7

Me quedé solo en la silenciosa habitación cuadrada iluminada por la lámpara abandonada. Parecía que se le estaba agotando la batería, pero las paredes de acero reflejaban bien la tenue luz.

«No —dije. Salí al pasillo, ignorando las advertencias—. Que me disparen».

Sus siluetas se alejaban iluminadas a contraluz por sus móviles: un grupo de formas oscuras en el estrecho pasillo.

—¡Nadie más lucha! —grité tras ellos—. ¡Nadie más lo intenta siquiera! Vosotros sois los únicos que quedan. Si incluso a vosotros os dan miedo hombres como Steelheart, ¿cómo puede nadie pensar otra cosa?

Los Reckoners continuaron su camino.

—¡Vuestro trabajo significa algo! —chillé—. ¡Pero no es suficiente! Mientras la mayoría de los Épicos se consideren inmunes, nada cambiará. ¡Mientras los dejéis en paz, estáis esencialmente demostrando lo que ellos han dicho siempre! Que si un Épico es lo bastante fuerte, puede coger lo que quiera, hacer lo que le apetezca. Estáis diciendo que se merece gobernar.

El grupo siguió caminando, aunque el Profesor, que iba de los últimos, pareció vacilar solo un momento.

Inspiré profundamente. Solo me quedaba una cosa por probar.

—He visto sangrar a Steelheart.

El Profesor se tensó.

Eso hizo que los demás se detuvieran. El Profesor me miró por encima del hombro.

—¿Qué?

—He visto sangrar a Steelheart.

—Imposible —dijo Abraham—. Ese hombre es completamente invulnerable.

—Lo he visto —insistí, con el corazón retumbándome en el pecho y la cara sudorosa. Nunca se lo había dicho a nadie. El secreto era demasiado peligroso. Si Steelheart se enteraba de que alguien había sobrevivido al ataque al banco aquel día, me daría caza. No habría escondite para mí ni escapatoria. No si pensaba que yo conocía su punto débil.

No lo conocía, no plenamente; pero tenía una ligera idea, quizá la única que tenía nadie.

—Inventando mentiras no te unirás a nuestro grupo, hijo —me dijo el Profesor lentamente.

—No estoy mintiendo —dije, mirándolo a los ojos—. No en esto. Deme cinco minutos para contar mi historia. Al menos, escúcheme.

—Esto es una tontería —dijo Tia, agarrando al Profesor por el brazo—. Profesor, vámonos.

El Profesor no respondió. Me estudió; sus ojos exploraron los míos, como buscando algo. Me sentí extrañamente expuesto ante él, desnudo, como si pudiera ver todos mis deseos y pecados.

Regresó lentamente a mi lado.

—Muy bien, hijo —accedió—. Tienes quince minutos. —Indicó la habitación—. Escucharé lo que tengas que decir.

Volvimos a la pequeña habitación entre las protestas de los otros. Yo empezaba a tener calados a los miembros del grupo. Abraham, con su gran ametralladora y sus brazos musculosos, tenía que ser el encargado de las armas pesadas. Su misión sería enfrentarse a los agentes de Control si algo salía mal. Intimidaría a la gente para sonsacar información en caso necesario, y probablemente haría funcionar la maquinaria pesada si el plan lo requería.

La pelirroja Tia, de rostro afilado y elocuente, era probablemente la erudita del grupo. A juzgar por su modo de vestir, no participaba en las confrontaciones, y los Reckoners necesitaban a gente que, como ella, supiera exactamente cómo funcionaban los poderes de los Épicos y contribuyera a descifrar los puntos débiles de sus objetivos.

Megan tenía que ser el gancho, la que se ponía en peligro, la que colocaba al Épico en posición. Cody, con su ropa de camuflaje y su superrifle, era probablemente el tirador de apoyo. Deduje que, después de que Megan neutralizara los poderes del Épico de algún modo, Cody lo eliminaba o le daba jaque mate con fuego de precisión.

Lo cual dejaba al Profesor. El jefe del grupo, supuse. ¿Tal vez un segundo gancho, si necesitaban uno? Todavía no lo había catalogado, pero el modo en que lo llamaban me picaba la curiosidad.

Cuando volvimos a entrar en la habitación, Abraham parecía interesado por lo que iba a decirles. Tia, por su parte, parecía molesta, y Cody, divertido. El francotirador se apoyó contra la pared y se relajó, cruzándose de brazos, para vigilar el pasillo. Los demás me rodearon, esperando.

