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«Tendré que tener cuidado —pensó Ash—. Mucho cuidado».

La noche anterior, después de la partida de Bukta, pensó en huir. Juli y él debían salir de Gujerat inmediatamente, y no volver de ninguna manera a Ahmadabad. Podían tomar el tren a Bombay en cualquier estación, y mucho antes de que los hombres del Diwan encontraran su rastro habrían salido de la India Central y habrían dejado atrás el Punjab, cruzado el Indo y estarían a salvo en Mardan. Parecía evidente que eso era lo que debían hacer. Pero ahí estaba el problema; era demasiado notorio. Era lo que cualquiera esperaría que hiciese, y, por lo tanto, lo que debía evitar. Tendría que hacer algo mucho más inteligente… y rogar porque cualquier decisión que tomara fuese acertada, porque si no lo era, ni él ni Juli vivirían para lamentarlo.

Aún no se había decidido cuando Anjuli le llamó para que bajara a comer. Había encendido un pequeño fuego en un rincón de la tumba, y antes de que se apagara, Ash quemó el paquete de cartas que había escrito en el cuarto de la carbonería de Bhithor, y que Sarji y Gobind no se habían atrevido a conservar, porque, en manos de los bhithorianos, habrían sido una evidencia para condenarlo. Las observó mientras se quemaban, y más tarde, cuando Anjuli ya dormía, salió sin hacer ruido a la luz de las estrellas y se sentó en una piedra a la entrada de la tumba, para pensar y hacer planes…

No dudaba de que Bhithor y su Diwan exigirían venganza por las vidas de los hombres que habían perdido… y una muerte cruenta para la Rani viuda, a quien culparían de todo. Pedirían su captura, y no abandonarían la búsqueda hasta que los perseguidores se convencieran de que ella y los dos hombres que la habían rescatado se habían perdido entre las montañas y habían muerto de hambre y sed. Sólo entonces Juli estaría a salvo, Juli y Bukta. Y, en realidad, también Ash. Había permitido a Bukta suponer que los bhithorianos no tenían razones para relacionar a un sahib oficial de un regimiento de Caballería de Ahmadabad con la desaparición de una de las viudas del Rana muerto. Pero no era así, porque ¿acaso no fue un sahib capitán Pelham-Martyn de los Guías, quien había escoltado a las Ranis a su boda y había ganado en el litigio con el Rana y sus consejeros por el precio y las dotes de las novias? ¿Y acaso un oficial del mismo nombre no había advertido recientemente a los funcionarios británicos de Ahmadabad que cuando el Rana muriera sus viudas arderían con él? ¿…Y enviado varios telegramas con el mismo motivo?

Además, como en Bhithor ya se sabía que el sahib hakim había llegado allí por el camino de Ahmadabad, y que luego su sirviente Manilal había visitado la ciudad en dos oportunidades diferentes para comprar medicamentos, sin duda los bhithorianos no dejarían de enviar espías para buscar a la Rani desaparecida En realidad, lo más probable era que Ahmadabad fuese uno de los primeros lugares en que pensarían y una vez allí, hallarían numerosas pruebas de que Ash se había interesado por las viudas, y casi con seguridad descubrirían que Gobind y Manilal habían estado en su bungalow. Esto último podía ser el eslabón vital y a menos que Ash estuviera muy equivocado, desde allí sólo había un paso hasta el asesinato: el suyo, así como el de Juli, y, probablemente también, el de Bukta.

Las posibilidades eran aterradoras, porque lo único seguro era que en Bitor se moverían con rapidez. El Diwan no podía permitirse demoras, y ya se estarían organizando grupos de búsqueda para cubrir todas las rutas de huida hacia Karidkote, mientras que otros estarían en camino a Gujerat. Después de pensarlo concienzudamente, Ash llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer… y en realidad lo único, era volver a su bungalow y enfrentarse con los hechos.

Juli tendría que marcharse primero con Gul Baz, y él la seguiría unos días después con Bukta, como si llegara desde Kathiawar en la mitad sur de la península, en lugar de regresar desde las zonas del norte que lindaban con Rajputana… y con una mentira diferente para explicar la muerte de Sarji y la pérdida de los caballos.

