El capitán Stiggins se rascó la barbilla con el pulgar y miró pensativamente a Ash unos minutos, considerando el asunto. Luego declaró con lentitud:
—Bien… No soy precisamente un marino elegante… Y el Morala tampoco es un barco de pasajeros de lujo. Pero soy el dueño de esta embarcación, de manera que no veo por qué no tendría derecho a hacer lo que hace cualquier tipo con chaqueta de gala y botones dorados en un barco grande.
—¿Entonces lo hará, Red?
—Bien, hijo, nunca he hecho nada parecido, de manera que no estoy seguro de que sea legal. Pero creo que eso es problema suyo, y no mío. Y como somos amigos estoy dispuesto a correr el riesgo… Bueno, bueno… Calma, hijo mío. He dicho que lo hacía como favor… pero no lo haré aquí y ahora. No va a creerse que esta charca es el océano, de manera que tendrá que esperar hasta que estemos lejos de tierra y a que haya una buena distancia entre el barco de Chahbar, ¿se da cuenta? Así todo irá mucho mejor; y me parece, jovencito, que tendrá usted que esforzarse para que crean que esto es un verdadero barco. Esas son mis condiciones, hijo. Si aún lo desea…
—¿Dónde diablos queda Chahbar? Creía que iba usted a Karachi.
—Así es… en el viaje de regreso. Pero ha habido un cambio de planes. Supongo que usted ha estado demasiado ocupado con sus propios asuntos como para enterarse de que hace tres años hay hambre en el país… en particular en el Sur. Por eso llevo una carga de algodón a Chahbar, que está sobre la costa de Mekrán, y a mi regreso traeré una carga de grano. Es un camino más largo, pero al regreso puedo dejarlo en la costa en cualquier lugar que se le ocurra. ¿De acuerdo?
Ash esperaba casarse lo más pronto posible, pero se dio cuenta de la sensatez de los argumentos del capitán Stiggins, y en cualquier caso no tenía otra opción. Se decidió que sería mejor postergar la ceremonia hasta que Sind y la desembocadura del Indo estuvieran bastante lejos y el Morala se dirigiera hacia el Norte, hacia Ras-Jewan. Entretanto, Red cedió galantemente su propio camarote a Anjuli y se trasladó al de su ayudante, un tal McNulty, por todo lo que durara el viaje, aunque los tres hombres (y todos los demás que estaban abordo) decidieron dormir en cubierta, y sólo Anjuli permaneció en su camarote.
El Morala sólo tenía cuatro camarotes, y aunque sin duda el de Red era el mejor y el más grande, en aquella estación del año era insoportablemente caluroso. Pero Anjuli pasó la mayor parte del viaje en él, porque el viaje por mar le sentaba mal y estuvo permanentemente mareada durante varios días. Cuando mejoró ya habían cruzado el trópico de Cáncer, y navegaban por un mar manchado con los sedimentos del Indo y sus otros cuatro grandes afluentes del Punjab.
Gul Baz, que insistió en acompañar a Ash, también se sintió muy mal, pero pronto se recuperó y pudo levantarse de la cama. En cambio, Anjuli se recupero muy lentamente. Pasaba la mayor parte del día durmiendo, porque seguía teniendo pesadillas. Como de día la asustaban menos, permanecía despierta por la noche con dos lámparas de petróleo que ardían desde el atardecer hasta la mañana, a pesar de que aumentaban el calor en el pequeño camarote.
Ash la cuidaba, y también él comenzó a dormir de día para poder acompañarla al menos durante una parte de la noche. Pero aun después de superado el mareo, Ash observó que Anjuli no tenía ganas de hablar, y cualquier referencia a Bhithor o al pasado inmediato, por más lejana que fuera, volvían a provocarle aquella espantosa rigidez y aquella mirada helada. Por tanto, Ash se reducía a hablar de los planes que tenía pensados para el futuro en común, aunque sospechaba que la mitad de las veces Juli no lo oía porque estaba escuchando otras voces.
Ash lo confirmó en varias oportunidades interrumpiéndose en la mitad de una frase: Anjuli no se daba cuenta de que él había dejado de hablar. Cuando le preguntaba en qué pensaba, ella le miraba con preocupación y respondía:
—En nada.
