—¡Caramba, qué manera de comenzar el otoño! —exclamó Wally con indignación—. Podrían ocuparse un poco más de nosotros, ¿no te parece? ¡Qué gente más descuidada!
—Vamos, vamos, niño —protestó William—. Saben bien que tenemos nuestros propios cortadores de hierba y que no tienen obligación de proporcionarnos el forraje para nuestros caballos; sin embargo, nos lo han dado gratis desde que llegamos. Es justo que ahora que nos hemos establecido comencemos a ocuparnos de nuestras propias necesidades.
—Supongo que tienes razón —aceptó Wally—. Pero Su Alteza imperial afgana podía haber comunicado de antemano que pensaba cortarnos las provisiones a últimos de agosto, en lugar de esperar a principios de septiembre para darnos la noticia de que tendremos que buscarnos solos nuestro forraje. Porque no podemos hacerlo en forma inmediata, como sabes. Al menos, no en este país.
—Es mi problema —replicó secamente William—. Pero creo que tenemos provisiones para dos días, ¿verdad? El último envío alcanzará hasta mañana, de manera que no sé de qué te quejas. Hablaré con el jefe para preguntarle dónde pueden ir nuestros cortadores de hierba y pasado mañana comenzarán a trabajar. ¿Supongo que enviarán una guardia para acompañarlos?
—No hay suposiciones al respecto —replicó Wally con amargura—. No darían un paso sin protección.
—¿No, eh?
—Tú lo sabes. Hace semanas que nadie se arriesga a sacar la nariz de aquí, a menos que vayan en grupos, y, preferentemente, acompañados por uno o dos jawans… Si es posible musulmanes. Ni siquiera mis sikhs ni hindúes han salido mucho últimamente. ¿Me dirás que no lo sabías?
—Creo que sí, muchachito. ¿Por quién me tomas? Tengo unos años más que tú, pero aún estoy lúcido; y tengo buena vista y oído. Pero esperaba que la situación hubiera mejorado un poco, ahora que los del Herat han recibido su paga y se han marchado.
—Creo que ha mejorado. Pero es demasiado pronto para que se sientan los efectos. En tu caso, enviaría a los cortadores de hierba sin gente que los proteja. En realidad, creo que iré yo mismo primero para asegurarme de que no habrá problemas. No quiero que vuelvan a los cuarteles con las manos vacías y aterrorizados porque algún patriota local los ha insultado y les ha arrojado una piedra.
—Claro que no —asintió William y pasó a discutir una serie de cuestiones suscitadas por el brusco anuncio de que en el futuro la residencia debería encargarse de alimentar a sus propios caballos.
La decisión constituyó una sorpresa, pero, como había señalado William, no había razón para que el Gobierno afgano proporcionara forraje a los caballos de la misión británica, considerando que los Guías tenían sus propios cortadores de hierba y eran perfectamente capaces de obtenerla. Wally lo sabía, y su preocupación provenía únicamente de lo repentino del anuncio, que le parecía una descortesía innecesaria.
No entendía por qué no se había informado a la residencia que sólo se le proporcionaba forraje en forma temporal y que esto terminaría a finales de agosto; pero, aparte de eso, no le parecía mal el cambio. En realidad, cuanto más lo pensaba más le agradaba, porque le daría una excusa para salir a cabalgar por el valle y por las laderas más bajas de las montañas que aún no había visitado, además de brindarle muchas más oportunidades de encontrarse con Ash.
Wally fue hacia los establos en el extremo más lejano a la sombra del arsenal. Mientras caminaba, miró hacia arriba, con los ojos entrecerrados por el resplandor del sol, y vio las ventanas con rejas de las altas casas más allá del muro del complejo: pequeñas ventanas como ojos vigilantes que observaban desde las altas paredes lo que hacían los extraños que vivían en medio de ellos. Nadie que lo hubiese visto mirar hacia arriba habría dicho que su mirada se detenía en ninguna ventana en particular, ni que tenía el menor interés en una de las casas. Pero ese breve recorrido le mostró un jarrón azul con unas ramas en el alféizar de cierta ventana, y mientras seguía caminando, Wally se preguntó si Ash ya sabría que, en el futuro, los Guías tendrían que enviar a sus propios cortadores de hierba a los lugares donde se les permitiera ir.
