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El 21 de febrero de 1879, Shere Ali murió en Mazar-I-Sharif, en el Turquestán afgano, y su hijo Yakoub Khan se convirtió en emir. Pero el nuevo emir, lejos de firmar pactos con los británicos, ya estaba trabajando para reconstruir y reorganizar el Ejército afgano.

Los espías de Cavagnari informaron que los hombres que lucharon en Kabul y Ghazi estaban decididos a vengar la captura de Ali Masjid y del Peiwar Kotal, y que ya contaban con siete mil hombres de Caballería y doce mil de Infantería, dotados con unos sesenta cañones, aunque esta información y otras similares fueron recibidas con cierta dosis de escepticismo, ya que procedían de informantes nativos que mostraba tendencia a embrollar las noticias. Pero Wigram Battye había recibido información privada sobre esto de alguien que firmaba: «Akbar». El que escribía aseguraba que aun las tribus consideradas amigas se volvían inquietas y hostiles, y que los afridis de todas partes se preguntaban por qué, ahora que Shere Ali había muerto, el Gobierno indio debía continuar manteniendo un ejército en Afganistán y construyendo fortalezas y trincheras en su país… ¿Significaba esto que los ingleses no pensaban mantener las promesas hechas al pueblo de Afganistán al comienzo de la guerra? «… y yo aconsejaría —escribía Akbar— que hagan lo que puedan para persuadir a las autoridades de que este no es momento para permitir que el Departamento de Cartografía envíe montones de gente para dibujar mapas de la región; sólo servirá para provocar hostilidades y confirmar una sospecha generalizada de que los ingleses intentan tomar todo Afganistán, porque, como sabes, los pathanes tienen un odio inveterado por el topógrafo y creen que en los lugares donde el Gobierno envía uno, le seguirá un ejército. De manera que por Dios, trata de que interrumpan todo esto».

Wigram hizo lo que pudo; pero sin éxito.

El señor Scott y sus ayudantes fueron salvajemente atacados mientras estudiaban las montañas, y cuatro hombres de su escolta resultaron muertos y otros dos heridos. Tres semanas más tarde, Wally tuvo un incidente similar en que él y algunas tropas de Caballería de Guías, junto con una compañía del 45 Regimiento de sikhs, recibieron órdenes de escoltar a otro grupo de reconocimiento. Una vez más, los lugareños enfurecidos atacaron a los cartógrafos, y el comandante de la compañía de los sikhs fue herido mortalmente.

—Lo siento por Barclay —dijo Wigram—. Era un buen tipo.

—Uno de los mejores —asintió Wally—. Además, parece inútil. Si hubiera sido en una batalla pukka, supongo que no nos parecería tan terrible, ¡pero esto! —dio un puntapié a un arbolito inofensivo frente a la tienda, y al cabo de unos momentos agregó con amargura—. Ya las cosas son bastante peligrosas en estos lugares sin que provoquemos deliberadamente a la gente del lugar apareciendo armados con tablas de dibujo, compases y teodolitos, y haciéndoles ver que estamos haciendo mapas detallados de sus pueblos. Ash tenía razón: es una locura hacer algo así ahora. ¿Supongo que no han vuelto a saber de él?

—Desde entonces, no. Supongo que no le debe resultar fácil enviar cartas. Además, debe saber que, cada vez que lo hace, corre el riesgo de que lo descubran los afganos o le extorsionen para que dé todo lo que tiene a cambio del silencio. Y, de todas maneras, no puede tener garantías de que su carta ha sido entregada.

—No, supongo que no. Me gustaría verlo. Hace tanto tiempo que no le veo, y lo echo de menos… Además, estoy preocupado por él. No dejo de pensar lo que debe ser estar solo y sin lugar fijo en este maldito país, semana tras semana durante meses, sabiendo que, si da un paso en falso, no vivirá para repetir el error. No entiendo cómo puede hacerlo. Por Dios, ¡sé que yo no podría!