Deberían decir que cambiaron de planes y cabalgaron hacia el Sur juntos, y que Sarji y los caballos se habían ahogado al cruzar un río caudaloso, que sus cuerpos habían sido arrastrados por la corriente hasta el mar y se habían perdido en las aguas del golfo de Kutch. Su propio dolor por la pérdida del amigo (totalmente genuino, Dios lo sabía), para no mencionar la pérdida de un caballo muy valioso, explicaría que no hubiera demostrado mayor interés en el destino de las Ranis de Bhithor.

Aún le quedaba bastante tiempo de permiso: las semanas que había pensado pasar con Wally de vacaciones más allá del paso de Rotang. El viaje tendría que ser cancelado, porque Ash debía pasar la semana siguiente en los acantonamientos, deshaciéndose de pertenencias que no le interesaban y organizando tranquilamente el viaje a Mardan, para demostrar a cualquiera que se interesara en ellos que no tenía nada que ocultar ni prisa especial por dejar el lugar.

La presencia de otra mujer en las habitaciones de servicio no despertaría demasiado interés (aunque advirtieran su presencia) porque ¿quién pensaría que una dama de alta alcurnia, hija de un Maharajá y viuda de un Rana de Bhithor, aceptaría vivir recluida entre los sirvientes mahometanos del sahib, disfrazada de esposa de su asistente? Nadie pensaría semejante cosa y ni los bhithorianos que la llamaban «mestiza» le darían crédito. Seguramente vigilarían a Ash durante algunos días observando cuidadosamente su conducta y cada uno de sus movimientos, y finalmente llegarían a la conclusión de que no podía haber tomado parte en la huida de las Ranis, sino que había perdido interés en ellas después de enviar los telegramas, y que no pensaba hacer nada más para ayudarlas. Volverían a Bhithor e informarían todo esto al Diwan, con lo cual desviarían su atención. Y Juli estaría a salvo.

Wally quedaría desilusionado por no poder disfrutar el permiso con Ash. Pero comprendería que no había solución, y que podían hacerlo otro año. Tenían mucho tiempo…

Una vez tomada esta decisión, Ash se tendió frente a la entrada de la tumba para que ningún ser humano o animal pudiera entrar en ella sin despertarlo, y se durmió antes de que saliera la luna. Pero aunque ahora no lo perturbaban los sueños, no le sucedió lo mismo a Anjuli, quien se despertó tres veces durante la noche gritando en medio de una pesadilla. La primera vez, Ash, despertado por el grito se levantó y observó que la tumba estaba llena de una luz fría. La luz de la luna entraba por la cúpula rota, con la cual Ash pudo ver a Anjuli acurrucada contra una pared tapándose la cara con las manos, como si quisiera cerrar los ojos a alguna visión intolerable. Gemía:

—¡No! ¡No, Shu-shu, no…! —Ash la tomó en sus brazos, meció su cuerpo tembloroso y murmuró palabras de cariño y consuelo, hasta que por fin el terror desapareció y, por primera vez en todos aquellos días terribles, desesperados, Anjuli se echó a llorar.

Finalmente, cesó la tormenta de lágrimas, que pareció llevarse parte de la tensión, porque Anjuli se relajó, se quedó quieta, y pasados algunos minutos, Ash observó que había vuelto a dormirse. Moviéndose con mucha suavidad para no despertarla, Ash se tendió en el suelo, con Anjuli en sus brazos, escuchando su débil respiración y asustado por su delgadez.

¿La habrían hecho pasar hambre…? Por lo que sabía del Rana y el Diwan, no le parecía imposible, y su mente se llenó de furia al pensarlo mientras estrechaba en sus brazos aquel cuerpo esquelético que alguna vez había sido suave, firme y elegante, y que él había explorado con las manos y los labios con tanto deleite.

