Era una historia larga y desagradable. Y al escucharla, Ash ya no se sorprendió de que la reina que él había arrancado de Bhithor tuviera tan poco parecido con la novia que había escoltado hasta allí apenas dos años antes. Porque Ash tenía razón sobre Shushila. Realmente, resultó ser una verdadera hija de Janoo Rani… la que alguna vez fuera nautch, que jamás permitió que nada se interpusiera entre ella y sus deseos, ni tenía el menor reparo en eliminar a cualquiera que considerara un obstáculo en su camino.
Anjuli lo contó como si desde el comienzo hubiera conocido la mentalidad de Shushila, aunque no era así.
—Debes comprender —dijo—, que yo sólo descubrí todo esto casi al final. Y aun entonces hubo muchas cosas que sólo me resultaron claras después de haber escapado de Bhithor, cuando yo estaba oculta en la cabaña detrás de tu bungalow, donde lo único que podía hacer era pensar… y recordar. Creo que ahora lo sé todo de manera que si cuento la historia como si hubiera conocido los pensamientos y palabras de Shushila y los de las otras personas con quienes tuve poco contacto o ninguno, no pretendo tener un conocimiento que en realidad no pude haber tenido y de alguna manera los conocí, porque pocas cosas pueden guardarse en secreto en el sector de las mujeres, donde siempre hay veinte ojos y oídos que escuchan, y muchas lenguas que hablan. Geeta y mis dos doncellas, y una muchacha bhithoriana que también me tenía afecto, me contaban todo lo que oían. Y también ese ser malvado a quien dejaste atado y amordazado en el chattri, porque le encantaba contar historias y me las repetía con la esperanza de lastimarme. Pero yo no lograba pensar mal de Shushila… no podía. Creía que ella ignoraba todo lo que se hacía en su nombre, y estaba segura de que se trataba de órdenes del Rana, sin su conocimiento ni consentimiento. Creía que los que me querían y trataban de advertirme se equivocaban, y que los que me odiaban sólo me contaban esas cosas con la esperanza de herirme; de manera que cerraba los ojos y los oídos contra todos. Pero, al final, tuve que creerlo. Porque era Shushila misma… mi propia hermana… quien me lo decía.
»Con respecto al Rana, también debí haberme dado cuenta de lo que podía suceder, porque ya había visto cómo ocurría antes: sólo que entonces era nuestro hermano Nandu. Ya te he hablado de esto. Nandu la trataba con dureza, y todos pensaban que Shushila debía odiarlo por eso. En cambio, llegó a quererle mucho, tanto que a veces me sentía un poco herida por su devoción, y me avergonzaba de sentirme así. Sin embargo, eso no me enseñó nada. Cuando se enamoró de ese hombre malvado, perverso y enfermo que fue su marido, yo no podía entenderlo, aunque me alegraba por ella de que fuera así, no quería ver lo que vendría, y estaba agradecida a los dioses por permitir a Shushila encontrar felicidad en un matrimonio que ella había tratado de evitar y que había temido tanto.
Ash intervino:
—Creo cualquier cosa de tu hermanastra, pero no que haya amado al Rana. Tal vez sólo lo fingía.
—No. Tú no lo entiendes. Shushila no sabía nada de los hombres y, por lo tanto, no podía juzgarlo. ¿Cómo podría hacerlo, cuando, excepto su padre y sus hermanos Nandu y Jhoti y su tío, a quien sólo veía rara vez, los únicos que frecuentaban el sector de las mujeres eran los eunucos, dos individuos viejos y gordos? Sólo sabía que es deber sagrado de una mujer someterse en todo a su marido, idolatrarlo como a un dios y obedecer sus órdenes, traer hijos al mundo, y, a menos que su marido se dedique a las mujeres livianas, darle placer en la cama. En este sentido, sé que Janoo-Rani se encargó de que Shushila recibiera instrucciones de una famosa cortesana, para no desilusionar a su marido cuando llegara el momento de casarse. Tal vez esto despertó en ella un apetito que yo no sospechaba, o bien nació con él, y siempre me lo ocultó. De todas maneras, existía…
»Yo no habría creído que un hombre como el Rana, que prefería a los jóvenes y a los chicos antes que a las mujeres, pudiera haberle satisfecho. Sin embargo, debe de haber sido así porque desde la noche en que por primera vez durmieron juntos ella se entregó a él… en cuerpo y alma. Y aunque yo no lo sabía, desde esa misma noche me odió, porque también yo era su esposa, y los eunucos que deseaban sembrar cizaña entre nosotras le habían susurrado que el Rana admiraba a las mujeres altas porque se parecían más a los hombres y que había hablado bien de mí. Esto no era cierto, pero despertó los celos de Shushila y aunque él me trataba como a una descastada, a quien es infamante tocar, y ni me hablaba ni me veía, Shushila tuvo miedo (y yo también) de que alguna noche llegara a pensar en forma diferente y me llevara a su cama… aunque sólo fuera para herirla, o porque estaba demasiado borracho, o enloquecido por el bhang (haxix).
El primer año fue el peor pues, aunque Anjuli no esperaba demasiada felicidad en su nueva vida, nunca se le había ocurrido que Shushila se volvería contra ella. Trató de convencerse de que esto sólo era una fase pasajera que terminaría cuando se esfumara la primera pasión de Shu-shu por su marido y descubriera, como necesariamente debía suceder, que el dios que idolatraba era un libertino de alma dura pervertido por el vicio, capaz de una conducta que en un personaje menos eminente sería considerada como inaceptable aun por los criminales.
