Diez días después, en una mañana tranquila y luminosa, el Morala ancló frente a Keti en el delta del Indo, y dejó allí a tres pasajeros: un pathan corpulento, un hombre delgado y afeitado, cuya indumentaria y porte proclamaban que era ciudadano de Afganistán, y una mujer con bourka, que, al parecer, era la esposa de uno u otro.
El traje afgano había sido adquirido el día anterior por Gul Baz, en el curso de una corta parada en Karachi, donde el Morala dejó una carga de cueros y fruta seca, recibida, junto con el grano, una semana antes en Chahbar. Fue Red quien sugirió la compra, porque Sind era una tierra inhóspita, con muy pocos habitantes, y la gente no se destacaba por su hospitalidad con los forasteros.
—Pero tratan bien a los afganos, y como, por lo que me ha dicho, puede pasar por uno de ellos, le aconsejaría que lo hiciera ahora. Será mucho menos arriesgado.
El largo trayecto desde la costa del Sind hasta Attock se realizó sin peligro, aunque no con mucha comodidad.
Un dundhi, un bote plano que habitualmente se usa para llevar carga, alquilado a través de uno de los muchos comerciantes de la costa, amigos de Red, los llevó por el Indo, primero a vela (en las horas en que tenían la corriente a favor), más tarde, cuando el viento cesaba, por medio de una cuerda,
finalmente, en una noche de luna brillante, vieron la cresta del Takht-l-Suliman un lejano punto de plata, muy por encima de las colinas de Beluchistán, y Anjuli lloró de alegría al volver a ver la nieve.
Al principio, cansados de la inactividad, Ash y su esposa bajaban del bote y caminaban durante parte del trayecto. Pero ahora el tiempo era muy caluroso, y aun al fresco de la noche, o hacia el atardecer, el calor transformaba la bourka en algo asfixiante. Entonces, Ash consiguió comprar dos caballos, y de allí en adelante cabalgaban todos los días, alejándose de manera que Anjuli pudiera echar hacia atrás la bourka, para regresar al bote al mediodía a descansar a la sombra del pequeño refugio de planchas de madera y cortinas de caña que servían como cabina.
Ash deseaba comprar un tercer caballo para Gul Baz. Pero este no quería cabalgar por el campo. Aprobaba el lento método de viaje, y disfrutaba sentado bajo el toldo en el bote, aunque montaba uno de los caballos y llevaba el otro de las riendas siempre que el sahib y la sahiba-Rani decidían viajar en el bote.
Las incomodidades del viaje (y eran muchas) no significaban nada si se las comparaba con el deleite de estar juntos, libres de hablar y reír y hacer el amor sin miedo.
Después de las incomodidades sufridas en el Rung Mahal a Anjuli no le importaba que la comida no fuera buena, y tener que dormir en el suelo porque el lecho improvisado estaba lleno de pulgas y hubo que arrojarlo al agua.
Para Ash era suficiente ver que su esposa perdía aquella delgadez esquelética y recuperaba gran parte de su belleza, salud y serenidad que los años de Bhithor le habían quitado. Esto no sucedió de la noche a la mañana. El camino a la normalidad fue lento; casi tan lento como el avance por el «padre de los ríos». Pero la narración de la verdadera historia de esos años fue el primer paso, y aquellos largos días tranquilos en el Morala, las horas de conversación y de amigable silencio, las risas compartidas y las maravillosas noches estrelladas en que hacían el amor y se dormían con la música de las olas y de los vientos del mar, ayudaron a curar las crueles heridas que Shushila y Bhithor habían infligido a Anjuli. Ash veía renacer a la vida a su esposa y se sentía más feliz y satisfecho de lo que le hubiera parecido posible.
A veces veían grupos de jinetes en la llanura, galopando furiosamente hacia un horizonte oculto por el polvo. Y en el río mismo había siempre otros botes: botes cargados de forraje o grano, madera, caña de azúcar o verduras, y otros cargados de ovejas o cabras; transbordadores que llevaban mercancías y pescadores con redes o trampas para peces; y los primeros días, a veces veían un vapor fluvial, que avanzaba corriente arriba bajo una nube de humo negro.
