Como no sabía que Ash estaba en la balsa, Wally no lo reconoció en la semioscuridad, y no pudieron hablar hasta mucho más tarde, porque la situación del cadáver hacia necesario enterrarlo de inmediato. Llevaron el ataúd hasta las afueras de Mardan, donde lo trasladaron a un carruaje. El funeral tuvo lugar esa misma noche a la luz de las antorchas.
Después del entierro de Wigram en el pequeño cementerio, Ash fue a entrevistarse con Wally a solas.
Había esperado ver primero al comandante, pero como el coronel Jenkins era hospedado por dos oficiales de las Fuerzas de la Frontera, amigos de Wigram, que habían venido desde Risaltur para el funeral y pasarían allí la noche, la entrevista debió postergarse hasta el día siguiente; de manera que Zarin le introdujo a las habitaciones de Wally en el fuerte.
Wally estaba encantado de ver a Ash, pero la tensión emocional del segundo funeral de Wigram había deprimido su ánimo, y no estaba dispuesto a escuchar ninguna crítica a la propuesta Misión británica a Afganistán, y menos a considerar negarse a asumir el mando de la escolta… suponiendo que se lo ofrecieran cosa que hasta el momento no había sucedido, o, al menos, no oficialmente. En aquellos momentos sólo era un rumor, aunque todos, según Wally, estaban de acuerdo en que Cavagnari sería la mejor elección como enviado si se mandaba una misión a Kabul.
—Me imagino que habrá recibido alguna insinuación al respecto del virrey, porque tuvo la bondad de decirme que, si le confiaban alguna misión, pediría que yo fuera su agregado militar al mando de una escolta de Guías. Y no creo que lo hubiera dicho a menos que estuviera bastante seguro de contar con ello. De todas maneras, no quiero hablar de eso antes de que sea un hecho consumado.
—Si te queda algún sentido común —dijo Ash—, rogarás porque esto no suceda.
—¿Que no suceda? ¿Por qué diablos dices eso? —preguntó Wally sin entender.
—Quiero decir que cuando el fallecido emir Shere Ali estaba tratando de convencer a nuestros señores y amos de que su gente nunca aceptaría de buen grado el establecimiento de la presencia británica… o, en todo caso, de cualquier presencia extranjera, en su país, señaló que ningún emir de Afganistán podría garantizar la seguridad de esos extranjeros «aun en su propia capital». Wally, ¿alguna vez lees alguna cosa que no sea poesía?
—No seas tonto. Sabes bien que sí.
—Entonces debes haber leído la historia de Kaye, de la primera guerra afgana, y recordarás sus conclusiones, que deberían escribirse con letras de treinta centímetros de alto en la entrada del Departamento de Guerra y en el despacho del virrey y los cuarteles del Ejército en Simla también… Kaye escribe que, después de un enorme derramamiento de sangre y pérdida de bienes, dejamos a todo Afganistán lleno de enemigos, aunque antes de que el Ejército británico cruzara el Indo el nombre de Inglaterra era honrado en Afganistán, porque la gente lo asociaba con las vagas tradiciones del esplendor de la misión del señor Elthinstone; pero todo lo que recordaban ahora eran «hechos terribles de la invasión de un ejército destructor». Eso sigue siendo cierto ahora, Wally. Por eso esta misión debe ser cancelada. Debemos detenerla.
—Nadie la detendrá. Es demasiado tarde para eso. Además…
—Bien, entonces hay que postergada… retrasada todo lo posible, para dar tiempo a que se hagan esfuerzos por crear confianza y establecer relaciones realmente amistosas con el emir y con su pueblo. Sobre todo, calmar sus temores de que los británicos quieren apoderarse de su país como se apoderaron de este. Aun ahora eso podría hacerse si hombres como Lytton y Colley y Cavagnari pudieran ser persuadidos de usar una aproximación diferente… dejando a un lado la actitud autoritaria y tratando de que prevalezcan la moderación y la buena voluntad. Pero te aseguro, Wally, que si Cavagnari realmente piensa llevar esta desastrosa misión a Kabul, jamás volverá vivo. Ni tú ni ningún otro que vaya con él… Tienes que creerlo.