Hasta que una noche, cuando la pregunta la sorprendió en medio de sus meditaciones, respondió sin pensarlo:
—En Shushila.
Ash no podía esperar que Juli hubiera dejado de atormentarse con pensamientos sobre Shushila, cuando él mismo no había podido hacerlo. Pero se levantó sin decir palabra y salió del camarote; media hora después, fue Gul Baz y no Ash quien golpeó a su puerta para traerle la comida de la noche, porque Ash estaba ocupado con otras cosas.
Había ido hablar de sus problemas con el capitán Stiggins, y estimulado por el coñac del capitán, le contó toda la historia.
—El problema es que su hermana siempre ha estado primero… desde el comienzo —explicó Ash con amargura—. Yo creía que era el único a quien ella amaba realmente, y que lo que la mantenía junto a Shu-shu era sólo afecto unido a un fuerte sentimiento de obligación. Pero parece que me equivocaba. Traté de conseguir que huyera conmigo, como usted sabe, pero no quería hacerlo por Shu-shu… ¡Dios! ¡Cómo ha llegado a odiar ese nombre!
—Usted estaba celoso —asintió Red.
—Claro que sí. ¿No lo habría estado usted en mi lugar? Caramba, Red, yo estaba enamorado de ella. Sigo estándolo. Siempre lo estaré. ¡Si no hubiese sido por esa dichosa hermana…!
—Bien, ahora la pobre muchacha está muerta de manera que ya no tiene motivo para estar celoso de ella, ¿verdad? —sugirió Red como para apaciguarlo.
—Sí, lo estoy porque aun ahora… en realidad ahora más que nunca… ella se interpone entre nosotros. Créame, Red, es como si estuviera aquí, en este barco, consumiendo las pocas fuerzas que le quedan a Juli, y llorando y pidiendo que la cuiden y la quieran como antes. Hay momentos en que creo en los fantasmas, creo que el fantasma de Shushila nos ha seguido y está aquí con nosotros para quitarme a Juli.
—¡No diga tonterías! —saltó el capitán con enojo—. Jamás he oído semejantes estupideces. ¡Fantasmas! ¿Qué más se le ocurrirá decir? —empujó la botella hacía Ash y agregó—: Es mejor que tome otro trago, hijo. No le hará mal y ahogara sus penas, porque creo que últimamente ha estado pensando demasiado. Será mejor que se refresque un poco el cerebro. No tiene sentido mantener tantas cosas encerradas ahí y sentir celos de una pobre muchacha que ya ha muerto. No es sano.
—No es eso —respondió Ash, llenando su vaso con mano temblorosa—. Usted no me entiende, Red. Tengo miedo precisamente porque ahora está muerta… tengo miedo… —sus dientes chocaron contra el borde del vaso mientras tragaba el aguardiente.
—¿Miedo de qué? —preguntó Red frunciendo el ceño—. ¿De que Juli no olvide a su hermana? ¿Y eso qué tiene de malo? Si la olvidara, usted pensaría que no tiene corazón, y sería verdad. Concédale un poco de tiempo, y ya verá que no tiene nada que temer, y que algún día dejará de sufrir.
Ash vació su copa y tendió nuevamente la mano hacia la botella, observando con impaciencia que, por supuesto, dejaría de sufrir y que no esperaba que Juli olvidara a su hermana. No era eso lo que temía.
—¿Qué es, entonces?
—Que no pueda olvidar que fui yo quien mató a Shushila.
—¡Qué dice! —exclamó Red, desconcertado.
—¿No le he contado que yo disparé contra ella? —replicó Ash.
Le explicó cómo había sucedido. Cuando terminó, Red jadeó unos momentos y se echó un buen trago al gaznate antes de replicar. Pero su respuesta no proporcionó mucho consuelo para Ash.
