8

—Entonces —dije mientras salíamos de la habitación—, ¿dónde está ese sitio al que vamos? El Agujero Catorce.

—No te hace falta saber eso —respondió el Profesor.

—¿Podéis devolverme el cargador del rifle?

—No.

—¿Tengo que aprenderme algún…? No sé. ¿Algún apretón de manos secreto? ¿Quizá señales de identificación especiales? ¿Códigos para que otro Reckoner sepa que soy uno de ellos?

—Hijo —dijo el Profesor—, no eres uno de nosotros.

—Lo sé, lo sé —respondí rápidamente—. Pero no quiero que nadie nos sorprenda y me tome por un enemigo o algo y…

—Megan —dijo el Profesor, señalándome con el pulgar—. Entretén al chico. Necesito pensar. —Se adelantó, uniéndose a Tia, y los dos empezaron a hablar en voz baja.

Megan me miró con el ceño fruncido. Probablemente me lo merecía, por acosar a preguntas al Profesor de esa forma. Al mismísimo Phaedrus, el fundador de los Reckoners. Ahora que sabía que lo tenía delante, lo reconocí por las descripciones (escasas como eran) que había leído.

El hombre era una leyenda. Un dios entre guerrilleros por la libertad y asesinos por igual. Me quedé anonadado, incapaz de contener las preguntas. De hecho, estaba orgulloso de no haberle pedido que me firmara un autógrafo en el arma.

Sin embargo, con mi conducta no me había ganado a Megan, aparte de que obviamente no le gustaba que la pusieran a trabajar de niñera. Cody y Abraham charlaban delante de nosotros, así que Megan y yo caminábamos juntos mientras nos movíamos a paso rápido por uno de los oscuros túneles de acero. Ella guardaba silencio.

Era muy bonita y probablemente de mi misma edad, tal vez un año o dos mayor que yo. No estaba seguro de por qué había cambiado de actitud hacia mí. Tal vez un poco de conversación ingeniosa arreglara eso.

—Entonces… —dije—, ¿cuánto tiempo llevas…, ya sabes, con los Reckoners y eso?

Sutil.

—Bastante —respondió ella.

—¿Has estado implicada en alguna de las muertes recientes? ¿Gyro? ¿Shadowblight? ¿Earless?

—Tal vez. Dudo de que el Profesor quiera que dé detalles.

Caminamos en silencio durante un rato más.

—¿Sabes? —dije—. No eres muy entretenida.

—¿Qué?

—El Profesor te ha dicho que me entretengas.

—Eso ha sido para desviar tus preguntas hacia otra persona. Dudo de que nada de lo que yo hago te parezca particularmente entretenido.

—Yo no diría eso. El striptease me ha gustado.

Me miró sorprendida.

—¿Qué?

—En el callejón, cuando te…

Su expresión era tan gélida que se podría haber empleado para enfriar la boca de un cañón de alta potencia, o tal vez algunas copas: copas heladas; esa era una imagen más acertada. Sin embargo, no creo que ella hubiera apreciado que la usara en ese momento.

—No importa —dije.

—Bien —contestó ella, apartándose de mí para continuar.

Resoplé, luego me eché a reír.

—Por un momento me ha parecido que ibas a dispararme.

—Solo le disparo a la gente cuando lo requiere el trabajo —dijo ella—. Estás intentando entablar conversación y eres bastante torpe. No es como para pegarte un tiro.

—¡Oh, gracias!

Asintió con profesionalidad. No era precisamente la reacción que habría esperado de una chica bonita a quien había salvado la vida. Cierto, era la primera chica (bonita o no) a quien había salvado la vida, así que no tenía mucho en lo que basarme. Sin embargo, ella había sido amable conmigo, ¿no? Tal vez solo necesitaba esforzarme un poco más.

—Entonces ¿qué puedes decirme? —pregunté—. Sobre el grupo o los otros miembros.

—Preferiría hablar de otra cosa —respondió ella—. De un tema que no tenga que ver con los secretos de los Reckoners ni con mi ropa, por favor.

Guardé silencio. La verdad es que yo apenas sabía nada que no tuviera que ver con los Reckoners y los Épicos de la ciudad. Sí, había ido a la escuela en la Fábrica, pero solo había aprendido cosas básicas. Y antes había vivido un año en la calle, rebuscando comida, desnutrido, evitando la muerte por los pelos.

—Supongo que podríamos hablar de la ciudad —dije—. Conozco un montón de calles subterráneas.

—¿Qué edad tienes? —me preguntó Megan.

—Dieciocho —dije, a la defensiva.

—¿Y no va a venir nadie a buscarte? ¿No van a preguntarse dónde has ido?

