—Supongo que me ha sucedido porque no te esperaba —explicó Wally, invitando a su amigo a tomar té, huevos duros y chupattis—. Tu carta decía que debía esperarte en Attock, de manera que esperaba encontrarte allí ataviado con uno de los trajes de Rankin a prueba de sol, y no con este disfraz cubierto de polvo. Siempre supe que serías capaz de hacerlo, pero no pensé que me engañarías a mí, y no sé cómo lo hiciste, porque tu cara no ha cambiado… O no mucho… y no puede ser sólo por las ropas. Sin embargo, hasta que hablaste te tomé por otro hombre de la tribu. ¿Cómo te las has arreglado?
—No hay nada extraño en todo esto —replicó Ash, bebiendo té caliente—. O si lo hay, se trata de que uno llegue a pensar que es otra persona; eso no es difícil para alguien como yo, que durante la mayor parte de los años de su infancia imaginó que era un nativo de este país. De todas maneras, la mayoría de la gente sólo ve lo que espera ver y si aparece un chico con traje de tweed y bastón automáticamente piensa: «inglés», mientras que si ven uno vestido con una shulwa (túnica con manga) y turbante, con una flor detrás de la oreja y una caisora colgando de su muñeca, por supuesto debe de ser un afridi. Es así de simple.
Pero ahora el sol estaba alto y el calor era tan intenso que habría sido una crueldad obligar a avanzar a los caballos, porque Wally también cabalgaba desde el amanecer, habiendo acampado la noche anterior cerca de Haripur. Había alquilado una tonga para traer a su sirviente y su equipaje desde Abbottabad, y Gul Baz, que había cubierto una gran distancia en los últimos días, se alegró de terminar el viaje en este vehículo mientras el sahib seguía a caballo.
A diferencia de Wally, Gul Baz reconoció a Ash cuando aún estaba a bastante distancia, y de inmediato buscó una excusa para llevar al sirviente de Wally, Pir Paksh y al conductor de la tonga a un lugar más adelante en el camino, desde donde no podrían presenciar el encuentro entre el sahib y su amigo, que no podría dejar de despertar la curiosidad del tonga-wallah.
Gul Baz opinaba que ya había demasiadas personas que sabían que el sahib Pelham podía pasar por hombre de una tribu de la frontera.
La historia de la persecución de Dilasah-Khan había trascendido, y había sido contada y vuelta a contar con muchos añadidos y adornos en los mercados desde Peshawar a Rawalpindi, y Gul Baz no deseaba que se reviviera nuevamente. Por lo tanto, mantuvo a sus dos compañeros entretenidos en una conversación hasta que Wally lo llamó por su nombre, y entonces se apresuró a acercarse para recibir sus órdenes y volvió diciendo que el sahib se había encontrado con un conocido, comerciante de caballos afridi, y que, como el día era demasiado caluroso para cabalgar, se quedaría allí a hablar con el hombre y volvería más tarde al camino. Entretanto, deseaba que los sirvientes siguieran adelante con la tonga hasta el dâk-bungalow de Attock, donde alquilarían una habitación y pedirían comida para él y esperarían su llegada: no era necesario que se apresuraran ya que él sólo pensaba salir a últimas horas de la tarde.
—Lo cual significa que probablemente pasarán las próximas horas descansando en Hasan Abdal, y llegarán a Attock poco antes que nosotros —dijo Wally, mirando cómo la tonga pasaba y desaparecía en una curva del camino, antes de volver a reanudar la conversación interrumpida con el falso comerciante de caballos.
Hacía casi dos años que no se veían, pero, a pesar de todo lo que había sucedido durante ese tiempo, les parecía que sólo se habían separado el día anterior y continuaban una conversación pasajeramente interrumpida. La comunicación que había entre los dos seguía igual y era como si estuvieran otra vez en la casa que compartían en Pindi, hablando del trabajo del día; porque Ash no quiso entrar en explicaciones hasta haber oído todo lo que Wally tenía que contarle; en parte, porque deseaba restablecer los lazos con él antes de contarle sus aventuras, pero, más que nada, porque sabía que una vez que hablara de ello, ninguno de los dos trataría ya de otro tema.
De manera que Wally habló, mientras Ash escuchaba y reía al enterarse de montones de asuntos del Regimiento, sociales y generales. Se enteró de que los Guías estaban en «excelentes condiciones», que el comandante y los otros oficiales eran «unos tipos magníficos» y que Wigram Battye (recientemente ascendido a capitán) era «un tipo estupendo». En realidad, la frase «Wigram dice» aparecía con tanta frecuencia que Ash sintió una punzada de celos, y pena por los viejos tiempos en que él monopolizaba la admiración de Wally y ocupaba el pedestal más alto en su panteón privado. Pero ese tiempo había pasado, Wally había adquirido otros dioses y otros amigos, lo cual no era sorprendente en una persona tan simpática.