Menos de una hora después, Anjuli comenzó a moverse, y otra vez se sobresaltó, gritando el nombre de Shu-shu. Y de nuevo, poco antes del amanecer, cuando la tumba estaba oscura porque la luna ya no la iluminaba, la pesadilla la atrapó por tercera vez, y se despertó en la oscuridad, luchando desesperadamente por liberarse de los brazos de Ash como si imaginara que un enemigo la arrastraba a una pira… O a un brasero con un hierro al rojo para arrancarle los ojos.

Ash necesitó más tiempo para tranquilizarla después de esta última pesadilla, y como se aferraba a él, temblando de terror y rogándole que no la dejara, el deseo físico que alguna vez era una llama viva entre los dos, y que Ash creía desaparecido, surgió en él con tanta fuerza que en ese momento habría sacrificado sus esperanzas de salir del peligro para poder tomar su cuerpo y obtener consuelo y alivio para el suyo… y con ello un olvido temporal de todos los problemas que le acosaban.

Pero no hubo respuesta en el cuerpo agotado que tenía en los brazos, y Ash supo que sólo podría tomarla por la fuerza, porque ella se apartaría de él; y también que si daba rienda suelta a su deseo y lograba obtener una respuesta de Anjuli, su situación sería mucho peor de lo que era ahora, porque una vez que cayeran las barreras les sería prácticamente imposible mantenerse separados los días siguientes. Ninguno de los dos podría hacerlo, pero, para anular las sospechas, era esencial que Juli pasara los próximos diez días en las habitaciones de servicio al fondo de su bungalow, y que él no se acercara para nada a ella. Si los veían juntos, podía ser fatal para ambos, y era mejor hacer las cosas de esta manera. Ya tendrían tiempo de hacer el amor cuando estuvieran casados y hubiesen terminado las pesadillas.

Por fin Anjuli se durmió, y Ash también lo hizo en seguida, y no se despertó hasta que ella se movió entre sus brazos y se apartó de él, despertada por el canto de los pájaros. Cuando salió el sol, y después de comer algo, Ash le habló de los planes que había hecho la noche anterior, y ella le escuchó sin hacer objeciones y aparentemente dispuesta a aceptar cualquier decisión que él tomara: pero aparte de esto hablaron muy poco. Anjuli aún estaba bajo los efectos del shock y del agotamiento, y para los dos aquel largo día en la tumba en ruinas estuvo dominado por el recuerdo de Shushila. Ninguno de los dos había logrado apartarla de la mente; y aunque Ash hacía lo mejor que podía, su imagen volvía a él con tanta persistencia que casi estuvo tentado de creer que el pequeño fantasma los había seguido hasta allí y les observaba desde las sombras de los kikares.

En las últimas horas de la tarde volvió Bukta acompañado de Gul Baz y con dos caballos. Aunque Anjuli estaba despierta y había oído sus voces, permaneció en el tejado de la tumba y dejó hablar a los tres hombres. Bukta aprobó el nuevo plan, porque él y Gul Baz habían discutido largamente el asunto y habían llegado a una conclusión similar:

—Pero yo he dicho que esta historia de una esposa o una hija viuda no servirá —dijo Gul Baz—. Tengo un plan mejor…

Así era, y además había tomado medidas para ponerlo en marcha. Después de discutir el asunto con Bukta, habían decidido que lo único que cabía hacer era sustituir a la mujer tímida y silenciosa que Gul Baz había instalado hacía un año en la cabaña del extremo del patio por la sahiba-Rani… En todo caso, la mujer iba a marcharse muy pronto, ya que el sahib y su sirviente volverían a la provincia de la frontera noroeste, y ella siempre había sabido que la relación irregular aunque útil que tenía con el criado del sahib terminaría automáticamente cuando este regresara a su país. Como ese día prácticamente ya había llegado, sólo se trataba de que Gul Baz diera por terminada la relación un poco antes, lo cual ya lo había hecho.