Las lecciones de inglés y pushtu, que comenzaran en el Morala, se hicieron parte de la rutina diaria, y Anjuli resultó ser una buena alumna. Hizo rápidos progresos, asombrando a Ash por la exactitud y velocidad con que asimilaba palabras y frases y dominaba las complicadas reglas de la gramática, y se dio cuenta de que siempre debió de haber sido inteligente, aunque hasta ahora le había faltado oportunidad de usar esa inteligencia… las mujeres en purdah no debían interesarse en otra cosa que en los quehaceres domésticos. Pero ahora que había escapado del mundo casi exclusivamente femenino de la Zenana, su inteligencia aceptaba el desafío, y cuando avistaron las colinas del Kurram y las zonas salinas de Kundian, podía expresarse en la lengua de su marido con una fluidez qué hacía honor a su instructor y, aún más, a su propia capacidad de concentración.
Como llegarían a Kala-Bagh casi un mes antes de que concluyera su permiso Ash había pensado en atar el bote en algún lugar agradable y pasar el tiempo explorando el lugar a caballo en lugar de volver a Mardan antes de tener necesidad de hacerlo. Pero, al acercarse a la zona de las salinas entre altas orillas y sin brisa, hasta las noches eran calurosas, y de día la temperatura resultaba insoportable, pues hasta el suelo parecía recién cocido en un horno.
En estas condiciones, lo mejor sería instalar a Juli bajo techado en una casa con paredes sólidas y amplias galerías para combatir el calor, y punkahs (cortinas de juncos) para refrescar el aire. Entonces recordó a la tía de Zarin, Fátima Begum, y la casa tranquila junto al camino de Attock, protegida por altos muros y con un jardín lleno de árboles frutales. Dejaría allí a Juli, donde estaría segura aunque significaba que tendría que confiar la situación a la Begum, estaba seguro de que la anciana sabría guardar el secreto, y que, además, inventaría alguna historia para satisfacer la curiosidad de la gente de la casa y evitar que los sirvientes hablaran.
Zarin podría ayudarlo; por lo que aquella misma noche Gul Baz salió en el caballo de Ash hacia Mardan, para llevar un mensaje verbal a Zarin y una carta al sahib Hamilton, después de lo cual volvería a reunirse con el grupo en Attock. Pero Ash y Juli tardaron casi una semana en completar la última parte del viaje hasta Attock y Ash llegó a la casa de Fátima Begum a la luz de la luna como en su visita anterior, sólo que esta vez no iba solo.
El sendero que conducía a la casa era muy polvoriento, pero tal vez Ash hizo algún ruido al llegar a la casa, porque antes de que tocara a la puerta, esta se abrió, y un hombre se adelantó a recibirlo.
—¡Stare-Mah-Sheh! —dijo Zarin—. Le dije a Gul Baz que no te atreverías a venir por los remansos.
—¿Khwah-Mah-Sheh? —replicó Ash devolviendo el saludo convencional—. Tenías razón. No me atreví al oír el ruido del agua y ver los remolinos, y preferí llegar con los zapatos secos por las montañas.
Dejó las riendas y se volvió a ayudar a Anjuli a apearse, y aunque sabía que ella estaba agotada por el calor y las horas de cabalgar, después de un largo día en el refugio asfixiante del bote, no intentó sostenerla, ya que en Oriente, una mujer respetable, cuando hace una visita a otro lugar, es una figura anónima a la que no debe prestarse atención. Ash sabía que en un país donde la mayoría de las personas duermen al aire libre en la época calurosa, la noche está llena de ojos. Por la misma razón, no hizo presentaciones, sino que se apartó para tomar las riendas del caballo y seguir a Zarin a través de la puerta, dejando a Anjuli que les siguiera a la manera tradicional que prevalece en todo el Islam.
Evidentemente, todos dormían en la casa, pero en un patio interior brillaba una luz débil, donde la criada de más confianza de Fátima Begum, una mujer mayor y callada, esperaba con una lámpara en la mano para conducir rápidamente a Anjuli a una habitación del piso alto. Cuando se retiraron, los dos hombres se pusieron a hablar a la luz de una lámpara de petróleo que había quedado ardiendo en un nicho junto a la puerta; y los dos pensaron con una curiosa sensación de pérdida cuánto había cambiado el otro desde la última vez que se encontraran en la misma casa…
Apenas hacia dos años, pero ahora había canas en la barba de Zarin. Y nuevas arrugas también… y una cicatriz larga que iba desde su sien hasta el ángulo de la boca, y pasaba junto al ojo derecho: recuerdo del ataque de un tulwar (espada curva) recibida, entre otras heridas, durante el ataque en Sipri. Zarin había sido ascendido a risaldar después de esa acción, y llevaba, además de la cicatriz, el sello indefinible que la autoridad y la responsabilidad dan a los que las ejercen.