Pero, en realidad, Anjuli nunca había entendido a Shushila. No era una persona analítica, y simplemente había amado a Shu-shu desde el día en que por primera vez tomó a la niñita que lloraba en sus brazos y la pusieron a su cargo porque su madre no la quería, por el simple hecho de que era mujer y no deseaba tener problemas con ella. Y para Anjuli, el amor no era algo que se presta y vuelve a tomarse, o que se concede con la esperanza de una recompensa. Era un don, una parte del corazón de una persona que se entregaba sin ninguna retribución, y que necesariamente implicaba lealtad; los dos eran indivisibles.
Nunca le pasaron por alto los defectos de Shushila, Pero atribuía la mayor parte de ellos a la mala educación y la tontería de las mujeres de la Zenana, y el resto al temperamento nervioso de la pequeña y a su salud inestable, y, por lo tanto, no la culpaba de ellos; ni se daba cuenta de que en ellos perduraba las semillas de cosas más oscuras que algún día germinarían.
La desorbitada pasión que el Rana había despertado en su joven esposa hizo germinar esas semillas, que ahora crecían a pasos aterradores, y que, de la noche a la mañana, se habían convertido en plantas monstruosas, como ciertas hierbas con las primeras lluvias del monzón. Frente a esta pasión nueva y absorbente, todo el amor, el cuidado y la simpatía que Anjuli había brindado a su pequeña hermanastra durante años, se esfumaron barridas por una horrible marea de celos.
El Rana, y todos los que le habían apoyado en sus intentos de evitar que tomara por esposa a la mestiza, y que ahora, junto con las mujeres de la Zenana, los eunucos y los sirvientes de palacio, resentidos de que se la elevara al rango de Rani y celosos de su influencia sobre la esposa principal, se unieron para humillarla, hasta que la vida de Anjuli se convirtió en algo miserable entre los dos.
Se dio orden de que, en el futuro, Kairi-Bai permaneciera recluida en sus habitaciones y que no se le permitiera entrar en las de la Rani principal a menos que la llamaran expresamente; esas habitaciones eran dos celdas pequeñas, oscuras y sin ventanas, con puertas que se abrían a un patio interior de menos de tres metros de lado rodeado por altos muros. Le quitaron sus joyas, junto con la mayor parte de sus ropas, los alegres saris de seda y gasa, que fueron remplazados por otras más pobres como las que usan las mujeres humildes.
Ningún arma parecía despreciable para usarla contra la joven, que Shushila había insistido en llevar con ella a Bhithor… y cuyo único crimen consistía que ella también era esposa del Rana. Anjuli debía permanecer oculta de la vista del Rana, y si poseía alguna belleza (muy poca en la opinión general, aunque no había que tener en cuenta los gustos de los hombres) se esfumó con la pésima alimentación hasta el punto de que Anjuli llegó a parecer una mujer mayor y muy delgada. Jamás debía usar su título, y por temor a que la vieja Geeta y sus dos servidoras de Karidkote pudieran mostrar demasiada consideración y lealtad hacia ella, se las llevaron y la sustituyeron por una tal Promila Devi, la mujer de rostro duro a quien Ash ató y amordazó en el chattri.
La misión de Promila se parecía a la de un carcelero y un espía, más bien que a la de un sirviente, y ella fue quien informó que las dos servidoras y la dai Geeta aún hacían visitas subrepticias a la mestiza y robaban comida para ella. Las tres fueron azotadas, y después de esto ni la anciana y leal Geeta se atrevió a acercarse otra vez a los aposentos de Anjuli. Luego Shushila quedó embarazada, y por un tiempo su alegría y su triunfo fueron tan grandes que volvió a convertirse en la Shu-shu de antes, exigiendo que su hermana estuviera con ella siempre que se sentía cansada y mal, y comportándose como si jamás hubiera habido interrupción alguna en su relación. Pero eso no duró… Unas semanas después, su embarazo se interrumpió después de un violento ataque de cólicos, por comer demasiados mangos.
—Siempre le encantaron los mangos —explicó Anjuli—. Mi padre los hacía traer desde la llanura todos los años, recogidos cuando aún estaban verdes y envueltos en grandes kintas entre paja, y Shu-shu nunca podía esperar a que maduraran bien; luego sentía terribles dolores de vientre y gritaba y aullaba y echaba la culpa a alguna otra cosa… Ghee (manteca) en mal estado, o arroz mal cocido. Nunca a los mangos.
Ahora, nuevamente Shushila se dedicaba a comer su fruta favorita… y de esa manera había perdido el hijo que tanto deseaba. Debía saber que había sido por culpa suya, pero no podía aceptarlo, y como esta vez los resultados de la glotonería fueron mucho peores que un dolor de vientre pasajero, no echó la culpa a la comida en mal estado o mal cocida, sino que se persuadió de que alguna persona celosa había tratado de envenenarla. ¿Y quién sino Kairi-Bai?, susurraban las bhithorianas, temerosas de que las sospechas recayeran sobre ellas.
—Pero, afortunadamente, no tuve oportunidad de tocar la comida y la bebida en ese momento —prosiguió Anjuli—, ya que Shu-shu y sus damas fueron a pasar tres días al Palacio de las Perlas junto al lago, de manera que no pudieron acusarme. Pero las dos que habían sido mis servidoras no fueron tan afortunadas, porque estuvieron en el grupo, y habían ayudado a recoger y lavar los mangos, que trajeron de un montecillo en las tierras del palacio. Además, las dos eran de Karidkote, y habían venido a Bhithor a mi servicio. Por lo cual, las mujeres de Bhithor, temiendo quizá que el Rana las acusara de permitir a su esposa comer mangos verdes, y con la esperanza de desviar su cólera, se unieron para acusar a las extranjeras.
Shushila estaba loca de dolor, pena y desilusión, y en su frenesí escuchó lo que se le decía e hizo envenenar a las dos mujeres.