Wally, que había escuchado con impaciencia mal disimulada, respondió:
—¡Ah, tonterías! El propio emir ha decidido aceptar la misión.
—Sólo bajo presiones —corrigió rápidamente Ash—. Y si piensas que sus súbditos la han aceptado, estás muy equivocado. Están en contra de ella como lo han estado siempre: más, en todo caso, después de esta guerra y lo que cuenta son sus deseos y no los del emir… un hecho que él conoce tan bien que acudió a la Conferencia de Gandamak preparado para luchar contra ella, y nada de lo que pudieran decir los generales y los políticos lo hará cambiar de idea. Se puso en contra de todo, y sólo cuando Cavagnari exigió que se le permitiera hablar con él a solas, sin que ninguna otra persona estuviera presente, él…
—Lo sé. No es necesario que me lo digas. ¡Caramba! Yo estaba allí —interrumpió Wally con irritación—. Y Cavagnari lo convenció.
—¿De veras? Me permito dudarlo… Supongo que le amenazó, y bastante seriamente. Lo que cualquiera sabe con seguridad es que obligó al emir a rendirse… y luego alardeó de que «lo compró como si hubiera sido un simple Kohat Malik». No te molestes en mover la cabeza, porque es cierto. Si no me crees, pregúntaselo tú mismo… no lo negará. Pero habría sido mejor que se callara, porque la cosa se supo, y no puedo creer que le ayude a hacerse amigo del emir. Ni de su pueblo tampoco, que no está dispuesto a aceptar la presencia británica en Afganistán porque a sus ojos sólo significa una cosa: un preludio a la anexión de su tierra natal en la misma forma que los primeros puestos comerciales de la East India Company condujeron a la anexión de la India.
Wally observó fríamente que tendrían que tragárselo y que, aunque se daba cuenta de que al principio la misión no sería popular, una vez que estuvieran allí sus miembros tendrían que encargarse de entablar buenas relaciones con los afganos y demostrarles que no tenían nada que temer.
—Haremos lo mejor que podamos, te lo prometo. Y si alguien puede conseguirlo, es Cavagnari. De eso estoy seguro.
—Te equivocas. Admito que puede haberlo hecho una vez, pero al tratar mal al emir ha perdido un aliado vital. Yakoub Khan no es de los que perdonan los insultos, y ahora le proporcionará muy poca ayuda, y probablemente intrigará contra él a sus espaldas. Wally, sé de qué estoy hablando. He vivido durante meses en ese maldito país, y sé lo que se dice allá… y también en lugares como Herat y Kandahar y Mazar-I-Sharif. Los afganos no quieren esta misión, y no están dispuestos a que los fuercen a aceptarla.
—Peor para ellos —respondió bruscamente Wally—. Porque tendrán que aceptarla, quieran o no. Además, les dimos una paliza tan terrible en el Khyber y el Kurram que tuvieron que pedir la paz. Creo que las tropas que resultaron tan ignominiosamente derrotadas habrán aprendido bien la lección y no tendrán demasiadas ganas de recibir otra dosis de la misma medicina.
Ash se aferró al respaldo de una silla con ambas manos hasta que los nudillos se le pusieron blancos, y explicó con voz estrictamente controlada que el problema era que no habían aprendido nada… porque ni siquiera sabían que les habían derrotado.