La última carga de forraje enviada por el emir había sido generosa, y el jemadar Jiwand Singh, oficial indio de alto rango de la Caballería, opinó que duraría dos o tres días y que los cortadores de hierba sólo necesitarían salir al tercero.
—Pero hay que pensar en el invierno —dijo Jiwand Singh—, y si como dicen hay más de un metro de nieve en el valle, tendremos que almacenar una gran cantidad de forraje. Y para eso necesitaremos más espacio.
—Bien —respondió Wally con ligereza—, hoy es el primer día del otoño y la nieve sólo comenzará a caer a fines de noviembre. Pero hablaré con el burra-sahib esta noche, y le diré que necesitamos otro almacén y el espacio donde construirlo.
—Allí —respondió Jiwand Singh, girando la cabeza hacia una zona de tierra sin cultivar, conocida como el Kulla-Fi-Arangi, que estaba del otro lado del perímetro del complejo y separada de él sólo por una baja pared de barro—. Sería conveniente que nos dieran permiso para construir en ese terreno, ya que de esta manera podríamos cerrarlo para que no entraran los vagabundos, ladrones y budmarshes, que ahora lo usan para aproximarse aquí, donde entran cuando quieren. Además, si alguna vez hay necesidad de defenderse nos resultará muy útil.
Wally dio media vuelta para mirar el terreno con interés. Siempre le había preocupado la facilidad con que se podía entrar al complejo, y ahora murmuró en inglés:
—No es mala idea… ¿Por qué no lo habremos pensado antes? No hace falta levantar paredes, sino cobertizos, sólidos cobertizos y quizás algunas habitaciones más para los sirvientes. Quizás…
Meditó sobre el asunto y a la hora del té lo discutió con Rosie, quien estuvo de acuerdo en que sin duda el complejo resultaría más seguro si se reducía el acceso a él a una sola entrada… preferentemente una entrada estrecha que pudiera cerrarse, en lugar de media docena de callejuelas y un gran terreno baldío.
—Y nadie —dijo Wally con lentitud—, podría acusarnos de construir muros de defensa y barricadas si pedimos que construyan un cobertizo para guardar nuestro forraje para el invierno, y quizás un par de habitaciones más para los sirvientes.
—Nada de habitaciones para los sirvientes —replicó pensativamente Rosie—. Un gran dispensario. Vendrá bien. Sí, el plan no es malo y siempre que lo apruebe el jefe…
—Por supuesto que lo aprobará. ¿Por qué no? No puede sentirse más feliz que nosotros viviendo en un lugar tan vulnerable como este. No quería molestar al emir permitiendo que se construyan defensas alrededor de todo el lugar, y lo comprendo. Pero esta idea es muy diferente, y si alguien puede convencer al emir, es él. Se llevan muy bien y casi no pasa un día sin que tengan una larga charla… En este mismo momento la están teniendo. De manera que como obviamente necesitaremos más espacio para almacenar el forraje, todo será muy sencillo. Veré si puedo hablar con el jefe cuando vuelva del palacio. Siempre está de muy buen humor después de charlar con el emir.
Pero aquella noche Sir Louis llegó muy tarde del palacio, y con tan mal humor que Wally decidió que era uno de esos momentos en que los oficiales jóvenes debían pasar inadvertidos.