Aquella mañana cuando salió del bungalow, Gul Baz tomó una tonga alquilada y llevó con él a la mujer diciendo que ella deseaba visitar a su madre en su pueblo natal, y que volvería tarde. En realidad, no volvería nunca. La que volvería sería la sahiba-Rani y los demás criados no se darían cuenta de la sustitución: una mujer envuelta en una bourka era igual a cualquier otra. En cuanto a la otra, el sahib no tenía nada que temer: le había pagado bien y no había peligro en ese sentido, porque aparte de ser una mujer callada, no había probabilidades de que volviera al área del acantonamiento, ni siquiera a la ciudad, basta que ellos hubiesen regresado a Mardan.

—Pero esta noche, cuando volvamos, todos verán que ella ha regresado conmigo como dije, de manera que si algún desconocido hace preguntas no se enterará de nada, ya que no habrá nada que contarle. Aquí tengo una bourka para la sahiba-Rani, vieja pero limpia. Pertenecía a esa otra mujer. Yo se la pedí, diciéndole que estaba demasiado vieja y remendada y que le compraría una nueva en el mercado, cosa que hice. Además, por fortuna es una mujer alta porque el shikari me dice que la sahiba-Rani también es alta. Volveremos al anochecer, y nadie advertirá la diferencia. Y una vez instalada en la cabaña, la sahiba-Rani estará segura, porque yo diré que padece alguna pequeña enfermedad y que debe permanecer en cama. No será necesario que hable con nadie, ni que nadie la vea.

—¿Y qué sucederá para salir de Gujerat? —preguntó Ash.

—También hemos pensado en eso —respondió Bukta—. No habrá dificultad. Su criado sólo debe decir que esta mujer desea visitar a un familiar en el Punjab y que él la llevará con él hasta Delhi o hasta Lahore, si lo prefiere, no tiene importancia. Él se encargará de eso. Tiene buena cabeza, ese pathan. Además, se sabe que la mujer ha vivido bajo su protección durante casi un año, mientras que la sahiba-Rani sólo ha desaparecido hace unos días. Ahora, en cuanto a nuestro regreso…

Unos veinte minutos después, un grupo de cuatro jinetes cabalgaba velozmente por las tierras de cultivos hacia Khed-Prahma y Ahmadabad, y al llegar a la ruta continuó en dirección al Sur.

Al caer la noche estaban aún a muchos kilómetros de la ciudad de Ahmadabad, pero avanzaron en el crepúsculo, y luego a la luz de las estrellas; cuando por fin vieron las luces parpadeantes del acantonamiento, ya salía la luna. Se detuvieron junto a un montecillo de árboles y Ash ayudó a Juli a apearse. No hablaron porque ya habían dicho todo lo necesario; y, además, los cuatro estaban ansiosos y muy fatigados. Gul Baz entregó su caballo a Bukta, hizo un salaam a Ash seguido por Anjuli, que caminaba un paso detrás de él como corresponde a una mujer, partió a la luz de la luna hacia un pueblo en las afueras de los acantonamientos donde alquilaría una tonga para que los llevara de regreso al bungalow.

Cinco días después Ash volvió a Ahmadabad, montado en uno de los caballos de Sarji y asistido por uno de los syces de los establos de Sarji.

El syce fue hospedado por Kulu-Ram y otros antes de llevar de vuelta el caballo aquel mismo día. Pero, antes de marcharse, contó a quienes le hospedaron, con gran lujo de detalles, la historia de la muerte de su amo, trágicamente ahogado, mientras intentaba hacer cruzar a su caballo por uno de los muchos ríos caudalosos, que desembocan en el golfo de Kutch, cómo se ahogó también el caballo del sahib y cómo este sólo se salvó por milagro. La historia no se perdió, y más tarde Gul Baz dijo que ni a quien la contaba ni a ninguno otro se le ocurrió dudar de ella.

—De manera que con esto hemos salvado otro obstáculo —dijo Gul Baz—. En cuanto al otro asunto, también está resuelto. Nadie pensó en averiguar la identidad de la que volvió allí conmigo. Ni la verán porque permanece en su habitación, fingiendo estar enferma; creo que en parte es verdad, porque durante la segunda noche gritó tan fuerte durante el sueño que me desperté y corrí hasta su cabaña temiendo que hubiera sido descubierta e intentaran raptarla. Pero me dijo que sólo era un sueño… —se interrumpió, al ver la expresión de Ash y agregó—: ¿Entonces ya ha sucedido antes?

