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Finalmente, fue Bukta y no Anjuli quien montó en el pony.

Anjuli se despertó con el ruido de la partida tumultuosa de Ash. Y cuando los dos hombres volvieron, la encontraron despierta, esperando. Sus ojos se agrandaron al ver las manchas de sangre en las ropas del shikari y miró el rostro agotado de Ash y extrajo sus propias conclusiones. Los escasos colores que una noche de sueño había puesto en sus mejillas se desvanecieron y quedó más pálida y agotada que antes, pero no hizo preguntas, y les habría traído comida si Bukta no se hubiera negado a permitirles esperar. Dijo que podían comer más tarde, pero que ahora debían marcharse de inmediato y seguir adelante lo más rápidamente que pudieran, porque era probable que les siguieran.

Se puso las alforjas al hombro, y Anjuli lo siguió hasta el lugar donde el pony pastaba plácidamente.

Pero cuando lo ensillaron y Ash le dijo que montara, Anjuli se negó a hacerlo, diciendo que era evidente que el shikari estaba exhausto, y que si la velocidad era importante, avanzarían más de prisa si él iba a caballo; ella había descansado y no tenía ningún inconveniente en caminar. Bukta no intentó discutir. Estaba demasiado cansado y ansioso para perder tiempo por algo que, al fin y al cabo, era sensato. Se limitó a asentir con la cabeza y dijo que debían vigilarlo para que no se durmiera, porque, si eso sucedía, el pony elegiría su propio camino y podían perderse. La sahiba-Rani debía caminar junto a él para apoyarse en uno de los estribos en las laderas empinadas.

Bukta los instó a que anduvieran de prisa, y sólo cuando el calor de la mañana cayó sobre ellos y Anjuli mostró señales de fatiga, se detuvo para cambiar de puesto con ella, declarando que ya había descansado lo suficiente como para seguir a pie. Pero no les permitió detenerse, excepto durante un corto tiempo a mediodía cuando hicieron una comida frugal a la sombra de una roca y durmieron un rato.

Una vez terminada aquella corta siesta, Bukta insistió en que siguieran adelante, volviéndose cada vez que cruzaban una colina para ver si había signos de persecución.

—Han encontrado el arroyo —murmuró Bukta—, y ahora sabrán que sólo tenemos un caballo para los tres y que avanzamos despacio. Esperemos que dediquen algún tiempo a beber y a pelear por quién se quedará con la silla y las riendas.

Tal vez hicieron eso. En todo caso, no alcanzaron a los fugitivos y cuando se puso el sol era evidente que ya no les alcanzarían. Tan evidente que cuando por fin, a la luz de las estrellas, llegaron al lugar donde antes acamparan con Bukta, en el valle lleno de árboles, hasta este se sintió lo suficientemente seguro como para encender fuego, para guisar chuppattis y para alejar a cualquier leopardo que merodeara por los alrededores y también para lavar sus ropas manchadas de sangre y tenderlas a secar.

Todos estaban demasiado agotados para dormir bien aquella noche. Bukta y Ash se turnaron para vigilar, porque había huellas de perros salvajes en la tierra húmeda a la orilla del agua y no podían arriesgarse a perder el pony. Con las primeras luces del alba, se pusieron nuevamente en marcha, y excepto que tenían menos sensación de urgencia y no se detenían con tanta frecuencia para mirar hacia atrás el día fue una repetición del anterior, aunque aún más caluroso y agotador. Sólo descansaban cuando Bukta lo permitía, con el resultado de que por la noche todos tenían los pies lastimados, estaban cansados y sedientos, pero habían llegado al pie de las montañas. El viejo shikari durmió bien aquella noche y también Anjuli agotada por el largo caluroso día a caballo. Pero, aunque Ash también estaba muy cansado, no durmió mucho y estuvo turbado por sus sueños, que esta vez no tenían que ver con Dagobaz sino con Shushila. El mismo sueño se repetía sin cesar, y Ash se despertaba temblando: sólo para volver a soñarlo en cuanto perdía la conciencia…

Cada vez que se dormía, Shushila aparecía ante él con su traje de novia rojo y dorado, y le imploraba, entre lágrimas, que no la matara, pero Ash se negaba a escuchar, levantaba el revólver, apretaba el gatillo y veía el hermoso rostro suplicante disolverse en sangre. Y volvía a despertarse…

«Pero ¿qué otra cosa podía haber hecho?», pensaba Ash con furia. ¿No era suficiente tener que cargar con la responsabilidad de la muerte de Sarji, sin que además viniera a hacerle reproches el fantasma de Shushila, cuyo fin él sólo había acelerado como Bukta había hecho con el de Dagobaz? Pero Shushila no era un animal, sino un ser humano que había decidido por su propia voluntad aceptar la muerte por el fuego y de esa manera lograr la santidad; y él, Ash, había asumido la responsabilidad de evitarlo sin que ella lo supiera.