Le sonreí a Megan, pero su rostro se había vuelto impasible. Frío, incluso. ¿Qué había cambiado?

Tomé aire.

—He visto sangrar a Steelheart —repetí—. Sucedió hace diez años, cuando yo tenía ocho. Estaba con mi padre en el First Union Bank de la calle Adams…

Una vez terminada la historia, guardé silencio. Mis últimas palabras quedaron flotando en el aire: «Y lo veré sangrar de nuevo». Aquello me pareció una bravata, allí de pie delante de un grupo de personas que habían dedicado la vida a matar Épicos.

Mi nerviosismo se había evaporado mientras contaba la historia. Me pareció extrañamente relajante compartirla por fin, dar voz a aquellos terribles acontecimientos. Por fin, alguien más lo sabía. Si iba a morir, habría otros que tendrían la información que solo yo conocía hasta el momento. Aunque los Reckoners decidieran no ir a por Steelheart, el conocimiento existiría, quizá para ser utilizado algún día. Suponiendo que me creyeran.

—Sentémonos —dijo el Profesor por fin, tomando asiento.

Los demás lo imitaron, Tia y Megan algo reacias, pero Abraham relajado como antes. Cody se quedó de pie junto a la puerta, montando guardia.

Me senté, el rifle cruzado sobre el regazo. Tenía puesto el seguro a pesar de estar convencido de no llevarlo cargado.

—¿Bien? —le preguntó el Profesor a su equipo.

—He oído hablar del tema —admitió Tia a regañadientes—. Steelheart destruyó el banco el día de la Anexión. Tenía alquiladas algunas de las oficinas de la planta superior a asesores y contables gubernamentales… nada demasiado relevante. La mayoría de los expertos con los que he hablado dan por hecho que Steelheart atacó el edificio por esas oficinas.

—Sí —coincidió Abraham—. Atacó muchos edificios de la ciudad ese día.

El Profesor asintió, pensativo.

—Señor… —empecé a decir.

Él me interrumpió.

—Ya has dicho lo que tenías que decir, hijo. Es una muestra de respeto que estemos hablando de esto donde puedas oírlo. No me hagas lamentarlo.

—Oh, sí, señor.

—Siempre me he preguntado por qué atacó el banco en primer lugar —continuó Abraham.

—Sí —dijo Cody desde la puerta—. Fue una elección extraña. ¿Por qué cargarse a un puñado de contables antes que al alcalde?

—Pero no es suficiente motivo para cambiar nuestros planes —añadió Abraham, sacudiendo la cabeza. Me hizo un gesto, la enorme ametralladora sobre los hombros—. Estoy seguro de que eres una persona maravillosa, amigo mío, pero creo que no deberíamos basar nuestras decisiones en información de alguien a quien acabamos de conocer.

—¿Megan? —preguntó directamente el Profesor—. ¿Qué opinas tú?

La miré. Megan estaba sentada, un poco apartada de los demás. El Profesor y Tia parecían los más veteranos de aquella célula concreta de los Reckoners. Abraham y Cody a menudo compartían ideas como hacen los buenos amigos. Pero ¿qué había de Megan?

—Creo que es una estupidez —dijo con frialdad.

Fruncí el ceño. «¡Si hace un minuto era de lo más cordial conmigo!».

—Antes lo has defendido —dijo Abraham, como dando voz a mis propios pensamientos.

Ella frunció el ceño.

—Eso ha sido antes de oír esta descabellada historia. Está mintiendo, tratando de entrar en nuestro grupo.

Abrí la boca para protestar, pero una mirada del Profesor me hizo tragarme el comentario.

—Parece que te lo estás pensando —le dijo Cody a este último.

—¿Profesor? —inquirió Tia—. Conozco esa mirada. Recuerda lo que pasó con Duskwatch.

—Lo recuerdo perfectamente —respondió él. Siguió estudiándome.

—¿Qué? —preguntó Tia.

—Sabe lo de los trabajadores de los equipos de rescate —dijo el Profesor.

—¿Los trabajadores de los equipos de rescate? —preguntó Cody.

—Steelheart ocultó que mató a los trabajadores de los equipos de rescate —dijo el Profesor en voz baja—. Pocos saben lo que les hizo, a ellos y a los supervivientes; lo que sucedió en el edificio del First Union. No mató a ninguno de los que fueron a prestar auxilio a los otros edificios de la ciudad que destruyó. Solo mató a los trabajadores de los equipos de rescate del First Union.