—Sí. Tendría que habértelo advertido —dijo Ash, furioso consigo mismo por la omisión. Él ya no tenía pesadillas con Shushila, pero ella seguía pesando en su conciencia: su rostro pequeño y lleno de reproches se presentaba en momentos desesperados, y si eso le sucedía a él, cuánto peor debía ser para Juli, que la había amado…

Preguntó si alguno de los otros criados se había despertado, pero Gul Baz creía que no.

—Porque, como usted sabe, mis habitaciones y las de Mahdoo-ji están apartadas de las demás, y la cabaña donde se encuentra la sahiba-Rani está detrás de ellas y, por lo tanto lejos de las que ocupan los otros sirvientes. Pero al día siguiente compré opio y preparé una poción para que la tomara después del atardecer, con lo cual durmió profundamente y no volvió a gritar en mitad de la noche… lo cual es conveniente, porque el shikari tenía razón al decir que es posible que espíen al sahib.

Según Gul Baz, el día anterior varios desconocidos, habían ido al bungalow, uno a pedir trabajo, otro que decía ser vendedor de drogas y un tercero que hacía averiguaciones sobre su esposa desaparecida, quien, según dijo, parecía haberse escapado con el sirviente de algún sahib. Este último, al enterarse de que el sahib Pelham había partido para una excursión de caza en Kathiawar a principios de mes y aún no había vuelto, hizo muchas preguntas…

—Se las contestamos todas —explicó Gul Baz—. Lo compadecimos por su problema y le contamos muchas cosas, aunque me temo que ninguna de ellas le fue útil. En cuanto al vendedor de drogas y otros como él, por fortuna volvió hoy cuando el sahib ya había regresado, y se quedó a escuchar todo lo que pudo contarle el syce. Luego recogió sus cosas y se fue, diciendo que tenía muchos otros clientes que atender y que no podía perder más tiempo. No creo que vuelva porque ha comprobado personalmente que el sahib volvió solo, y se enteró por el syce, que parlotea como una vieja, de que no hubo un tercero que acompañara al sahib y al shikari cuado trajeron las malas noticias de las muertes de Sirdar Sarjevar Desai a su familia.

—Habrá otros —observó Ash con pesimismo—. No creo que los espías del Diwan se resignen tan fácilmente.

Gul Baz se encogió de hombros y dijo que, en su opinión pronto se cansarían de andar por el lugar haciendo comentarios con la gente que no tenía nada interesante que contarles y de seguir al sahib por los acantonamientos sólo para observar que se dedicaba a asuntos poco sospechosos y mundanos, como visitas sociales y fiestas de despedida, y las gestiones pesadas, pero necesarias con funcionarios y empleados del ferrocarril para su viaje de regreso a Mardan.

—Todo lo que debe hacer —indicó Gul Baz— es demostrar que no tiene nada que ocultar y que no tiene prisa por marcharse y quienes lo vigilan pronto se cansarán del juego. Con ocho o diez días más bastará; luego podrá usted sacudirse el polvo de este maldito lugar y tomar un tren a Bombay. Y que el Todopoderoso permita —agregó con fervor—, que jamás tengamos motivos para volver aquí.

Ash asintió con aire ausente, porque sus pensamientos se centraban en Juli, que debía pasar ocho o diez días más encerrada en la pequeña y calurosa cabaña, sin atreverse a salir a respirar un poco de aire, y debiendo tomar opio para poder dormir. Pero Ash siguió el consejo de Gul Baz. En cada minuto de los días que siguieron estuvo ocupado en alguna actividad tranquila e inocua, porque pronto se dio cuenta de que una o probablemente más personas estaban interesadas en lo que hacía. Porque, si bien tenía cuidado de no mirar hacia atrás para ver si lo seguían, se daba cuenta de que aunque no tuvieran motivos para sospecharlo percibiría que estaba siendo constantemente vigilado. Era cuestión de instinto, el mismo instinto que dice a las criaturas de la jungla que son acechadas por un tigre, o que puede hacer que un hombre despierte en medio de la oscuridad y el silencio con la certeza de que hay un intruso en su habitación.