—Ni yo —respondió sobriamente Wigram—. Dios sabe que no experimento demasiado placer en luchar, pero si me dan la oportunidad, prefiero tomar parte en media docena de batallas importantes que hacer el trabajo de espiar detrás de las líneas del enemigo. En una batalla uno puede pasar mucho miedo… yo siempre lo siento… Pero ese otro trabajo requiere un tipo de valentía diferente, la valentía solitaria, y la sangre fría que muchos de nosotros no tenemos. Por otra parte, hay que recordar que la mayoría de nosotros no somos camaleones humanos, y Ashton es un tipo muy especial en el sentido de que puede pensar en pushtu, o en hindi cuando se presenta la oportunidad… Sólo parece depender de dónde se encuentra él en un momento determinado. Me pregunto si alguna vez sueña o piensa en inglés, no muy a menudo, me imagino.

Wally se apartó para levantar la entrada de la tienda y contemplar las montañas que rodeaban a Jalalabad, ahora a oscuras contra el cielo del atardecer, mientras el viento de marzo le desordenaba los cabellos y se arremolinaba alrededor de la tienda, haciendo caer tarjetas y papeles.

—¿No estará en algún lugar cerca de aquí, observándonos desde esas montañas?

—No lo creo —respondió Wigram—. Probablemente se encuentra en Kabul ¡Ah…! Parece que llega mi baño… Después de tantos días. Los horrores del servicio activo. Bien, te veré a la hora de la cena.

Pero la suposición de Wally se acercaba más a la realidad que la de Wigram porque en esos momentos Ash estaba en una aldea llamada Fatehabad, a menos de veinte kilómetros de distancia.

Desde el estallido de la guerra, cierto jefe ghilzai, un tal Azmatulla Khan, trabajaba activamente para fomentar un levantamiento contra los invasores británicos por parte de los habitantes del valle de Lag-Man, y a finales de febrero, el coronel Jenkins y una pequeña columna habían dispersado las fuerzas de Azmatulla en el valle, pero no lograron capturarlo. Ahora se sabía que había vuelto, y con una fuerza aún mayor. Y el último día de marzo, Ash transmitió otra mala noticia a Jalalabad.

Los miembros de la tribu khugiani, cuyo territorio estaba apenas a unos veinticinco kilómetros de distancia al sur de Fatehabad, también se reunían en gran número en una de sus fortalezas de la frontera.

Al recibir esta información, el jefe de la División dio órdenes de que algunas unidades partieran de inmediato para eliminar este pequeño problema antes de que adquiriera mayor virulencia. Marcharían aquella misma noche, sin llevar tiendas ni equipo pesado, y se dividirían en tres columnas: una de Infantería, otra que consistiría en dos escuadrones de Caballería (procedentes, respectivamente, de los Lanceros de Bengala y del 10.º de Húsares) y una tercera columna de Infantería y Caballería combinadas. Esta última columna, que estaría al mando del general Gough, e incluía dos escuadrones de Guías, marcharía sobre Fatehabad y dispersaría a los khugianis. De las otras dos columnas, una atacaría a Azmatulla Khan y a sus hombres, mientras que la restante cruzaría las alturas del Sia Koh para cortar la retirada del enemigo.

La velocidad con que se planeó y se puso en marcha la operación, y el hecho de que las columnas partirían después del oscurecer daría como resultado, esperaba el general, que Azmatulla Khan y los khugianis fueran tomados por sorpresa, pero no fue así, porque Jalalabad estaba llena de espías afganos, probablemente había un centenar de ellos en la ciudad y otros tantos vigilando junto al río Kabul, y no era posible mover un sable sin que se supiera antes de una hora. Además, después de la ocupación de la ciudad, el coronel Jenkins, ahora brigadier general, había inspeccionado la parte del río por la que el 10.º de Húsares y los Lanceros de Bengala tendrían que cruzar en su camino hacia el valle de Lagman, y no sólo consideraba el hecho como poco seguro, sino que aconsejaba que nunca se intentara de noche, incluso cuando el caudal estaba bajo. Pero quizá su informe fue interceptado o se perdió, porque aunque el río bajaba crecido, el plan no se alteró…

