9

El Profesor escuchó pensativo mi explicación.

—Sí —dijo cuando terminé—. Tendría que haberlo supuesto. Es lógico.

Me relajé. Temía que se pusiera furioso.

—¿Cuál es la dirección, hijo? —me preguntó.

—El mil quinientos treinta y dos de Ditko Place —dije. Tallado en acero alrededor de un parque, en una de las zonas más agradables de las calles subterráneas—. Es pequeño, pero vivo solo. Lo tengo bien cerrado.

—Los Controladores no necesitarán llave —dijo el Profesor—. Cody, Abraham, id a su apartamento. Colocad una bomba incendiaria, aseguraos de que no haya nadie dentro y voladlo todo.

Me sobresalté como si alguien me hubiera conectado los dedos de los pies a la batería de un coche.

—¿Qué?

—No podemos permitir que Steelheart obtenga esa información, hijo —dijo el Profesor—. No solo la información sobre nosotros, sino la información sobre los Épicos que has recopilado. Si es tan detallada como dices, podría utilizarla contra los otros Épicos poderosos de la región. Steelheart ya tiene demasiada influencia. Tenemos que destruir esos datos.

—¡No podéis! —exclamé, y mi voz resonó en el estrecho túnel de paredes de acero. ¡Aquellas notas eran el trabajo de mi vida! No es que hubiera vivido mucho, claro, pero aun así… Diez años de esfuerzos. Perderlas sería como perder una mano. Si me hubieran dado a elegir, habría preferido perder la mano.

—Hijo —dijo el Profesor—, no me presiones. Tu situación aquí es delicada.

—Necesitan ustedes esa información —insistí—. Es importante, señor. ¿Por qué quemar cientos de páginas de información sobre los poderes de los Épicos y sus posibles puntos débiles?

—Dices que la recopilaste de oídas —dijo Tia, con los brazos cruzados—. Dudo de que nos aporte nada que no sepamos ya.

—¿Conocéis el punto débil de Nightwielder? —pregunté, desesperado.

Nightwielder, uno de los guardaespaldas de Steelheart, un gran Épico cuyos poderes mantenían Chicago Nova en perpetua oscuridad, era una figura tenebrosa, completamente incorpóreo, inmune a los disparos o a cualquier tipo de arma.

—No —admitió Tia—. Y dudo de que tú lo conozcas.

—La luz del sol —dije—. Se vuelve sólido con la luz del sol. Tengo imágenes.

—¿Tienes imágenes de Nightwielder en forma corpórea? —inquirió Tia.

—Creo que sí. La persona a la que se las compré no lo sabía con certeza, pero yo estoy razonablemente seguro.

—¡Eh, chaval! —me llamó Cody—. ¿Quieres comprarme el lago Ness? Te lo dejo baratito.

Lo miré con mala cara, y él se limitó a encogerse de hombros. El lago Ness estaba en Escocia, eso lo sabía, y el blasón de la gorra de Cody podía ser una insignia escocesa o inglesa. Pero su acento no encajaba.

—Profesor —dije, volviéndome hacia él—. Phaedrus, señor, por favor. Tiene que ver mi plan.

—¿Tu plan? —No parecía sorprendido de que hubiera descubierto su nombre.

—Para matar a Steelheart.

—¿Tienes un plan para matar al Épico más poderoso del país?

—Es lo que les he dicho antes.

—Creía que querías unirte a nosotros para conseguir que nosotros lo hiciéramos.

—Necesito ayuda —dije—. Pero no he venido con las manos vacías. Tengo un plan detallado. Creo que funcionará.

El Profesor sacudió la cabeza, divertido.

De repente, Abraham se echó a reír.

—Me cae bien. Tiene… algo. Un homme téméraire. ¿Seguro que no estamos reclutando gente, Profesor?

—Seguro —respondió el Profesor llanamente.

—Al menos estudiad mi plan antes de quemarlo —dije—. Por favor.

—Jon —dijo Tia—. Me gustaría ver esas imágenes. Lo más probable es que sean falsas, pero a pesar de todo…

—De acuerdo —aceptó el Profesor, lanzándome algo. El cargador de mi rifle—. Cambio de planes. Cody, ve con Megan y el chico a su apartamento. Si los Controladores están allí y parece que van a conseguir esa información, destrúyelo. Pero si el lugar parece seguro, tráela. —Me miró—. Lo que no se pueda transportar fácilmente, destruidlo. ¿Entendido?

—Claro —respondió Cody.

—Gracias —dije yo.