Negué con la cabeza.

—Soy mayor de edad desde hace dos meses. Me echaron de la Fábrica donde trabajaba.

Esa era la norma. Solo trabajabas allí hasta que cumplías los dieciocho años; después tenías que buscarte otro tipo de trabajo.

—¿Trabajaste en una fábrica? ¿Cuánto tiempo?

—Nueve años o así —contesté—. Era una fábrica de armas, por cierto. Fabricaba armas para los Controladores. Algunos habitantes de las calles subterráneas, sobre todo los más viejos, protestan porque la Fábrica explota a los niños trabajando. Es una queja estúpida de viejos que recuerdan un mundo diferente: un mundo más seguro.

En mi mundo, quienes te daban una oportunidad para trabajar a cambio de comida eran santos. Martha se encargaba de que sus obreros estuvieran bien alimentados, vestidos y protegidos, incluso unos de otros.

—¿Estaba bien?

—Más o menos. No es un trabajo de esclavos, como piensa la gente. Nos pagaban.

Más o menos. Martha ahorraba los sueldos para darnos dinero cuando ya no pertenecíamos a la Fábrica. Lo suficiente para establecernos, ejercer un oficio.

—Era un buen sitio para crecer, considerando cómo están las cosas —dije melancólicamente mientras caminábamos—. De no ser por la Fábrica, dudo de que hubiera aprendido a disparar un arma. Supuestamente allí los chicos no pueden usar el armamento, pero si eras bueno, Martha, la directora, hacía la vista gorda. —Más de uno de sus chicos había acabado trabajando con los Controladores.

—Eso es muy interesante —insistió Megan—. Cuéntame más.

—Bueno, es… —Me callé, mirándola. Acababa de darme cuenta de que ella había seguido caminando, la mirada al frente, sin prestarme apenas atención. Solo me hacía preguntas para que continuara hablando, incluso posiblemente para evitar que la molestara de formas más invasivas.

—Ni siquiera me estás escuchando —la acusé.

—Me ha parecido que querías hablar —dijo ella, cortante—. Te he dado la oportunidad.

«Caray», pensé, sintiéndome un tarugo. Seguimos caminando en silencio, cosa que a Megan le pareció bien.

—No sabes lo irritante que es esto —dije por fin.

Me miró sin dejar entrever ninguna emoción.

—¿Irritante?

—Sí, irritante. Me he pasado los últimos diez años de mi vida estudiando a los Reckoners y los Épicos. Ahora estoy contigo y no me dejas preguntarte cosas importantes. Es irritante.

—Piensa en otra cosa.

—No hay nada más. No para mí.

—Chicas.

—Ninguna.

—Aficiones.

—Ninguna. Solo vosotros, Steelheart y mis notas…

—Espera —dijo ella—. ¿Notas?

—Claro —contesté—. Trabajaba en la Fábrica, atento siempre a cualquier rumor. Los días que libraba me gastaba el poco dinero que tenía en periódicos o relatos de quienes viajaban al extranjero. Conocía a unos cuantos agentes de información. Todas las noches recopilaba las notas. Sabía que tenía que ser experto en los Épicos, así que me convertí en uno.

Frunció profundamente el ceño.

—Lo sé —dije, con una mueca—. Parece que no tenga vida. No eres la primera que me lo dice. Los otros de la Fábrica…

—Calla —dijo ella—. Tomabas notas sobre los Épicos, pero ¿y sobre nosotros? ¿Las tomabas sobre los Reckoners?

—Pues claro que tomaba notas —dije—. ¿Qué iba a hacer, memorizarlo todo? Llené un par de cuadernos, en su mayor parte de deducciones, pues soy bastante bueno deduciendo… —Me callé cuando advertí por qué parecía tan preocupada.

—¿Dónde está todo eso? —me preguntó en voz baja.

—En mi apartamento —respondí—. A buen recaudo. Ninguno de esos matones se me ha acercado lo suficiente para verme bien.

—¿Y la mujer a la que has sacado del coche?

Vacilé.

—Me ha visto la cara. Tal vez pueda describirme. Pero eso no sería suficiente para que me localizaran, ¿verdad?

Megan no dijo nada.

«Sí —pensé—. Sí que sería suficiente». Los Controladores eran muy buenos en su trabajo y, por desgracia, yo tenía unos cuantos antecedentes, como el choque con el taxi. Estaba fichado, y Steelheart daría a los Controladores un montón de motivos para seguir todas las pistas relacionadas con la muerte de Fortuity.

—Tenemos que hablar con el Profesor —dijo Megan, tirándome del brazo para llevarme con los demás.