La luna aún estaba alta cuando los dos escuadrones de húsares y lanceros salieron del campamento, pero avanzaba rápidamente en el cielo, por lo que cuando llegaron al vado, ya se había ocultado detrás de las colinas cercanas, y el valle estaba totalmente en sombras. Aquí, el río tenía casi un kilómetro de ancho, dividido en dos canales y una isla pedregosa en medio, y como el puente había sido levantado unas semanas antes, para evitar que las aguas lo arrastraran (un desastre importante en un área donde no era fácil conseguir madera) la única forma de atravesarlo era por el vado: una ancha franja que cruzaba el río entre peligrosos torrentes.

Mientras los escuadrones formaban en medias secciones de a cuatro en fondo sobre la orilla pedregosa, apenas se oían los ruidos de los cascos de los caballos sobre el rugido de la corriente. Pero el guía local entró confiadamente en el agua y pasó hasta el otro lado seguido por los Lanceros de Bengala, cuyos hombres, acostumbrados desde la infancia a los traicioneros ríos de la India, llegaron a la otra orilla sin problemas. Pero, inevitablemente, la fuerza de la corriente obligó a la larga columna a desviarse, de manera que, cuando las mulas con las municiones y sus jinetes entraron en el río siguiendo a los lanceros, descubrieron que lo habían hecho en aguas profundas, perdieron el vado, y fueron arrastradas hacia las partes donde la corriente discurría con fuerza. Sus gritos se perdieron en el rugido del río, y la oscuridad impidió que el 10.º de Húsares, que venía detrás muy cerca de ellos se percatara de lo que sucedía. El capitán Spottiswood de los Húsares, que marchaba en cabeza, obligó a su caballo a seguir adelante, sintió que perdía pie, que lo recuperaba, y que luego volvía a perderlo. Minutos después, el río estaba lleno de hombres desesperados y caballos frenéticos, que luchaban contra las furiosas aguas espumeantes.

Algunos, incluido el capitán, sobrevivieron. Pero otros muchos no. Ateridos por el frío y dificultados por los uniformes empapados y las pesadas botas, los que escaparon de morir bajo los golpes de los que venían atrás fueron sumergidos por el peso de los sables, los cinturones y las bolsas de municiones, y arrastrados hacia abajo, sin poder defenderse entre las piedras ocultas, y se ahogaron en las aguas profundas.

Cuarenta y dos soldados, un oficial y tres suboficiales murieron esa noche… de un escuadrón que apenas media hora antes había salido del campamento con más de setenta y cinco hombres. La noticia del desastre fue traída por caballos empapados, y durante toda la noche, a la luz de las hogueras y antorchas, los hombres buscaron y gritaron a lo largo de las orillas del río. Al amanecer, habían encontrado los cadáveres del oficial y de dieciocho soldados entre las rocas o boca abajo en las entradas de las orillas. El resto fue arrastrado por la corriente y jamás los volvieron a ver. En cuanto a Azmatulla Khan, sus espías le advirtieron lo que sucedía y se alejó rápidamente del valle de Lagman, y las dos columnas que habían sido enviadas para someterlos volvieron con las manos vacías.

Los khugianis, también advertidos por espías, fueron menos cautos.

La columna mixta que debía atacar a esta tribu, salió en último lugar, como se había planeado. Pero su partida fue retrasada por el desastre en el vado, y sólo salieron después de medianoche, y ya era la una cuando se pusieron en marcha… viendo al pasar el resplandor distante de las hogueras junto al río, en el lugar donde continuaba la búsqueda desesperada de supervivientes.

—He dicho que este es un mal año —murmuró Zarin al risaldar Mahmud Kan de los Guías, mientras los escuadrones avanzaban en la oscuridad. Mahmud Khan replicó con acritud:

—Y aún falta mucho tiempo para que termine. Esperaremos que para muchos de esos khugianis no pase de mañana… y que nosotros vivamos para volver a ver Mardan, cobrar nuestras pensiones y ver cómo los hijos de nuestros hijos se convierten en jemadares y risaldares a su vez.

¡Ameen! —murmuró devotamente Zarin.