—No es un favor, hijo —dijo el Profesor—. Y espero que tampoco sea un error. Vamos. Puede que no tarden mucho en identificarte.

Cuando llegamos a Ditko Place el silencio empezaba a instalarse. Se diría que, con la oscuridad perpetua, no hay realmente un «día» o una «noche» en Chicago Nova, pero los hay. La gente tiende a dormir cuando los demás duermen, así que adoptamos rutinas.

Naturalmente, una minoría no hace lo que se le dice, ni siquiera si se trata de algo sencillo. Yo era de esos. No dormir en toda la noche implica estar despierto mientras los demás duermen. Es más tranquilo, tienes más privacidad.

Un temporizador hacía que las luces del techo se volvieran de colores más oscuros cuando era de noche. El cambio era sutil, pero habíamos aprendido a notarlo. Así pues, aunque Ditko Place estaba cerca de la superficie, no había mucho movimiento en las calles subterráneas. La gente dormía.

Llegamos al parque, una gran cámara subterránea tallada en el acero. Tenía numerosos agujeros en el techo para que entrara el aire fresco y unas luces violeta brillaban en los reflectores que lo bordeaban. El centro de la alta cámara estaba repleto de rocas traídas del exterior: rocas de verdad que no se habían convertido en acero. También había atracciones de madera, moderadamente bien mantenidas, robadas de alguna parte. Durante el día el lugar se llenaba de niños demasiado jóvenes para trabajar o cuyas familias podían permitirse que no trabajaran. Ancianos y ancianas se reunían para remendar calcetines o hacer otros trabajos sencillos.

Megan alzó una mano para que se detuvieran.

—¿Móviles? —susurró.

Cody hizo una mueca.

—¿Parezco un aficionado? —preguntó—. Está en modo silencioso.

Yo vacilé, saqué el mío y lo comprobé dos veces. Afortunadamente, estaba en modo silencioso. Le quité la batería de todas formas, por si acaso. Megan salió con sigilo del túnel y cruzó el parque en dirección a la sombra de una gran roca. Cody la imitó y yo los seguí a ambos, agachado y moviéndome lo más silenciosamente que pude, dejando atrás grandes piedras cubiertas de líquenes.

Más arriba, en la carretera, oímos pasar unos cuantos coches por la calle a la que daban las aberturas del techo. Eran de trabajadores que volvían tarde a casa. A veces nos arrojaban basura. Un sorprendente número de ricos tenía todavía un trabajo normal y corriente. Había contables, maestros, vendedores, técnicos informáticos… aunque a la red de datos de Steelheart solamente tenían acceso quienes gozaban de su máxima confianza. Yo nunca había visto un ordenador de verdad, solo mi móvil.

Arriba el mundo era distinto. Los trabajos antaño comunes estaban en manos de los privilegiados únicamente. Los demás trabajábamos en fábricas o cosíamos ropa en el parque mientras veíamos jugar a los niños.

Llegué a la roca y me agazapé junto a Cody y Megan, que inspeccionaban con sigilo las dos lejanas paredes de la cámara donde estaban las viviendas. Docenas de agujeros en el acero constituían habitáculos de diversos tamaños. Habían colocado escalerillas metálicas de incendios de edificios abandonados de la superficie para acceder a ellos.

—¿Cuál es? —me preguntó Cody.

Se lo indiqué.

—¿Ves esa puerta del segundo nivel, al fondo a la derecha? Esa es.

—Muy bonita —dijo Cody—. ¿Cómo podéis permitiros un sitio como este? —Hizo la pregunta con indiferencia, pero noté que recelaba. Todos lo hacían. Bueno, supongo que era de esperar.

—Necesitaba una habitación para mí solo para investigar —expliqué—. En la fábrica donde trabajé guardan todos tus salarios cuando eres niño y te pagan a plazos anuales la suma acumulada a partir de los dieciocho. Me ha bastado para costearme mi propia habitación durante un año.

—Cojonudo —dijo Cody. Me pregunté si mi explicación lo había convencido o no—. No parece que los Controladores hayan llegado todavía. A lo mejor no han sido capaces de relacionarte con la descripción.

Asentí lentamente, aunque a mi lado Megan miraba alrededor con los párpados entornados.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—Demasiado fácil. No me fío de las cosas que parecen demasiado fáciles.

Estudié las paredes más alejadas. Había unos cuantos cubos de basura vacíos y varias motocicletas encadenadas junto a una escalera. Algunos artistas callejeros emprendedores habían grabado pedazos de metal. Se suponía que no podían, pero la gente los animaba tácitamente a hacerlo. Era una de las pocas maneras de rebelarse que le quedaban a la gente corriente.