Es más, había interferido en algo que era una cuestión de fe y un asunto muy personal; y ni siquiera podía estar seguro de que las convicciones de Shushila eran falsas, porque, ¿acaso el calendario cristiano no contenía los nombres de muchos hombres y mujeres quemados vivos por sus creencias y aclamados como santos y mártires?

Si no podía salvarla, no debía haber intervenido, pensó Ash. Pero como ya lo había hecho y no podía volverse atrás, decidía que debía apartarlo de su mente para siempre; se daba la vuelta y se dormía otra vez… sólo para encontrarse de nuevo con una muchacha que se retorcía las manos y lloraba, y le suplicaba que no la matara. Fue una noche terrible.

Al amanecer del día siguiente habían cruzado la frontera. Tres días después, Ash y Bukta estaban de regreso en la casa de Sarji, de donde habían partido con tanta prisa menos de tres semanas antes. Pero Anjuli no estaba con ellos porque, en la última noche pasada en la jungla, Bukta esperó a que ella se quedara dormida, y, en voz muy baja para no despertarla, dijo que había pensado en el futuro y llegado a la conclusión de que sería mejor no revelar la identidad de la sahiba-Rani. Nadie la vería con simpatía, porque mucha gente no sólo aprobaba las antiguas costumbres y pensaba que todas las esposas debían sufrir suttee cuando su marido moría, sino que aun aquellos que no opinaban así tendían a considerar a una viuda joven como alguien que da mala suerte y poco mejor que una esclava.

Tampoco le pareció aconsejable contar a nadie la verdadera historia del sirdar Sarjevar. Sería mejor para todos si la familia y amigos del sirdar ignoraban lo que había sucedido en Bhithor, ya que la identidad de Ash (y la de los otros) eran desconocidas allí; en opinión de Bukta, era mejor que siguieran siendo desconocidas, ya que no podía negarse que los tres habían entrado en Bhithor secretamente con la intención de llevarse a las esposas del fallecido Rana o que una vez allí habían matado a un miembro de la guardia personal del Rajá, asaltado, amordazado y atado a varios sirvientes de palacio y que, tras haberse apoderado de la Rani segunda, habían disparado contra los soldados locales (quienes muy correctamente intentaban evitar su huida) y logrado matar a muchos de ellos…

—No sé qué piensa usted —dijo Bukta—, pero, por mi parte, no desearía ser llamado ante un sahib juez para responder a estas acusaciones, y quizá pasar el resto de mis días en la cárcel… si es que no me ahorcan por los asesinatos. Sabemos que los bhithorianos mentirían sin ningún límite, y aunque nadie les creyera, los sahibs dirán que no teníamos derecho a hacer justicia por nuestras propias manos y matar a esos cerdos. Por eso deberíamos recibir un castigo, y aunque el suyo podría consistir solamente en algunas palabras duras de sus superiores, estoy seguro de que el mío sería la cárcel; además, si alguna vez salgo libre, los bhithorianos se encargarán de que no viva para disfrutar de mi libertad más de un día… y también hay que pensar en eso, sahib: les hemos avergonzado, cosa que no olvidarán ni perdonarán, y si se enteran de los nombres de los implicados…

—Conocen el del sahib hakim —respondió Ash—. Y el de Manilal.

—Es cierto. Pero ellos eran de Karidkote, y, por tanto, supondrán que sus cómplices también eran de ese Estado. Los bhithorianos no tienen razones para pensar de otra manera, porque nunca le relacionarán a usted, un sahib oficial de un rissala (regimiento) de Ahmadabad, con la huida de una de las viudas del fallecido Rana. Tampoco tratarán de vengarse en la gente de la Rani, que son sumamente poderosos… y están demasiado lejos. Pero usted y yo no somos poderosos ni estamos lejos, y tampoco la sahiba-Rani hasta que vuelva a su propio Estado, lo cual puede tardar semanas si se emprenden investigaciones policiales. La ley se mueve con lentitud y una vez que se sepa que está en Gujerat y se le pida que proporcione datos sobre nosotros y sobre ella, su vida no valdrá un anna. Y la suya o la mía tampoco. Si piensa un poco, sahib, se dará cuenta de que lo que le digo es verdad.