Normalmente, cuando Sir Louis hacía una visita oficial al palacio, permanecía allí una hora y volvía de muy buen talante, en particular en ocasiones cuando, como aquel día, el tema de discusión era el proyectado viaje a las provincias del Norte, que entusiasmaba al emir tanto como a él. Aquella noche debían ultimar los detalles, pero, cuando ya habían acordado la fecha de partida y acordado los detalles necesarios, el emir anunció repentinamente, que no podría ir…
Yakoub Khan declaró que no podía dejar su capital en un momento de gran inquietud: ¿cómo podría marcharse cuando no se podía confiar que sus regimientos en Kabul no se iban a rebelar? Muchas de sus provincias estaban en franca rebelión, su primo Abdul Rahman (un protegido de los rusos que vivía bajo la protección de estos) planeaba invadir Kadahar y ocupar el trono, y su hermano, Ibrahim Khan, intrigaba contra él con el mismo objetivo… No tenía dinero y muy poca autoridad y si se ausentaba de Kabul, aunque sólo fuera por una semana, estaba seguro de que jamás podría volver. En esas circunstancias, sin duda su buen amigo Louis comprendería las dificultades de la situación y estaría de acuerdo en que había que abandonar la idea de hacer un viaje en aquellos momentos.
Cualquiera habría pensado que Sir Louis (que estaba perfectamente enterado de estas dificultades y que las había comunicado en una serie de telegramas y despachos oficiales durante las últimas semanas) habría sido el primero en estar de acuerdo en retrasar el viaje, pero no fue así: Sir Louis se alteró seriamente, porque veía este viaje como una combinación de progreso real (una demostración publica de la amistad y confianza que ahora existía entre Gran Bretaña y Afganistán) y una manera sutil de recordar que eran los británicos quienes habían ganado la reciente guerra. Además, su estado se agravaba por la incómoda sospecha de que aparecería como un tonto cuando los diversos funcionarios a quienes había escrito sobre el viaje se enteraran de que este no tendría lugar.
Por lo tanto, hizo lo posible por convencer al emir de que cambiara de idea. Pero no dio resultado.
Wally percibió la situación, pensó que no era momento de hablar de asuntos nuevos y decidió no decir nada sobre la posibilidad de mejorar las defensas del complejo construyendo cobertizos o un dispensario, y, en cambio, se redujo a preguntar a William si había averiguado dónde podían salir a buscar forraje.
William respondió que podían tomar todo lo que necesitaban del charman, la tierra de pastos que formaba una gran parte de la llanura de Kabul y sugería que comenzaran en la vecindad del pueblo de Ben-i-Hissar, que no quedaba muy lejos de la ciudadela.
—Dije que enviaríamos a nuestros cortadores de hierba pasado mañana por la mañana —dijo William—. Necesitaban saberlo porque enviarán una guardia, aunque deben saber que nosotros también enviaremos la nuestra. De todas maneras, es preferible que estén cerca. No deseamos tener problemas con la gente del pueblo que luego pueda quejarse de que entramos sin permiso en sus campos y causamos daños en sus cultivos, y mientras haya soldados de la Caballería afgana que vigilen los procedimientos, eso probablemente no sucederá.
Wally coincidió con esta opinión, porque si bien no le gustaba que le siguieran los soldados afganos, su presencia en esta ocasión aseguraría que ni los aldeanos más fanáticos se atreverían a arrojar piedras a los extranjeros. De todas maneras, pensaba acompañar a los cortadores de hierba para asegurarse de que no se acercaran a las tierras cultivadas; y además, para estudiar el lugar y la conducta de la guardia afgana y así poder calibrar las facilidades, o dificultades, que tendría para encontrarse con Ash y hablar con él en el curso de esas salidas.
Pensaba que sería sencillo una vez que el asunto dejara de ser novedad y que recoger forraje en el charman se convirtiera en una rutina diaria. De todas maneras, decidió que sería mejor que no se encontraran el primer día. Los cortadores de hierba saldrían a días alternos y pronto los afganos se aburrirían del asunto.
Sólo al día siguiente se le ocurrió a Wally que Ash podría pasar por Ben-i-Hissar, por ejemplo en la mañana del día cinco, para tener alguna idea de la situación y evaluar las posibilidades que ofrecía.