Wigram y sus dos escuadrones lograron llegar a la aldea de Fatehabad y se detuvieron un kilómetro antes, eligieron un lugar bajo unos árboles y se instalaron con cierta comodidad para pasar el tiempo que les quedaba.

Decían que la gente del pueblo no era hostil, pero al amanecer no vieron columnas de humo en ninguna parte, y enviaron a un grupo a investigar, que descubrió que estaba desierto. Los pobladores se habían llevado toda la comida y los animales, y excepto algunos perros vagabundos y un gato escuálido que espió a los sowares desde la puerta de una casa vacía, no se observaba el menor movimiento

—Bien por nuestro servicio de información —observó Wigram, mientras desayunaba a la sombra de un árbol—. «Amistosos», dijeron. ¡Muy amistosos, por cierto! Es evidente que todos ellos han ido a unirse al enemigo.

Envió patrullas al mando del risaldar Mahmud Khan para que informaran sobre el movimiento de los khugianis, pero, aunque las patrullas no volvieron cuando aparecieron los cañones y la infantería a las diez de la mañana, ya entonces había recibido noticias de otra fuente:

—Ashton cree que lucharán —dijo Wigram, sacudiendo un arrugado pedazo de papel que Zarin acababa de traer.

El breve mensaje había sido traído por un cortador de hierba que decía que lo había recibido de una mujer anciana y desconocida en el pueblo, con instrucciones de llevarlo de inmediato al risaldar Zarin Khan, del rissala de los Guías, quien le recompensaría. Suponía que era una carta de amor. Pero Zarin la entendería mejor, porque estaba escrita en angrezi. Y como sólo una persona podía haberlo enviado, no perdió tiempo en llevarlo a su oficial comandante.

«Enemigo atrincherado con grandes fuerzas en meseta sobre camino Gandanaka —leyó Wally—. Estimado cinco mil. Sin armas, pero excelente posición, defensas y espíritu. Cualquier intento frontal, significará grandes pérdidas. Se podría bombardear. Si no, habrá que atraerlos a campo abierto, lo cual no será difícil, pero advierto que darán trabajo y que pelearán como demonios. "A"».

—¡Bien por Ash! ¿Estará allá arriba con ellos? No me parece imposible. Dios mío, cómo querría que estuviese aquí con nosotros. Si sólo… ¿Llevará usted esto al general?

—Sí —respondió Wigram, escribiendo rápidamente en una hoja arrancada a un cuaderno. Dobló la hoja, llamó a su ordenanza, y lo mandó con ella al general Gough—. En realidad, no será necesario, porque sus piquetes ya se lo habrán dicho. Pero no estará mal confirmarlo.

—¿Le dijiste que Ash piensa que deberíamos…?

—No, no se lo dije. No creo que deba enseñarle a cocinar a mi abuela. Créeme, Gough no es ningún tonto, y no necesita que Ashton ni ningún otro le enseñe lo que debe hacer. Ya lo habrá pensado solo.

Por cierto, que el general Gough lo había pensado. Había enviado muchas patrullas, y más tarde ese día habló con todos los jefes locales de los maliks a quienes pudo convencer de que hablaran con él, en un esfuerzo por tantear el ánimo de la gente, y descubrir, si podía, cuáles tribus lucharían, y en cuáles podía confiar que permanecerían neutrales… o que desaparecerían en las montañas como Azmatulla y sus hombres.

Pero, a medida que avanzaba el día, cada vez le resultó más claro que todo el lugar le era hostil, y cuando una patrulla tras otra le informaron sobre nuevos refuerzos que acudían a ayudar a los khugianis, comenzó a hacer sus planes para la lucha que se avecinaba. No era mucho lo que podía hacer, porque sus animales de carga aún no habían llegado, y sólo lo hicieron bastante después del atardecer… avanzando cansadamente hacia el campamento a medida que caían las sombras y los fuegos para cocinar llenaban el aire con el aroma de la leña y de la comida.