—No veo muy bien qué otra cosa podía haber hecho —declaró pensativamente el capitán Stiggins—. Pero comprendo lo que quiere decirme. En ese momento ella sólo habrá pensado que usted ahorraba a su hermanita el dolor de quemarse viva. Pero ahora tal vez se culpe a sí misma por no dejar que la muchacha hiciera lo que quería… y a usted por actuar como verdugo, por así decirlo.
—Sí. Eso es lo que temo. En ese momento parecía muy decidida. Me imploró que lo hiciera. Pero ahora… ahora creo que no estaba en sus cabales. Estaba enloquecida por el dolor, y al recordar ese momento no estoy seguro de que yo estuviera en mi sano juicio tampoco. Tal vez ninguno de nosotros lo estaba… Pero fue mucho peor para ella, porque quería a Shu-shu más que a nada en el mundo y no podía tolerar la idea de que sufriera. Quería que la matara de un tiro antes de que la tocaran las llamas, y eso hice. No debería haberlo hecho, porque le impedía alcanzar su santidad. Ahora creo que Juli no puede mirarme sin recordar que yo maté a su adorada Shu-shu.
—¡Tonterías! —replicó Red.
—Ah, no quiero decir que me culpe por haberlo hecho. Sabe muy bien que sólo lo hice por ella, y que voluntariamente no habría pensado en arriesgar nuestras vidas esperando para disparar contra esa desdichada muchacha. Pero, por más claramente que lo vea con su razón, en el fondo de su corazón sabe que a mí me importaba un bledo Shu-shu… y esa es la diferencia.
—Sí, comprendo —respondió Red con aire reflexivo—. Si usted hubiera querido a la muchacha y lo hubiese hecho por esa razón…, diríamos por amor… no habría importado tanto… que la matara.
—Eso es. Pero yo no la quería. Usted dirá que porque estaba celoso, pero era por algo más: odiaba la forma en que dominaba a Juli, y creo que ahora Juli recuerda eso, lo suma a lo demás, y descubre que, a pesar de sí misma, sus sentimientos hacia mí han cambiado. Nadie puede culparla, porque, aunque realmente no veo qué otra cosa podría haber hecho yo, jamás dejaré de lamentarme por haber disparado contra esa maldita muchacha… Y si yo siento eso, ¿por qué no pensar que Juli también se siente involucrada? ¡Ah, Dios mío, qué complicado es esto! Abramos otra botella, Red… Seguiré su consejo de emborracharme.
Se emborracharon los dos: Red un poco menos que Ash porque estaba más acostumbrado. Y tal vez el consejo fue bueno, o el solo hecho de confesarlo fue saludable, porque después Ash se sintió mejor, más relajado y menos aprensivo sobre el futuro, aunque no volvió a cometer el error de preguntar a Anjuli que estaba pensando. Ella aún estaba sumamente delgada; muy pálida, hecho que Ash atribuía al calor sofocante del camarote de Red. Estaba seguro de que una vez que se casaran y lograra animarla a que saliera a cubierta y tomara aire fresco, su salud mejoraría, junto con su estado de animo.
Se casaron dos horas después que las costas del Sind desaparecieron de la vista y el Morala enfiló hacia Ras-Jewan y Chahbar. La ceremonia tuvo lugar a las dos y media de la tarde, en el pequeño salón atestado, y los testigos fueron el ayudante de Stiggins, Angus McNulty (que procedía de Dundee y admitió «ser presbiteriano») y un viejo amigo de Red, un tal Hyem Ephraim, un judío de edad madura de Kutch, que tenía negocios en Persia, y navegaba con el capitán Stiggins hasta Chahbar. Red mismo se proclamó «librepensador» (aunque no se sabía bien qué significaba eso), pero hizo honor a la oportunidad poniéndose su mejor traje y hablando con voz tan grave que Gul Baz, que contempló la breve ceremonia desde la puerta, quedó convencido de que el capitán del Morala en su vida privada, debía ser un gurú particularmente sabio y santo.