Ash ya había experimentado antes esa sensación, e hizo llevar su cama a la terraza del bungalow, donde cualquiera que lo deseara pudiera vigilarlo y observar que no tenía ningún encuentro subrepticio por la noche.

El relato de la trágica muerte de Sarjevar y la pérdida del extraordinario Dagobaz se difundieron por todo el acantonamiento, y Ash recibió muchas condolencias de los oficiales y sowares de Roper’s Horse y varios miembros de la comunidad británica. Y además del tío abuelo del muerto, el mayor Risaldar, quien se conmovió ante el dolor del sahib por la pérdida de su amigo y le rogó que no se culpara por ella… cosa que Ash no podía hacer, ya que sabía muy bien que él era culpable porque podía haberse negado fácilmente a que Sarji le acompañara a Bhithor.

El hecho de que la familia y los amigos de Sarji creyeran la historia que él y Bukta habían inventado y repetido como verdadera a todos los que iban a darle el pésame, fue muy útil para Ash, ya que transmitió la impresión de que todos sabían que los dos jóvenes habían ido a cazar a una zona que estaba mucho más al sur de Ahmadabad en la frontera de Rajasthan.

Y esto, unido a la conducta de Ash y a la ausencia de toda evidencia de que la viuda del Rana estaba en Gujerat (o incluso de que seguía viva) sin duda logró convencer a los espías del Diwan de que seguían una pista falsa, porque hacia el final de la semana Gul Baz informó que ya no vigilaban el bungalow.

Aquella noche no hubo ninguna figura agazapada entre las sombras, y a la mañana siguiente, cuando Ash salió a cabalgar, no necesitaron decirle que ya no le seguían ni le espiaban, porque lo sentía en sus huesos. De todas maneras, no corrió riesgos, sino que se preocupó por comportarse como si el peligro aún existiera; y sólo cuando pasaron tres o cuatro noches sin señales de que le observaran pudo relajarse y respirar nuevamente con libertad… y comenzar a pensar en el futuro.

Ahora que ya no le vigilaban, no había razón para permanecer en Ahmadabad un momento más de lo necesario. Pero no era posible salir de allí de inmediato, porque dos de las tres fechas indicadas por el jefe de estación en las que podía asegurar plazas en el tren a Bombay con paradas en Delhi y Lahore ya se habían perdido. La fecha que quedaba significaba un retraso de varios días, pero Ash tomó los pasajes e indicó a Gul Baz que se encargara de todas las gestiones necesarias para el traslado, ya que él tenía otras cosas que hacer.

A pesar de la intranquilidad que le atormentó durante los días tensos pasados después de su regreso a los acantonamientos, la necesidad de ocuparse de asuntos triviales resultó útil, porque, junto con las largas horas de inactividad forzada y las noches aún más largas, le proporcionó bastante tiempo para meditar sobre los problemas del futuro. Sin embargo, el problema principal seguía sin resolver: ¿qué hacer con Juli?

Antes, todo parecía muy sencillo: si quedaba libre, él se casaría con ella. Bien, ahora estaba libre, libre del Rana y de Shushila y no debería haber nada que les impidiera hacerlo. Pero el problema estribaba en el hecho de que era casi imposible cruzar el abismo entre los sueños sobre posibilidades remotas y la realidad.

Lo mismo podía decirse de los sentimientos de Ash por el Cuerpo de Guías, porque, en cierta etapa del inolvidable viaje con el campamento nupcial, él realmente había pensado en desertar… En abandonar la India, con Juli, para refugiarse en otro país y no volver a ver nunca Mardan, ni a Wally ni a Zarin. Ahora le asombraba que aun con la primera fiebre de su pasión por Juli pudiera haber contemplado semejante cosa: excepto que en esos momentos había caído en desgracia, separado del regimiento y de la frontera, y no tenía idea de cuánto duraría su exilio… ni ninguna seguridad de que el futuro comandante no decidiría que sería mejor que no volviera nunca. Pero ahora las cosas eran diferentes… le habían llamado nuevamente a Mardan para que se reincorporara a las obligaciones que había abandonado al unirse al grupo que buscaba a Dilasah-Khan y las carabinas robadas, y no podía negarse a volver. Los lazos que le ligaban a los Guías tenían profundas raíces en el pasado y eran demasiado sólidos como para romperlos, y ni siquiera por Juli podía pensar Ash en separarse de Wally y Zarin y perderlos. Tampoco tenía ningún sentido hacerlo, ya que, aunque pudiera convencer a alguien de que lo casara con Juli, nunca podría proclamarla abiertamente su esposa.