—Bueno, podemos quedarnos aquí mirando hasta que vengan —dijo Cody, frotándose la cara con un dedo correoso—, o podemos ir. Vamos. —Se levantó y uno de los grandes cubos de basura fluctuó.

—¡Espera! —Agarré a Cody y lo obligué a agacharse con el corazón en un puño.

—¿Qué? —me preguntó él, ansioso, echando mano al rifle. Era muy bueno, antiguo pero bien conservado, con la mira grande y un silenciador de última generación. Yo nunca había puesto las manos en uno de esos. Los más baratos funcionaban mal y me costaba demasiado hacer puntería con ellos.

—Allí —dije, señalando el cubo de basura—. Obsérvalo.

Frunció el ceño, pero hizo lo que le pedía. Yo repasaba frenético la información que recordaba. Necesitaba mis notas. Un Épico ilusionista… La imagen fluctúa… ¿Quién era?

«Refractionary. Una ilusionista de clase C con la capacidad de volverse invisible».

—¿Qué tengo que mirar? —me preguntó Cody—. ¿Te ha asustado un gato o algo pa…? —No terminó la frase, porque la imagen del cubo volvió a fluctuar. Frunció de nuevo el ceño y se agachó más.

—¿Qué ha sido eso?

—Una Épica —dijo Megan, achicando los ojos—. Una de las Épicas menores con poderes de ilusión que tiene problemas para mantener una imagen sin fluctuaciones.

—Se llama Refractionary —añadí en voz baja—. Es muy hábil, capaz de crear manifestaciones visuales complejas. Pero no es demasiado poderosa, y sus ilusiones siempre tienen algo que las delata. Normalmente titilan como si la luz se reflejara en ellas.

Cody apuntó el rifle hacia el cubo de basura.

—Así que me estás diciendo que ese cubo no está realmente ahí, que oculta otra cosa. ¿A agentes de los Controladores, tal vez?

—Yo diría que sí —respondí.

—¿La pueden herir las balas, chaval? —preguntó Cody.

—Sí, no es una gran Épica. Pero puede que no esté ahí, Cody.

—Acabas de decir…

—Es una ilusionista de clase C, pero su poder secundario es el de la invisibilidad de clase B —le expliqué—. Las ilusiones y la invisibilidad a menudo van de la mano. Puede hacerse invisible, pero para ocultar a los demás tiene que crear una ilusión alrededor de ellos. Yo diría que oculta a un pelotón de Controladores en esa ilusión del falso cubo, pero, si es lista, y lo es, estará en otra parte.

Sentí un cosquilleo en la nuca. Odiaba a los Épicos ilusionistas. Nunca sabías dónde podían estar. Incluso los más débiles (los de clase D o clase E, siempre según mi sistema de clasificación) podían crear una ilusión lo bastante grande para ocultarse dentro. Si eran capaces de volverse invisibles, aún peor.

—Allí —dijo Megan, señalando una estructura para jugar: una especie de fuerte de madera para que los niños escalaran—. ¿Veis esas cajas que hay en la parte superior? Acaban de titilar. Hay alguien escondido en ellas.

—Ahí solo cabe una persona —susurré—. Desde esa posición, puede ver el interior de mi apartamento por la puerta. ¿Un francotirador?

—Lo más probable —respondió Megan.

—Refractionary está cerca, entonces —dije—. Tiene que estar viendo tanto el juego como los cubos de basura falsos para mantener la ilusión. El alcance de sus poderes no es muy grande.

—¿Cómo la hacemos salir? —preguntó Megan.

—Si mal no recuerdo, le gusta implicarse —dije—. Si podemos hacer que los Controladores se muevan, se mantendrá cerca de ellos, por si necesita dar órdenes o crear ilusiones para apoyarlos.

—¡Caray…! —susurró Cody—. ¿Cómo sabes todo eso, chaval?

—¿Es que no atiendes? —le preguntó Megan en voz baja—. A esto se dedica. Ha construido su vida en torno a ellos. Los estudia.

Cody se acarició la barbilla. Parecía como si pensara que todo lo que yo había dicho antes era una bravata.

—¿Conoces su punto flaco?