—Eso me lo contó Promila —explicó Anjuli—. Aunque se dijo que habían muerto de fiebres, y yo traté de creer que era verdad; me obligué a creerlo. Para mí, era mucho más fácil creer que Promila mentía, y no que Shu-shu podía hacer una cosa tan terrible.
Anjuli fue recluida en una de las casas más pequeñas en el parque real donde vivió virtualmente como una prisionera, privada de todas las comodidades y obligada a prepararse su escasa comida, mientras se difundía la historia de que había insistido en permanecer allí por temor a contraer la fiebre de que habían muerto las mujeres.
A fines de otoño, Shushila quedó nuevamente embarazada. Pero esta vez su triunfo se estropeó por temor a perder el segundo niño, porque las primeras etapas de este segundo embarazo fueron acompañadas por dolores de cabeza y náuseas matinales, y se sentía mal y asustada… y con mucha necesidad de consuelo, que su marido era incapaz de proporcionarle. La extraña devoción del Rana por su esposa aún no se había apagado, pero nunca había tenido mucha paciencia con los enfermos, y prefería mantenerse a distancia cuando Shushila no se sentía bien. Esto añadió otro terror al de perder al niño: el terror de que también pudiera perder el favor del Rana. Atormentada por la enfermedad y la ansiedad, una vez más se volvió hacia su hermanastra, y Juli fue traída al Palacio de la Ciudad, donde una vez más debió asumir el papel de protectora y consoladora como si nada hubiera sucedido.
Hizo lo mejor que pudo, porque aún pensaba que el Rana era responsable de todo lo que le sucedía, y que aunque Shushila no lo ignoraba totalmente, no se atrevía a tomar abiertamente el partido de su hermana por temor a enfurecerlo y a que actuara aún con más dureza en el futuro. También Geeta recuperó sus favores y, aparentemente, se olvidó su reciente desgracia. Pero la anciana no apreciaba los favores que se le demostraban; no había olvidado las acusaciones de intento de envenenamiento después de los cólicos por los mangos, y su larga experiencia como dai le advertía que el nuevo embarazo de Shushila Bai probablemente duraría poco. Por eso vivía aterrorizada de que la obligaran a prescribir algún remedio para curar los dolores de cabeza de la Rani o aliviarla de sus malestares. Cuando inevitablemente llegó la orden, tomó todas las precauciones posibles para protegerse a sí misma y a Anjuli.
—Me dijo que yo debía fingir estar muy descontenta con ella —dijo Anjuli—, y demostrar que no quería hablarle ni tener nada que ver con ella, para que después nadie pudiera decir que habíamos actuado como cómplices. Además, me advirtió que nunca debía tocar nada de lo que mi hermana comía o bebía, y la obedecí. Entonces, yo también tenía miedo.
Para su propia protección, Geeta se negó a usar hierbas o drogas de su provisión de medicamentos, y pidió otras y las hizo pesar y preparar por otras mujeres; y siempre ante los ojos de toda la Zenana. Pero eso no sirvió de nada.
Como había previsto Geeta, Shushila tuvo un segundo aborto y, como antes, Shushila se enfureció y lloró y buscó a alguien a quien culpar, mientras que las mujeres bhithorianas, persiguiendo un chivo expiatorio, hablaron de veneno y de mal de ojo. Aunque probablemente les habría gustado acusar a la mestiza y de está manera obtener favores del Rana dándole una excusa para librarse de ella, Geeta y Anjuli desempeñaron demasiado bien su papel. Su enemistad fue aceptada como cierta y a menudo se habló de ella, de modo que resultó imposible rectificar. Por tanto, acusaron a Geeta.
A pesar de todas sus precauciones, la vieja dai fue acusada de provocar este segundo aborto con las pociones prescritas por ella. Aquella noche fue asesinada por Promila Devi y uno de los eunucos, y su frágil cuerpo fue llevado hasta un techo que daba a los patios y arrojado desde allí para que pareciera que se había caído por accidente.
—Sólo me enteré de esto mucho más tarde —narró Anjuli—. En ese momento me enteré de que se había caído y de que fue un accidente. Y lo creí, porque hasta Promila lo dijo…
A la mañana siguiente la mestiza fue sacada nuevamente de palacio: por lo que se decía solicitado por ella misma. Se le dijo que «se le concedía permiso para que se retirara por un tiempo al Palacio de las Perlas» y efectivamente la llevaron allí… Pero la confinaron a la soledad de una habitación del piso bajo.
—Allí permanecí durante casi un año —susurró Anjuli—, y durante todo ese tiempo sólo vi a dos personas: a Promila, que era mi carcelera, y a una mehdarani (mujer que se ocupa de la limpieza) a quien habían prohibido hablarme. Tampoco podía ver la luz del cielo, ni me daban suficiente comida. Siempre tenía hambre… tanta hambre que me comía hasta la última miga de pan que me daban, aunque, estaba tan rancia y dura que me enfermaba. Y durante todos estos meses debí usar las mismas ropas que llevaba cuando fui a la Zenana, porque no me facilitaron otras; ni agua para lavar las que usaba, que se convirtieron en harapos, y tenían mal olor… lo mismo que mis cabellos y todo mi cuerpo. Solo cuando llegaron las lluvias pude lavarme un poco, porque las alcantarillas se inundaron y anegaron los patios, y el agua entró en mi celda hasta alcanzar varios centímetros de altura, de manera que pude bañarme con ella. Cuando terminaron las lluvias, se secó… y el invierno fue muy frío…
Juli tembló violentamente, como si aún tuviera frío, y Ash oyó que le castañeteaban los dientes.