Gul Baz, devoto mahometano, albergaba grandes temores. Pero no los expresó, porque era demasiado tarde para eso. Era demasiado tarde desde el día en que el hakim de Karidkote y su gordo sirviente, Manilal, llegaron al bungalow del Sahib en una tonga alquilada, y él, Gul Baz, no los echó. Esta viuda hindú no era en absoluto la clase dé esposa que él esperaba para su sahib, y no aprobaba los matrimonios mixtos más que Koda Dad Khan, o el señor Chadwick. Tampoco le gustaba la idea de tener que explicar a Koda Dad y a sus hijos cómo había sucedido esto, y la parte que él había desempeñado en el asunto, aunque no veía cómo podía haber negado su ayuda, ni impedido, en primer lugar, que su sahib fuera a Bhithor. Sin embargo, hizo sus propias plegarias privadas por la seguridad, el bienestar y la futura felicidad de los novios, y pidió al Todopoderoso que le concediera larga vida y muchos hijos varones sanos y fuertes.
Anjuli, que alguna vez fuera una hindú devota, no oraba desde hacía años, ya que había llegado a creer que los dioses no existían, o que, por razones que ella no comprendía, probablemente por la sangre extranjera que corría por sus venas, la habían abandonado. Tampoco oró ahora, y se puso la bourka en lugar de un vestido de novia, lo cual no resultó extraño a nadie, ya que las novias occidentales tradicionalmente iban vestidas de blanco y llevaban velo hasta el altar, mientras que en Oriente el luto de una viuda no es negro, sino blanco.
Ash cortó una hendidura a cada lado de la vestidura parecida a una tienda de campaña, para poder tomarle la mano, ya que todo lo demás quedaba oculto por la bourka. Una mano pequeña y cuadrada fue todo lo que vieron los invitados de la novia. Sin embargo, cada uno de ellos, por esa sola evidencia, quedó convencido de inmediato de que la novia del teniente Pelham-Martyn era una mujer de rara belleza y encanto. Además, estaban convencidos de que hablaba y entendía el inglés porque Ash le enseñó las pocas palabras que debía decir, y cuando llegó el momento las pronunció con voz clara y baja, imitando la entonación de Ash con tanta exactitud que cualquiera que no la conociera podría haber supuesto que la tosca bourka de algodón ocultaba a alguna culta señorita victoriana…
Ash no había pensado en comprar un anillo en Ahmadabad, y como no llevaba anillo de sello, separó una parte de la cadena de su reloj y la usó para hacer un pequeño anillo de eslabones dorados. Eso fue lo que puso en el dedo de Anjuli: «y con este anillo, los declaro casados…». Esta breve ceremonia que la convertía en su esposa llevó menos de diez minutos. Cuando terminó, Juli volvió a su camarote, dejando que Ash bebiera el vino traído por Red, y aceptara las felicitaciones y los buenos augurios.
El día fue terriblemente caluroso, y a pesar de que soplaba el viento del mar, la temperatura en el salón estaba por encima de los cuarenta grados. Pero descendió por la noche, cuando cayeron las sombras sobre la cubierta que sería un lugar agradable para pasar la luna de miel… siempre que Juli consintiera en dejar el camarote. Ash esperaba que no le sería difícil persuadirla, porque no tenía deseos de ahogarse de calor en el camarote. Ya era hora de que Juli dejara de pensar en la muerte de Shushila, y comenzara a mirar hacia delante, y a darse cuenta de que nada ganaba continuando con el duelo. El duelo no podía devolver la vida a los muertos, y Juli no tenía nada que reprocharse. Había hecho todo lo posible por Shu-shu, debía consolarse pensando en eso y tener el valor de dejar atrás esos años funestos y el amado fantasma de su hermanita.
Como primera medida, Ash pidió a Red que le permitiera usar la cubierta de popa sobre su camarote, y el bondadoso capitán no sólo consintió, sino que hizo que la cerraran con lona, para proporcionar un pequeño toldo que les protegería del sol durante el día y del rocío por la noche.
Ash pensaba que la novia presentaría cierta oposición a sus planes, e iba preparado a hacer esfuerzos para persuadirla. Pero no fue necesario. Anjuli accedió a pasar la mayor parte del día en cubierta en lugar de continuar en el camarote. Pero con una indiferencia tal que hizo sentir a Ash que sus pensamientos estaban en otra parte y que aquella noche, su primera como marido y mujer, no tenía significación especial para ella, sino que, simplemente, era una noche más; entonces ¿qué importaba si la pasaba en cubierta con él o sola en el camarote? Durante un terrible momento, Ash realmente temió que si le daban a elegir, Juli elegiría esto último, por lo que no se atrevió a preguntárselo por temor a la respuesta.