—Esa es una de las cosas que vine a decide al comandante: hubo insurrecciones en el Turquestán y en Badakshan, y como las tropas derrotadas debieron ser enviadas para hacer frente a la situación allí, el emir debe reunir nuevas fuerzas para que ocupen su lugar, y esas fuerzas son una turba indisciplinada que nunca ha peleado contra el Ejército británico y no sabe nada de las derrotas. Al contrario, les han contado una serie de historias sobre «las gloriosas victorias afganas» y lo que es peor, hace meses que no reciben su paga porque el emir insiste en que el Gobierno no tiene dinero para pagarles. De manera que saquean a la pobre gente de las aldeas, y representa una amenaza peor para ellos que no tener tropas en absoluto. Es evidente que están totalmente fuera de control, y, en mi opinión son un gran peligro para cualquier misión británica que cometa la estupidez de establecerse en Kabul y confiar en que mantendrá el orden, porque no pueden hacerlo y, además, no lo harán…
Wally replicó con furia que seguramente Cavagnari había oído todo esto y que tendría montones de espías recogiendo información para él. Ash estuvo de acuerdo:
—Pero el problema es que vienen y van, y sólo alguien que realmente ha vivido en Kabul durante los últimos meses puede tener una idea de cuál es la situación allí. Es completamente inestable y muy peligrosa en potencia, porque no se puede esperar un comportamiento racional de una turba indisciplinada y hambrienta que no ha participado en las anteriores hostilidades y piensa que la retirada de nuestro Ejército significa una derrota, y que, por tanto, está firmemente convencida de que los británicos invasores fueron totalmente derrotados y huyen de Afganistán con el rabo entre las piernas. Esa es la idea que tienen, y no ven ninguna razón para que el nuevo emir permita a un puñado de los derrotados, despreciados y odiados angrezi-log establezcan una misión permanente en Kabul. Si lo hace, sencillamente lo considerarán una debilidad, y pensarán mal de él; eso no mejorará las cosas, tampoco.
Wally se apartó para sentarse en el borde de la mesa, balanceando una pierna y mirando por la ventana la luz de la luna que llenaba el interior del pequeño fuerte; luego dijo con lentitud:
—Wigram solía decir que no quería estar en tu lugar por nada del mundo… Porque tú no sabías a dónde pertenecías. Pero no creo que tuviera razón en ese sentido. Yo creo que te has decidido y has tomado partido: y que no es el nuestro el que has elegido.
Ash no replicó y, después de una breve pausa, Wally agregó:
—Siempre pensé que, cuando se tratara de asuntos militares, nos elegirías a nosotros. Nunca soñé… Bien, es así; no vale la pena hablar sobre eso. Nunca estaremos de acuerdo mientras aparentemente adoptes el punto de vista afgano en este asunto, mientras que yo no puedo evitar verlo desde el nuestro.
—Al decir nuestro te refieres a Cavagnari y a Lytton, y a todos esos —saltó Ash.
Wally se encogió ligeramente de hombros.
—Bien, si quieres…
—No me gusta. ¿Cómo lo ves tú, Wally?
—¿Yo? Bien, creo que está claro. Tal vez no conozca a esa gente como tú… me refiero a los hombres de las tribus… pero sé que desprecian la debilidad, como tú mismo acabas de señalar. Bien, entonces cualesquiera sean tus puntos de vista con respecto a lo correcto y lo incorrecto, fuimos a la guerra y la ganamos. Los derrotamos. Logramos que su emir viniera a Gandamak a discutir los términos de la paz y firmar un tratado con nosotros, y el más importante de esos términos fue que nos permitieran establecer una misión británica en Kabul. Ahora no voy a discutir los pro y los contra contigo, porque gracias a Dios, no soy político, pero si nos echamos atrás ahora, pensarán que ni siquiera tenemos el valor de insistir en nuestros derechos como vencedores, y nos despreciarán por ese motivo… Tú debes saber perfectamente que es cierto. No ganaríamos amistad y respeto, sino sólo escarnio, y aun los hombres de nuestro propio Cuerpo nos despreciarían por ello y comenzarían a preguntarse si hemos perdido empuje. Pregúntale a Zarin y a Awal-Shah o a Kamar-Din o a cualquiera de ellos, qué es lo que piensan, y escucha lo que dicen. Te sorprenderá.
—No me sorprenderá —respondió Ash cansadamente—. Pensarán lo mismo que tú. Por todo este asunto vano de «conservar la imagen». Todos sufrimos de eso; y lo pagamos… con sangre. No nos atrevemos a «perder la imagen» aunque eso signifique dejar a un lado la justicia, la razón y el sentido común, y hacer algo que no sólo es tonto, sino terriblemente peligroso; en este caso, además, completamente innecesario.