—El problema es este —explicó Ash, hablando del asunto con la señora Viccary, quien, además de ser la única persona en Gujerat a quien Ash sentía que podía contarle la historia, no la revelaría a nadie y la escucharía sin prejuicios con respecto al origen de Juli o al de Ash.

Lo que Ash necesitaba no eran consejos (ya que sabía bien que, si eran contrarios a sus propios deseos, no los aceptaría), sino alguien con quien hablar. Alguien que fuera sensato y comprensivo, que amara a la India como él la amaba y con quien pudiera analizar toda la situación, y de esa manera aclararla en su propia mente. Y la señora Viccary no le falló: no elogió ni condenó, ni se sintió espantada ante el deseo de Ash de casarse con una viuda hindú, ni ante la idea de Anjuli de que no era necesario ningún matrimonio legal.

—Ya ve usted —resumió Ash—, una vez que se supiera que estamos casados ella no estaría fuera de peligro.

—Y usted tampoco —observó Edith Viccary—. La gente hablaría, y las noticias se difunden rápidamente en este país.

Por supuesto, ese era el problema. Y Ash se sentía profundamente agradecido a la señora Viccary por comprenderlo de inmediato, en lugar de presentar todos los sólidos argumentos que existían contra semejante matrimonio… comenzando por el hecho de que, hasta que Ash llegara a los treinta años o al rango de mayor, no podía casarse sin el consentimiento de su oficial comandante (que en esas circunstancias sin duda no obtendría) y para señalar luego que en un regimiento como el de los Guías, que reclutaba musulmanes, sikhs, hindúes y gurkhas, un oficial británico que se casaba con una viuda hindú sería como maldito. Al hacerlo, Ash sembraría la disensión entre los hombres a sus órdenes ofendiendo no sólo a la casta de los hindúes, sino, probablemente también, a la de los sikhs, y haciendo que los musulmanes le despreciaran por no tener en cuenta su religión, y sikhs, musulmanes y gurkhas, juntos, sospecharían que Ash favorecía a los correligionarios de su esposa siempre que le llamaran a decidir sobre una cuestión entre un hindú y un hombre de otra fe, o recomendara a uno u otro para su ascenso. Los Guías le pedirían que se marchara, y ningún otro regimiento del Ejército de la India le aceptaría por las mismas razones.

Ash sabía todo eso, y la señora Viccary también. Pero no valía la pena preocuparse por ello por la simple razón de que, aunque pudiera casarse con Juli, hacerlo abiertamente significaría firmar la sentencia de muerte de ella, además de la suya, ya que ese matrimonio, una vez que se hiciera público, provocaría muchas habladurías y gran escándalo.

No pasaría mucho tiempo antes de que en Bhithor se enteraran que el mismo oficial de los Guías que había escoltado a las esposas del fallecido Rana a su boda (y que estaba en Gujerat en el momento de la muerte del Rana y la desaparición de una de sus viudas) se había casado luego con una viuda hindú. El Diwan ataría cabos de inmediato, y enviaría a alguien a investigar; después de lo cual, la muerte de Juli sólo sería cuestión de tiempo… y de muy poco tiempo. Porque Bhithor clamaría venganza por sus propios muertos, todos los que habían caído (seguramente muchos) en la lucha por defender la entrada al camino secreto de Bukta… y también por el insulto que significaba para ellos el rapto de la viuda del Rana fallecido.

—Habrá que mantenerlo en secreto —concluyó Ash.