—Está en mis notas —dije—. Trato de acordarme. Eh… Bueno, los ilusionistas no ven nada si se vuelven completamente invisibles. Para ver necesitan que la luz les llegue a los iris, así que se pueden buscar los ojos. Un ilusionista realmente hábil, sin embargo, es capaz de mimetizar el color de sus ojos con el entorno. Aunque esto no es verdaderamente la flaqueza de Refractionary, sino un límite de su capacidad. —«¿Qué más sé?», me dije—. ¡El humo! —exclamé, y me ruboricé por haberlo hecho. Megan me fulminó con la mirada—. Es su punto débil —susurré—. Siempre evita a la gente que fuma y se mantiene apartada de cualquier tipo de fuego. Es algo sabido y razonablemente corroborado, hasta donde cabe corroborar las flaquezas de los Épicos.

—Me parece que tenemos que recuperar el plan de prender fuego al piso —dijo Cody. Parecía entusiasmado con la perspectiva.

—¿Qué? No.

—El Profesor ha dicho…

—Todavía podemos conseguir la información —dije—. Me están esperando, pero solo han enviado a una Épica menor. Eso significa que me buscan pero que aún no han descubierto que los Reckoners están detrás del asesinato de esta noche, posiblemente ni sepan que yo he participado. Seguramente todavía no han limpiado mi habitación, aunque hayan entrado y examinado lo que hay dentro.

—Excelente motivo para quemarla —repuso Megan—. Lo siento, pero si están tan cerca…

—Escuchad. Ahora es esencial que entremos —dije, cada vez más ansioso—. Tenemos que ver qué han tocado. Así sabremos qué han descubierto. Si quemamos la habitación, nos cegaremos a nosotros mismos.

Los dos dudaron.

—Podemos detenerlos —dije—. Y de paso matar a una Épica. Refractionary tiene las manos manchadas de sangre. El mes pasado alguien le cortó el paso mientras iba en su vehículo. Creó la ilusión de que la carretera proseguía, sacó al infractor de la vía e hizo que se estrellara contra una casa. Seis muertos. Había niños en el coche.

Los Épicos carecían de moral o de conciencia hasta un punto increíble. Eso incomodaba a algunos en el plano filosófico. Teóricos y eruditos se hacían preguntas acerca de la absoluta falta de humanidad que demostraban muchos Épicos. ¿Mataban porque Calamity, por el motivo que fuese, solo escogía a gente terrible para que consiguiera poderes o lo hacían porque unos poderes tan asombrosos viciaban a quienes los poseían y los volvían irresponsables?

No había respuestas concluyentes. No me importaba: no era ningún erudito. Sí, yo investigaba, pero igual que un fan de los deportes cuando sigue a su equipo. Me importaba tan poco por qué hacían los Épicos lo que hacían como a un fanático del béisbol las leyes de la física que entran en juego cuando un bate golpea la bola.

Solo una cosa importaba: a los Épicos la vida de un ser humano corriente les traía sin cuidado. Un asesinato brutal era para ellos la respuesta adecuada a la mayoría de las infracciones menores.

—El Profesor no ha aprobado que ataquemos a un Épico —dijo Megan—. No forma parte del protocolo.

Cody se echó a reír.

—Matar a un Épico siempre forma parte del protocolo, chavala. No llevas con nosotros el tiempo suficiente para entenderlo.

—Tengo un bote de humo en mi habitación —dije.

—¿Qué? —me preguntó Megan—. ¿Cómo?

—Me crie trabajando en una fábrica de municiones —dije—. Fabricábamos principalmente rifles y pistolas, pero trabajábamos para otras fábricas. De vez en cuando me quedaba con alguna maravilla del montón de piezas descartadas en el control de calidad.

—¿Un bote de humo es una maravilla? —preguntó Cody.

Fruncí el ceño. ¿Qué quería decir? Pues claro que lo era. ¿Quién no acepta un bote de humo si se lo ofrecen? Al final Megan sonrió levemente. Lo comprendía.

«No te entiendo, chica», pensé. ¿Llevaba explosivos en la camisa y era una tiradora excelente pero le preocupaba el protocolo de actuación cuando tenía ocasión de matar a una Épica? En cuanto me pilló mirándola, su expresión se volvió de nuevo fría y distante.

¿Había hecho algo para ofenderla?

—Si logramos hacernos con ese bote de humo, puedo usarlo para anular los poderes de Refractionary —dije—. A ella le gusta estar cerca de sus equipos. Así que, si conseguimos atraer a los soldados a un espacio cerrado, probablemente los seguirá. Puedo lanzar el bote de humo y dispararle cuando la haga aparecer.

—Muy bien —aprobó Cody—. Pero ¿cómo vamos a conseguir todo eso y encima recuperar tus notas?

—Fácil —dije yo, entregándole reacio mi rifle a Megan. Tendría más posibilidades de engañarlos si iba desarmado—. Vamos a darles a quien esperan: a mí.