Ahora hablaba con enorme entusiasmo del Comisario delegado de Peshawar… el mismo mayor Cavagnari que había instigado y planeado la operación contra los miembros de la tribu utman-khel en la que Zarin resultó herido y otra posterior contra Sharkot, donde Wally tuvo su primera experiencia de combate real. Era evidente que la personalidad y el talento de este hombre de nombre extraño impresionaron profundamente al sensible Wally.
—Es un tipo extraordinario y tenemos cierto parentesco. Los dos estamos vinculados con los Lawrence.
Y Wally pasó a describir las muchas excelencias de su héroe del momento, mientras Ash escuchaba, observando el rostro de Wally y agradeciendo al cielo de que al menos él no hubiese cambiado… excepto en una cosa: el relato de lo que había hecho en los últimos dos años no incluía la mención del nombre de una sola muchacha.
Era evidente que los Guías y los asuntos militares llenaban sus pensamientos con la exclusión de todo lo demás y los asuntos alegres y despreocupados de Pindi que le habían inspirado tanta mala poesía aparentemente ahora pertenecían al pasado. Si Wally seguía escribiendo poemas, pensó Ash, ya no estarían dirigidos a alguna damisela de ojos azules, sino que, probablemente, se referían a temas abstractos, tales como el Patriotismo o la Inmortalidad. Y cuando volviera a enamorarse sería para siempre: se casaría con una muchacha y se convertiría en padre de familia. Pero para eso faltaba mucho. Resultaba evidente que en estos momentos estaba enamorado de los Guías y con el romance del Imperio.
Wally no preguntó a Ash qué había hecho durante su servicio en el Roper’s Horse; las actividades de rutina de un regimiento destacado en un lugar pacífico como Ahmadabad tenían poco interés para los dos; y como Ash había escrito bastante a menudo (y la mayor parte de sus cartas contenían alguna referencia al aburrimiento de la vida militar en la pacífica península). Wally se concentró en el tema más atractivo de la frontera en general y los Guías en particular. Sólo cuando el tema estuvo más o menos agotado, Wally quiso saber por qué Ash venía disfrazado y qué le pasaba que desperdiciaba tan estupendo permiso avanzando trabajosamente por el Indo en un dundhi en lugar de hacer la excursión que habían planeado, o, en todo caso, ir a pescar al valle de Kangan.
—Le pregunté a Gul Baz en que andabas —dijo Wally—, pero sólo me respondió que sin duda el sahib tenía buenas razones para lo que hacía y que las explicaría él mismo. Bien, espero esa explicación, camarada, y si quieres que te perdone, será mejor que sea buena.
—Es una historia larga —advirtió Ash.
—Tenemos todo el día por delante —replicó Wally tranquilamente y enrollando su chaqueta para que le sirviera de almohada, se tendió a la sombra y se preparó a escuchar—. Adelante, sargento mayor. Le escuchamos.
La historia que Ash narró a Wally llevó más tiempo que la que había oído Zarin el día anterior, porque Zarin había conocido a Kairi-Bai y, por lo tanto, no necesitaba que le contaran nada sobre su ambiente o su gente, o sobre su devoción infantil por el pequeño Ashok. Pero cuando Ash habló por primera vez a Wally de su infancia en Gulkote no pensó en mencionar a Kairi-Bai, y más tarde ocultó intencionadamente el hecho de que el Estado de Karidkote, cuyas princesas se había encargado de escoltar a Bhithor, era el mismo lugar con un nombre diferente. De manera que ahora había más cosas que contar; y después de los dos primeros minutos, Wally ya no estaba perezosamente tendido de espaldas, sino sentado y muy erguido con los ojos y la boca muy abiertos.
Zarin escuchó toda la historia sin un cambio notable en su expresión, pero no sucedió lo mismo con Wally; jamás había sido muy hábil para ocultar sus emociones, y ahora su rostro agradable y simpático traicionaba sus pensamientos con tanta claridad como si estuvieran escritos con letras mayúsculas; y al leerlos Ash se dio cuenta de que se había equivocado al pensar que Wally no había cambiado.
El antiguo Wally habría estado fascinado con la historia y hubiese sentido profunda simpatía por Ash y por la triste princesita de Gulkote quien, como la heroína de un cuento de hadas, había sufrido mucho en las manos de una madrastra malvada y una hermanastra celosa. Pero el Wally de ahora había adquirido nuevas lealtades y dejado a un lado muchas cosas infantiles.
Y además, como suponía Ash, se había enamorado de los Guías. Ahora, los Guías eran su propio Cuerpo y parte integral de él, y creía auténticamente que los miembros de su escuadrón eran la flor y nata del ejército de la India, que hombres como Wigram Battye y el mayor Risaldar Brend Singh eran la sal de la tierra. Había luchado a su lado, aprendió en su compañía los terrores y los fieros placeres de la batalla, vio morir hombres… no cualquier hombre, los anónimos que se mencionan en los breves informes oficiales (nuestras víctimas fueron dos muertos y cinco heridos), sino los hombres que conocía y con quienes hacía chistes, y cuyos nombres y rostros le eran familiares.