Una breve mirada a la casa de Munshi le había mostrado que Ash estaba trabajando allí, de manera que cruzó hasta un puesto de fruta instalado en el borde del complejo, compró media docena de naranjas, cinco de las cuales colocó en el alféizar de la ventana de su sala antes de cerrar las persianas. La habitación daba al tejado de las habitaciones de los sikhs en los del extremo más lejano del complejo, y las naranjas, que destacaban claramente contra las persianas blancas, serían divisadas desde una distancia considerable.
No había necesidad de dar indicaciones a Ash, porque, si él no lo sabía, ya no tendría dificultad en averiguar dónde iría el sahib Hamilton. Y si no había inconvenientes acudiría. Si no, seguramente la próxima vez, que sería el día siete, cuando probablemente ya no estaría presente la guardia afgana. Como el siete era viernes, día de fiesta para los musulmanes, si tenían suerte, los musulmanes estarían practicando sus devociones en las mezquitas de la ciudad. Sir Louis estuvo de muy mal humor durante el desayuno, y como la sucesión habitual de visitantes que iban a saludarlo, a presentarle quejas contra el emir o contra uno u otro de los ministros le había tenido ocupado hasta tarde ese día (después de lo cual salió a cazar perdices con uno de los terratenientes locales), Wally no tuvo oportunidad de referirse al tema de los cobertizos, y no lo lamentó mucho. Seguía pensando que era un excelente plan, pero el instinto le advertía que Sir Louis no recibiría muy bien la idea por su mal humor del momento, de manera que Wally habló de ello con William, que era un civil, en ese momento muy atareado, y a quien no le interesaban en absoluto asuntos que desde el punto de vista de un soldado profesional parecían muy importantes.
William se daba cuenta perfectamente de la situación precaria de la misión británica, y reconocía con toda claridad como Wally la alarmante inseguridad del alojamiento que le proporcionaba el emir. Pero él, como Cavagnari, estaba convencido de que, en su alojamiento actual, era imposible intentar defensa alguna desde un punto de vista militar, y que, por lo tanto, debería recurrir a otros métodos. A la diplomacia y a una cuidadosa relación. A la eliminación paciente de la sospecha y la hostilidad, a la estimulación de las relaciones amistosas.
Todo esto podía ser más útil que las defensas tangibles de ladrillo y yeso que sólo servían para contener un ataque armado de una hora o dos, a lo sumo. Por lo tanto, no le entusiasmaba tanto la idea del cobertizo como había esperado Wally, aunque prometió hablar con Sir Louis del tema y, en su opinión, era probable que la reacción de este fuera favorable, porque, después de todo, por cuestiones de defensa o no, sin duda necesitaría almacenar forraje extra para los meses en que Kabul estaría cubierta de nieve. Pero faltaba bastante tiempo para esto.
La reacción fría de William ante su «plan capital» deprimió a Wally, pero se consoló con la idea de que si lograba que Sir Louis aceptara la propuesta y el emir concediera permiso, los cobertizos no tardarían mucho tiempo en construirse. Y una vez que los hubieran levantado, se sentiría mucho más tranquilo con respecto a los hombres a su mando, ya que esa seguridad y bienestar eran su responsabilidad personal y quienes a su vez eran responsables de la protección de cada una de las personas alojadas en el complejo de la residencia desde el enviado hasta el más humilde sirviente.
Más tarde, al volver a las habitaciones después de discutir detalles para el grupo que saldría a recoger forraje con el jemadar Jiwand Singh, levantó la mirada hacia la casa de Munshi y vio que el jarrón con las ramas ya no estaba en el centro, sino que había sido trasladado al lado derecho de la ventana, eso podía traducirse brevemente como «es posible…». El lado izquierdo significaba lo contrario.
Wally volvió a la residencia silbando una canción, entró en sus habitaciones y retiró las cinco naranjas que había colocado en el alféizar de la ventana de su habitación aquel mismo día.
Aquel mismo día, llevó a su secretario con él cuando salió a cazar perdices, mientras que el teniente Hamilton y el cirujano mayor Kelly, que no fueron invitados a la partida, salieron con una escolta de dos sowars y con la inevitable guardia de afganos a cabalgar por las orillas del río Kabul hasta el lugar de los antiguos acantonamientos británicos cerca de Sherpur.