En Ash, el cambio era menos evidente, y posiblemente alguien que le conociera menos no lo habría notado, pero, para Zarin, resultaba muy llamativo. En su rostro ya no se veía ese aspecto tenso, inquieto, que Zarin había encontrado tan perturbador la última vez que lo viera, y aunque estaba más delgado que nunca, los ojos, bajo las cejas negras, brillaban tranquilos y satisfechos.
«Ha encontrado la felicidad —pensó Zarin—. Esto lo cambia todo».
Se miraron atentamente, y un extraño habría dicho que se estaban diciendo adiós en lugar de saludándose después de una larga ausencia… y en cierto sentido habría tenido razón, porque ambos se daban cuenta, con cierta tristeza, de que alguien que los dos habían conocido se había marchado para siempre. Luego, Ash sonrió, y el breve momento de pesar desapareció. Se abrazaron como antes, Zarin tomó la lámpara y condujo a Ash a una habitación donde habían servido comida fría. Comieron y hablaron. Y hablaron…
Ash se enteró de que Koda Dad no había estado bien de salud últimamente, pero que Zarin le había comunicado la llegada de Ash y que si se sentía con fuerzas viajaría hacia Attock de inmediato. El sahib Hamilton estaba con permiso, y Gul Baz no les esperaba en la orilla del río, como pensaba Ash, sino en algún lugar cercano a Abbottabad donde había ido a buscar al sahib, ya que le habían dicho que estaba en camino de regreso desde el valle de Kangan.
—Dijo que le habías dado una carta para el sahib Hamilton y que le dijiste que se la entregara en propia mano —explicó Zarin—. Entonces, cuando se enteró de que se había ido, fue por su propia cuenta a Abbottabad. Debe de haber sufrido algún retraso en el camino. O quizás el sahib Hamilton aún no ha llegado allí y Gul Baz siguió un poco más adelante, al saber que yo estaría aquí para recibirte. He enviado a un hombre a vigilar el bote y a que traigan tu equipaje.
Tenían mucho que hablar del Regimiento y de la frontera, porque Ash no había recibido noticias desde la última carta de Wally, escrita casi tres meses atrás, y Zarin habló también mucho de las perspectivas de guerra con Afganistán. Pero Ash no se refirió a sus propios asuntos ni mencionó a Anjuli; y Zarin tuvo la consideración de no hacer preguntas. El tema podía esperar hasta que Ashok se sintiera capaz de hablar de él, probablemente después de una buena noche de descanso… algo que era difícil obtener en el terrible calor del Indo.
Por cierto, Ash durmió bien aquella noche, y al día siguiente narró toda la historia de los meses pasados, desde el momento de la repentina aparición de Gobind y Manilal en Ahmadabad hasta el día en que Anjuli y él se casaron en una breve ceremonia a bordo del Morala, junto con un resumen de los acontecimientos de los últimos tres años que condujeron a eso: primero contó la historia a Zarin y luego, por necesidad, a Fátima Begum, y los dos se mostraron profundamente interesados.
En cierta medida, Zarin había recibido una advertencia previa; Gul Baz le había dicho que la mujer para quien el sahib solicitaba la hospitalidad de Fátima Begum era una viuda hindú de clase elevada a quien había traído con él del Sur, y con quien había participado en algún tipo de ceremonia que los convertía en marido y mujer, aunque como esto no se parecía a ninguna forma de shadi (casamiento) de que Gul Baz tuviera noticia, ya que no hubo sacerdote y todo el asunto duró menos de cinco minutos, no había por qué tomarlo en serio. Pero, naturalmente, a Zarin no se le ocurrió que la viuda en cuestión era una mujer que él mismo conocía, o, más bien, que había conocido mucho tiempo atrás, cuando era la hija de la Feringhi-Rani, la pequeña Kairi-Bai.
La noticia de que Ashok se consideraba casado le entristeció porque Zarin esperaba que su amigo se casara con alguna muchacha de su propia raza con quien resolvería su problema de identidad, y tuviera hijos varones fuertes que siguieran a su padre en los Guías y fueran oficiales ideales, ya que no podían dejar de heredar el amor y la comprensión de Ash por la India y sus pueblos. Pero si permanecía fiel a Kairi-Bai esto jamás sucedería, ya que sus hijos serían ilegítimos y «mestizos» (Zarin no consideraba que la ceremonia a bordo del barco mencionada por Gul Baz tuviera valor alguno) y como tales, inadecuados para ingresar en el Cuerpo.