A principios de febrero, Anjuli perdió toda noción del tiempo; ahora, por fin comenzó a perder toda esperanza, y por primera vez a tener dudas con respecto a Shushila y a preguntarse si su hermanastra la había olvidado o prefería no saber qué había sido de ella. Sin duda, Shushila podría haber hecho algo para ayudarla…, pero tenía mala condición: su madre había ordenado las muertes de su propio marido y de una segunda esposa, la cuarta esposa, de él, mientras que su hermano Nandu era culpable de parricidio. ¿Era posible que Shushila fuese tan malvada? Anjuli no podía llegar a creerlo, porque, al fin y al cabo, Jhoti también era hijo de la nautch; aunque la verdad era que quería más a su padre. Sin embargo, persistían las dudas, que volvían a atormentarla cada vez con más intensidad por mucho que tratara de apartarlas de su mente.
A la celda no llegaba noticia alguna del mundo exterior, porque Promila Devi rara vez le hablaba, y la mehdarani, nunca. Por tanto, no sabía que su hermana había concebido nuevamente y que esta vez todos esperaban que el embarazo llegara a feliz término: no volvió a tener dolores de cabeza ni malestares, y cuando se acercó el momento del parto, la Zenana predijo un alumbramiento, feliz, a la vez que sacerdotes y hechiceros se apresuraron a asegurar al Rana que todos los augurios indicaban que tendría un hijo varón. Promila tampoco mencionó la enfermedad del Rana y las dificultades de sus médicos en curarlo, ni que la Rani principal había mandado llamar al hakim de su tío Gobind Dass, para tratarlo.
Sólo cuando Anjuli fue llevada repentinamente a sus habitaciones del Palacio de la Ciudad se enteró de todas estas cosas, y se preguntó si no debía su liberación a la inminente llegada de Gobind más bien que a cualquier cambio de actitud por parte del Rana. El médico personal de su tío sin duda averiguaría sobre la salud y el bienestar de ambas Ranis, para enviar noticias a Karidkote; de manera que evidentemente sería mejor que se supiera que la Rani segunda estaba en el sector de las mujeres del Rung Mahal con su hermana, y no sola en el Palacio de las Perlas.
Por la razón que fuere, había vuelto al Palacio de la Ciudad, donde se le dieron ropas limpias y comida adecuada. Pero aún no se le permitía abandonar su habitación, excepto para dar un paseo por el pequeño patio cerrado frente a ella… Un espacio pavimentado no más grande que una alfombra y amurallado por los fondos de otros edificios. Pero, después de varios meses de semioscuridad en el Palacio de las Perlas, para Anjuli era casi como el paraíso, en particular porque veía mucho menos a Promila, ya que le habían asignado una segunda sirvienta, una muchacha lugareña, joven y poco práctica, que tenía labio leporino y que era tan tímida que daba la impresión de ser un poco tonta. Anjuli trató de inducirla a hablar pero Nimi nunca decía nada por sí misma. Cuando Promila estaba presente andaba por el lugar como un ratón aterrorizado, muda de miedo e incapaz de otra cosa que asentir con la cabeza o hacer gestos negativos cuando le hablaban.
Aparte de Promila, Nimi y la inevitable mehdarani ninguna otra mujer entraba jamás en el patio, pero Anjuli oía sus voces agudas y sus risas al otro lado de las paredes circundantes, o, por la noche desde las terrazas, cuando se reunían a charlar y a disfrutar del fresco de la noche. Escuchando estas charlas, se enteró de la enfermedad del Rana y de la llegada del hakim de su tío, Gobind Dass, y tuvo la desatinada esperanza de que alguien la ayudara a escapar.
Si al menos pudiera hablar con él, o mandarle una carta para explicarle su situación, seguramente no se negaría a ayudarla… Aunque él no pudiera hacer nada, tal vez hablara de ella a Jhoti y Kaka-ji, que siempre la habían querido y que pedirían que se la enviara de regreso a Karidkote. O quizá podría ponerse en contacto con Ashok, quien la rescataría aunque Promila Devi fuera remplazada por diez dragones y por toda la guardia de palacio.
Pero, por más que lo intentaba, no podía imaginar medio alguno de ponerse en contacto con Gobind; y sabía que él, por su parte, nunca obtendría permiso para cruzar el umbral de la Zenana, por más alto que estuviera en la estimación del Rana; ni siquiera si Shushila se estaba muriendo. Sin embargo, Juli no desesperaba; mientras Gobind estuviera en Bhithor, había esperanzas… Algún día, de alguna manera, por algún medio, ella podría ponerse en contacto con él. Entonces, una noche cálida, cuando acababan de encender las lámparas y el patio era un pozo de sombra, las esperanzas de Juli se vieron justificadas porque Nimi, junto con la comida de la noche, le trajo una carta del hakim…
Luego supo que era la segunda que él le escribía. Pero la primera nunca le llegó porque a su llegada a Bhithor, Gobind envió dos cartas: una a cada Rani, con mensajes de Kaka-ji y de su hermano el maharajá. Las mandó abiertamente con el eunuco principal, y ambas fueron llevadas a Shushila quien las leyó y las rompió, y dio una respuesta verbal que supuestamente procedía de ambas Ranis.
Esta tercera carta, dirigida a Anjuli, fue entregada a Shushila, y como su contenido era inocuo (pedía que le aseguraran que las dos hermanas estaban bien) se le ocurrió que sería conveniente permitir que Kairi la leyera y la contestara por sí misma. Si la respuesta contenía algo inadecuado, ella respondería al hakim y se ocuparía de que no hiciera más averiguaciones y si lo hacía, sería una prueba de que Kairi-Bai era una traidora que conspiraba para crear problemas entre Bhithor y Karidkote, y trataba de ensuciar los nombres de su marido y su hermanastra.
