El último lugar de reposo de Barbur, Barbur el Tigre, que invadió la Tierra de Caín, sólo unos años después de que Colón descubriera América, conquistó luego la India y estableció una dinastía imperial que duró hasta la época de la vida del propio Ash, estaba en un jardín amurallado, en la ladera de un colina al suroeste de Shere Dawaza.
El paraje se conocía en tiempos de Barbur como «el lugar de las huellas», y era el rincón favorito de Barbur, hasta el punto de que, aunque murió en un lugar muy lejano de la India, en Agra, dejó instrucciones de que su cadáver fuera llevado a este lugar para enterrarlo. Esto lo cumplió su viuda, Bibi Mubarika, quien viajó a Agra para reclamar el cadáver de su esposo y trasladarlo a Kabul.
Ahora el jardín se conocía como «El lugar de la tumba de Barbur» y poca gente lo visitaba en aquella época del año, porque el Ramadán, el mes del ayuno, ya había comenzado. Pero se le consideraba un parque de esparcimiento y a nadie le parecería raro que el joven sahib que mandaba la escolta india del enviado decidiera visitar este lugar histórico, o que una vez allí trabara conversación con uno de los visitantes locales. En realidad, Ash y Wally tenían el jardín para ellos solos, porque, aunque el día había sido bochornoso y nublado, aún no había comenzado a llover y el viento caluroso que arrastraba las nubes por el valle levantaba demasiado polvo como para que los kabulíes salieran de sus casas.
En una pequeña mezquita junto a la tumba de Barbur había aquel día un solo devoto, y únicamente cuando se levantó y se acercó a Wally se dio cuenta de que era Ash.
—¿Qué hacías allí? —preguntó mientras lo saludaba.
—Oraba por el Tigre, por que descanse en paz —respondió Ash—. Era un gran hombre. He vuelto a leer sus Memorias, y me gusta pensar que sus huesos yacen bajo la hierba y que puedo sentarme junto a ellos y recordar la vida terrible que vivió, las cosas que vio e hizo, los peligros que corrió… Protejámonos del viento.
Había otras tumbas más humildes en el jardín. Ash pasó junto a ellas, se detuvo un momento junto a la de Barbur, y condujo a Wally a un lugar llano protegido del viento por unos arbustos, y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo.
—Feliz cumpleaños, Wally.
—Así que te acordaste —dijo Wally, ruborizándose de placer.
—Claro que sí. Tengo un regalo para ti. —Ash buscó entre sus ropas y sacó un pequeño caballo de bronce: una obra de artesanía china que había comprado en el mercado de Kabul, sabiendo que agradaría a Wally. Y así fue; pero Ash no se sintió tan contento al descubrir que el teniente Hamilton había acudido a la cita sin escolta.
—¡Por Dios, Wally! ¿Estás loco? ¿Ni siquiera trajiste a tu syce?
—Si te refieres a Hosein, no. Pero tranquilízate porque le di el día libre para traer en su lugar a uno de nuestros soldados: el sowar Taimus. No lo reconocerás… Es un gran tipo, y muy valiente. Lo que él no sabe sobre Kabul y los kabulíes no vale la pena saberlo, y gracias a él logré salir sin problemas, y sin que me siguieran soldados afganos. Espera afuera con los caballos. Si no le gusta el aspecto de alguien que se aproxime a este lugar, puedes estar seguro de que me lo dirá. De manera que cálmate.
—Insisto en que deberías haber traído por lo menos a tres de tus sowares y también a tu syce —insistió Ash con furia—. Nunca habría aceptado encontrarme contigo si hubiera soñado que vendrías sin una buena escolta. Por Dios, creo que no os dais cuenta de lo que sucede aquí.
—¡Caramba, qué manera de hablar a un tipo el día de su cumpleaños! —sonrió Wally impertérrito—. Sí, tonto, por supuesto que lo sabemos. Quiero que sepas que no somos tan estúpidos como crees. En realidad, por eso vine solamente con Taimus en lugar de atraer mucha atención y despertar las pasiones de la gente del lugar con una escolta armada detrás de mí.