Wally dejó escapar un suspiro de resignación y dijo con una sonrisa:
—«No es justo», en realidad. (Que Dios nos ayude si no estás con eso otra vez). No sirve de nada, Ash: pierdes el tiempo.
—Supongo que sí —admitió Ash—. Pero como Wigram dijo una vez: «hay que intentarlo». Esperemos que el comandante comprenda la gravedad de la situación, y trate de persuadir a Cavagnari y a los muchachos de la política expansionista que vuelvan a pensar en el tema de esta misión. Aunque admito que no tengo ninguna confianza en quienes toman las decisiones en Simla. ¡Ni en el Homo sapiens en general, realmente!
Wally rio, y, por primera vez aquella noche, se le vio como en los viejos días de Rawalpindi: joven, alegre y despreocupado.
—Ojalá, pero eres un demonio siniestro. Me avergüenzo de ti. Vamos, vamos, Ash, no seas un Jeremías. Realmente no somos tan incapaces como piensas. Sé que nunca pensaste igual que Cavagnari, pero te apuesto lo que quieras a que convencerá a los afganos, que terminarán comiendo de su mano un mes después de nuestra llegada a Kabul. Los pondrá de su parte como hizo Sir Henry Lawrence con los sikhs derrotados en los días anteriores al Levantamiento… Ya verás.
—Sí… sí, ya veré —dijo Ash con lentitud.
—Por supuesto… olvidaba que tú estarás en Kabul. ¿Cuándo vuelves?
—En cuanto haya visto al Viejo, espero que mañana. No tiene sentido que me quede más tiempo, ¿verdad?
—Si quieres decir que no lograrás persuadirme a que renuncie al mando de la escolta si tengo la mala suerte de que me la ofrezcan, no, no tiene sentido.
—¿Cuándo crees que lo sabrás?
—Supongo que cuando Cavagnari vuelva de Simla.
—¡Simla! Tendría que haber sabido que estaba allí.
—Por Dios, pensé que lo sabías. Pasó el Khyber con el general Sam y fue directamente a informar al virrey.
—Y a ser recompensado por haber obligado a Yakoub Khan a aceptar las condiciones de ese maldito tratado de paz, sin duda —dijo Ash con tono algo colérico—. Al menos que le nombren Sir… Sir Louis Cavagnari, etcétera.
—¿Porqué no? —preguntó Wally, que comenzaba a enfadarse—. Se lo ha ganado.
—Sin duda. Pero a menos que pueda persuadir a su compañero Lytton a que postergue la misión hasta que Yakoub Khan pueda restablecer algún tipo de ley y orden en Kabul, es probable que esto conduzca a la guerra. ¡Y a ti también, Wally! Para no mencionar a los jawanes, y a todos los que lleve con él. ¿Ya han elegido a los miembros de la escolta?
—No oficialmente, aunque más o menos está decidido. ¿Por qué?
—Porque quería saber si irá Zarin.
—Que yo sepa, no. Awal Shah tampoco. En realidad, no irá ninguno de tus camaradas.
—Excepto tú.
—Bien, yo no tendré problemas —respondió Wally con aire trivial—. No te preocupes por mí… he nacido con buena estrella. Debes preocuparte por ti. No puedes permanecer indefinidamente en un lugar problemático como Afganistán sólo para vigilar a tus amigos, de manera que seré yo quien te daré un consejo esta vez. Cuando veas al Viejo, haz que te permita volver con nosotros. Ponte de rodillas si es necesario. Dile que te necesitamos… Y Dios sabe que es verdad.
Ash lo miró con cierta extrañeza y empezó a decir algo, pero cambió de idea y, en cambio, preguntó cuándo partiría la misión… si es que lo hacía.
—Partirá, no hay la menor duda. Pensamos salir en cuanto Cavagnari vuelva de Simla. Pero como te dije, no se ha decidido nada todavía, y por lo que sé, el virrey puede tener otras ideas.
—Esperemos que así sea. No pueden ser peores que esta —observó Ash con ironía—. Bien, adiós, Wally, no sé cuándo volveré a verte, mas espero por tu bien que no sea en Kabul.