Por otra parte, representó un alivio saber que, a pesar de su insistencia de que la ceremonia fue legal y Kairi-Bai era su legítima esposa, Ash pensaba mantener el matrimonio en secreto a instalar a su esposa en alguna discreta casita en Hoti-Mardan, donde siempre que él fuera cuidadoso podría visitarla sin que nadie en el acantonamiento se enterara de ello. Sus razones para actuar de esta manera obviamente no implicaban dudas con respecto a la validez del matrimonio, sino que se debían por entero, a sus temores por la seguridad de la que él llamaba su esposa… temores que Zarin, recordando a Janoo Rani y a todo lo que le habían contado de Bhithor, consideraba justificados. Sin embargo, cualesquiera que fuesen las razones, sólo podía estar agradecido de que fueran suficientemente fuertes como para evitar que Ashok arruinase su carrera mostrando a la ex Rani en Mardan y exigiendo que el Cuerpo la aceptara como su esposa, porque de algo estaba seguro Zarin: ninguno de ellos, desde el sahib comandante hasta el recluta más novato, la habrían aceptado. Y conociendo a Ashok, se sentía agradecido al Diwan de Bhithor y a sus cómplices asesinos.
Fátima Begum, una reliquia de una época anterior, no veía nada inconveniente en el deseo del sahib de mantener a una muchacha india en algún bibi-gurh tranquilo (casa para mujeres) cerca de su lugar de trabajo, y eso dijo a su sobrino. Esas situaciones, explicó la Begum, eran bastante corrientes y no representaban ningún descrédito para el sahib: ¿cuándo se había pensado mal de un hombre por tener una amante? Hizo un gesto con la mano para indicar que no daba importancia a la historia del matrimonio, ya que había estado hablando con Anjuli, a quien tomó mucho afecto, y Anjuli misma, a pesar de lo que le aseguraba Ashok, jamás había creído que algo tan desprovisto de ritual y tan rápido como esa extraña ceremonia a bordo del Morala pudiera tener valor legal.
La tía de Zarin insistió en que Anjuli y su marido pasaran el resto del permiso del sahib como huéspedes suyos, y dijo a su sobrino que ella se ocuparía de encontrar una casa adecuada para la ex Rani cerca de Mardan, donde ella podría vivir con tranquilidad y sin dificultades en mantener en secreto su verdadera identidad, porque ninguna esposa virtuosa, declaró la Begum, pensaría en averiguar los antecedentes de una cortesana y como Anjuli no competiría con las otras, podría vivir con tranquilidad en su reclusión.
Esto último no se lo dijeron a Ash, quien agradeció el ofrecimiento. Al día siguiente, como aún no había señales de Koda Dad ni de Gul Baz, Ash partió hacia Hasan Abdal, esperando encontrar a Wally en el camino de Abbottabad.
El ambiente aún era fresco, pero no soplaba aire, y ya se sentía el calor que se avecinaba. Ash y Zarin se detuvieron en el cruce del sendero con el camino y durante unos momentos escucharon, esperando oír el galope lejano que anunciaría la llegada de Koda Dad o de Gol Baz. Pero el largo camino blanco aparecía desierto y, excepto el canto de los gallos y el río, no había otro sonido.
—Los encontraremos por el camino —dijo Zarin, respondiendo a la pregunta muda—. ¿Cuándo piensas llegar a Mardan?
—Dentro de tres semanas. De manera que si tu padre aún no ha salido, envíale un mensaje para que se quede en su casa, y dile que iré a verlo en cuanto pueda.
—Bien. Pero tal vez lo encuentres en el camino y si es así te esperaré aquí, en casa de mi tía, cuando vuelvas. Bien, debemos seguir adelante. Pa makhe da kha, Ashok.
—Ameen sera, Zarin Khan.
Se tocaron brevemente las manos y partieron. Y dos horas más tarde, cuando salió el sol, Ash pasó por Hasan Abdal. Se apartó del camino de Pindi y giró a la izquierda, hacia el que conduce a las montañas y a Abbottabad.
Wally estaba desayunando a la sombra de unos árboles junto al camino, cerca de la orilla de un arroyo que se encontraba alrededor de kilómetro y medio de la ciudad. Al principio, no reconoció al afridi delgado y cubierto de polvo del viaje que se detuvo junto a él y desmontó a la sombra de las acacias.