Ya no pensaba en despreciar sus costumbres y convicciones, ni en hacer nada que pudiera afectar la reputación del Regimiento en el que todos ellos tenían el honor de servir. Además, el primer enamoramiento con los Guías y la Frontera no podía concebir un destino peor que ser expulsado de ambos. Y si realmente Ash se había casado con una viuda hindú, esto era lo que le esperaba…
—¿Bien? —preguntó Ash cuando terminó y no recibió respuesta de Wally—. ¿No me deseas que sea feliz?
Wally se sonrojó como una muchacha y dijo rápidamente:
—Por supuesto que sí… sólo que… —no sabía cómo terminar la frase.
—¿Qué, te he quitado el aliento? —dijo Ash con cierto enojo.
—Bien, ¿qué esperabas? —preguntó Wally a la defensiva—. Debes admitir que esto es bastante fuerte. Después de todo, yo no sabía que las muchachas que llevabas a Bhithor tenían algo que ver con Gulkote, porque nunca dijiste una palabra sobre eso, de manera que nunca imaginé… Bien, ¿cómo podía imaginarlo? Por supuesto que deseo que seas feliz; tú lo sabes. Pero… pero aún te falta bastante para los treinta años, y sabes bien que no puedes casarte antes de esa edad sin el consentimiento del comandante, y…
—Pero me he casado —prosiguió Ash con suavidad—. Estoy casado, Wally. Eso nadie puede cambiarlo ya, pero no te preocupes; no abandonaré los Guías. ¿Realmente pensaste que lo haría?
—Pero cuando se enteren… —comenzó Wally.
—No se enterarán —respondió Ash, y explicó por qué.
—¡Gracias a Dios! —suspiró devotamente Wally cuando Ash terminó—. ¿Para qué me asustaste de esa manera?
—Tú y Zarin sois iguales. Él no lo dice abiertamente como tú, pero me di cuenta de que, aunque conocía a Juli desde que era una niñita, le trastornó el hecho de que yo me haya casado con ella, porque ella es hindú. Pero debo admitir que pensaba que tú tenías menos prejuicios.
—¿Quién? ¿Yo? ¿Un irlandés? —Wally dejó escapar una risa sin alegría—. Bien, una vez una prima mía quiso casarse con un tipo que resultó ser católico, y no tienes idea del escándalo que se formó por eso. Todos los protestantes se pusieron histéricos y hablaron del Anticristo y de la mujer escarlata de Roma, mientras que otros llamaron hereje a Mary y dijeron a Michael que, si se casaba con ella, quedaría excomulgado y se condenaría por toda una eternidad, porque ella no estaba dispuesta a convertirse al catolicismo y no quería firmar un compromiso de que los hijos que tuvieran serían educados como católicos. Y, sin embargo, eran todos adultos y gente supuestamente inteligente, y todos se consideraban cristianos. ¡No me hables de prejuicios! Todos estamos llenos de prejuicios, cualquiera que sea el color de nuestra piel; y si aún no te has dado cuenta, querido, creo que es porque no quieres verlo.
—No, sólo yo estoy libre de esa forma particular de prejuicios —respondió Ash pensativamente—. Y ahora es demasiado tarde para que la adquiera.
Wally rio y observó que Ash no sabía lo feliz que era; después de una pausa bastante larga, agregó con cierta vacilación:
—¿Me contarás… me contarás algo más sobre ella? ¿Cómo es? No me refiero a su aspecto físico, ¿qué es lo que ves en ella?
—Integridad y tolerancia… bondad, lo que Koda Dad llamaba una «flor rara». Juli nunca hace juicios inflexibles; trata de comprender, y de tolerar.
—¿Qué más? Debe de haber algo más.
—Por supuesto… Aunque eso sólo habría sido suficiente para la mayoría de la gente. Ella es… —Ash vaciló buscando las palabras para describir lo que Juli significaba para él y luego dijo con lentitud—: Es mi otra mitad; sin ella no estoy completo. No sé por qué es así, sólo sé que es así; y que no hay nada que no pueda decirle, o de lo que no pueda hablar con ella. Cabalga como una walkiria y posee toda la valentía del mundo, y al mismo tiempo es como… como una habitación tranquila y hermosa donde uno puede refugiarse del ruido, las tormentas y las cosas feas, sentarse cómodamente y sentirse tranquilo, feliz y por completo satisfecho: una habitación que siempre estará allí y siempre será la misma… ¿te parece muy aburrido? A mí no. Pero yo no deseo un cambio, una variedad y una estimulación constante de una esposa. De eso tengo mucho en mi vida cotidiana y lo veo suceder a mi alrededor. Yo quiero amor y compañía, y he encontrado eso en Juli. Es cariñosa, leal y valiente. Y es mi paz y mi descanso. ¿He respondido a lo que querías saber?
—Sí —dijo Wally—. Me gustaría conocerla.
—La conocerás. Esta noche, creo.
