban con el rifle en mi colchón. «¿Está ella aquí? —me pregunté—. ¿Invisible, en alguna parte?». Mi instinto y lo que recordaba de haberla investigado me indicaban que andaba cerca.
Más me valía albergar la esperanza de que estuviera en la habitación. Sin embargo, no podía moverme hasta que Cody y Megan llevaran a cabo su parte del plan, así que esperé tenso a que lo hicieran.
Los dos soldados sacaron cuadernos y carpetas de entre las dos piezas de gomaespuma que componían mi colchón. Uno revisó las notas.
—Es información sobre los Épicos, señor —dijo.
—Pensaba que podría ver a Fortuity combatir contra otro Épico —dije, mirando al suelo—. Cuando descubrí que estaba pasando algo terrible, traté de huir. Solo estaba allí para ver qué pasaba, ¿comprenden?
El oficial empezó a hojear los cuadernos. El soldado que me vigilaba parecía incómodo por algo. No paraba de mirarme a mí, luego a los otros.
Notaba los latidos de mi corazón mientras esperaba. Megan y Cody atacarían pronto. Tenía que estar preparado.
—Tienes graves problemas, súbdito —dijo el oficial, arrojando uno de mis cuadernos al suelo—. Un Épico, y no uno cualquiera, ha muerto.
—¡Yo no tengo nada que ver! —exclamé—. Lo juro. Yo…
—Bah. —El oficial hizo una señal a uno de los soldados—. Recoge esto.
—Señor —dijo el soldado que me vigilaba—. Probablemente está diciendo la verdad.
Yo vacilé. Esa voz…
—¿Roy? —dije, sorprendido. Había alcanzado la mayoría de edad el año antes que yo… y se había unido a los Controladores.
El oficial me miró.
—¿Conoces a este sujeto?
—Sí —afirmó Roy, reacio. Era un pelirrojo alto. Siempre me había caído bien. Adjunto en la Fábrica, ocupaba un puesto que Martha asignaba a los chicos mayores: tenían que impedir que los trabajadores más jóvenes o más débiles fueran acosados. Había hecho bien su trabajo.
—¿Y no has dicho nada? —dijo el oficial al mando con dureza.
—Yo… señor, lo siento. Debería haberlo hecho. Siempre ha sentido fascinación por los Épicos. Lo he visto cruzar media ciudad a pie y esperar bajo la lluvia solo porque había oído que un nuevo Épico podía estar de paso por la ciudad. Si ha oído que había dos peleando, seguro que ha ido a mirar, fuera buena idea o no.
—Parece exactamente el tipo de persona que no tendría que estar en la calle —dijo el oficial—. Recoged esto. Hijo, vas a venir a contarnos exactamente lo que has visto. Si haces un buen trabajo, tal vez sobrevivas a la noche. Si…
Fuera sonó un disparo. La cara del oficial quedó destrozada y el frontal de su casco explotó alcanzado por una bala.
Rodé hacia mi mochila. Cody y Megan habían hecho su trabajo, eliminando en silencio al francotirador y colocándose en posición para cubrirme.
Abrí el velcro del lateral de la mochila, saqué la pistola y disparé rápidamente a los muslos a Roy. Las balas lo alcanzaron en un punto que su armadura de plástico avanzada no cubría y cayó al suelo, aunque si no fallé fue por poco. Las dichosas pistolas…
El otro soldado cayó alcanzado por un disparo certero de Cody, que seguramente estaba en las estructuras del parque. No me detuve a asegurarme de que el tercer soldado estuviera muerto: Refractionary podía estar en la habitación, armada y lista para disparar. Saqué el bote de humo, tiré de la anilla y la arrojé al suelo. Una humareda gris brotó del cilindro y llenó la habitación. Contuve la respiración, la pistola en ristre. Los poderes de Refractionary se anularían cuando el humo la rodeara. Esperé a que apareciera.
No sucedió nada. No estaba en la habitación.
Mascullando una maldición, todavía conteniendo la respiración, miré a Roy. Intentaba moverse, se sujetaba las piernas y trataba de apuntarme con el rifle. Salté entre el humo y aparté el rifle de él de una patada. Luego le saqué la pistola de la funda y la arrojé lejos. Ninguna de las dos armas me servía porque estaban sintonizadas con sus guantes.
Roy se metió una mano en el bolsillo. Le puse mi pistola en la sien y le agarré la mano. Había intentado marcar. Amartillé la pistola y soltó el móvil.
—Es demasiado tarde de todas formas, David —escupió Roy y empezó a toser por el humo—. Conflux lo sabrá en el momento en que dejemos de estar en línea. Otros núcleos vienen de camino. Enviarán ojos espía a vigilar. Probablemente ya están aquí.
Todavía conteniendo la respiración, le registré los bolsillos de los pantalones militares. No llevaba más armas.
—Te estás comportando como un idiota, David —dijo Roy, tosiendo.
Lo ignoré y observé la habitación. Tuve que empezar a respirar, y el humo se volvía insoportable.
¿Dónde estaba Refractionary? En el rellano, tal vez. Saqué el bote de humo de una patada, con la esperanza de que estuviera fuera.
Nada. O bien me había equivocado respecto a su punto flaco, o ella había decidido no unirse a su equipo para atraparme.
¿Y si planeaba sorprender a Megan y Cody? No la verían. Los pillaría desprevenidos.
Miré el móvil de Roy.
«Merece la pena intentarlo». Lo recogí y consulté la agenda. Refractionary aparecía por su nombre de Épica. La mayoría de los Épicos lo prefieren así.
Marqué.
Casi inmediatamente sonó un disparo en el parque infantil.
Ya no podía seguir conteniendo la respiración. Salí fuera, agachado, y aparté de una patada la granada de humo. Empecé a bajar por la escalera y tomé aliento. Con los ojos llorosos, escruté el parque. Cody estaba arrodillado encima de la estructura, con el rifle en las manos. Megan estaba de pie en su base, con un cuerpo vestido de negro y amarillo a sus pies: Refractionary.
Megan le disparó de nuevo al cadáver, para más seguridad, pero la mujer estaba obviamente muerta.
Otro Épico eliminado.