—Pero sé que el emir ha aconsejado a tu jefe que evite cabalgar por las calles durante un tiempo —replicó Ash.
—Por las calles, sí. Su Excelencia parece creer que sería mejor que no nos vieran en la ciudad, por ahora. Pero aquí no hay calles y estamos lejos de la ciudad… ¿Y dónde oíste eso? Pensé que ese consejo se lo habían dado a Sir Louis en secreto. No es algo de lo que todo el mundo deba enterarse.
—No creo que lo sepan —respondió Ash—. Me lo dijo el mayor risaldar Nakshband Khan. Quien a su vez se enteró por el propio Sir Louis.
—Ah, ¿sí? —preguntó Wally tendiéndose en la hierba y cerrando los ojos—. Supongo que tú mismo hiciste que el viejo fuera a la residencia a advertirnos que la ciudad estaba llena de muchachos groseros del Herat, y que si no nos escondíamos en las casas hasta que se fueran, algunos podrían gritarnos palabrotas… Pero, caramba, hoy es mi cumpleaños, ¿no podemos olvidarnos un poco de la situación política y de todo este asunto del espionaje y hablar de otras cosas por una vez? De cosas agradables…
A Ash le habría encantado, pero se endureció para responder:
—No, Wally, me temo que no podemos, porque debo decirte varias cosas. Para comenzar, tendrás que interrumpir esos concursos de equitación que organizaste entre tus compañeros y los afganos.
Wally abandonó su actitud descansada y se sentó como si tuviera un resorte, con expresión indignada.
—¿Interrumpirlos? ¿Por qué diablos? ¡Si a los afganos les encantan! Son excelentes jinetes y disfrutan de las competiciones contra mi gente. Es una excelente forma de entablar buenas relaciones con ellos.
—Comprendo que lo creas así. Pero es que no entiendes lo que piensa esta gente. Lo ven en forma totalmente diferente, y esto no estimula sus sentimientos amistosos, sino que les ofende. La verdad, Wally, es que tus sowares son demasiado buenos en este tipo de deportes, y los kabulíes han dicho que los realizan sólo para probarles cuán fácilmente pueden derrotarles, y que tus hombres sólo quieren demostrar cómo podrían tratar a sus enemigos… en otras palabras, a los afganos. Si pudieras estar entre los espectadores y escuchar, como he hecho yo, y oír lo que dicen entre ellos mientras presencian las competiciones, no hablarías con tanta ligereza de «entablar relaciones amistosas con los afganos» cuando, en realidad, lo que logras es empeorar las relaciones con ellos; y Dios sabe que ya son bastante malas.
—¡Bien, esto ya es demasiado! —explotó Wally—. ¿De manera que para eso te disfrazaste y jugaste en el bando de nuestros adversarios?
—No pensé que me reconocerías —dijo Ash con cierto pudor.
—¿No reconocerte? ¡Si conozco todos los recursos que posees y siempre usas! Tú eres quien está loco, eso es. ¿Tienes idea de los riesgos que corres? No tiene importancia que yo te descubra, pero estoy seguro de que no hay un solo jawan en la escolta que no sepa quién eres.
—Supongo que saben mucho más de lo que piensas. Pero también saben mantener la boca cerrada. Por ejemplo, ¿alguno de ellos te ha dicho que siempre que aparecen fuera de la ciudadela, en Kabul, no sólo les insultan, sino que hacen toda clase de comentarios injuriosos contra ti, Kelly y Jenkins, y en particular sobre Cavagnari? No, estoy seguro de que no… y no pueden culparlos. Les avergonzaría comunicarte cosas que dicen de ti en los mercados, lo cual es peor para ti, porque, si te lo dijeran, te enterarías de un par de cosas.
—¡Dios mío, qué gente! —dijo Wally con disgusto—. Ese sikh obviamente sabía de qué hablaba después de todo.
—¿Qué sikh?