Ahora, toda la columna sabría que tendría lugar una batalla al día siguiente y se preparaban para ella. Wigram durmió bien aquella noche, y Zarin también. Habían hecho cuanto estaba en sus manos, y podían descansar con la conciencia tranquila. Pero Wally estuvo despierto largo rato, contemplando las estrellas y pensando.

Tenía siete años cuando vio en la vidriera de una tienda de Dublín un grabado hecho a mano que representaba a un regimiento de Caballería en acción en Waterloo. Los soldados tenían los sables en la mano, y las plumas al viento, y en ese momento, Wally decidió que, cuando fuera mayor, sería oficial de Caballería y cabalgaría así a la cabeza de sus hombres, luchando contra los enemigos de su país. Ahora, por fin, al día siguiente, si Wigram no se equivocaba, ese viejo sueño de su niñez se haría realidad. Porque, aunque antes había estado en acción, nunca había participado en una batalla importante, y hasta ahora su única experiencia de una carga de caballería eran las prácticas del entrenamiento del escuadrón. ¿La realidad sería muy diferente de lo que había imaginado? ¿No salvajemente excitante, sino fea y aterradora… y nada gloriosa?

Había oído incontables historias sobre los métodos de los afganos para enfrentarse a la Caballería. Se tendían en el suelo con sus largos cuchillos afilados como navajas, y acuchillaban las patas y las panzas de los caballos para hacer caer a los jinetes. Un recurso que podía ser muy acertado, en particular en una acción desordenada, lo cual Wally creía. Wigram decía que entonces los sables y las lanzas servían de poco, y que lo mejor era usar una carabina o un revólver, ya que ante la perspectiva de que dispararan contra ellos en el suelo, la mayoría de los afganos preferían luchar de pie. Era el tipo de cosa que no se aprende en ningún tipo de maniobras. Pero al día siguiente sabría…

Se preguntó dónde estaría Ash y qué estaría haciendo. ¿Miraría la batalla desde algún lugar en lo alto de las montañas? ¡Si los dos pudieran cabalgar juntos al día siguiente! Wally miró en la oscuridad, y, recordando el pasado, se durmió repentinamente… para despertar con las primeras luces del amanecer y ver que el campamento ya se movía. Su oficial comandante le sacudía por un hombro.

—Despiértate, bella durmiente —exhortó Wigram—. Las velas de la noche ya se han apagado y el alegre día se acerca de puntillas por las cumbres neblinosas… poniendo en pie de guerra a varios miles de hombres belicosos de las tribus, creo. El general sugiere que recorras la zona de los khugianis. Así, que arriba, mi joven soñador. Vamos, haragán. Servirán el desayuno dentro de diez minutos.

Wally no recordaba haber visto a Wigram tan animoso antes. Era por naturaleza un hombre tranquilo, y excepto en raras ocasiones, como la fiesta conmemoración del Día de Delhi, jamás estaba eufórico. El día anterior, preocupado por sus tareas de mando y entristecido por la tragedia del vado, había estado más tranquilo que de costumbre. Pero ahora parecía varios años más joven, y despreocupado. Wally, poniéndose de pie horrorizado al descubrir que había estado durmiendo en medio de todo el ruido del campamento, se contagió de su alegría y rio en lugar de disculparse.

«Creo que el viejo está tan excitado como yo», decidió Wally, al recordarlo mientras se afeitaba y se vestía a toda prisa, que una vez Wigram le había confesado que su máxima ambición era llegar a ser jefe de la Caballería de los Guías, y que todo lo que viniera después, por más importante que fuera, sería como un tranquilizante.

«Pensarás que no es mucho como ambición —había dicho Wigram—; pero es todo lo que he deseado siempre. Y si lo obtengo diré nunc dimittis, y no me preocupará retirarme sin haber llegado nunca a coronel… porque habré tenido mi momento de gloria». «Bien, tiene lo que quería —pensó Wally—, y supongo que hoy será un día de fiesta para él como lo es para mí, porque si realmente hay una batalla, será la "primera vez" para los dos. Mi primera carga de caballería y la primera vez que Wigram conduzca a la lucha su amado escuadrón en una batalla a gran escala».