Tendió la mano, Wally se la estrechó y dijo en tono amistoso:
—Dondequiera que sea, espero que sea pronto: tú lo sabes. Y si es en Kabul, al menos sabrás que por nada del mundo habría querido perderme ir allí. Caramba, es una posibilidad que se da una vez en la vida. Además, si todo sale bien, significará una promoción para Hamilton y un paso importante hacia la obtención del bastón de mariscal de campo. Me imagino que no querrás privarme de eso, ¿verdad? De manera que no me digas «adiós», sino «te veré en Kabul».
Zarin opinó igual que Wally, cuando Ash le relató su conversación a la mañana siguiente. Y otra vez, como en la conversación anterior, hubo en su voz una nota ominosa de cambio y advertencia. Una insinuación de impaciencia que llegaba a la irritación, y una sugerencia indefinible de separación, como si se hubiera retirado al otro lado de una barrera invisible. Ash pensó, aterrado por la reflexión, que era como hablar con un extraño.
Zarin no le dijo que sus advertencias le impresionaban mal, pero lo expresó con su tono.
—Nosotros, tus amigos, ya no somos niños —dijo Zarin—. Somos todos hombres mayores y sabemos cuidarnos solos. Awal-Shah me dice que ha hablado con el sahib comandante, que te verá esta tarde, cuando todos estén, si no durmiendo, al menos dentro de sus casas.
No miraba a los ojos de Ash; se levantó y salió a cumplir con sus obligaciones, diciendo que estaría de regreso antes de las dos para acompañar a Ash al bungalow del comandante, y le aconsejó que durmiera un rato, porque necesitaría estar descansado si quería salir para Kabul aquella noche… ya que hacía demasiado calor para viajar de día.
Pero Ash no durmió, porque, aparte del hecho de que la pequeña habitación de ladrillo de Zarin detrás de las líneas de Caballería era intolerablemente calurosa, tenía muchas cosas en qué pensar, así como una decisión vital que tomar.
Ash temía que su amistad con Zarin no sobreviviera su regreso a Mardan, como oficial. Pero no murió, gracias, en gran parte, pensó Ash, al sentido común y la cordura del hijo menor de Koda Dad, más bien que a las cualidades que él poseía. Después de eso, le pareció que podía sobrevivir a cualquier cosa, excepto a la muerte, y jamás había previsto que terminaría así.
Sin embargo, era el final. Lo veía claramente. No podían continuar viéndose y hablando juntos como antes, porque sus caminos se habían separado. Había llegado el momento en que Ash debía bailar al compás de la música que oía.
Era algo que Wigram le había dicho alguna vez, y las palabras perduraron en su mente.
«Si un hombre no conserva el mismo ritmo que sus compañeros, quizás es por que oye un tambor diferente: será mejor que baile al son de la música que oye».
Era un buen consejo, y el tiempo lo demostró, porque ahora sabía que nunca había logrado conservar el mismo ritmo que sus compañeros, aunque fueran europeos o asiáticos, porque él no era ni una cosa ni otra.
Había llegado el momento de cerrar el Libro de Ashok y Akbar y Ashton Pelham-Martyn de los Guías; dejado en un estante y comenzar un nuevo tomo: «el Libro de Juli». O de Ash y Juli, su futuro y sus hijos. Quizás un día, cuando fuera viejo, tomaría ese primer tomo, le quitaría el polvo, lo hojearía y reviviría el pasado en su memoria… con cariño y sin resentimiento. Pero, por el momento, era mejor dejar todo eso a un lado y olvidarlo. Ab kutum hogia (Ahora ha terminado).
Cuando volvió Zarin, había tomado su decisión: aunque Ash no lo dijo, Zarin lo notó de inmediato. No porque hubiera ninguna tensión entre ellos, se hablaron con tanta confianza como siempre, como si nada hubiera cambiado. Sin embargo, de alguna manera indefinible, Zarin se dio cuenta de que Ashok se había apartado de él, y supo, sin que se lo dijera, que muy probablemente nunca volverían a encontrarse…
«Quizá cuando seamos viejos», pensó Zarin como lo había hecho antes Ash. Apartó el pensamiento de su mente y habló con entusiasmo del presente, de cosas tales como una proyectada visita a Attock para ver a su tía Fátima y la necesidad de comprar nuevos caballos para remplazar a los que habían perdido en la reciente campaña, hasta que llegó la hora en que Ash debía ir a ver al comandante.