La confianza de Ash en su capacidad de hacer que Juli olvidara el pasado y fuera feliz nuevamente se evaporó y se preguntó si ella le había amado alguna vez o si todos los acontecimientos de los últimos años habían desgastado ese amor como el agua y el viento corroen una roca aparentemente sólida. De repente, no lo sabía, y, aterrorizado por la duda, se apartó de ella y salió del camarote, para pasar el resto de la tarde solo en la cubierta de popa, observando el lento movimiento de las ondas de las velas y temiendo la noche que se avecinaba por la posibilidad de que Juli lo rechazara… o se sometiera a él sin amor, lo cual sería mucho peor. Hacia el atardecer, la brisa refrescó un poco, atemperando el calor salado del día. Gul Baz, con el rostro imperturbable, trajo una bandeja de comida a la cubierta y luego extendió un resai (manta acolchada) sobre las planchas de madera bajo el toldo, agregó algunas almohadas, y observó con voz inexpresiva que la sahiba-Rani… perdón, la memsahib ya había comido. ¿El sahib necesitaba algo más? El sahib no necesitaba nada más, y Gul Baz sirvió café en una taza de cobre, y retiró la bandeja casi sin tocar. La campana del barco indicó la hora de descanso, las voces de Red, su ayudante y el viejo Ephraim le desearon buenas noches desde abajo, y la noche quedó silenciosa excepto el ruido del mar y el crujido monótono de la madera del barco y de la tela de las velas.
Ash se quedó escuchando esos sonidos largo rato, sin deseos de moverse porque no deseaba saber cómo lo recibiría su esposa, y temía ser rechazado. Aquel día se había cumplido un sueño suyo, y esa noche debía ser la coronación de una etapa de su vida. Sin embargo, allí estaba él, atormentado por las dudas y la indecisión, y con tanto miedo como jamás había sentido antes, porque, si Juli se apartaba de él, eso significaría el fin de todo. Y el triunfo definitivo y permanente de Shushila.
Ash vacilaba, postergando el momento de la decisión hasta que finalmente se dijo: «Bien, iré allí».
El pequeño camarote estaba brillantemente iluminado y después de la frescura la noche el aire allí era sofocante y con fuerte olor a petróleo. Anjuli estaba parada frente al ojo de buey contemplando la belleza del mar fosforescente, y no oyó entrar a Ash. Algo en su actitud, en la forma de inclinar la cabeza y la línea de los hermosos cabellos negros, recordó tan intensamente a la pequeña Kairi-Bai que, casi sin darse cuenta, la llamó con ese nombre, murmurándole con mucha suavidad:
—Kairi…
Anjuli se volvió bruscamente, y, por un segundo, apareció una mirada inconfundible en sus ojos. Desapareció de inmediato, pero Ash tuvo tiempo de reconocerla… El más absoluto terror. La misma mirada que alguna vez había visto en los ojos de Dilasah-Khan, ladrón, traidor y en cierta época soldado de los Guías, a quien había acorralado una noche en las montañas del Spin Khab. Y a la de Biju-Ram a la luz de la luna tres años atrás, y, más recientemente, a la mirada aterrorizada de los cinco desgraciados atados y amordazados en el chatti de Bhithor.
Pero verla ahora en el rostro de Anjuli era como recibir un ataque repentino y salvaje desde un ángulo totalmente inesperado, y el impacto le detuvo un segundo el corazón, y palideció.
El rostro de la propia Anjuli estaba gris por la conmoción y musitó con los labios rígidos:
—¿Por qué me llamaste con ese nombre? Tú nunca… —se le quebró la voz y se puso las manos en la garganta como si tuviera dificultades para respirar.
—Supongo… supongo que me recordaste a ella —dijo Ash con lentitud—. Lo siento. Debí haber recordado que a ti no te gustaba que te llamaran por ese nombre. No pensé.