—Sí… sí, lo sé —respondió Ash con lentitud.

Las autoridades británicas verían el asunto con muy poca simpatía… aunque en gran parte eran responsables de él, por no haber emprendido ninguna acción… Porque, de todas maneras, habían muerto muchos hombres, y los caballeros errantes no podían pretender que habían salvado a la Rani de la muerte; Ash mismo había apresurado la de Shushila, mientras que Anjuli, por obra de su hermana, en todo caso habría escapado de ser quemada en la pira del Rana. Habría quedado ciega a cambio… pero ¿alguien creería esa historia cuando todo Bhithor la negara rotundamente?

El Diwan y sus ministros también sostendrían, con cierta justificación, que la Rani principal había insistido en su derecho de inmolarse en la pira de su marido y que nadie había podido disuadirla; ni detenerla tampoco, ya que contaba con el apoyo del pueblo que no había permitido interferencias de oficiales o guardias. Todo eso sonaba muy plausible… mucho más que la propia historia de Ash. Finalmente, el tribunal impondría una multa a Bhithor, que inevitablemente la pagaría aumentando los impuestos a los campesinos y como el nuevo Rana era demasiado joven como para hacerse responsable del gobierno, el Departamento Político daría una conferencia al Diwan y sus cómplices sobre el error de no respetar la ley y las terribles consecuencias que tendrían otras conductas semejantes, y probablemente recomendarían que se instalara un destacamento de tropas anglo-indias en el Estado durante un corto período para hacer una demostración de fuerza. Y eso sería todo con respecto a Bhithor.

Pero ¿qué sucedería con el teniente Pelham-Martyn y Bukta, el shikar? ¿Cómo saldrían del asunto? ¿Y Juli? ¿Qué sería de ella si se conocía la verdad? Cuando se supiera que había escapado de Bhithor disfrazada de sirviente, con un grupo de hombres que ni siquiera estaban emparentados con ella y en cuya compañía pasó luego varios días y noches, ¿dirían que era una muchacha valiente y que merecía lástima o consideración? ¿O que era una desvergonzada, a quien no le importaba nada de su rango y su reputación, que se había escapado con un sahib? ¿El mismo sahib que tres años atrás las había escoltado a ella y a su hermana a su boda?

Porque pronto se descubriría eso también; y cuando ocurriera la gente movería la cabeza y hablaría mucho, y en muy poco tiempo todos creerían que el sahib y la Rani eran amantes desde hacía muchos años.

El nombre de Juli se convertiría en «una abominación» en la mitad del territorio de la India, ya que, aunque no hubiera nada de verdad en todo ello, la historia parecería aceptable. Si no ¿cómo explicar la excesiva ansiedad del teniente Pelham-Martyn por las Ranis? ¿Sus entrevistas con su comandante, con el Comisario Político y el Comisario de Policía del Distrito? ¿Los telegramas que envió por su cuenta a varios funcionarios importantes, y su acción posterior al viajar a Bhithor disfrazado, sacar de allí a la Rani segunda y disparar contra los que trataban de evitarlo?

El hecho de que realmente había mucho de cierto en ello significaba que tendría que medir sus palabras y mentir sobre sus motivos, y asegurarse de que sus mentiras fueron convincentes. Incluso así…

«Debo de haber estado loco», pensó Ash, recordando que tenía intención de volver a Ahmadabad y atemorizar de tal modo a las autoridades con la historia de la muerte de Shu-shu y los sufrimientos de Juli que inmediatamente emprenderían una acción punitiva contra Bhithor y tomarían las riendas del gobierno hasta que el nuevo Rana fuese mayor de edad.

—¿Bien? —preguntó Bukta.