El día había sido cálido y sin nubes, y aunque apenas corría brisa, fue suficiente para levantar el polvo, y la puesta del sol, a pesar del cielo claro, fue una de las más espectaculares que Wally había visto jamás.
Sólo había estado en Kabul en verano y nunca había podido entender que Ash pensaba que era un lugar hermoso y suponía que era porque había vivido allí con Juli.
Los picos nevados eran bellos, pero ninguno de ellos, a los ojos de Wally, podían competir con la imponente belleza del Nanga Parbat, la «diosa desnuda» que él viera por primera vez al amanecer desde una ladera en Barramulla. Tampoco soñaría en comparar las tierras llanas que rodeaban Kabul con el encantador valle de Cachemira. Pero ahora de pronto era como si sus ojos se hubieran abierto y viera Kabul por primera vez: no duro, desolado y con color de tierra, sino hermoso, con una belleza salvaje y espectacular que quitaba el aliento.
Una combinación de la puesta de sol, el polvo y el humo de los fuegos encendidos para cocinar transformaba el valle en un mar de oro, y las colinas cercanas y las cumbres nevadas, más lejos, se elevaban en esplendorosas hileras, bañadas por el resplandor del atardecer.
—«Y la ciudad era de oro puro, como el cristal transparente, y los cimientos de la ciudad estaban adornados con toda clase de piedras preciosas» —murmuró Wally en voz muy baja.
—¿Qué dice? —preguntó Rosie, volviéndose para mirarlo.
Wally se sonrojó y respondió confusamente:
—Nada… es que… se parece a la descripción de la Ciudad Sagrada ¿verdad? La de las Revelaciones.
Su compañero se volvió para examinar el paisaje, y como tenía una mentalidad más prosaica que la de Walter, observó que le recordaba la transformación escénica de una pantomima.
—Bonito —aprobó Rosie, y agregó que jamás habría creído que aquel lugar olvidado del mundo podía tener un aspecto amable.
—Ash solía hablar de una montaña llamada el Dur Khaima —dijo Wally sin apartar la mirada de los picos nevados—. Los pabellones lejanos… No me había dado cuenta… —se interrumpió y Rosie dijo con curiosidad:
—¿Habla usted de Pandy Martyn por casualidad? ¿Era amigo suyo, no?
—Lo es —corrigió brevemente Wally.
Había mencionado sin querer el nombre de Ash y se sintió incómodo por haberlo hecho, porque aunque Rosie nunca había servido con Ash, seguramente sabía mucho de él, y podía interesarse lo suficiente para hacer preguntas molestas sobre el lugar donde Ash se encontraba en la actualidad.
—Un tipo notable en todo sentido —observó Rosie—. La única vez que estuve con él fue en 1874, cuando apareció en Mardan con una fea herida que tuve que curarle. Fue un año después de mi ingreso en los Guías, recuerdo. No hablaba mucho. Pero no estaba muy bien en esa época, y en cuanto se mejoró, lo trasladaron a Rawalpindi, pero supe que estuvo en Kabul, de manera que supongo que la montaña de la que él le hablaba era una de estas. Magníficas, verdaderamente.
Wally hizo un gesto de asentimiento y no contradijo lo que William decía del Dur Khaima, sino que guardó silencio, contemplando el enorme panorama del Hindu Kush, viéndolo con todo detalle, como a través de un poderoso telescopio… o con los ojos de Dios. Y de pronto supo que este era uno de esos momentos que, por razones desconocidas, uno recuerda siempre, queda indeleblemente impreso en la mente cuando muchos otros más importantes se esfuman y se pierden.
A medida que disminuía la luz, el valle se llenaba de sombras, y las altas crestas nevadas adquirían un color rojizo. A Wally se le ocurrió que nunca se había dado cuenta de que el mundo era un lugar hermoso: lleno de maravillas. Quizás el hombre hiciera lo posible para arruinarlo, pero cada arbusto, cada piedra y cada rama estaba «llena de Dios».