La entrevista duró mucho más que la que había sostenido con Wally la noche anterior, porque, con la esperanza de persuadir al coronel Jenkins para que tocara todos los resortes posibles para retrasar el envío de una misión británica a Afganistán (o, mejor aún, hacer que se abandonara todo el proyecto), Ash consideró con todo detalle la situación dominante en Kabul, y el comandante, que sabía bien que era muy probable que su propio Cuerpo se viera involucrado, escuchó con gran atención, y después de formular una serie de preguntas pertinentes, prometió hacer lo que pudiera en ese sentido, aunque admitió que no confiaba demasiado en tener éxito.
Ash se lo agradeció, y pasó a hablar de asuntos más personales. Quería hacer una petición, algo en lo que había pensado mucho durante los últimos meses, pero que finalmente había decidido aquella misma mañana, durante las horas que pasara en la vivienda de Zarin. Pedía que le relevaran de sus obligaciones actuales, y también que le permitieran renunciar a su cargo y dejar no solamente los Guías, sino también el Ejército.
Explicó que no había tomado esa decisión con apresuramiento, ya que la convicción de que nunca podría convertirse en un verdadero oficial del Ejército, crecía en él desde hacía algún tiempo. Suponía que Wigram, cuando era ayudante, debía de haber contado algo al comandante sobre Anjuli… el comandante asintió en silencio, y Ash se sintió aliviado y dijo que en ese caso comprendería las dificultades con que debía enfrentarse. Si hubiera podido volver a Mardan y vivir abiertamente con su esposa, tal vez habría podido aceptar las condiciones de la vida del Ejército en la India británica, pero como existían diversas causas por las que no podía considerarse esa posibilidad, creía que había llegado el momento de tratar de comenzar una nueva vida para su esposa y para sí mismo…
Los largos meses de viaje a Bhithor, las semanas pasadas allí y los años en Afganistán le hacían intolerable la existencia estrecha de un oficial del Ejército… incluso la de un oficial de un Cuerpo como el de los Guías… y se daba cuenta de que nunca podría adaptarse a ella sobre una base de nacionalidad o de credo; por tanto, lo único que le quedaba por hacer era cortar sus lazos con el pasado y comenzar de nuevo, como un individuo que no era británico ni indio, sino, simplemente, un miembro de la raza humana.
La actitud del comandante fue amable y comprensiva, pues, en su fuero interno, se sentía aliviado. Porque teniendo en cuenta la historia peculiar de la viuda hindú con quien Ashton (según el pobre Wigram) decía haberse casado, y el escándalo que semejante historia causaría si llegaba a difundirse, le pareció que lo mejor para el Cuerpo, así como para Ashton, era que el joven renunciara a su carrera y se retirara a la vida civil, donde podría hacer lo que quisiera. Discutieron el asunto racionalmente y sin animosidad; como ahora la guerra había terminado y el Ejército británico estaba en proceso de retirarse de Afganistán, incluso el general Browne ya había salido del país, el comandante no vaciló en decir que Ash podía considerar como terminada su misión como oficial de información de las Fuerzas de Campaña del valle de Peshawar. Aceptaba también la dimisión de Ash en los Guías y prometía encargarse de que no hubiera dificultades en cuanto a su renuncia a continuar en el servicio activo. Todo eso quedaba en sus manos, pero a cambio pedía a Ash un favor.
¿Aceptaría Ashton permanecer en Kabul algún tiempo más (quizás hasta un año) y actuar como agente de información para la escolta de los Guías? Siempre suponiendo que la proyectada misión británica se convirtiera en una realidad.