Volvió a colocar cuidadosamente el sello en la carta y se la entregó a Nimi, la sirvienta tonta, con instrucciones de que la entregara a su ama después del atardecer y que le dijera que se la había entregado un desconocido a quien había visto en el mercado, y que le había prometido mucho dinero si se la entregaba a la Rani segunda sin que ningún otro estuviera presente y le llevara una respuesta cuando la muchacha volviera a ir a la ciudad. Obligó a la muchacha a repetir la historia hasta que la supo de memoria, y le advirtió que no agregara nada… ni respondiera preguntas que pudiera hacerle su ama, bajo amenaza de cortarle la lengua, por otra parte, si hacía lo que se le decía, recibiría una recompensa adecuada… La espantosa amenaza, unida a la promesa de una recompensa, debía haber sido más que suficiente para asegurarse la obediencia de la muchacha. Pero, aunque Nimi podía ser ignorante y tímida, no le faltaba sentido común, y tenía más carácter que lo que pensaban los demás. Anjuli-Bai había sido buena con ella (y ninguna otra persona ni siquiera sus padres, le habían demostrado bondad), de manera que Nimi no la perjudicaría por nada del mundo… y estaba segura de que intentaban hacerle daño. Si no, ¿por qué le ordenaron que contara esta historia tonta sobre un desconocido y la amenazaban con la tortura si no cumplía con lo ordenado? Entregaría la carta, pero, además, contaría exactamente a su señora como había llegado a ella, y lo que le habían indicado que dijera… dejando que Anjuli-Bai decidiera qué hacer al respecto.
Eso último no fue fácil. Anjuli temía una trampa y no podía estar segura de que no se la tendían: ¿Nimi era leal con ella? ¿Su historia era cierta? Si lo era, confirmaba las dudas que albergaba sobre Shushila, y significaba que realmente se había vuelto contra ella… Aún era difícil creerlo, pero más difícil era creer que Nimi mentía, y si no era así… Quizá sería mejor no arriesgarse y no hacer nada. Pero, considerando el asunto, Anjuli se dio cuenta de que si Nimi no se lo hubiera advertido, ella habría creído, sin lugar a dudas, que la carta había llegado a ella en la forma esperada, y la habría contestado. Por tanto, podía tener una razonable seguridad de que si no hacía nada, se sospecharía que Nimi la había puesto en guardia, y probablemente la torturarían para que lo confesara.
Le trajeron papel y pluma, y Anjuli compuso una respuesta cortés y trivial, agradeciendo al hakim su interés y asegurándole que, por lo que sabía, la Rani principal gozaba de buena salud, y que ella también estaba bien. Nimi entregó la nota a Shushila, quien la leyó y la envió a Gobind. Y la vez siguiente que Nimi visitó a sus padres, les hizo la sugerencia de que si uno de ellos inventaba un método para aproximarse en secreto al médico de Karidkote, tal vez podrían ganar mucho dinero usándola como intermediaria… Una idea que no era de ella, sino de Anjuli. Los viejos se tragaron el anzuelo, y de allí en adelante, Nimi llevó otras cartas de Gobind a la Rani segunda, y esta las contestó… aunque con gran cuidado, porque no podía estar segura de que no vigilaban a Nimi, ni de que esto no fuera tal vez otra trampa, más tortuosa.
Pero Shushila no se enteró de la correspondencia. Había visto la respuesta de su hermana a la primera carta, y, aparentemente, llegó a la conclusión de que la prisión y los malos tratos habían reducido a Kairi a un estado tal de sometimiento que nada podía temerse de ella. Ahora se informó a Anjuli que siempre que no entrara en los aposentos ni en los jardines de la Rani principal, no había motivo para que no se moviera libremente por el sector de las mujeres si deseaba hacerlo.
Cuando se acercó el momento del parto, las mujeres de la Zenana fueron invadidas por una fuerte mezcla de ansiedad y excitación, y la tensión creció diariamente hasta que Anjuli, una espectadora a quien nadie prestaba atención, se trastornó y comenzó a temer el efecto que podría tener todo esto sobre los nervios de su hermana. Pero, para sorpresa de todos, Shushila permaneció inmune a la emoción masiva, Nunca estuvo de mejor humor, y lejos de dar curso a su nerviosidad, como habrían esperado todos los que la conocían, siguió llena de salud y belleza, y, aparentemente, no sentía temor. Sólo Anjuli, que se entero de esto por la charla de las mujeres, sospechaba que la causa se debía a los dos abortos, que habían ocurrido tan pronto que ni siquiera se los podía denominar «pérdidas».
Pensaba que probablemente (y tal vez tenía razón en esto) habían alentado a Shu-shu a creer (o tal vez ella sola se había persuadido de esto) que las molestias comparativamente pequeñas que, había sufrido eran todo lo que podía esperar ahora y que ni la nueva dai ni ninguna de sus mujeres tuvo el valor de quitarle la ilusión. El problema comenzó con los primeros dolores del parto, y esta vez no estaba Geeta para ayudarla, ni ninguna hermana cariñosa para consolarla y apoyarla. Los dolores de Shushila comenzaron poco antes de las diez de una noche primaveral. Continuaron durante todo el día siguiente, y durante parte de la noche. Sus gritos agónicos resonaban en todo el sector de las mujeres y hacían eco entre las columnas que rodeaban a los jardines. En algún momento durante ese día interminable, una de las mujeres, agotada por el miedo y la falta de sueño, fue corriendo a Anjuli y le pidió que fuera de inmediato… La sahiba-Rani la llamaba.