Una discreta tosecilla de uno de los sowars le trajo a la realidad y le recordó que había allí otras personas además de Ambrose Kelly… y que además era Ramadán y la escolta y la guardia afgana estaban impacientes por volver a los cuarteles para sus plegarias de la noche antes de que el atardecer les permitiera romper el ayuno del día.
—¡Vamos, Rosie, le juego una carrera hasta el río! —Wally se apartó de las ruinas del viejo acantonamiento, se lanzó al galope y volvió riendo al Bala Hissar que se recortaba oscuro contra el dorado del cielo de la tarde.
Ash, que salió de la ciudadela un poco más tarde que de costumbre, pasó junto a él cuando el grupo de los Guías entró por la puerta Shah Shahie. Pero Wally no le vio. El sol aún estaba por encima del horizonte, pero el Bala Hissar se hallaba en sombras, y el aire bajo la arcada oscura de la puerta espeso de polvo y humo, de manera que Ash pasó sin que advirtieran su presencia.
Ash también estaba sediento, porque como era «Syed Akbar» debía respetar el ayuno. Además aquel día había sido largo y agotador para todos los empleados de Munshi: uno de los regimientos alojados en el Bala Hissar, el de Ardal, había llegado recientemente del Turquestán, y exigían tres meses de pago; y el Munshi, entre otros, había recibido órdenes de ocuparse de esto y Ash y sus compañeros likhni wallahs (escribientes) habían trabajado todo el día haciendo listas de nombres y categorías, junto con las diversas sumas que se debían para pagarles en efectivo a cada hombre, y la suma total que había que extraer del Tesoro.
Con tiempo razonable, la tarea no habría sido ardua, pero había poco tiempo y era obligado ayunar… y había que hacer la mayor parte del trabajo en una habitación pequeña, calurosa y sin aire. Fue imposible tomarse el descanso habitual a mediodía, por lo que Ash estaba cansado y sediento cuando terminó el trabajo y pudo retirar el jarrón azul y blanco de la ventana y volver a la casa del sirdar y a Anjuli. Pero, a pesar de la fatiga, sentía un enorme alivio y un repentino renacer del optimismo y la esperanza.
El hecho de que se pagaría al regimiento de Ardal demostraba que el emir y sus ministros al menos se habían dado cuenta de que un ejército hambriento y rebelde era mucho más peligroso que no tener ejército en absoluto, y a pesar de que se quejaba de no tener dinero, decidió encontrarlo antes de que otro regimiento se rebelara. Era un paso muy importante en la dirección correcta y, para Ash, un excelente augurio para el futuro.
Además, estaba contento de que la señal de Wally le demostraba que sus mentes trabajaban en idéntico sentido. Era agradable saber que se encontrarían pronto y que sin la amenaza de insurrección para los extranjeros de la ciudadela, podrían hablar nuevamente de «cosas agradables».
La noticia de que se pagaría a las tropas corrió por Kabul como el viento, dispersando la tensión y la furia apenas reprimida durante tanto tiempo, y Ash sentía la diferencia en todo su cuerpo. Cuando se ocultó en las sombras bajo la arcada de la puerta de Shah Shahie para permitir pasar a Wally y al doctor Kelly, oyó reír a Wally en respuesta a las palabras del médico, y se contagió del buen humor del joven. Pronto olvidó el cansancio y la sed, echó a andar con paso más rápido por el camino de tierra junto al muro externo de la ciudadela y luego por las angostas calles de la ciudad, y sintió que por primera vez en muchos meses, el aire de la noche traía paz y tranquilidad.
El enviado y su secretario habían vuelto de la partida de caza, también de buen humor, y Sir Louis había olvidado su molestia ante la repentina cancelación del viaje de otoño impuesta por el emir. Era muy buen cazador, y el terrateniente que había organizado la partida le aseguró que habría muchas más aves en cuanto refrescara el tiempo.