Wally estaba recostado con las piernas recogidas y los brazos cruzados sobre ellas, y ahora apoyó el mentón en las rodillas, y mirando a lo lejos, al resplandor del sol en el polvo blanco del camino agregó con aire satisfecho:
—No sabes cuánto he esperado volver a verte. Y lo mismo le sucede a muchos otros; los hombres siempre hablan de ti, piden noticias tuyas y preguntan cuándo volverás. Te han puesto un nombre… te llaman «Pelham-Dulkhan», ¿lo sabías? Y cuando salimos para hacer ejercicios o maniobras cuenta tus historias de Afganistán alrededor del fuego. Yo los he oído… y ahora realmente has vuelto… ¡No puedo creerlo…!
—Deja de fantasear y hablemos de cosas concretas. Cuéntame ese asunto de los afganos —dijo Ash.
Wally le devolvió la sonrisa, y dejando a un lado los asuntos personales, habló, en cambio, y con profundo conocimiento y agudeza, del problema que presentaba Afganistán… un tema que en ese momento preocupaba mucho a los hombres que servían en las fuerzas de campaña de Peshawar.
Ash había estado apartado de los asuntos de la frontera durante muchos meses, y no había llegado mucha información al respecto a Gujerat, donde los hombres tenían menos razones para preocuparse por lo que hacía el emir de un país salvaje e inaccesible que quedaba mucho más al Norte, más allá de las montañas del Khyber y de las de Safed-Koh. Pero ahora recordó nuevamente lo que le había dicho Koda Dad en su última reunión… y Zarin apenas el día anterior… y mientras escuchaba a Wally sintió como si hubieran vivido en un mundo diferente…
En tos últimos años, el emir de Afganistán, Shere-Ali, se había encontrado encerrado entre Rusia y Gran Bretaña, y ambos países tenían sus planes con respecto al suyo.
Gran Bretaña ya se había anexionado el Punjab y la tierra de frontera más allá del Indo, en tanto que Rusia había absorbido los antiguos principados de Tashkent, Bokara, Kohkund y Kiva. Ahora, las tropas rusas se concentraban en las fronteras del norte de Afganistán, y un nuevo virrey, Lord Lytton, que era una persona muy obstinada y con una gran ignorancia de Afganistán y deseaba extender los límites del Imperio para mayor gloria de su país (¿y tal vez de sí mismo?) había recibido instrucciones del Gobierno de Su Majestad de enviar inmediatamente un delegado a Afganistán con la misión de vencer «la aparente resistencia» del emir a que se establecieran Agencias británicas dentro de sus dominios.
Al parecer, a nadie se le ocurrió que quizás el emir no deseaba establecer nada parecido ni recibir a ningún enviado extranjero, o bien no lo consideraron importante. Lord Lytton debía hacer entender al emir que los agentes del «Gobierno de Su Majestad» debían tener acceso indiscutible a las posiciones de la frontera (y de Afganistán) y, además, «medios adecuados de conversar en forma confidencial con el emir sobre todos los asuntos con respecto a los cuales la declaración propuesta reconocería una comunidad de intereses». Asimismo, debían tener derecho a «esperar una atención adecuada a su amistoso asesoramiento», y el propio emir «debía llegar a comprender el tema en toda su extensión porque la condición del país y el carácter de su población, territorios dependientes en última instancia del poder británico para su propia defensa, no podían estar cerrados a los oficiales de la reina, ni a sus súbditos, que debían ser debidamente autorizados a entrar en ellos por el Gobierno británico».
Como retribución por aceptar estos términos humillantes, Shere-Ali recibiría asesoramiento de los oficiales británicos sobre la forma de mejorar sus recursos militares, junto con la promesa de la ayuda británica contra cualquier ataque no provocado por parte de una potencia extranjera, y si el virrey[5] lo creía adecuado, recibiría una subvención.
Lord Lytton estaba totalmente convencido de que sólo poniendo a Afganistán bajo la influencia británica, y convirtiendo así a ese turbulento país en un estado sometido, podría detenerse el avance de Rusia y obtenerse la seguridad de la India. Y cuando el emir mostró resistencia a aceptar una misión británica en su capital de Kabul, el virrey le advirtió que con su negativa se atraería la enemistad de una potencia amistosa que podía hacer entrar un ejército en su país «antes de que un solo soldado ruso llegara a Kabul…». Una amenaza que sólo logró reforzar las sospechas de Shere-Ali de que los británicos pensaban invadir su país y extender sus fronteras hasta el otro lado del Hindu-Kush.
También los rusos presionaban al emir para que aceptara una misión, y ambas potencias se ofrecieron a firmar un tratado con él que incluía la promesa de ayudarle si el otro lo atacaba. Pero Shere-Ali dedujo, no sin razón, que si se aliaba con una de las dos potencias, su pueblo sin duda se opondría a que entraran soldados extranjeros a su país, cualquiera que fuese el pretexto, ya que en ningún momento habían tenido simpatía por los intrusos.
Podría haber agregado, y lo cual era muy cierto, que se trataba de un pueblo fanáticamente independiente, con gran inclinación a la intriga, la traición y el asesinato, y que entre otras cosas características nacionales figuraba una intolerancia a los gobernantes (o, en todo caso, a cualquier forma de autoridad, que no correspondiera a sus propios deseos). Por tanto, la insistencia del virrey ponía al emir en una posición muy difícil, y buscó todos los recursos que se le ocurrieron. Dilató la decisión, esperando que si las negociaciones se demoraban durante tiempo suficiente podría suceder algo que lo salvara de la indignidad de verse obligado a aceptar y proteger a una misión británica permanente en Kabul, que fatalmente le granjearía el desprecio de sus orgullosos y turbulentos súbditos.