Anjuli sólo podía obedecer. Aunque no se hacía ilusiones sobre el repentino deseo de Shushila de verla: Shushila estaba sufriendo y muy asustada, y eran el dolor y el temor los que la empujaban a llamar a la única persona que jamás la había traicionado y que instintivamente sabía que no la traicionaría ahora. Anjuli no ignoraba los riesgos que corría al entrar en los aposentos de su hermana en ese momento. Si algo iba mal, seguramente la culparían a ella, y no a los dioses o a causas naturales ni a ninguna de las bhithorianas: ella cargaría con la responsabilidad. Esta vez sería Kairi-Bai, la «mestiza», quien, por maldad o celos o por deseos de vengarse de la forma en que había sido tratada, había hecho mal de ojo al niño o a la madre, y tendría que pagar por ello.
Incluso sabiéndolo, y aun si hubiera sido posible negarse, que no lo era, no hubiese dejado de acudir junto a Shushila. Sólo un sordo o alguien que tuviera un corazón de piedra podía no conmoverse ante aquellos horribles gritos, y Anjuli se conmovió. Se apresuró a ir junto a Shushila, y durante el resto del agónico parto, Shushila se aferró a sus manos, estrechándolas hasta hacerlas sangrar, e implorándole que llamara a Geeta para que le aliviara los dolores… a la pobre Geeta, que supuestamente se había roto la cabeza en una caída hacía más de un año.
La nueva dai que remplazó a Geeta era una mujer capaz y experimentada, pero no tenía la habilidad de su predecesora con las drogas. Además, nunca se le había pedido que tratara a una paciente que no sólo no hacía ningún intento de ayudar, sino todo lo posible para evitar que otros la ayudaran.
La Rani principal se retorcía, gritaba y clavaba las uñas salvajemente en los rostros de quienes se inclinaban a ayudarla, y sino hubiera sido por la oportuna llegada de su hermanastra, en opinión de la dai, habría terminado por lastimarse seriamente o perder la razón. Pero la despreciada segunda esposa logró algo en lo que todos los demás habían fracasado, porque, aunque los gritos continuaron, eran menos frecuentes y pronto la desesperada muchacha comenzó a tratar de soportar el dolor cuando llegaba y relajarse cuando se iba, y la dai volvió a respirar y a esperar que todo marchara bien.
Llegó la noche; pero pocas en el sector de las mujeres lograron dormir, y las que estaban junto a Shushila ni siquiera pudieron comer algo. Pero ahora Shushila estaba agotada y con la garganta tan irritada que ya no podía gritar, sino sólo quedarse quieta y dormir. Pero seguía aferrándose a las manos de Anjuli como si en ello le fuera la vida, y Anjuli, dolorida por el cansancio, seguía inclinada sobre ella, animándola, consiguiendo que tragara algunas cucharadas de leche con hierbas para fortalecerla, o un poco de vino con especias; la acariciaba, la mimaba y se comportaba con ella como en el pasado.
—Y durante un rato… un corto rato —dijo Anjuli, mientras narraba la historia de esa noche frenética— era como si Shushila fuese otra vez una niña y fuéramos amigas otra vez; aunque en el fondo de mi corazón yo sabía que no era así y que nunca volvería a ser así…
Aparte de la conducta desenfrenada e histérica de Shushila, no hubo mayores complicaciones, y cuando por fin, después de medianoche, nació la criatura, vino al mundo con facilidad: un recién nacido fuerte, sano, que lloraba vigorosamente y agitaba sus puñitos cerrados. Pero el rostro de la dai palideció al levantarlo, y las mujeres que se habían agrupado para mirar retrocedieron y quedaron en silencio, porque no era el esperado hijo varón que con tanta confianza habían prometido los hechiceros, sino una niña.
—Vi la cara de Shushila cuando se lo dijeron —contó Anjuli—, y tuve miedo. Miedo como nunca había sentido antes: por mí misma… y también por la niña… porque era como si los muertos hubieran vuelto a la vida, y allí estuviera Janoo Rani: Janoo-Rani, en una de sus furias terribles, fría y mortal como una víbora. Antes nunca había visto el parecido. Pero entonces lo vi. Y en ese momento supe que en aquella habitación nadie estaba seguro. Yo menos que nadie… Shushila saltaría como una tigresa a quien le han robado sus cachorros. Ya lo había hecho antes (sí, ahora yo lo sabía) cuando no tuvo a su hijo. Pero esta vez sería mucho peor: esta vez su rabia y su desilusión serían diez veces mayores, porque había llevado el embarazo a término y estaba segura de que tendría un hijo varón, y había soportado una agonía más allá de lo que jamás había soñado para dar a luz, y era una hija.
Juli volvió a temblar y su voz se convirtió en un susurro.
—Cuando quisieron entregarle a su hija, la miró con odio, y aunque estaba ronca de gritar y tan débil que apenas podía susurrar, logró decir: «Esto es obra de un enemigo. No mía. Llévensela… ¡Y mátenla!». Luego apartó la cara para no volver a mirarla, aunque era su propia hija, su primogénita, su carne y su sangre. Yo jamás habría creído que nadie… que ninguna mujer… Pero la dai dijo que esto sucedía a menudo con las que habían tenido un parto laborioso y estaban desilusionadas por no haber tenido un hijo varón. Hablaban con dureza, pero eso no significaba nada; una vez que descansaban y tenían a su hijo en los brazos llegaban a amarlo tiernamente. Pero… yo conocía mejor a mi hermana que la dai, y tenía más miedo que ella. Entonces creo que llegué a odiarla… pero ¿cómo se puede odiar a un niño, incluso a un niño cruel…? Y los niños pueden ser mucho más crueles que los mayores porque no comprenden igual que ellos… sólo sienten y golpean, no ven el final; y Shu-shu era poco más que eso. Pero temí… temí…
La agotada dai dio a Shushila una fuerte droga para dormir, y como pronto hizo efecto, las otras mujeres salieron a difundir la mala noticia al resto de la Zenana, mientras un eunuco tembloroso fue a informar al Rana enfermo que era padre de otra hija. Anjuli permaneció un rato para que la dai pudiera descansar y luego volvió a sus habitaciones antes de que Shushila despertara. Fue entonces cuando escribió la carta a Gobind implorando ayuda para Shushila, y pidiéndole que usara su influencia con el Rana para traer a una enfermera, una enfermera angrezi, para que se hiciera cargo de la madre y la niña.