—Tienes razón —admitió pesadamente Ash—, no podemos decir la verdad. Tendremos que contar mentiras. Y tendrán que ser buenas. Mañana hablaré con la sahiba-Rani y la convenceré de que acepte. En cuanto a nuestra historia, sólo debemos decir que tú y yo, y tu amo, el sirdar, fuimos a cazar a la jungla, como lo hicimos antes muchas veces, y que al pasar más allá de las montañas, él y su caballo cayeron a un precipicio y se mataron, y también mi caballo. Y que yo sólo recibí pequeñas heridas. Además, podemos explicar, y es verdad, que es imposible traer su cadáver porque lo quemamos cerca de un arroyo que llevará sus cenizas al mar.

—¿Y la sahiba-Rani? ¿Qué explicación daremos sobre ella?

Ash pensó durante unos minutos y luego dijo que Anjuli debería fingir que era la esposa de su sirviente Gul Baz o, mejor aún, su hija viuda.

—Mañana, cuando salgamos de la selva y podamos comprar comida, tendrás que encontrarnos un lugar donde la sahiba-Rani y yo podamos permanecer mientras tú vas con el pony hasta los acantonamientos a buscar a Gul Baz… y también una bourka como las que usan las mujeres musulmanas, que será excelente para ocultar el rostro de la sahiba-Rani. Gul Baz y yo pensaremos alguna historia plausible. Cuando tú vuelvas a buscarnos, la sahiba-Rani podrá ir con él a mi bungalow, mientras tú y yo vamos a la casa del sahib Sirdar con las noticias.

—¿Y después?

—Eso lo decidirá la Rani. Pero ella amaba a su hermana, la suttee, y si acepta guardar silencio sobre la muerte de su hermana no será vengada y el Diwan y los otros escaparán al castigo. Por lo tanto, por su hermana, es posible que prefiera hablar y arrostrar las consecuencias.

Bukta se encogió de hombros y observó filosóficamente que nadie podía predecir lo que una mujer querría hacer o no, y que debían esperar que esta fuera razonable, ya que, por más que amara a su hermana, no podía devolverle la vida, pues su hermana estaba muerta.

—Volveremos a hablar de esto mañana, sahib. Es posible que mañana usted piense de otra manera. Aunque espero que no, porque los dos sabemos que la verdad es demasiado peligrosa como para contarla.

A la mañana siguiente, Ash no pensaba de modo distinto. El precio de su aventura había sido terriblemente alto: había costado la vida a Sarji, Gobind y Manilal (sin mencionar a Dagobaz y al amado Moti-Raj de Sarji) y a muchos bhithorianos. Y era un precio demasiado elevado por salvar la vida de Juli, si ella había de perder su reputación y convertirse en pasto de habladurías de indios y británicos, mientras Bukta terminaba sus días en la cárcel y Ash era expulsado del Ejército y deportado. Por más sólidos que fueran los sentimientos de Anjuli por el destino de Shushila, sería necesario que razonara.

Ash preveía dificultades y en consecuencia, preparó sus argumentos, pero no fueron necesarios. Para su sorpresa, Anjuli no ofreció oposición y aceptó de inmediato todo lo que se le sugería, incluso vestir una bourka y disfrazarse de mahometana, aunque Ash había señalado que esto significaría pasar más de una noche en las habitaciones de servicio al fondo del bungalow, y fingir que era un pariente del criado de Ash.

—¿Qué importa eso? —respondió Anjuli con indiferencia—. Un lugar es lo mismo que otro… y yo ya he sido sirvienta en todo excepto en el nombre…

Su asentimiento significó un gran alivio para Bukta, quien esperaba una fuerte oposición a la sugerencia de que fingiera ser pariente de Gul Baz… Tanto por su casta como por su sangre real… Y dijo a Ash que la sahiba-Rani no sólo era una mujer valiente, sino que tenía ideas claras; lo cual era mucho más raro.

Se detuvo en las afueras del primer pueblo al que llegaron. Ash y Anjuli permanecieron escondidos mientras él iba a comprar comida y ropas más adecuadas, la indumentaria con que habían salido de Bhithor resultaría demasiado extraña en Gujerat, y continuaron su camino con las humildes ropas de los trabajadores del lugar… Anjuli con ropas masculinas, ya que Ash lo consideraba menos peligroso. También había tomado la precaución de quemar los llamativos uniformes de palacio, porque no deseaba correr riesgos.

En las últimas horas de la tarde, Bukta los llevó cerca de una tumba abandonada donde preparó un escondrijo para ellos.