Pero cuantas más dilaciones ponía Shere-Ali, más decidido estaba el virrey a obligarlo a aceptar la misión británica. Lord Lytton veía a Afganistán como un rincón no civilizado habitado por salvajes, y el hecho de que su gobernante tuviera la impertinencia de poner objeciones a que una nación poderosa como Gran Bretaña estableciera una misión en su bárbaro país no sólo era insultante, sino también risible.
El Primer Ministro de Shere-Ali, Nur-Mohammed, viajó a Peshawar para exponer la posición de su jefe, y aunque estaba enfermo y viejo y tenía un amargo resentimiento por las crueles presiones que ejercían sobre su emir, nadie podría haber hecho más de lo que hizo él. Pero sin ningún resultado. El nuevo virrey no vaciló en desechar cualquier promesa u obligación contraída durante las negociaciones con su predecesor, mientras que a la vez acusaba al emir de no respetar con exactitud sus propias palabras. Y como Nur-Mohammed no quería ceder, el portavoz del virrey, Sir Neville Chamberlain, se enfureció con él, y el insultado Primer Ministro y viejo amigo del emir abandonó desesperado la sala de conferencias, sabiendo que sus argumentos y sus alegaciones habían fracasado y que ya no le quedaba nada por qué vivir.
Los británicos prefirieron creer que su enfermedad era sólo una excusa para ganar tiempo, pero Nur se estaba muriendo cuando llegó a Peshawar; cuando falleció se extendió el rumor en toda Afganistán de que los feringhis le habían envenenado. El emir comunicó que enviaría un nuevo delegado para remplazarlo, pero el virrey ordenó que se interrumpieran las negociaciones por falta de un terreno común de acuerdo, y el nuevo delegado tuvo que volver a su país, mientras Lord Lytton centraba su atención en subvertir a las tribus de la frontera con vistas a lograr la caída de Shere-Ali por medios más tenebrosos.
Ash ya sabía algo de esto, porque la conferencia de Peshawar ya se estaba celebrando antes de que él partiera hacia Gujerat, y los temas que se discutieron allí eran conocidos y calurosamente debatidos en todos los cuarteles, clubes y bungalows británicos en el norte del Punjab y en las provincias de la frontera y también en las calles y comercios de las ciudades, pueblos y aldeas. Los británicos opinaban que el emir era un típico afgano traicionero, que tramaba intrigas con los rusos y pensaba firmar un tratado de alianza con el Zar que permitiría a sus Ejércitos pasar libremente por el paso del Khyber, mientras que los indios opinaban que el Raj británico, en forma típicamente desleal, planeaba derrocar al emir y anexionar Afganistán al Imperio.
Pero una vez que Ash dejó atrás el Punjab, descubrió que los hombres hablaban menos de la «amenaza rusa» que de sus propios asuntos; mientras que desde que llegó a Bombay y subió al lento tren que hacía el recorrido por la costa hacia Surat y Baroda, apenas oyó mencionar el tema y jamás una discusión seria al respecto… A pesar de que los dos principales periódicos en inglés publicaban de vez en cuando un editorial sobre el tema, criticando al Gobierno por no actuar, o atacando a los «alarmistas» que hablaban de guerra.
Aislado por la distancia y por el ritmo de vida más lento de Gujerat, Ash pronto perdió interés por las luchas políticas, por lo cual se sorprendió muchísimo al descubrir, por Zarin, que aquí en el Norte los hombres tomaban seriamente el asunto, y hablaban sin disimulos de una segunda guerra afgana.
—Pero no creo que se llegue a eso —explicó Wally, con cierta pena—. Una vez que el emir y sus consejeros se den cuenta de que el Raj no aceptará una respuesta negativa, tendrán que ceder y permitirnos enviar una misión a Kabul, y con eso terminará todo. En realidad, es una lástima… no, no quiero decir eso exactamente. Pero habría sido una experiencia extraordinaria luchar para abrirse camino en esos pasos. Me gustaría luchar en una verdadera batalla.
—Lo conseguirás —replicó Ash con ironía—. Aunque no haya una guerra general, sin duda las tribus provocarán problemas dentro de poco tiempo, porque, si hay algo que realmente les gusta, es poder atacar al Raj. Es su deporte favorito… como las corridas de toros entre los españoles. Nosotros somos el toro. Les aburre llevar una existencia pacífica, y si hay escasez de conflictos sangrientos, o algún mullah (sacerdote musulmán) enfebrecido convoca a una Jehad (guerra santa), toman sus tulwares (espadas curvas) y ¡olé…!