—Ah, un havildar del 3.º de Sikhs, con quien hablé un día cuando estábamos en Gandamak. Estaba escandalizado por el tratado de paz y porque sacábamos el Ejército de Afganistán, y parecía creer que estábamos todos locos. Quería saber qué clase de guerra era esta, y dijo: «Sahib, esta gente les odia y ustedes los han derrotado. Sólo hay un tratamiento para estos shaitans (demonios): convertirlos en polvo». Quizás es lo que debimos haber hecho.
—Quizá. Pero ahora de nada sirve hablar de eso, porque lo principal que vine a decirte es mucho más importante que tus juegos de equitación. Sé que ya he hablado de esto, pero esta vez, te guste o no, tendrás que hablar con Jenkins al respecto. Como ya te dije, el emir ha permitido que corra el rumor de que la misión sólo está aquí para actuar como benefactora: en otras palabras, para que le ordeñen rupias como a una vaca mansa. Casi todos creen que es así, de manera que, cuanto más pronto persuada Sir Louis al virrey de que le permita representar ese papel, y le envíe suficiente dinero para pagar los sueldos que se deben a las tropas, mejor. Es lo único que se puede hacer para evitar que la cosa estalle, porque en cuanto la turba hambrienta de Herat reciba lo que se le debe, se marchará de Kabul, pues una vez que no estén aquí, los elementos rebeldes de la ciudad perderán fuerza y permitirán que el emir maneje con más firmeza este país e instaure un poco de respeto por la autoridad. No digo que una buena inyección de dinero resolverá todos los problemas de ese pobre tipo, pero al menos ayudará a consolidarlo en el cargo y a retrasar su caída… y la de tu preciosa misión también.
Wally guardó silencio unos momentos; luego dijo con irritación:
—Eso significaría mucho dinero, y no veo cómo puede esperarse que paguemos los sueldos que se deben a las fuerzas armadas de un país que ha estado en guerra con nosotros… ¡un país enemigo! ¿Quieres que les paguemos por luchar contra nosotros? ¿Por matar a Wigram? ¿Ya muchos otros de los nuestros? ¡No, es obsceno! Es una sugerencia monstruosa y no es posible que hables en serio.
—Hablo en serio, Wally. —La voz de Ash era tan dura como su rostro, y en ella había un tono que Wally reconoció como de miedo, de verdadero miedo—. Tal vez te parezca una sugerencia monstruosa, y ni siquiera estoy seguro de que daría buen resultado, excepto como medida temporal. Pero al menos eliminaría la amenaza inmediata y concedería un respiro a tu misión. Por eso sólo valdría la pena intentarlo. Lo que más necesita Cavagnari es tiempo, y creo que no lo conseguirá a menos que lo compre.
—Entonces, realmente sugieres que haga llamar a esos demonios rebeldes y les entregue…
—No, no. No sugiero que él, personalmente, pague nada en forma directa a los regimientos de heratis (quienes, por cierto, jamás actuaron contra nosotros y que no creen que hayamos ganado una sola batalla). Pero estoy dispuesto a apostar que podría conseguir que el virrey enviara al emir, de inmediato, una suma suficiente como para pagar lo que se debe a sus tropas. Ni siquiera tendría que ser un regalo, porque podría ser descontado como parte del subsidio anual que se le prometió según los términos del tratado de paz, lo cual significa seis crores por año. Caramba, Wally, son seis millones de rupias. Aun con una pequeña parte de esa cantidad se podría pagar la deuda del emir con sus tropas. Pero si el dinero no llega pronto, no pasará mucho tiempo antes de que el Ejército afgano se enfrente con la alternativa de morirse de hambre o robar; y créeme que elegirán esto como hicieron los heratis, y como harías tú mismo, si estuvieras en su lugar…
—Todo eso está muy bien, pero…
—No hay «peros». El hambre hace que la gente actúe de una manera extraña. Lo sé por propia experiencia, y me gustaría poder hablar yo mismo con Cavagnari. Pero prometí al comandante que no lo haría, porque… bien, de todas maneras, el joven Jenkins es nuestra única esperanza, y a pesar de todo, es el asesor político… Tendrás que comunicárselo… Decirle lo que has averiguado por el viejo Nakshband Khan… Puedes contarle cualquier cosa. Pero, por Dios, trata de que entienda que este es un asunto mortalmente serio y que si Cavagnari no se ha dado cuenta de ello ya, debe comprenderlo ahora mismo. En cuanto a ti, Wally, si aún te queda algo de sentido común, cancela esos deportes y avisa al Pimpollo (esta era una referencia a Ambrose Kelly, quien, por razones obvias, era conocido entre los Guías y entre sus amigos como Roie) que debe cancelar su bien intencionado plan de abrir un dispensario gratuito, porque en la ciudad ya se dice que lo usará como medio para envenenar a cualquiera que sea lo suficientemente estúpido como para acudir a él.