Dijo que tardaría lo menos posible pero que sería poco probable que volviera mucho antes del atardecer del día siguiente, y si tardaba más no debían preocuparse… Y tomando al fatigado pony, lo condujo entre los matorrales y las altas hierbas. Ash le acompañó hasta el campo abierto y le vio montar y partir a la luz polvorienta del atardecer hacia Ahmadabad, y sólo volvió a las ruinas cuando Bukta desapareció a lo lejos.

Encontró a Anjuli en lo alto de una escalera mirando hacia las verdaderas montañas, los altos Himalayas con sus vastos bosques, y sus cumbres nevadas que se elevaban en el aire puro del Norte.

Ash no hizo ruido, pero Anjuli se volvió rápidamente y lo miró. Una vez más, Ash percibió todo lo que le había quitado Bhithor…

La muchacha que había conocido y amado y cuya imagen llevara en el corazón durante tres años había desaparecido, para dejar su lugar a una desconocida. Una mujer delgada y consumida, con grandes ojos espantados y una increíble cantidad de canas en los negros cabellos, que tenía el aspecto de haber soportado torturas y hambre y haber pasado largo tiempo en la cárcel, lejos del sol y del aire fresco. Además, había otra cosa: algo menos definido. Una curiosa sensación de pérdida, de muerte. La adversidad y la pena no sólo habían destrozado a Anjuli sino que la habían paralizado.

Ash experimentaba también una sensación de muerte en sus sentidos. Todavía la amaba: era Juli, y no podía dejar de amarla, así como no podía dejar de respirar. Pero ahora, mientras se miraban, no sólo veía su rostro, sino los rostros de tres hombres: Sarji, Gobind y Manilal, que habían perdido la vida para que él y ella pudieran huir juntos. La tragedia de esas muertes era una herida abierta en la mente de Ash, y, por el momento, el amor parecía algo trivial en comparación con el cruel sacrificio que había exigido de sus amigos.

Mañana… mañana o al día siguiente… volvería Bukta, y entonces comenzarían las mentiras…

Anjuli había vuelto a su contemplación silenciosa de las montañas en el horizonte lejano, y cuando por fin Ash se acercó y la tocó, se echó atrás bruscamente, levantando las manos como para defenderse. Las manos de Ash cayeron, frunció el ceño y la miró. Dijo con dureza:

—¿Qué crees que pensaba hacer? No pensarás que quería dañarte. O… ¿o es que ya no me amas? No, no te apartes. —Volvió a extender la mano y le tomó las muñecas con tanta fuerza que ella no pudo liberarse—. ¡Mírame, Juli! Ahora dime la verdad. ¿Es que ya no me amas?

—He tratado de amarte —susurró Anjuli con voz inexpresiva—. Pero, pero parece… que no puedo… —Había tanta desesperación en su voz que era como si admitiera sufrir alguna incapacidad física, tal como la ceguera, algo que no podía curarse ni ignorarse y que debía aprender a aceptar. Pero no impresionó a Ash, porque sentía en forma parecida a Anjuli.

Sabía que aunque el amor que se profesaban había resistido y resistiría siempre, temporalmente estaría inmerso en la culpa y el horror, y que hasta que se hubiera liberado y pudieran volver a respirar no tendrían deseos de hacer ninguna demostración activa de él. Ya volvería. Pero, por el momento, de alguna manera se sentían como extraños porque no sólo Anjuli había cambiado. Habían sucedido tantas cosas desde que se separaran que aunque hubiesen vuelto a encontrarse en circunstancias mucho más felices habría sido sorprendente que pudieran retomar el hilo en el punto en que lo habían dejado. Pero el tiempo estaba de su lado… Todo el tiempo del mundo. Habían soportado lo peor y estaban nuevamente juntos… El resto podía esperar.

Ash levantó las muñecas de Anjuli y las besó delicadamente, para después soltarlas y decirle:

—Es todo lo que quería saber; ahora que lo sé, sé también que mientras estemos juntos nada podrá dañarnos realmente. Debes creerlo. Una vez que seas mi esposa…

—¿Tu esposa…?

—¡Por supuesto! No pensarás que me arriesgaré a perderte por segunda vez.

—Jamás te permitirán casarte conmigo —declaró Anjuli con convicción.

—¿Los bhithorianos? ¡No se atreverán a abrir la boca!

—No, los tuyos, y los míos, ya que pensarán igual.