Wally rio y luego volvió a ponerse serio y dijo con expresión pensativa:
—Dice Wigram que si el emir acepta que vaya una misión británica a Kabul, llevará una escolta con ellos, y piensa que, como es casi seguro que Cavagnari sea uno de los miembros, es posible que la escolta sea elegida entre los Guías. ¿A quiénes enviarán? ¡Por Dios, cuánto daría por ser uno de ellos! ¡Imagínate…! ¡Kabul! ¿No darías algo por poder ir?
—No. —El tono de Ash seguía siendo irónico—. Con una vez es suficiente.
—¿Una vez? Ah. Por supuesto, tú ya has estado allí. ¿Qué fue lo que no te gustó?
—Muchas cosas. Resulta bastante atractivo a su manera; especialmente en primavera cuando los almendros están en flor y las montañas aún se hallan cubiertas de nieve. Pero las calles y los mercados son sucios y las casas están en ruinas, y ¡no se la llamó «Tierra de Caín» por capricho! Uno siente que el salvajismo está cerca de la superficie, y que puede surgir en cualquier momento como la lava de un volcán apagado, y que el límite entre la buena voluntad y la violencia sanguinaria es más débil allí que en ninguna parte del mundo. Kabul no pertenece al mundo moderno más que Bhithor… en realidad, tienen mucho en común: ambos viven en el pasado y son hostiles al cambio y a los extranjeros, y la mayoría de sus ciudadanos no sólo tienen aspecto de asesinos, sino que se comportan como tales si llegan a tomarte antipatía.
Ash agregó que, en su opinión, tal vez no era extraño que una ciudad que según se decía había sido fundada por el primer asesino del mundo, tuviera una reputación de traición y violencia; o que sus gobernantes hubieran sido fieles a la tradición de Caín y se hubieran entregado al asesinato y el fratricidio. La historia pasada de los emires era un solo largo relato sanguinario: padres que mataban a sus hijos, hijos que conspiraban contra sus padres y entre sí, y tíos que eliminaban a sus sobrinos.
—Es una historia terrible, y si es cierto que los fantasmas son los espíritus inquietos de las personas que murieron en forma terrible… y los fantasmas existen… Kabul debe estar llena de ellos. Es un lugar maldito, y espero no volver a verlo nunca.
—Bien, lo verás si hay guerra —observó Wally—, porque los Guías con seguridad participarán en ella.
—Es verdad… si hay guerra, pero, por lo que a mí se refiere… —la frase terminó en un bostezo, y Ash se recostó entre las raíces de los árboles y cerró sus ojos al resplandor del día, y tranquilo y cómodo porque él y Wally estaban otra vez juntos se quedó dormido.
Wally estuvo observándolo un largo rato, percibiendo los cambios que no había advertido al principio, y otras cosas que nunca se había preocupado por ver: la vulnerabilidad de aquel rostro delgado y despreocupado, la boca sensible que combinaba tan mal con el mentón obstinado, y la línea firme de las cejas negras tampoco correspondía a una frente y unas sienes que más bien deberían pertenecer a un poeta o a un soñador que a un soldado. Era un rostro en lucha consigo mismo, bellamente tallado pero con cierta falta de cohesión. Wally pensó que a pesar de las líneas marcadas y la cicatriz poco visible de aquella vieja herida, el muchacho dormido en cierto modo no había crecido. Aún veía las cosas como correctas o incorrectas, buenas o malas, y justas o injustas… como los niños, antes de aprender que la vida era diferente. Todavía creía que podía hacer algo para cambiarlas.
De pronto, Wally se sintió muy apenado por su amigo, que pensaba que como algo era «injusto» era incorrecto y había que cambiarlo, y que como no podía considerar ningún problema desde un punto de vista estrictamente europeo o estrictamente asiático, se veía privado de la cómoda protección del prejuicio nacional y no tenía defensas contra los caprichos regionales de Oriente y Occidente.
Ash, como su padre Hilary, era un hombre civilizado y liberal con una mente alerta y curiosa. Pero, a diferencia de Hilary, nunca había advertido que la mentalidad promedio no es liberal ni curiosa, sino en general intolerante de cualquier actitud que no sea la propia actitud firmemente arraigada. Ash tenía sus propios dioses, pero no eran ni cristianos ni paganos. Y él no era ni había sido nunca el héroe audaz, romántico y admirable de las primeras impresiones de Wally, sino un hombre tan sujeto a error como cualquiera… y a causa de sus comienzos no ortodoxos, quizá con más tendencia al error que la mayoría. Pero seguía siendo Ash, y nadie, ni siquiera Wigram, podría jamás ocupar su lugar en el afecto de Wally. Pronto Wally siguió el ejemplo de Ash y se quedó dormido.
Cuando se despertaron, el sol ya había descendido y el campo estaba lleno de sombras. Ash trajo agua del arroyo, y comieron los alimentos que les había dejado Gul Baz. Decidieron que Wally pasara la noche en el bungalow de Attock después de visitar la casa de Fátima Begum para conocer a Anjuli, y que regresaría a Mardan por la mañana.