»Algo hubo diferente en la destrucción del banco —continuó el Profesor—. Sabemos que entró y habló con la gente de dentro. No lo hizo en los otros lugares. También dicen que salió enfurecido del First Union. Algo sucedió ahí. Lo sé desde hace tiempo. Los otros jefes de célula lo saben. Supusimos que su enfado tuvo que ver con Deathpoint. —El Profesor, que estaba sentado con una mano apoyada en la rodilla, tamborileó con los dedos, pensativo, estudiándome—. Steelheart se hizo la cicatriz ese día. Nadie sabe cómo.

—Yo sí —dije.

—Tal vez —dijo el Profesor.

—Tal vez sí —dijo Megan—. Tal vez no. ¡Profesor! ¡Puede haberse enterado de los asesinatos y de la cicatriz de Steelheart y haber inventado el resto! No hay manera de demostrarlo, porque, si tiene razón, entonces Steelheart y él son los únicos testigos.

El Profesor asintió lentamente.

—Atacar a Steelheart sería casi imposible —dijo Abraham—. Aunque pudiéramos averiguar cuál es su punto débil, tiene guardias, y fuertes.

—Firefight, Conflux y Nightwielder —dije yo, asintiendo—. Tengo un plan para cada uno de ellos. Creo que he descubierto sus flaquezas.

Tia frunció el ceño.

—Ah, ¿sí?

—Diez años —respondí en voz baja—. Durante diez años no he hecho otra cosa que planear cómo llegar a él.

El Profesor seguía pensativo.

—Hijo —me dijo—. ¿Cómo has dicho que te llamas?

—David.

—Bien, David. Dedujiste que íbamos a atacar a Fortuity. ¿Qué deduces que vamos a hacer ahora?

—Dejaréis Chicago Nova al anochecer —dije inmediatamente—. Es lo que hace siempre un equipo después de poner una trampa. Naturalmente, aquí no hay anochecer. Pero os marcharéis dentro de unas horas para reuniros con el resto de los Reckoners.

—¿Y cuál es el siguiente Épico al que planeamos atacar? —preguntó el Profesor.

—Bueno —dije, pensando rápidamente, recordando mis listas y proyecciones—. Ninguno de vuestros equipos ha estado activo en Medias Llanuras o Calif últimamente. Supongo que vuestro siguiente objetivo sería el Armsman, en Omaha, o Lightning, uno de los Épicos de la banda de Snowfall, en Sacramento.

Cody silbó. Al parecer había discurrido bien, lo cual fue una suerte. No estaba demasiado seguro. Tendía a acertar una cuarta parte de las veces al deducir dónde atacarían las células de los Reckoners.

El Profesor se puso súbitamente en pie.

—Abraham, prepara el Agujero Catorce. Cody, mira a ver si es posible preparar una pista falsa que lleve a Calif.

—¿El Agujero Catorce? —dijo Tia—. ¿Vamos a quedarnos en la ciudad?

—Sí.

—Jon —dijo Tia, dirigiéndose al Profesor. Su verdadero nombre, probablemente—, no puedo…

—No estoy diciendo que vayamos a atacar a Steelheart —respondió él, alzando una mano. Me señaló—. Pero si el chico ha deducido lo que vamos a hacer a continuación, alguien más podría hacerlo. Eso significa que tenemos que cambiar de planes. Inmediatamente. Nos ocultaremos aquí unos cuantos días. —Me miró—. En cuanto a Steelheart… ya veremos. Primero necesito volver a oír tu historia. Quiero oírla una docena de veces si es necesario. Luego decidiré qué hacer.

Me tendió la mano. La acepté, inseguro, dejando que me ayudara a ponerme en pie. Había algo en los ojos de aquel hombre que no esperaba ver: un odio hacia Steelheart casi tan profundo como el mío. Se notaba por la manera en que pronunciaba el nombre del Épico, torciendo los labios y achicando los ojos con ardiente fiereza. Por lo visto nos entendimos mutuamente en ese momento.

«El Profesor —pensé—. El doctor universitario. El fundador de los Reckoners se llama Jonathan Phaedrus y es doctor universitario»[1].

No era solo el comandante de un equipo, el jefe de una de las células de los Reckoners. Era Jon Phaedrus en persona, su líder y fundador.