—Que les caiga la maldición negra de Shielygh —suspiró Wally—. Cuando pienso en todo lo que queríamos hacer… y en lo que haremos, carajo… para ayudar a estos hijos de puta desagradecidos a que tengan una vida mejor y leyes más justas…
Ash frunció el ceño y observó, con cierta malignidad, que probablemente no querían ayuda de extranjeros… excepto ayuda financiera. El dinero era lo único que podía ayudar al emir y a su gente, y salvar a los extranjeros de la residencia del desastre.
—Si los soldados reciben su paga, aún existe una posibilidad de que salgáis e aquí sin mayores daños. Si no, no garantizaría para nada la seguridad de la misión, y tampoco las futuras perspectivas del emir.
—¡Dios mío, qué optimista eres! —observó Wally con ironía—. Supongo que ahora me dirás que cada nullah (sacerdote musulmán) del lugar pide una guerra santa…
—Es extraño, pero no es así. O quizá sólo unos pocos lo piden. Hay un hombre en el Herat que habla mucho, y un faquir también muy charlatán. Pero, en general, la mayoría de los mullahs se han mostrado completamente pacíficos y parecen hacer lo posible por mantener la calma. Es una lástima que no tengan un emir mejor; uno no puede evitar sentir pena por el pobre tipo, pero no es ni la mitad del hombre que fue su padre… y él, Dios lo sabe, tampoco era nada extraordinario (lo que necesitan ahora los afganos es un hombre fuerte: otro Dost Mohammed).
—O un tipo como ese —señalando con la cabeza la tumba de Barbur.
—¿El Tigre? ¡Dios no lo permita! —exclamó Ash con fervor—. Si él hubiera sido jefe aquí, no hubiéramos pasado de Al Masjid. Podrías escribir un poema épico sobre él: Oda a un emperador muerto.
La conversación pasó a temas más agradables y no volvieron a hablar de política.
De pronto, sintieron una ráfaga de viento entre los arbustos que levantó una nube de polvo y los hizo toser. Mezcladas con el polvo cayeron unas gotas de lluvia… Wally se puso de pie, exclamando:
—¡Gracias a Dios! Creo que va a llover. Debemos estar agradecidos por ello. Nos vendría bien una buena lluvia, siempre que no convierta a este lugar en un río de lodo. Bien, debo marcharme. Es hora de que vuelva a mis obligaciones, si no quiero recibir una reprimenda de mi respetado jefe. Te veré la semana que viene. Y entretanto hablaré con William, y pensaré en lo de interrumpir los deportes… Aunque creo que exageras. No, no me acompañes hasta la puerta; Taimus está allí. Salaam alikoum.
—Lo mismo digo. Y por Dios no salgas otra vez al campo sin escolta. No es saludable.
—Eres un pesimista y no sé cómo te aguanto. —Wally rio y estrechó la mano de Ash—. Ahora quédate tranquilo; me cuidaré, lo prometo. La próxima vez traeré una gran escolta, armada hasta los dientes. ¿Así estarás satisfecho?
—No estaré satisfecho hasta que tú y Kelly y el resto de los nuestros estén de regreso en Mardan —replicó Ash con una cansada sonrisa—. Pero, por ahora, supongo que tendré que conformarme con una escolta armada.