—Por cierto, me ocuparé de que toda la información que usted acaba de darme sea transmitida a Simla, y haré todo lo que pueda para que no se envíe la misión… aunque, como ya le he dicho, me temo que podré hacer muy poco. Pero si ya casi con toda seguridad el joven Hamilton irá con ella como agregado militar, al mando de una escolta de Guías; después de lo que usted me ha contado, me gustaría saber que está usted cerca para darle cualquier información que necesite sobre la situación en Kabul, y la actitud de la población local, etcétera. Si no se envía la misión, o la escolta asignada no pertenece a los Guías, se lo comunicaré inmediatamente. A partir de ese momento, podrá usted considerarse un civil, y ni siquiera necesita volver aquí a menos que lo desee.
—¿Y si no abandonan la idea, señor?
—Entonces le pediré que permanezca en Kabul, mientras los Guías estén allí. En cuanto expire el tiempo que deben permanecer allí y sean sustituidos por algún otro Regimiento, queda usted libre de marcharse. ¿Lo hará?
—Sí, señor —dijo Ash—. Sí, por supuesto.
En esas circunstancias, habría sido difícil rechazar semejante solicitud… aunque se le hubiera ocurrido y no se le ocurrió. En realidad, le venía muy bien. Juli era feliz en Kabul… y, además, le daba más tiempo para decidir lo que pensaba hacer y adónde irían, porque si el Cuerpo enviaba una escolta a Kabul, el tiempo que deberían permanecer allí no sería inferior a un año. Lo cual también significaría que vería con frecuencia a Wally, a quien no haría falta decirle antes de que terminara ese año que él, Ash, habla solicitado su baja de los Guías…
Ash partió por última vez de Mardan al salir la luna, y Zarin le acompañó hasta la entrada de la ciudad y le vio alejarse por la llanura lechosa hacia las colinas de la frontera.
Se abrazaron al partir e intercambiaron las frases formales de despedida como lo habían hecho antes tantas veces:
—Fa makhe da kha (Que tengas un brillante futuro).
—Amin sara (Y tú también).
Pero ambos sabían, en el fondo de su corazón, que se despedían por última vez y que este era un último adiós. Habían llegado al punto donde sus caminos se separaban, y ya no volverían a cruzarse, por más brillantes que fueran sus futuros separadamente.
Ash se volvió una vez a mirar atrás, y vio que Zarin no se había movido, sino que permanecía allí, una pequeña sombra oscura contra los espacios bañados por la luna. Tras levantar un brazo en un breve saludo, giró sobre sí mismo y siguió adelante; ya no se detuvo hasta haber pasado Khan-Ma-i. Entonces Mardan ya había quedado oculto por la distancia y los repliegues del terreno.
Sólo me queda Wally… «mi hermano Jonathan: ha sido muy bueno conmigo…».
Los cuatro pilares de su casa imaginaria caían uno por uno. Primero, Mahdoo, luego Koda Dad, y ahora, Zarin. Sólo quedaba Wally; pero ya no era el apoyo firme que fuera en otro tiempo, porque se había apartado de él y adquirido otros intereses de diferentes valores. Ash se preguntaba cuánto tiempo pasaría hasta que también él quedara atrás… como Zarin. Todavía no, al menos; probablemente se encontrarían en Kabul en un futuro cercano. Además, no había razón para temer que perdería a Wally como había ocurrido con Zarin. Y aunque así fuera, ¿importaría mucho, ahora que tenía a Juli?
Pensando en su esposa, vio su rostro con tanta claridad como si se hubiera materializado a la luz de la luna: sus ojos cautivadores y dulces, su boca tierna, su frente serena y los hermosos pómulos prominentes. Juli, que era su quietud, su paz y su deleite. Le pareció que en la mirada de Juli había un ligero reproche, y dijo en voz alta: ¿Es egoísta que los quiera a los dos?
El sonido de su propia voz le desconcertó. La noche calurosa era tan tranquila que, aunque había hablado en voz muy baja, el silencio bañado por la luna amplió el sonido desproporcionadamente y sirvió para recordarle que quizá no fuera el único viajero aquella noche. La reflexión cambió de repente la dirección de sus pensamientos, porque sabía que la gente de la región no sentía simpatía por los extraños y que solían disparar primero y preguntar después; así que apresuró el paso y siguió adelante con la mente alerta en lugar de preocuparse con esperanzas y pesares nada útiles.