—Si es así —dijo Sir Louis aquella noche durante la cena—, podremos alimentarnos con pato y ganso asado durante gran parte de la temporada fría.
Volviéndose hacia Wally, le preguntó sobre el grupo que saldría a recoger forraje a la mañana siguiente, y al enterarse de que el teniente Hamilton pensaba acompañarlos para que no penetraran en ningún lugar indebido, aprobó complacido, y sugirió que el cirujano mayor Kelly fuera también con él.
Rosie dijo que le encantaría hacerlo y a Wally no le quedó otra alternativa que aceptar, aunque no le agradó la sugerencia, porque si Rosie tomaba el hábito de acompañarlo le sería difícil encontrarse con Ash. Pero podría pensar en eso más tarde, y, por el momento, abordó el problema más importante del forraje para el invierno y los cobertizos que se necesitarían para almacenarlo. Pero Sir Louis había comenzado a hablar con el doctor Kelly de la perspectiva de salir a cazar patos en un futuro cercano, y de allí pasaron a hablar de la caza en Country Down y de conocidos comunes en Ballynahinch. Después de lo cual, la conversación se generalizó, y como Sir Louis se retiró a sus habitaciones en la casa del enviado para escribir su Diario en cuanto terminó la comida, Wally no tuvo oportunidad de hablar de los cobertizos aquella noche.
Aunque hubiera podido hacerlo, resultaba dudoso que Sir Louis hubiera recibido la idea con mucha simpatía. El buen humor despertado por la partida de caza aquella tarde había mejorado notablemente con la noticia, que le transmitiera un agente de confianza poco antes de la cena, de que al día siguiente el Regimiento de Abdal recibiría su sueldo completo: una información que tuvo el mismo efecto en el espíritu de Sir Louis que en el de Ash, ya que confirmaba su creencia de que era posible encontrar dinero para pagar y que pronto el resto del Ejército recibiría lo que se le debía y la ley y el orden volverían a reinar en Kabul. Inmediatamente, dio instrucciones a William para que enviara el telegrama habitual confirmando que todo marchaba bien en la residencia de Kabul a primera hora de la mañana, y en esas circunstancias no habría tenido interés particular en un plan para mejorar las defensas militares de la residencia, por medios tortuosos y complicados.
Le preguntaré a Ash y veré qué piensa él, decidió Wally más tarde esa noche, mientras se disponía a acostarse. Seguramente, Ash sabrá si sería útil, y si cree que no, y que estoy loco, me callaré la boca. Luego apagó la lámpara, aunque no se acostó de inmediato.
La conversación a la hora de la cena le había recordado a Inglaterra, y fue hasta la ventana, apoyó los brazos en el antepecho, y contempló el patio oscuro más abajo y el tejado plano de la casa del enviado, un poco más allá, y pensó en Inistioge.
El río que veía no era el Kabul, sino el Nore, porque había vuelto a Inistioge… Allí estaban los amados campos y los bosques y las colinas azules de Kilkenny, y esta no era la tumba de Shah Shahie, sino la pequeña iglesia de Donaghadee…
Me gustaría saber, meditaba el teniente Walter Hamilton, de veintitrés años de edad, por qué los generales eligen el nombre de una de sus batallas cuando les dan un título nobiliario… Yo no haré eso… Elegiré Inistioge… mariscal de campo Lord Hamilton de Inistioge, V. C., K. G., G. C. B., G. C. S. I. Tal vez me den permiso para ir a Inglaterra si me conceden la medalla de la Reina. ¿O tendré que esperar a que me licencien? Tal vez si me caso…
Pensó que quizá nunca se casaría, a menos que encontrara a alguien exactamente igual a la Juli de Ash, lo cual no le parecía probable. Ash debería hacer que Juli se fuera de Kabul, porque, de todas maneras, aún había epidemia de cólera en la ciudad. Hablaría con él sobre eso el miércoles… Qué bueno sería volver a ver a Ash, y con suerte…
Un enorme bostezo interrumpió sus pensamientos, y Wally se rio y se fue a la cama sintiéndose enormemente feliz.