Anjuli sacudió la cabeza y dijo con voz entrecortada:
—No, no. No fue eso. No es que me importe… sólo fue que… hablaste con tanta suavidad, y yo pensé… pensé que era…
Dejó de hablar, y Ash preguntó:
—¿Quién pensabas que era?
—Shushila —susurró Anjuli.
Sin advertencia previa, la furia explotó en Ash, quien cerró la puerta de un golpe, cruzó el camarote en dos zancadas, tomó a su esposa por los hombros y la sacudió con tal violencia que la dejó sin respiración.
—No volverás a repetir ese nombre —dijo Ash hablando con los dientes apretados—. ¡Ahora o nunca! ¿Comprendes? Estoy asqueado y cansado de él. Mientras vivía, yo debía quedarme a un lado y ver cómo te sacrificabas y sacrificabas todo tu futuro por ella, y ahora que está muerta parece que estás decidida a terminar con el resto de nuestras vidas pensando, gimiendo por su recuerdo. Está muerta, pero te niegas a enfrentarlo, no quieres dejarla ir, ¿eh?
Empujó a Anjuli con tal fuerza que ella tuvo que apoyarse en la pared. Ash agregó con dureza:
—Bien, de ahora en adelante dejarás que esa pobre muchacha descanse en paz, en lugar de estimularla a que te persiga. Ahora eres mi esposa y te aseguro que no te compartiré con Shu-shu. No tendré a dos mujeres en mi cama, aunque una de ellas sea un fantasma, de manera que decídete ahora mismo: yo o Shushila. No puedes tenemos a los dos. Y si Shu-shu es todavía mucho más importante para ti que yo, o me acusas de haberla matado, entonces será mejor que vuelvas con tu hermano Jhoti y olvides que alguna vez me conociste, y también que te casaste conmigo.
Anjuli lo miraba como si no pudiera creer lo que oía; cuando logró hablar, dijo en un jadeo:
—¡De manera que eso era lo que pensabas! —y comenzó a reírse: una risa dura e histérica que sacudía tan violentamente su rostro consumido como lo habían hecho las manos de Ash y siguió y siguió… hasta que Ash se asustó y la abofeteó en plena cara con la mano abierta. Entonces Juli se calló, temblando y tratando de respirar.
—Perdóname —dijo Ash brevemente—. No he debido hacerlo. Pero no permitiré que sigas comportándote de esa manera, ni que la conviertas en un ídolo sagrado.
—¡Tonto! —jadeó Anjuli—. ¡Tonto!
Se inclinó hacia delante y sus ojos ya no estaban vacíos y helados, sino llenos de burla.
—¿No hablaste con nadie en Bhithor? Debías haberlo hecho, y habrías sabido la verdad, porque no puedo creer que no se hablara de ello en el mercado. Y aunque no fuera así, el sahib hakim debe de haberlo sabido… o, al menos, sospechado. Y, sin embargo, tú… tú creías que yo sufría por ella…
—¿Por quién, entonces? —preguntó Ash con dureza.
—Por mí misma, en todo caso. Por mi ceguera y mi estupidez en no ver lo que debí haber visto muchos años atrás, y mi vanidad al pensar que era indispensable para ella. Tú no sabes lo que ha sido… Nadie puede saberlo. Cuando Geeta murió, no quedó nadie en quien yo pudiera confiar… nadie. Hubo momentos en que pensé que enloquecería de terror, y otros en que traté de matarme y me lo impidieron… porque ella no quería que yo muriera… eso habría sido demasiado fácil. Alguna vez me advertiste que Shushila era hija de la nautch y que yo nunca debía olvidarlo. Pero no te escuché. No podía creerlo…
Se le quebró la voz; Ash le cogió las manos y la condujo hasta la silla más próxima, la obligó a sentarse y llevó un vaso de agua. Permaneció a su lado mientras bebía, y luego se sentó frente a ella en el borde de la litera y dijo con voz tranquila:
—Jamás lo pensé. Parece que hemos estado concentrados en cosas diferentes. Cuéntame, Larla.