—Pensé que quizás una de ellas podría ser traída a Bhithor, podría curar a Shushila de su odio y sus furias, que en cierto modo eran una enfermedad, y persuadirla de que no se podía culpar a nadie por el sexo de la criatura y, menos aún, a la propia niña.
Gobind recibió esa carta, pero no llamaron a Bhithor a ninguna europea; en todo caso, admitió Anjuli, no habría tiempo. La Zenana estaba llena de rumores y los que llegaron a sus oídos confirmaron sus peores temores: Shushila no había repetido su salvaje estallido contra la niña, pero aún se negaba a verla, explicando su negativa por el hecho de que la criatura era tan frágil y enfermiza que a lo sumo viviría unos días, y que ella no podía soportar más dolor ni sufrimiento tomando afecto a una criatura que pronto iba a morir.
Pero al menos una docena de mujeres que estuvieron presentes al nacer la criatura la habían visto y habían oído sus primeros gritos. Sin embargo, se repitió tan a menudo el rumor de que era una niña frágil y enfermiza que seguramente no viviría, que hasta los que tenían razones para pensar de otra manera comenzaron a creerlo; pronto, hubo pocos en Bhithor que no supieran que la pobre Rani, desilusionada por no haber tenido un hijo varón, ahora debía sufrir el dolor de perder a su hija.
—No sé cómo murió —prosiguió Anjuli—. Quizá la dejaron morir de hambre. Aunque como era una criatura fuerte, tal vez eso habría llevado demasiado tiempo de manera que quizás eligieron una forma más rápida… Deseo que así fuera. Pero no importa qué mano lo hizo: fue por órdenes de Shushila. Luego… cuando llevaron el cadáver de la niña a incinerarlo, otras tres de las doncellas de Shushila y la dai cayeron enfermas y fueron sacadas de la Zenana en hoolis (palanquines) por temor a que se propagara la enfermedad. Más tarde se dijo que las cuatro habían muerto, aunque tal vez no sea cierto. Al menos, jamás volvieron al sector de las mujeres; y cuando se supo que el Rana, que estaba enfermo, había sufrido una recaída todos se olvidaron de ella.
Shushila, que se recuperó rápidamente, se negó a creer que la enfermedad de su marido no podía curarse. Su fe en el hakim de su tío permanecía intacta e insistió en que la recaída sería sólo temporal y que un mes después el Rana podría levantarse, completamente curado. No había por qué pensar que no sería así. En tanto, Shushila volvió su atención a reparar los daños que le habían causado el embarazo y el parto, a recuperar su esbeltez que deleitaba al Rana, de manera que cuando estuviera bien la viera tan hermosa como siempre… y no tuviera ojos ni pensamientos para ninguna otra.
Sólo al final Shushila terminó por creer que el Rana se moría y cuando se vio forzada a creerlo, trató de acercarse a él para tenerlo en sus brazos y protegerlo con su propio cuerpo del enemigo que le amenazaba. Quería luchar contra la propia muerte por el Rana… y habría peleado con uñas y dientes contra los que le impedían correr junto a su lecho. Su furia y su desesperación eran tan terribles que sus doncellas se alejaban de ella y se escondían en los rincones más alejados y más oscuros de la Zenana, mientras que los eunucos escuchaban junto a la puerta y sacudían la cabeza y murmuraban que Shushila estaba loca y que sería necesario encerrarla. Pero, cuando pasó el primer frenesí de dolor, Shushila se encerró en sus aposentos a orar, negándose a comer o beber ni a permitir que nadie se acercara a ella. Seguramente en esos momentos decidió morir como suttee, y también lo que pensaba hacer con su hermanastra. Porque cuando le trajeron la noticia de que su marido había muerto, sus planes ya estaban hechos. Aparentemente, envió llamar al Diwan de inmediato, habló con él en presencia del eunuco principal y de la mujer Promila Devi (que se preocupó por describir esa entrevista a Anjuli) y le informó que pensaba morir en la pira de su marido.
Seguiría al cortejo fúnebre a pie, pero iría sola. No podía permitirse que la «mestiza» contaminara las cenizas de su marido ardiendo con él, porque, al no ser su verdadera esposa, no podía compartir el honor de convertirse en suttee. Para ella se habían hecho otros planes.
Hasta el Diwan debió temblar al escuchar las órdenes, pero no se opuso a ellas, probablemente por no haber logrado rescindir el contrato de matrimonio de la «mestiza» y devolverse a su país sin dote. Anjuli sólo le inspiraba enemistad y resentimiento, y cólera por su propia derrota. En todo caso, aceptó todo lo decidido por la Rani principal, antes de apresurarse a consultar con los sacerdotes y sus consejeros sobre los preparativos para el funeral.
Cuando se marchó, Shushila mandó llamar a su hermanastra.