—¿Entonces aún piensa casarse con ella? ¿Aunque me dice que la joven no ve razones para ello?

Pero Ash era muy obstinado.

—¿Cómo no había de casarme? ¿Piensa usted que quiero que sea mi amante, mi concubina? Deseo saber que es mi esposa, aunque no pueda reconocerla como tal. Es… es algo que debo hacer. No puedo explicarlo…

—No hace falta —respondió Edith Viccary—. Si yo estuviera en su lugar, sentiría lo mismo. Por supuesto, debe casarse con ella. Pero no será fácil. La dificultad —continuó la señora Viccary— estriba en que como el matrimonio es un sacramento de la Iglesia, ningún sacerdote accederá a unir a un cristiano con una hindú, a menos que se probara que esta había abjurado de su religión; no se bromea con Dios, ¿sabe usted? —agregó la señora Viccary con suavidad.

—No pienso en bromear. Pero nunca creí que Dios fuera inglés… ni judío ni indio ni de ninguna otra nacionalidad que hayamos inventado nosotros. Tampoco creo que Él nos considere así. Pero me di cuenta, en cuanto comencé a pensarlo, que la Iglesia nunca nos casaría, como tampoco lo harían los sacerdotes de Juli, aunque me atreviera a pedírselo, y no me atrevo. Pero pensé que quizás un juez…

Edith Viccary hizo un gesto negativo. Conocía al juez británico local mucho mejor que Ash, y le aseguró que el señor Chadwick era la última persona que consentiría en semejante cosa. Además, sin duda informaría al Comisario sobre la petición de Ash, quien, aparte de quedar igualmente horrorizado, haría muchas preguntas inconvenientes.

—Sí —respondió Ash con amargura—. No podemos arriesgamos a eso.

No parecía haber solución. Era inconcebible… Injusto, totalmente injusto… que dos personas adultas que deseaban casarse, no pudieran hacerlo cuando su matrimonio no perjudicaría a nadie. Era un asunto puramente personal, y si las personas podían casarse en el mar, sin la ayuda de jueces ni certificados, como la pareja del Canterbury Castle, debía de haber algún método igualmente simple para que los que estaban en tierra pudieran hacer lo mismo, y él…

—¡Por Dios, eso es lo que debo hacer! —gritó Ash explosivamente, poniéndose de pie de un salto—. Red Stiggins… el Morala. ¿Cómo diablos no se me ocurrió pensar en eso antes?

Red había dicho que saldría hacia Karachi «dentro de unas semanas» y había invitado a Ash a acompañarle en el viaje. Y si el Morala aún no había partido…

Ash dio un abrazo a la desconcertada señora Viccary, salió a la carrera de la sala, gritando a Kulu-Ram que le trajera su caballo, y diez minutos más tarde cualquiera que estuviera en la calle a la hora más calurosa del día habría visto a un sahib a todo galope por el camino del acantonamiento hacia la ciudad.

El astuto gujerati que se ocupaba de los negocios del capitán Stiggins en la península tenía una pequeña oficina en una calle cerca de la puerta de Darigur y estaba disfrutando de su siesta habitual de la tarde cuando el sahib irrumpió en la oficina, preguntándole si el Morala ya había salido para Karachi, y si no, cuándo saldría y desde dónde. Ash tuvo suerte, porque el Morala aún no había desatracado, aunque lo haría muy pronto… Un día o dos más tarde, si todo marchaba bien, o, a lo sumo, a finales de semana. El barco se hallaba anclado en Cambay en un extremo del golfo, y si el sahib deseaba enviar un mensaje…

Efectivamente, eso deseaba el sahib, y agradecía el ofrecimiento, ya que no tenía tiempo para escribir cartas.

—Dígale que acepto su invitación y que me espere mañana, pero que en ningún caso se vaya sin mí.

Había mucho que hacer, y poco tiempo para hacerlo, porque el puerto de Cambay se encontraba a unos noventa kilómetros de Ahmadabad. Ash volvió al bungalow con la misma velocidad con que había dejado la casa de la señora Viccary.