Llegaron a la casa en polvoriento atardecer color amatista, y allí el sirviente que estaba en la puerta los recibió sin curiosidad y en respuesta a la pregunta de Ash dijo que Koda Dad Khan no había llegado… Sin duda, su hijo el sahib risaldar había logrado que su padre permaneciera en su casa. Se hizo cargo de los caballos mientras Ash enviaba un mensaje a la Begum, pidiéndole permiso para que su amigo, el sahib Hamilton, entrara en la casa y conociera a su mujer.
Si Anjuli hubiera sido musulmana, la sugerencia habría recibido una iracunda negativa de la Begum, que ahora se consideraba in loco parentis con respecto a la muchacha. Pero como Anjuli no era musulmana ni soltera, y su así llamado marido no sólo era cristiano, sino también extranjero, no podían aplicarse las reglas adecuadas, y si el sahib Pelham deseaba que sus amigos conocieran a su esposa, eso no le importaba a la Begum. Por tanto, envió a un criado para que condujera a los dos hombres a la habitación de Anjuli y dijera a Ash que, si deseaban comer juntos, la cena se serviría pocos minutos después.
Aún no habían encendido la lámparas, pero las cortinas de kus-kus estaban enrolladas hasta arriba, y la habitación blanqueada aparecía iluminada con los últimos resplandores del día y los primeros rayos de la luna llena que se elevaba sobre las sierras bajas más allá de Attock.
Anjuli estaba detenida junto a una ventana abierta, mirando al jardín. No oyó los pasos en la escalera, porque los sonidos eran ahogados por los gorjeos de los pájaros, y sólo se volvió cuando se abrió la puerta; vio a Ash, pero no al hombre parado en las sombras detrás de él, de manera que corrió a echarle los brazos al cuello. Y así la vio Wally por primera vez. Una muchacha alta, esbelta, que corría hacia él con los brazos extendidos, y con el rostro iluminado por el amor. Le quitó el aliento… y conquistó su corazón.
Más tarde, sentado solo a la luz de la luna en la galería del bungalow, se dio cuenta de que no recordaba exactamente cómo era ella.
Sólo que era la criatura más hermosa que hubiera visto jamás… una princesa de un cuento de hadas, de marfil, oro y azabache. Pero, en realidad, nunca había visto a una mujer india de clase elevada, y nada sabía de la riqueza de gracia y hermosura que se oculta detrás de las cortinas del purdah, celosamente defendida de la mirada de los desconocidos.
Pocos extranjeros tenían el privilegio de ver o conocer a estas mujeres; y esos pocos solían ser las esposas de los funcionarios británicos de más edad que no mostraban gran entusiasmo por los encantos de las «mujeres nativas», y que, a lo sumo, las miraban con condescendencia. De manera que, cuando Ash trató de describir a su esposa, Wally supuso que se trataba de un hombre enamorado, e imaginó, con indulgencia, que tal vez la novia fuese bonita… como lo eran una o dos de las cortesanas más costosas que conocía Ash, y que Wally había conocido también en aquellos primeros días despreocupados en Rawalpindi: mujeres de piel oscura, que se pintaban los ojos con Kohl, masticaban pan (nuez envuelta en una hoja) y se pintaban las palmas de las manos delicadas con henna; y cuyos cuerpos sinuosos, de huesos pequeños, olían a almizcle y madera de sándalo y exudaban un aura casi invisible de sensualidad.
Nada de lo que Wally había visto en la India lo preparaba para una visión de Anjuli. Había esperado ver a una mujer pequeña, de piel oscura, no a una diosa de miembros largos… Venus Afrodita… con la piel más pálida que el trigo maduro, y los bellos ojos de negras pestañas del color del agua cenagosa de los pantanos de Kerry.
Lo curioso es que no sugería el Oriente, sino más bien el Norte, y al mirarla, Wally recordó la nieve, los pinos y el viento fresco que sopla en las altas montañas… y un verso de un nuevo libro de poemas enviado recientemente por una tía solícita: (oscuro, verdadero y tierno es el Norte…). Oscuro, verdadero y tierno; …sí, esa era Anjuli. Todas las heroínas de ficción se hacían verdad en ella… era Eva, era Julieta, ¡era Helena…! «Avanza en la belleza como la noche, de cielos sin nubes y llenos de estrellas. Y todo lo mejor de la oscuridad y la luz se encuentra en su aspecto y en sus ojos», declamó Wally, borracho de felicidad irracional.
Ya no le acusaba de haberse casado en forma apresurada, porque podía imaginarse haciendo exactamente lo mismo si llegaba a tener la suerte de Ash. No podía haber muchas mujeres en el mundo como Anjuli, y, después de haberla encontrado, sería una locura perderla por una carrera.
Sin embargo, Wally suspiró y parte de la euforia de las últimas horas le abandonó. No, probablemente él no lo habría hecho… si hubiera tenido tiempo de darse cuenta de lo que podía significar para el futuro, porque los Guías ya significaban mucho para él. Además, desde que recordaba, él había alimentado sueños de gloria militar; había crecido con ellos y ahora eran una parte de sí mismo demasiado arraigada como para ser remplazada por el amor de una mujer… incluso por una mano como la que había visto aquella noche, que le había robado el corazón.