Anjuli no había visto a Shu-shu desde la noche del parto, ni había recibido mensaje alguno de ella. Cuando recibió el recado, supuso que era porque Shu-shu estaba desesperada de terror, y necesitaba su ayuda. No creía que se hubiera hablado de suttee, porque Ashok le había dicho que el Raj no permitía que las viudas se quemaran vivas y que ahora había una ley que lo prohibía. Hasta poco tiempo atrás, Anjuli había podido creer, o había querido creer, que Shushila era inocente de gran parte de lo que se le imputaba; pero ahora sabía que no era así… No sólo con la cabeza, sino también con el corazón. Esperaba encontrar a la reciente viuda llorando y desesperada, con el cabello revuelto y las vestiduras rasgadas y a sus mujeres gimiendo a su alrededor. Pero no llegaba sonido alguno de los aposentos de la Rani, y cuando entró se dio cuenta de que era la única persona que había allí: una pequeña figura erguida que por un momento ni siquiera reconoció…
—Me parecía increíble que tuviera ese aspecto. Fea, mala… cruel. Cruel hasta lo indecible. Ni siquiera Janoo-Rani habría tenido ese aspecto, porque Janoo era hermosa y esta mujer no. Tampoco parecía posible que hubiera sido hermosa jamás… ni joven. Me miró con cara rígida y se preguntó cómo me atrevía comparecer a su presencia sin demostrar señales de dolor. Porque también en esto había pecado yo: le resultaba intolerable que escapara a la agonía del dolor que desgarraba su propio corazón… Dijo… me contó… me contó todo: cómo me había odiado desde el momento en que se enamoró de su marido, porque yo también era su esposa y no podía tolerar esa idea; que me había hecho pasar hambre y prisión para que pagara por ese crimen, y también para que se me viera vieja y fea, de manera que si, por casualidad, el Rana llegaba a recordar mi existencia, se aparataría de mí con asco; que había ordenado el asesinato de mis dos doncellas y de la vieja Geeta… Me lo arrojó todo a la cara y cada palabra era un golpe, como si verme sufrir aliviara su propio dolor… ¿y cómo podía yo no sufrir? Cuando… cuando terminó me dijo que había resuelto hacer suttee, y que lo último que yo vería serían las llamas de su cuerpo unidas a las de su marido, porque había dado órdenes de que me arrancaran los ojos con hierro al rojo vivo… después me llevarían a la Zenana para que pasara allí el resto de mis días en la oscuridad… Traté de hacerle razonar. De rogarle. Me puse de rodillas y le imploré en nombre de todo lo que había entre nosotras… los años que pasamos juntas, el lazo de sangre y el afecto que nos teníamos en el pasado, el cariño… Pero se rio de todo esto, llamó a los eunucos, y me hizo arrastrar fuera de la habitación.
Su voz se apagó con la última palabra y en el silencio que siguió Ash volvió a percibir el ruido del mar y todos los pequeños ruidos del barco, y el fuerte olor a petróleo y el de los puris fritos servidos con la cena y que aún quedaba olor a humo de cigarro en el lugar, lo cual le recordaba que ese había sido el camarote de Red durante años. Pero en cubierta estaría fresco y brillarían las estrellas, porque los cielos del Sur habían quedado atrás… y con ellos Bhithor y sus áridas montañas pedregosas y todo lo que había sucedido allí.
Todo había terminado… terminado. ¡Khutan Hogia! Shushila estaba muerta, y todo lo que quedaba de ella era la huella de su pequeña mano en la puerta del suttee del Rung Mahal. Sarji, Gobind y Manilal se habían ido; y Dagobaz también… Todos formaban parte del pasado, y aunque Ash no los olvidaría, sería mejor no pensar en ellos demasiado a menudo hasta que hubiese pasado tiempo suficiente como para hacerlo con calma y sin dolor.
Respiró profundamente, tendió una mano, tomó las de Anjuli y preguntó con suavidad:
—¿Por qué no me contaste todo esto antes, Larla?
—No podía. Era… era como si mi corazón y mi mente estuvieran tan lastimados que no pudieran soportar más emociones. Sólo deseaba que me dejaran tranquila; y no tener que responder preguntas ni contar todo esto. La amé durante mucho tiempo. Y pensaba que… que ella me quería. Incluso cuando pensaba que la odiaba, sentí que no podía olvidar lo que alguna vez había significado para mí… Qué dulce había sido cuando niña. Y entonces… entonces cuando la vi caminar hacia la pira, y supe lo que sucedería cuando se diera cuenta de lo que había hecho y no pudiera huir, yo… no pude soportar verla sufrir una muerte tan terrible. ¡No pude! Sin embargo, si me hubiera marchado cuando tú dijiste, quizá todos los otros no habrían muerto. Llevaba su sangre en mi cabeza y no podía soportarlo… ni soportaba oír mi propia voz relatando cosas que… que ni yo podía creer del todo… Quería ocultarlo… enterrarlo y fingir que no era cierto. Pero eso era imposible.
—Ahora lo haremos, amor mío —respondió Ash, y la tomó en sus brazos—. ¡Ay, amor mío, cuánto miedo he tenido! ¡Cuánto miedo! ¡No sabes! Durante todo ese tiempo pensaba que sufrías por ella, y que habrías descubierto que no podías remplazarla porque se había llevado todo tu amor y que no te quedaba nada para mí. Pensé que te había perdido…
Se le quebró la voz, y pronto los brazos de Anjuli se apretaron alrededor de su cuello y la oyó llorar.
—No, no, no… no era así: siempre te amé, siempre, siempre. Más que a nadie en el mundo… —y entonces llegaron las lágrimas.
Pero esta vez, Ash sabía que las lágrimas le hacían bien, que se llevaban parte del horror, la amargura y la culpa de su corazón herido, y disminuían la terrible tensión en que había vivido Anjuli durante largo tiempo. Cuando por fin dejó de llorar, le levantó la cabeza y la besó; en seguida salieron a la oscuridad fresca y estrellada, y, al menos por aquella noche, olvidaron el pasado y el futuro y todo lo que no fuera ellos mismos.