—Quieres decir que tratarán de evitarlo. Pero es asunto suyo. Esto es asunto nuestro: tuyo y mío. Además, ¿acaso tu propio abuelo no se casó con una princesa del Hind, aunque era extranjero y de otra religión?

Anjuli suspiró y sacudió la cabeza nuevamente.

—Es cierto, pero eso fue en la época en que tu Raj no había adquirido plenos poderes. Aún había un mogol en el trono en Delhi y Ranjit-Singh dominaba todo el Punjab; y mi abuelo era un gran guerrero que tomó a mi abuela como botín de guerra sin pedir permiso a nadie, después de haber derrotado al ejército enemigo en la batalla. Me contaron que ella se fue con él por su propia voluntad, porque se amaban mucho. Pero los tiempos han cambiado y eso no podría suceder ahora.

—Sucederá ahora, amor mío. No hay nadie que pueda prohibirme casarme contigo. Ya no eres una muchacha soltera de quien se puede disponer según la conveniencia de los otros. Nadie puede prohibirme que me case contigo.

Pero Anjuli no se dejaba convencer. No veía ninguna posibilidad de matrimonio basado en la religión, entre dos personas de creencias tan diferentes, y en el caso de ellos, tampoco veía razón alguna. Ni para ningún lazo legal, ya que, por su parte, estaba muy satisfecha de pasar el resto de su vida con Ashok por amor, y ninguna ceremonia que implicara palabras pronunciadas por un sacerdote o un magistrado, y documentos para probar que había tenido lugar, establecería ninguna diferencia.

Ya había participado en una ceremonia así, con lo cual no se convirtió en esposa en sentido alguno, excepto de puramente legal: era una propiedad del Rana… Una propiedad despreciada, en quien él jamás se dignó poner los ojos después de todas esas ceremonias. Si no hubiera sido por Ashok, aún sería virgen, y él ya era dueño de su cuerpo, así como de su corazón y de su espíritu… para que hiciera con ellos lo que quisiera. De manera que no había necesidad de frases vacías que nada significarían para ellos… ni de papeles que ella no podría leer… Además…

Se apartó de él para contemplar el sol poniente que pintaba de oro las copas de los árboles y dijo en voz baja como si hablara consigo misma más bien que con él:

—En Bhithor me habían puesto un nombre. Me llamaban… «la mestiza».

Ash hizo un pequeño movimiento involuntario, y ella lo miró por encima del hombro y agregó sin sorpresa:

—Sí, supongo que tú también lo oíste —y volviendo la cabeza nuevamente prosiguió con suavidad—: Ni siquiera la nautch me daba ese nombre. No se atrevía en vida de mi padre, y cuando él murió y pretendió dármelo, Nandu se lo impidió. Supongo que molestaba a su orgullo, ya que era mi hermanastro y, por lo tanto, no quería que se hablara de ello. Pero en Bhithor me lo arrojaban a la cara todos los días, y los sacerdotes no me permitían entrar en el templo de Lakshmi que está en los jardines de la Casa de la Reina, donde las esposas y las mujeres al servicio del Rana hacen sus oraciones…

Su voz se apagó en un susurro y Ash dijo con suavidad:

—No te preocupes más por esas cosas, Larla. Apártalas de tu mente y olvídalas. Todo eso ha terminado.

—Sí, ha terminado; ya no debo preocuparme de ser una mestiza, ni por lo que puedan decir los míos o mis sacerdotes, ya que parece que los he perdido a todos. Por lo tanto, de ahora en adelante seré una mestiza, y una mujer sin familia que no pertenece a ninguna parte… y cuyo único Dios es su marido.

—El hombre con quien se ha casado —persistió obstinadamente Ash.

Anjuli se volvió a mirarlo, con el rostro oscurecido por las sombras del atardecer.

—Puede ser… si verdaderamente lo deseas, y… Pero no sabrás si es posible hasta que hayas hablado con las autoridades y con tus sacerdotes, de manera que no hablemos de eso ahora. El sol casi se ha ocultado; debo preparar la comida mientras aún hay luz.

Anjuli bajó la oscura escalera y Ash dejó que se fuera sin hacer intentos de detenerla. En cambio, se paró junto al parapeto, con los brazos apoyados en él, miró hacia las montañas como había hecho Anjuli y sopesó todas las dificultades que les esperaban.