De pronto, se sintió lleno de gratitud hacia Ash y Anjuli; y hacia Dios, que había sido tan bondadoso como para hacerle conocer esa única mujer en el mundo, pero poniéndola fuera de su alcance; de manera que, al entregarle su corazón estaba salvado para siempre (o, por lo menos, por largo tiempo) de enamorarse de alguna estrella menor y casarse y domesticarse y perder su gusto por la aventura y con él, inevitablemente, una parte de su entusiasmo por su profesión y devoción a los hombres de su Regimiento.
Wally preguntó a Ash si podía hablar a Wigram de Anjuli, y se alegró, aunque no dejó de sorprenderse, cuando Ash asintió. Todos querían a Wigram, y no podía negarse que sería un alivio poder contarle todas las aventuras de Ash y su matrimonio romántico en secreto, en particular ahora que él había conocido a la esposa y por tanto, se sentía calificado para hablar en defensa de la pareja y persuadir a Wigram de que adoptara una actitud tolerante con respecto a todo el asunto…
Wally se puso de pie, buscó algo para arrojar a un perro que aullaba monótonamente junto a la puerta, logró buena puntería con una maceta y se fue a la cama cantando «libra la buena pelea con todas tus fuerzas». Lo cual, en tales circunstancias, era una señal de salud, porque demostraba que volvía a la normalidad después de las exigencias y el esfuerzo de una día lleno de emociones.
El sol ya había bajado cuando Wally cruzó el Indo y tomó el camino de Peshawar a la mañana siguiente, dejando que su sirviente Pir-Baksh le siguiera en una tonga con el equipaje; una hora después, desayunó en el parador de Nowshera mientras su caballo descansaba, antes de cruzar el río Kabul y dirigirse hacia Risalubur. Mardan era un oasis de sombra en una tierra calcinada. El fuerte y el campo de maniobras, el perfil familiar de las montañas Yusafzai se estremecía con el calor, y a lo lejos en la llanura, hacia Jamalgarhi, de vez en cuando se levantaba un remolino de polvo y volvía a caer. Pero en el acantonamiento no se movía una hoja, y el polvo del tiempo caluroso caía sobre cada rama, cada piedra y cada hoja de hierba, reduciendo los verdes y los marrones a un solo tinte… el color que Sir Henry Lawrence había elegido para los uniformes del Cuerpo de Guías recién creado en los días anteriores al Gran Levantamiento que llegó a conocerse como caqui.
Wally fue directamente a los aposentos de Wigram, pero este no estaba allí; había ido a una pequeña conferencia en Peshawar, y sólo volvería al atardecer. Sin embargo, volvió a tiempo para cenar en el cuartel; más tarde, fue con Wally a las habitaciones de este donde permaneció hasta después de medianoche escuchando la historia de Ash y Anjuli-Bai.
Evidentemente, la historia le interesó mucho, aunque la ceremonia de casamiento a bordo del Morala le arrancó una exclamación y un gesto de cólera; después de esto, escuchó el resto con los labios apretados y el ceño fruncido. Pero no hizo comentarios; por último, comentó reflexivamente que le recordaba que el comandante había dicho, cuando se discutía la cuestión de un consejo de guerra con respecto a la devolución de las carabinas, que Ashton Pelham-Martyn no sólo era un joven rebelde e insubordinado, sino un enfant terrible, cuya inclinación a actuar en forma impulsiva le hacía capaz de cometer cualquier tontería sin detenerse a pensar a qué podía conducirle a largo plazo; sin embargo, era necesario recordar que estos mismos defectos a menudo resultaban muy valiosos en tiempo de guerra en particular cuando iban acompañados, como en el caso de Ashton, de un gran valor.
—Creo que tenía razón —dijo lentamente Wigram—. Si hubiera una guerra y ruego a Dios que no la haya, tal vez necesitemos esos defectos… y el valor que les acompaña.
Se recostó en su asiento y quedó en silencio durante largo rato, mordiendo el extremo de un cigarro, apagado hacía rato, y mirando el cielo raso con abstracción. Cuando volvió a hablar, hizo una pregunta:
—¿Entonces Ashton piensa pasar el resto de su permiso en Attock?
—Sí —confirmó Wally—. Él y su esposa han sido invitados a alojarse en la casa de la tía del risaldar Zarin Khan… la mujer tiene una casa grande rodeada por un jardín con muros, detrás del camino de Pindi, en la parte más lejana de la ciudad.
—Ajá. Me gustaría ir un día de estos y conocer a la novia. Sería… —fijó la mirada en el reloj y se puso de pie rápidamente—: Dios mío, ¿ese reloj va bien? No tenía idea de que era tan tarde. Ya es hora de que me vaya a dormir. Buenas noches, Wally.
Volvió a sus habitaciones, pero no a dormir.
En lugar de eso, cambió su uniforme por los pantalones cómodos que se acostumbraba a poner por la noche en aquella época del año, salió a la galería, se dejó caer en un sillón, y quedó inmerso en sus pensamientos.