Poco antes del amanecer, encontró un escondite seguro entre las rocas, donde pudo dormir la mayor parte del día. Y cuando soñaba no era con Zarin ni con Wally, ni con ninguna persona de la vida que dejaba atrás, sino con Anjuli.
Volvió a Kabul por el paso del Malakand y encontró la ciudad y la llanura sumidas en un calor y un polvo desacostumbrados que la asemejaban a las temperaturas que había dejado en Mardan, porque aunque Kabul estaba a mil ochocientos metros sobre el nivel del mar, las lluvias eran escasas y la tierra estaba agrietada por falta de humedad. Pero la brisa que soplaba desde los campos nevados del Hindu Kush por la noche, refrescaba las habitaciones altas de la casa del sirdar y hacía agradables las noches. Y Juli le esperaba.
No hablaron mucho aquella primera noche. Ash sólo se refirió brevemente a su malogrado viaje a Mardan y a su separación de Zarin. Pero al día siguiente, y en muchos de los largos días de junio que siguieron, hablaron del futuro, aunque de forma superficial y sin ninguna sensación de urgencia, porque Nakshband Khan insistía para que se quedaran, diciendo que, aunque no fuera ninguna misión británica a Kabul, no tenía ningún sentido que partieran antes de que terminara la época calurosa y llegara el otoño con días más frescos. No había prisa, tenían por delante todo el verano, y mucho tiempo para decidir adónde irían cuando se marcharan de Afganistán… Si realmente se marchaban aquel año, y no decidían pasar el invierno allí y marcharse en primavera, después que hubieran florecido los almendros, lo cual sería mejor.
Llegó el mes de julio, y los relámpagos de las tormentas estivales centellearon entre las montañas y llegaron las nubes, pero cayeron pocas lluvias, y eso fue suficiente para que la hierba seca se pusiera verde nuevamente, y Anjuli disfrutara de los días grises porque el resplandor del sol y el cielo azul le recordaban a Bhithor, mientras que Ash, observándola, olvidaba hacer planes para el futuro porque encontraba el presente más satisfactorio.
Pero apenas había terminado julio, cuando el futuro cayó sobre ellos en forma de historias inquietantes referidas al saqueo de pequeñas aldeas por bandas de soldados hambrientos e indisciplinados, que desde la firma del tratado de paz convergían sobre Kabul desde todas partes de Afganistán.
Todos los días llegaban más de estos hombres sin ley al valle, hasta que incluso el sirdar se alarmó y reforzó los barrotes en sus puertas y ventanas:
—Porque si la mitad de lo que cuentan es cierto —dijo—, ninguno de nosotros está seguro. Esos hombres se llamarán soldados, pero hace semanas que no se les paga y se han convertido en una turba desordenada que lo mismo podría ser de bandidos. Saquean a la gente de este valle, se llevan todo lo que desean y disparan contra los que se les resisten.
—Lo sé —respondió Ash—. He estado entre ellos.
Así era; y había visto y oído lo suficiente como para admitir que los temores del sirdar tenían fundamento, porque la situación en el valle se había deteriorado mucho durante las últimas semanas. Había demasiados hombres armados sin nada que hacer en los pueblos, en el camino que conducía a la ciudad, y en varias oportunidades pasó junto a multitudes bastante numerosas a quienes algún fakir exhortaba a hacer una jehad (guerra) contra los infieles. En cuanto a la capital, estaba repleta de soldados miserables, de aspecto hambriento, que recorrían las calles, empujando a los ciudadanos más pacíficos y tomando, sin pagarla, fruta y comida preparada de los comercios y puestos del mercado.
La amenaza de violencia e inquietud se mascaba en el aire, y hubo momentos en que Ash estuvo tentado de abandonar su puesto y llevarse a Juli, porque le parecía que Afganistán se convertía en un país demasiado peligroso para que ella permaneciera allí. Pero había dado su palabra al comandante, y no podía romperla: porque ya en esos momentos no había nadie que no supiera que una misión británica, encabezada por el sahib Cavagnari y acompañada por una escolta del Cuerpo de Guías, había salido ya hacia Kabul.